“La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar solo en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los demás”
(Papa Francisco)
Llevo años pensando y reflexionando acerca de la información a la que estamos expuestos diariamente y que tiene que ver con hechos dramáticos. Creo que esa información contribuye a la normalización de los hechos porque, de tanto ver, el corazón se ha endurecido.
Comienzan mis planteamientos al respecto hace unos veinticinco años cuando leí la novela El Perfume del escritor alemán Patrick Süskind.
Al terminar vinieron a mi mente, sin que yo mediara, dos pensamientos potentes, a saber: el primero e inmediato fue: “Este libro tiene que estar prohibido”. Es la historia de un asesino, pero un asesino muy particular, es un psicópata, y no un psicópata cualquiera, sino un psicópata brillante.
Lo segundo que pensé, también fue algo inmediato; me dije: “El autor de esta novela tiene que ser un psicópata puesto que, de lo contrario, es imposible que a alguien se le ocurran tales ideas”.
Por tanto, entendí que informar del proceder de Jean-Baptiste Grenouille podía ser peligroso porque algún psicópata que lo leyera puede que encuentre sugerencias que anteriormente no se le hubieran ocurrido.
Decía el Papa Francisco “El mundo se olvidó de llorar”. El mal se va normalizando y así cada vez la gente se muestra más insensible.
Y es que cierta información, aunque venga en forma de novela, puede dar lugar a la imitación, según en las manos que caiga.
Esto que digo no tiene mayor sentido. La novela está en la calle y también la película, simplemente trato de expresar que en aquellos momentos yo sentí que podía ser un manual adecuado para un psicópata. Y, sin duda, puede serlo.
Voy, sin más rodeo, a dónde quiero llegar: el exceso de información es perjudicial, porque el mal se va normalizando y así cada vez la gente muestra más insensibilidad. El Papa Francisco lo expresó de la siguiente manera: “El mundo se olvidó de llorar”
El ejemplo dramático en nuestra sociedad tiene que ver con la muerte de muchas mujeres a manos de sus parejas y también, de sus ex parejas.
Cada vez que ocurre ocupa, obviamente, un tiempo en los informativos y otros medios. Luego hasta la próxima víctima.
Tanto en pueblos como en ciudades se ponen carteles, diciendo “ni una más”, o “Esta ciudad condena la violencia machista” o se hacen manifestaciones, se ponen paneles con los nombres de las mujeres asesinadas en esa villa. En fin, se trata de que no ocurra nuevamente, ¿no? Pues resulta que ocurre con la misma frecuencia con la que venía ocurriendo.
Quienes diseñan estas campañas, ¿de verdad creen que a un maltratador, y potencial asesino, van a frenarle esos carteles? ¿De verdad? Yo estoy convencida de que esta no es la medida.
Albert Einstein dijo lo siguiente: “No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo”.
He aquí el quid de la cuestión.
Así que, teniendo en cuenta el aforismo del científico y Premio Nobel, hace tiempo que vengo sospechando que hay que plantearse nuevas medidas porque lo hecho, hasta el momento, no ha evitado muerte alguna, al menos no se ha reducido el número de víctimas con respecto a años anteriores.
Quienes diseñan estas campañas, ¿de verdad creen que a un maltratador, y potencial asesino, van a frenarle esos carteles? ¿De verdad? Yo estoy convencida de que esta no es la medida.
Para mí la respuesta es no hacer visible esta situación. No tiene que enterarse el mundo, tienen que enterarse los profesionales que tienen que intervenir: policía, forense, autoridades, justicia y demás investigadores.
Lo demás es un revuelo innecesario y desde luego con un tratamiento político.
Son ahora los judíos, descendientes de aquellos que pidieron asentarse allí, porque no había lugar para ellos en el mundo, los que repiten la historia, pero con el mayor descaro, a la vista del mundo.
