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jueves 21, noviembre 2024

Navidad: o responsabilidad o emociones

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Cuando allá por la primavera dio comienzo la desescalada relacionada con la pandemia, el Gobierno dijo que confiaba en la responsabilidad de los ciudadanos para ir recuperando “libertades” y entrando así en una nueva normalidad.
Aquí dijimos que era un error, sencillamente porque no somos un país donde el sentido de la responsabilidad sea nuestra mejor virtud. Más bien al contrario.

Al poco tiempo llegó el verano y con él el desmadre y el consiguiente repunte de los contagios, así como la entrada progresiva en una segunda ola que aún está pasando factura. Y lo que queda.
El problema no es solo en España, sino que afecta a toda Europa y a todo el planeta.

Conclusión evidente, no se va a “vencer” al virus apelando a la responsabilidad de los ciudadanos, porque, en general, no existe y nunca existió una cultura, una educación social, que fortalezca la responsabilidad como cualidad mental superior y, sin embargo, sí existe una educación basada en un permanente bombardeo publicitario, educativo y considerado como bueno, como útil e incluso como indispensable para una mejor calidad de vida, basada en las emociones, en potenciar lo emocional, en considerar “bueno” todo aquello que nos entre por las emociones y nos las dispare.

No se va a “vencer” al virus apelando a la responsabilidad de los ciudadanos.

Y para entender esta adicción a las emociones fuertes, esta necesidad vital de emociones, hay que ir al pasado de la humanidad, al hecho de que el hombre, el ser humano, es un puro superviviente desde sus orígenes, porque entonces su peor enemigo era el entorno “salvaje” que le rodeaba, y su única defensa estaba basada en poseer un sistema emocional fuerte que le permitiera reaccionar ante los numerosos peligros que le rodeaban.

Podríamos decir que el hombre “venía de serie” con un sistema emocional muy formado que le permitía superarse y defenderse, porque no poseía una mente desarrollada para responder o funcionar con lógica, con inteligencia y con capacidad para tomar decisiones correctas.

Así, esas carencias eran sustituidas por la respuesta emocional. Este sistema emocional potente que tiene su “base” en el cerebro, en la amígdala, continúa hoy en día a pleno rendimiento, algo que es evidente si observamos el funcionamiento de las masas, sobre todo el comportamiento irracional actual ante la normativa dictada para contener la pandemia.

Las normas equivalen a leyes. Las leyes solo pueden ser cumplidas desde mentes lúcidas, que comprendan su lógica y su necesidad.
Dichas mentes funcionan analizando las circunstancias que conllevan la aplicación de leyes o normas más estrictas, y al sopesar las causas y los efectos valoran entonces la necesidad de dichas normas y colaboran con su cumplimiento, sencillamente porque es lógico.

Las normas equivalen a leyes. Las leyes solo pueden ser cumplidas desde mentes lúcidas, que comprendan su lógica y su necesidad.

Hay que tener en cuenta que esto sucede en circunstancias extremas, o sea, una pandemia, una guerra, una catástrofe natural, etc. Cuando es así, las normas son para la seguridad general, no van contra nadie en concreto y, mucho menos contra la libertad. Sí van a favor de la vida y la seguridad general.

Lo opuesto es ausencia de mente y, por el contrario, abundancia de emociones, que reclaman, exigen, comportamientos que aporten más “alimento”, “más sustento” para el sistema emocional. Es decir, doparse con emociones fuertes.

Si ahora existe un enfrentamiento entre la implantación de normas destinadas a frenar la pandemia y los intereses económicos, es porque se ha potenciado en exceso el valor de todo aquello que alimente lo puramente emocional, de todo aquello que genere ilusión frente a lo que es real, lo que forma parte real de la vida y de las auténticas necesidades ciudadanas.

Por ejemplo, las fiestas navideñas no son imprescindibles, porque lo real en estos momentos es vencer la pandemia, cortar la sangría de contagios y de muertos.
Pero la gente cree que necesita las Navidades, y eso es así porque así lo crearon, lo potenciaron y lo vendieron los intereses económicos, los que se forran con todo ello. En realidad, son unas fiestas de consumo compulsivo.

Se ha potenciado en exceso el valor de todo aquello que alimente lo puramente emocional.

Además, todos, o casi todos, sabemos ya que todo es una burda mentira, porque Jesús no nació el día 24 de diciembre, porque los Reyes ni eran magos ni venían de Oriente, porque el cambio de año es una circunstancia del calendario que solo sirve para cerrar los balances y cambiar la agenda, etc., etc.

Siendo así, no se puede dejar algo tan delicado, como es el hecho de frenar la pandemia, en manos de masas que necesitan rodearse de emociones, alimentarse de emociones, porque nunca podrán aceptar que el comportamiento del virus es frío, poderoso, y solo se puede vencer con una mente fría, analítica, lógica, una mente científica que, además, es la base del gran cambio que hay que dar, el siguiente paso evolutivo de la humanidad, vivir, funcionar, desde la mente, no desde las emociones.

