Caleyar es uno de los placeres más significativos y provechosos que ofrece el pueblo.
Desde el simple paseo a la tarde de finales de agosto con el sol aún caliente pero con la chaqueta puesta, hasta los tránsitos para ir de finca en finca a las labores que toquen, siempre se amenizan con historias más o menos verídicas, cuentos de los antiguos o cualquier recuerdo propio o popular, cómico o duro. Una caleya, por corta que sea, da para mucho.
Compartiré contigo unos pocos de los que escuché en su momento o de los que tiendo a contar. Algunos por su comicidad, otros, porque el contexto de la conversación durante el caminar derivó hacia ellos.
[ Sería primeros de junio o así, temprano. Me senté en la terraza de un chigre y cuando miro a la carretera veo una mujer montada en una BH. Entre las dos sumaban 120 años, pero lo mejor era lo equipada que iba: bata de boatiné florida y desgastada, rulos y redecilla, con una mano sujetaba el manillar y con la otra un garabatu, una pala dientes y un guadañu. Todo esto pedaleando con madreñes. Lo mejor de todo fue la mirada de orgullo que me dedicó cuando me salió la risa, como diciendo: “¿A que tú no eres capaz a mi edad?”. ]
[ En el pueblo había una viuda criticona más mala que el demonio que cada vez que le pasaba algo siempre iba a reclamar a mi madre echándome a mí las culpas. En aquella época no había tele y los críos se entretenían liándoselas como castillos, a ella y a quien pintase. Nada más que me veía decía “el día que te pille vas llevales bien lleváes”. Un día, tanto me cansé que cogí un paraguas viejo, de esos de varillas de hierro que pesaban un quintal, y me hice un arco y unas flechas. Fui para su casa, armé el arco, apunté y disparé con tan buena suerte que la varilla no le dio a la paisana pero fue a clavarse en el gochu, que echó a correr el pobre llevándose todo por delante. Los chillidos se escucharon en todo el valle, los del animal y los de la paisana. “¡Menudu estrozu de güerta! Diome pena el probe gochu. Aquella vez y con razón sí que me cayeron hosties por tos laos”. ]
[ El fiu de Manolita, que de aquella debía tener como dos o tres años, un día que no paraba de pedirle caldo para cenar y la madre venga decirle que no tenía caldo. El crio emperrado, y la madre “quies déjame en paz que no tengo caldo fecho”. Hasta que de repente el guaje calla y da media vuelta. Al pasar tanto rato en silencio, el típico de cuando los guajes están liando algo, lo llamó un par de veces y el guaje no contestaba. Entonces apareció por la puerta con una gallina con el cuello roto sujetándola por las patas, la levantó delante la madre y dijo “quiero caldu pa cenar”. ]
[ Un pariente de tu güela, avaro hasta decir basta, le decía siempre al hijo “lleva tres monedes de les gordes nel bolsu, pero no les gastes, y cuando tés con xente faeles ruxir, así pensarán que ties perres”. Fue el mismo que cuando estaba muriendo y el cura fue a darle la extrema unción le cogió el crucifijo. Mientras todos pensaban que lo que quería era redimirse ante Jesús y tras darle varias vueltas en la mano le dijo al cura: “doite 30 pesetes pol crucifijo”. ]
[ Llegó Fulanito a casa y no vio a la mujer. Escuchó ruido en la habitación y fue hacia ella encabronado por que ya se olía algo va tiempo. Cuando entró, vio a su mujer vistiéndose a toda prisa y una figura que salía por la ventana pero no pudo ver quién era, solo escuchó un cagamentu y cómo varias tejas del tejado de la cuadra cayeron al suelo. Aquel domingo el cura dio la misa sentado con una pierna escayolada.]
[ Maruxina estaba cansada. La pobre no hacía más que aguantar los gritos y golpes de su marido cuando llegaba borracho casi todos los días después de trabajar en la mina. Tras varios meses aguantando esta situación y que su suegra solo le dijera “es tu marido, hay que aguantar” llegó el día en que el paisano dormía la sienta mientras ella planchaba. Sin pensar, apretó el mango de la plancha de hierro y se la plantó al marido en la cara. Despertó al momento. Bastó lo que le dijo: “como me vuelvas a tocar acuérdate que vas tener que dormir otra vez”. Nunca más tuvo problemas con el marido. ]
[ Venga llamar al guaje y nada. Miramos por todos lados, por los pozos, por los depósitos, en las cuadras, por si había quedado atascado en algún sitio por que se metía por cualquier lado, siempre esperándonos lo peor. “¿Onde coño ta´l guaje?” Después de casi cuatro horas buscándolo lo vemos salir a él y al perro de la caseta desperezándose de la larga siesta que se echaron juntos. “Apetecíame matalu”. ]
Si quieres compartir alguno de los tuyos, de aquellos que te hayan contado o has vivido, te invito a que me lo envíes para publicarlos en una segunda entrega de estos Cuentos de Caleya.