Propongo, para ello, que se proceda con las víctimas de violencia machista de la misma forma que se trata un suicidio. Los suicidios no son publicados. La razón por la que esto es así tiene que ver con el efecto “imitación”. Se han hecho varios estudios al respecto para llegar a esta conclusión.
Y paso a paso llegamos al genocidio que estamos viviendo.
Pues, he aquí, que tampoco funciona el mantener en pie ciertas estructuras donde han acontecido todo tipo de atrocidades que se puedan imaginar y muchas más que se escapan a la razón de una persona normal, digámoslo así.
Tengamos en cuenta el holocausto nazi. Todos, creía yo, que estábamos asombrados y dolidos cuando fuimos descubriendo las prácticas nazis.
Y descubrimos que lo que se llamó “La solución final”, fue una medida que tomaron quince dirigentes nazis reunidos en una mansión, cerca de Berlín. La decisión constaba de órdenes precisas para la detención y exterminio de todos los judíos y otros colectivos consideradas por ellos inferiores.
Ahí están los campos de concentración, esa es su misión, que el mundo sepa las atrocidades inimaginables que allí se produjeron y de qué forma.
Dejar a alguien que se muera de hambre bajo las bombas demuestra lo rastrero y criminal que puede llegar a ser el ser humano.
En dos ocasiones he visitado los campos de Auschwitz-Birkenau (Auschwitz I y Auschwitz II). Está considerado como museo de la memoria. Cuando visitas estos lugares comprendes cómo ha sido el holocausto, paso a paso.
Pero no es mi idea hoy describir lo que allí ocurrió sino hacer ver que la idea de para que no se repita, es puramente una ilusión. Ya vemos lo que está sucediendo, y qué pena que son ahora los judíos, descendientes de aquellos que pidieron asentarse allí, porque no había lugar para ellos en el mundo, los que repitan la historia, pero con el mayor descaro, a la vista del mundo.
Resulta que los nazis lo hacían a escondidas, en los campos de concentración y de exterminio, ocultos a la mirada del mundo. Se sospecha que el pueblo alemán algo sabía, pero callaba. Se supo entonces lo que allí estaba ocurriendo tras la liberación de los campos y se supo porque a los nazis no les dio tiempo a borrar todas las pruebas del horror. Y así quedaron cámaras de gas y hornos crematorios, fotografías, latas de gas Zyklon B, dos toneladas de pelo femenino, maletas que allí dejaron con su nombre, sala de juicios, patio donde eran sacrificados, celdas de castigo y, desde luego, los liberados y las condiciones en que se encontraban.
Y, desde luego, las vías del tren donde llegaban los prisioneros.
Las cosas se repiten o no, según las circunstancias, según se va viendo.
Auschwitz-Birkenau está ahí porque se ha convertido en una fuente de ingresos inimaginable. Y está bien para que sepamos la historia, pero no como garante de que algo no se repita.
Porque se está repitiendo sin el menor reparo.
España fue una pionera cuando emitió aquel mensaje al comienzo de la celebración de Eurovisión: “Frente a los derechos humanos, el silencio no es una opción. Paz y justicia para Palestina”.
Dejar a alguien que se muera de hambre bajo las bombas demuestra lo rastrero y criminal que puede llegar a ser el ser humano.
En la misma medida tengo a bien considerar igual de malvado a quien niega que se esté produciendo un genocidio.
Cierto es que todas las naciones, o casi todas, están reaccionando, mostrando su repulsión al genocidio que se está produciendo. Tarde, es cierto, pero me siento contenta de que así sea porque entiendo que les queda escaso margen para negar lo que está pasando. Hablo de los que lo niegan.
España fue una pionera cuando emitió aquel mensaje al comienzo de la celebración de Eurovisión: “Frente a los derechos humanos, el silencio no es una opción. Paz y justicia para Palestina”.
Y digo yo ¿Cómo es posible que haya gente que no apoye ese mensaje? ¿Acaso no es lo correcto?
Hablen con sus conciencias.