Además, no necesariamente una persona mental tiene que ser una persona fría, calculadora, exenta de emociones y sentimientos. No, lo que sí tiene que ser es una persona que analice, estudie, sopese lo que le rodea, desde un enfoque mental, antes de tomar sus decisiones.

La situación actual exige una respuesta grupal, de unidad, de equipo, no actitudes individualistas basadas en una visión errónea de la vida y de la libertad.

Actuando así, prevalece la visión mental, la comprensión de lo que ocurre y por qué ocurre, y entenderá que la ley es para cumplirla porque conlleva un beneficio grupal, social.

La situación actual exige una respuesta grupal, de unidad, de equipo, no actitudes individualistas basadas en una visión errónea de la vida y de la libertad.

¿Qué sucedería si no hubiera estrictas leyes de tráfico? Es impensable.

Aun así, hay quienes se las pasan por el forro porque quieren vivir la emoción de circular a 200 km/h y luego compartir el vídeo, su hazaña, con sus amigos.
En realidad, estos son los menos libres, los más prisioneros de sus emociones, que además consideran que lo que hacen es un acto de libertad, un “derecho” en nombre de la libertad. Pero de la verdadera libertad ya hablamos aquí.

Mientras se siga maleducando a las personas con “culebrones”, “revistas del corazón”, “botellones”, “fiestas donde todo vale”, etc., etc., la sociedad será débil, frágil, incapaz de sobrevivir a la realidad que nos rodea.

Lo que este virus deja en evidencia, además de otras muchas cosas, es que se sigue cometiendo el error generalizado de potenciar en los ciudadanos su sistema emocional, de educar en el uso y abuso de las emociones, lo que significa que se están desarrollando sociedades débiles, personas tremendamente vulnerables, incapaces de resolver situaciones extremas, como lo es esta pandemia, porque quieren evadirse buscando “lo de siempre”, viviendo “como siempre”, sin darse cuenta que este es el principio de un gran cambio y que nunca nada volverá a ser igual.
En realidad, son también prisioneros del miedo, y lo que buscan es escapar del miedo.

Mientras se siga maleducando a las personas con “culebrones”, “revistas del corazón”, “botellones”, “fiestas donde todo vale”, etc., etc., la sociedad será débil, frágil, incapaz de sobrevivir a la realidad que nos rodea, y es que, en cualquier momento, en cualquier parte del planeta, puede ocurrir una catástrofe de dimensiones inimaginables, y no se está preparado para ello. Es más, ya empezó.

La primera regla de oro de cualquier tratado de supervivencia es controlar las emociones. La segunda es usar la mente para situarse en la realidad que te rodea y, una vez situado, posicionado, usar la frialdad mental para evaluar tus posibilidades y actuar con control y serenidad.
El verdadero superviviente no se alimenta del pasado, más bien vive en tiempo real, en el presente, y sabe que si quiere tener un futuro tiene que ser frío, lógico e inteligente en sus decisiones.

Este tiempo que vivimos exige actitud mental, método mental, visión fría y clara de la realidad que nos rodea.

A veces sucede que cuando se vive una situación extrema, determinadas emociones pueden aportar una fuerza extra que sirva para superarse y vencer. Por ejemplo, sucede cuando se está solo y perdido en la naturaleza, que el recuerdo de los seres queridos, la necesidad de ellos, aporta ese plus de energía que te puede salvar la vida.
Pero estas son situaciones excepcionales que, además, hacen bueno el hecho de que las emociones tienen mucha fuerza y, por tanto, hay que manejarlas correctamente.
Vamos, nada que ver con lo que está ocurriendo con la pandemia.

Para terminar, decir que este tiempo que vivimos exige actitud mental, método mental, visión fría y clara de la realidad que nos rodea. Lo contrario, la actitud emocional, solo nos aportará más problemas, más contagios, más muertes.

En realidad, y como ya dijimos en otros artículos, la humanidad vive un examen, una evaluación, una prueba de fuego ante un cambio dimensional en el que ya estamos inmersos.

No es momento de fiestas, es momento de colocar lo real, lo auténtico, por encima de la ilusión, y lo real es la Vida, la Unidad, el reconocimiento de que todos somos Uno, de que todos nos afectamos a todos porque todos formamos parte de una inmensa red.

Y tengamos muy claro que al virus no se le podrá vencer, solo controlar, y eso si funcionamos unidos, si unimos fuerzas, inteligencia, conocimientos y sentido común.

No es momento de fiestas, es momento de colocar lo real, lo auténtico, por encima de la ilusión, y lo real es la Vida, la Unidad.

Guste o no somos Grupo, y solo podremos sobrevivir y progresar como Grupo. El individualismo, así como las emociones, forman parte del pasado, y ya no son soluciones para nada positivo.

Este es un buen momento para vencer la atracción de la ilusión, la mentira de la ilusión. Solo hay que mirar, con valor, la realidad que vivimos y actuar en consecuencia.

En cualquier caso, lo que está previsto será, porque forma parte del cambio planetario y eso es intocable.

Lo mejor es prepararse para lo que venga practicando con lo que ya está aquí.

Ánimo y fuerza.

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