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sábado 5, octubre 2024

La música de las estrellas

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Hasta mí llega una melodía que me estremece. Cierro los ojos y escucho. Mi cuerpo tiembla y en mi mente se agolpan multitud de ideas y sensaciones. Siento que puedo viajar con mi imaginación a otros lugares, que puedo traspasar fronteras y experimentar cosas nuevas.
Sin necesidad de palabras mi cerebro parece descifrar todas esas secuencias de sonidos, silencios y ritmos, y dar una lectura a todo ello.

La música de las estrellasEs como si conociese esta secreta organización, como si formase parte de mi cuerpo como el latido de mi corazón o el ritmo de mi respiración. Parece que mi organismo estuviese adiestrado desde siempre para traducir este perfecto lenguaje matemático. ¿Escucho con mi oído o con mi mente? ¿Escucho fuera o dentro de mí?

La música la percibimos incluso antes de nacer. Se ha demostrado que somos capaces de recordar melodías que hemos escuchado dentro del vientre materno. Nadie olvida las canciones de su infancia ni tampoco las que nos acompañan en distintas etapas de la vida. La música forma parte de nuestro ADN. Está dentro y fuera de nosotros.

Aunque se trata de una experiencia personal, cada uno la siente y percibe de forma distinta, se ha comprobado que todas las manifestaciones musicales del mundo tienen la misma base emocional que es percibida por cualquiera, sea del país o la cultura que sea. Cadencias ascendentes estimulan y melodías lentas y con cadencia descendente producen tristeza.

La música la percibimos incluso antes de nacer. Se ha demostrado que somos capaces de recordar melodías que hemos escuchado dentro del vientre materno.

Un susurro a un niño produce calma e invita al sueño y un ritmo fuerte y repetitivo puede ser un estímulo para la lucha. El sonido por tanto puede influir en el ánimo y voluntad de quien lo escucha. Pero también puede influir positivamente en la salud de nuestro cuerpo hasta el punto de que la música es determinante en la curación de algunas enfermedades o aminora sus efectos, aunque no se sabe bien por qué.

El ser humano es un animal musical y este lenguaje de notas y ritmos que ha creado forma parte de su propia naturaleza, surge misteriosamente de su interior. Preguntarse por la música y adentrarse en ese mundo es, en el fondo, preguntarse por uno mismo.

Después del Big Bang se produjo una segunda explosión casi inapreciable que dio lugar a un sonido que aún se puede escuchar en el universo. Esto que hasta hace muy poco era tan solo una teoría, ha sido confirmado por los satélites.
Los científicos han comprobado que el Sol emite un sonido, así como los planetas, como consecuencia de su movimiento. Las esferas más cercanas emiten tonos más graves que se agudizan según aumenta la distancia. El sonido de cada uno de estos cuerpos se combina con el de los demás y surge una melodía que mantiene conectado a todo el Universo. La ciencia acaba de demostrar lo que en las antiguas culturas y tradiciones se conocía como “Música de las Esferas”. El Sonido del Universo que alimenta a todas las formas de vida.

El ser humano es un animal musical y este lenguaje de notas y ritmos que ha creado forma parte de su propia naturaleza, surge misteriosamente de su interior.

Toda la Creación partió del Sonido, todas las vidas llevan oculto el Sonido y al Sonido regresan. El hombre es Hijo del Sonido pero lo fue olvidando en la medida en que perdió la necesidad del silencio, de escucharse y escuchar a la naturaleza.
Así el Sonido se ha ido perdiendo y con ello también la armonía con el entorno. Por eso, y como garantía, el Sonido Origen quedó grabado en su interior.
El hombre compone música, escucha música, se acompaña y necesita de la música porque busca el Sonido, ése que un día perdió.

Necesita contagiarse de esa armonía, esa perfecta combinación de sonidos y silencios que aún no ha encontrado y que le harán vibrar como nunca antes ha experimentado. Necesita sentirse creador y conectar con el Creador.
Alguien dijo que la música era un ejercicio de aritmética y que quien se entregaba a ella en el fondo manejaba números.
Dios geometriza y lo hace a través del Sonido, el hombre intenta plasmar a través de la música ese mundo de belleza ordenada que siente pero que aún no ha descubierto.
La música es un camino.

Toda la Creación partió del Sonido, todas las vidas llevan oculto el Sonido y al Sonido regresan. El hombre es Hijo del Sonido pero lo fue olvidando en la medida en que perdió la necesidad del silencio, de escucharse y escuchar a la naturaleza.

Cuando el hombre consiga vibrar en la misma sintonía que la “Música de las Esferas” de la que siempre ha formado parte, escuchará la melodía más bella jamás compuesta. Y, como consecuencia, se dará cuenta de que en su interior siempre ha estado esa melodía, que cada vida forma parte de una misma red que mantiene todo unido y conectado.

Creamos música porque somos música, solo tenemos que liberar nuestra mente de pensamientos basura, reconocernos como átomos de un gran cuerpo que se llama Universo y comprender que poseemos en nuestro interior todo el poder de ese cuerpo.
Lo único que ocurre es que la humanidad no fue educada en esa dirección, más bien todo lo contrario, fue conscientemente limitada, reprimida, engañada y, sobre todo, manipulada genéticamente por aquellos que temían su poder.

Somos notas musicales que formamos, cuando existe unidad, una melodía única, incomparable, eterna, indestructible.

La necesidad que todos, absolutamente todos, experimentamos de la música, es la prueba evidente de que esta está, permanece, en nuestro interior, como la presencia intocable, atemporal, de nuestra conexión cósmica, de nuestra pertenencia a un Todo que existe desde el Origen y permanece vivo, dejándonos el mensaje de quienes somos y de cuál es nuestro futuro.

Somos notas musicales que formamos, cuando existe unidad, una melodía única, incomparable, eterna, indestructible.

Somos hijos de la música y ni tan siquiera la muerte puede apagar nuestro sonido, porque la muerte afecta al cuerpo físico, pero nuestra esencia permanece intocable, más allá del tiempo, en la dimensión del espacio.

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