Soy seguidor del Sporting desde niño. He sufrido esta temporada, como todos los seguidores, viendo las incongruencias, los absurdos y la falta total de autocrítica que hubo en el seno del club, del equipo, del entrenador y de la afición.
Esta última merece el mayor aplauso por su lealtad y su apoyo incondicional, pero también el mayor reproche por su falta de exigencia, de crítica y de realismo. El Sporting fue toda la temporada una caricatura de equipo. Personalmente debo decir que nunca vi a un equipo de primera división jugar tan mal al fútbol.
Nunca existió un equipo, un grupo, sino una pandilla de individualidades haciendo lo que les daba la gana sin que nadie les corrigiera.
Las diferencias o tensiones entre los jugadores trascendían al terreno de juego, hasta el punto de no pasarse el balón cuando el otro estaba mejor situado para marcar. Eso lo hemos visto en muchas, muchísimas ocasiones, y no entiendo cómo es posible que un entrenador permita eso y las consiguientes discusiones en pleno partido.
La obsesión por tirar a puerta desde cualquier distancia o posición, se convirtió en algo clásico en todos los jugadores, sin levantar la cabeza para ver si algún compañero estaba en situación para recibir el pase. Alguien debería haberles dicho que para tirar a puerta desde cualquier distancia o posición no sirve cualquiera. Pero nadie lo hizo.
La defensa no acostumbró a cubrir por detrás a los delanteros, tampoco a despejar de cabeza, anticipándose así cualquier delantero al remate, aunque fuera bajito.
Yo, que jugué algo al fútbol, es de las primeras cosas que aprendí.
Las alineaciones parecían fruto del día que tuviera Preciado, de su neura o de haber dormido bien o mal, no de una lógica basada en el equipo contrario y en la estrategia del partido. Y no hablemos de las preferencias por algunos intocables en el equipo.
Se jugó igual ante el Madrid o el Barcelona que ante el Numancia, por ejemplo.
Las escandalosas goleadas recibidas, disimuladas un poco por la conducta irreprochable de la afición, no fueron lógicas ni válidas bajo ningún aspecto. De hecho, el Madrid o el Barça no golearon así al Numancia, al Recreativo, al Betis, al Getafe, o a cualquiera de los implicados en el descenso.
En el caso del Sporting, sí se puede decir que existe un claro responsable de todo ello, y éste es Preciado, un tipo muy majo, pero no preparado para dirigir a un equipo de primera división. También comparten esa responsabilidad los dirigentes del club, que tendrían que haber tomado medidas hace muchos meses.
En suma, que los fuegos artificiales de la permanencia no tapen la realidad de lo ocurrido en la temporada. La afición del Sporting se merece otra cosa, y no es tan difícil construir un equipo que dé la talla, pero hace falta una cabeza que lo haga, que imponga disciplina, que corrija a los individualistas, que sepa construir, diseñar, motivar y, sobre todo, hacer cambios sobre la marcha.
En el último partido, contra el Recreativo, donde el Sporting se lo jugaba todo, los aficionados esperábamos ver de salida a un equipo volcado sobre la portería contraria, con hambre de gol, con presión constante. Cuál sería la sorpresa al ver a un equipo encerrado en su campo, cediéndole terreno al Recre, basándolo todo en pases largos que se perdían por el fondo, atenazados por el nerviosismo, discutiendo entre ellos y con un Preciado paseándose por la banda sin cambiar nada, sin corregir nada, sin nada de nada. La afición ya dio la talla apoyando al equipo. Ahora debe darla exigiendo cambios, mirando fríamente la realidad y teniendo muy claro que si no hay cambios importantes, la próxima temporada el equipo estará descendido antes de Navidad.
La pasión y la euforia deben dar paso a la visión fría y realista. En toda la temporada el equipo ha caído una y otra vez en los mismos graves errores. Nadie ha corregido nada. Y lo peor es que eran los mismos errores que se cometían en segunda división.
El Sporting no ha evolucionado absolutamente nada en toda una temporada en primera división. Y eso es difícil.
Siguen en la élite porque le cayeron bien a la diosa fortuna, pero si alguien piensa que así se puede continuar, es que está ciego y sordo.
Y una reflexión para la afición. La mareona está muy bien, pero también permite que se olviden los defectos, que se disimulen más, que no se corrija lo que no funciona.
Está bien ser incondicional, pero eso no está reñido con ser crítico y exigente. No nos engañemos.
Y el Sporting, muchas veces, lo que se merecía eran pitos y pañuelos. Al fin y al cabo, a los socios y a la afición todo ello les cuesta dinero. Y el que paga debe ser exigente.
En la vida sólo se progresa cuando se hace autocrítica y se aprende de los errores.
La permanencia puede ser un «borrón y cuenta nueva». Pero hay tantas cosas que corregir que no se puede mirar hacia delante sin analizar fríamente el pasado.
Insisto, Preciado debería haberse ido hace tiempo. Y conste que eso no significa que no se valore su ascenso a primera y su entrega al equipo. Pero esta temporada ha demostrado que la primera división le queda grande. Esa es la realidad. Mantenerlo para la próxima sería condenar al equipo al descenso.
Abelardo está pidiendo paso a gritos.
Esperemos que los responsables sepan decidir. Y esperemos que la afición sepa sustituir ahora la euforia por la crítica constructiva. Hay mucho que corregir, un equipo de primera división no puede jugar un fútbol de regional.
Y eso, aunque algunos no lo quieran ver, es lo que hay.