Coca-Cola, la chispa de la vida (Slogan 1970)
Hacía calor en Atlanta en mayo de 1886 cuando un ciudadano entró en una farmacia y pidió algo para el dolor de cabeza. Le vendieron un producto recién inventado por el farmacéutico John Pemberton, un jarabe de sabor agradable realizado a base de planta de coca y nuez de cola. Aquel hombre fue la primera persona del mundo que compró una Coca-Cola, aunque él nunca lo supo.
En la farmacia los empleados también probaron el brebaje y como por aquel entonces estaban de moda las fuentes de soda, unas máquinas que añadían dióxido de carbono a las bebidas para darles efervescencia, decidieron añadir a aquel jarabe de sabor dulce y agradable un poco de gas y enfriarlo, de tal forma que acabaron descubriendo que aquel líquido oscuro les quitaba la sed y resultaba muy refrescante.
Así que John Pemberton fue y registró la marca Coca-Cola. Y como en Atlanta se había votado a favor de prohibir la venta de alcohol, fue la Coca-Cola bien aceptada como bebida sustituta. No es necesario recordar que en esos inicios el refresco contenía coca.
El resto de la expansión es historia
“Todos los hombres son dioses para su perro. Por eso hay gente que ama más a sus perros que a los hombres”
(Aldoux Huxley)
Así que la frase del autor de “Un mundo feliz “, merece una severa reflexión porque algunos animalistas me dan mucho que pensar, pero no para bien.
Quizá existan distintas categorías de animalistas, será eso, porque no se entiende amar sin condiciones a su mascota y acudir a los toros, pongamos por caso. O aquel animalista que tiene una perrita con lazo y pedigrí y la preña cada vez que el organismo se lo permite para vender los cachorros. Eso no es amor a su perrita, es una conducta de explotación para obtener dinero. Así como los que compran, esperan y hasta se desplazan a recoger al cachorro tras haber pagado una buena cantidad de dinero. Alguien dijo: “para comprar un perro sólo se necesita dinero, pero para adoptarlo solo se necesita corazón”. Seamos coherentes.
Pero mi curiosidad va más allá, en algo que fue trascendental, a saber: ¿qué piensan los animalistas cuando aquella perrita vagabunda viajó al espacio?
Fue en el año 1957 cuando una perra feúcha, que andaba sin rumbo por las calles de Moscú y de padres desconocidos, se llevó la gloria al ocupar con nombre propio un espacio en las enciclopedias. Laika fue el primer ser vivo que viajó al espacio, que orbitó la Tierra a bordo del Sputnik 2.
Laika fue elegida por su raza mestiza, por su carácter fuerte y por su capacidad de soportar el hambre y el frío del invierno moscovita. Una semana después del lanzamiento, Laika se despidió de la vida.
Laika fue elegida por su raza mestiza, por su carácter fuerte y por su capacidad de soportar el hambre y el frío del invierno moscovita. Una semana después del lanzamiento, Laika se despidió de la vida.
Pero existe en nuestro recuerdo, en las enciclopedias y también en un monumento, en un suburbio de Moscú. Es un cohete espacial de dos metros de altura que se convierte en la palma de una mano sobre la cual Laika se alza orgullosamente.
Dos años después dos perras soviéticas fueron enviadas al espacio y regresaron con vida de la misión; es así que el primer astronauta soviético, Yuri Gagarin, viajó sobre seguro. Fue en el año 1961.
En la Ciudad de las Estrellas, un pueblo al noroeste de Moscú, está un monumento con estatuas de los astronautas rusos y Laika asomándose entre las piernas de uno de ellos. Un homenaje a una perra que estaba condenada al ostracismo.
“Señor Gorbachov ¡derribe este muro!” (Ronald Reagan)
Fueron las palabras del presidente de los EEUU el 12 de junio de 1987 en la Puerta de Brandeburgo.
Un par de años más tarde, el jueves 9 de noviembre, medio mundo se quedó boquiabierto cuando desde el Politburó de la República Democrática Alemana, se anunció, en directo desde la televisión, la caída del Muro de Berlín. Minutos después miles de alemanes de uno y otro lado se agrupaban en los puestos fronterizos, cuando ni siquiera los guardias habían recibido la orden de abrir puertas. Se abrieron a las 23h. Al día siguiente el muro caía a golpe de pico y sueños de libertad. Cuenta la historia que había cerveza gratis en los bares próximos.
A día de hoy hay trozos del Muro de Berlín en distintos lugares y países. Yo lo vi en el Santuario de Fátima.
Se han puesto en venta trozos del Muro, pequeños trozos de hormigón que cuestan entre 10 y 20 € dependiendo del tamaño, que tenga pintadas, etc.
Pero cuando se trata de negocio la picaresca no deja pasar la oportunidad de ejercer, así que unos son originales y otros no. Y es que, si se unieran todos los trozos del Muro de Berlín, saldría otra Gran Muralla China. Pasa lo mismo con las reliquias de la Cruz de Cristo. Dicen que si se juntaran todas se construirían 18 cruces.
Y es que, puestos a sacar dinero, de una u otra forma el ser humano es un artista. Y todo parece permitido.