Tras más de veinte años de cautiverio, Nelson Mandela inició una nueva etapa en Sudáfrica bajo la filosofía Ubuntu: Yo soy porque nosotros somos. Esta forma de vida deja al margen el odio y el resentimiento y marca como valores de vida la empatía y la capacidad de perdonar. Es el norte al que se dirige el nuevo proyecto solidario denominado Nación Ubuntu. / Fotos cedidas por Nación Ubuntu
La gijonesa Carla García llegó a Malawi a través de un proyecto de voluntariado pero pronto se dio cuenta de que todo era poco en el llamado corazón caliente de África. En el campo de refugiados del país había cuarenta mil personas, de las cuales veinte mil eran niños y solamente el 30% tenía acceso a la educación. Tras poner en común inquietudes, varios voluntarios unificaron sus fuerzas y comenzaron a trabajar en la creación de escuelas sobre el terreno. Más tarde contactaron con la ONG brasileña Fraternidade Sem Fronteiras que se hizo eco del proyecto y actualmente es quien les está financiando. Lo que fue un sueño se ha convertido en dos clases con capacidad para 80 niños y la idea es construir 24 más para preescolar, primaria y secundaria. Como decía Mandela, “la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”.
-Acabáis de poner en marcha en Malawi el proyecto Nación Ubuntu. ¿Cómo están siendo los inicios?
-Como todos los comienzos, son difíciles y estamos promocionando la organización para que la gente la conozca. He ido a varios institutos a dar charlas y la gente lo está cogiendo con muchas ganas y cantidad de niños preguntan cómo pueden ayudar. Como jugué al hockey las chicas del equipo Telecable recaudaron dinero para el proyecto a través de una rifa y la entrada al partido, también hicimos una campaña de recogida de material escolar. Además de las de los niños queremos construir una escuela para padres y madres, no solamente para que aprendan a leer y escribir sino para que adquieran diferentes habilidades a través de talleres. Queremos darles herramientas para que ellos, de manera sostenible, puedan hacer pequeños negocios en sus comunidades y conseguir un trabajo mejor ya que uno de los problemas de Malawi es que no tienen suficientes oportunidades de trabajo, (sobre todo en las áreas rurales) con lo cual la gente no consigue dinero para el día a día. Al principio la idea se basaba en la educación pero como Fraternidade Sem Fronteiras nos está apoyando y disponemos de más fondos, queremos empezar a hacer otras cosas como construir pozos de agua o reparar alguno que no funciona. Nos gustaría también ayudar a personas a construir mejor sus casas porque cuando llega la época de lluvias muchas se destruyen y se quedan en la calle.-Dicen que los habitantes de Malawi se enorgullecen de pertenecer a un país pacífico y acogedor. ¿Qué fue lo primero que te llamó la atención al llegar?
-Cuando llegas a Malawi lo que ves no es pobreza, es miseria. Hay mucha gente en la calle, muchos niños pidiendo y sientes impotencia. Lo primero que piensas es que te gustaría ayudar a todas las personas pero luego te das cuenta de que es imposible hacerlo a título individual. De ahí surgió la idea de unificarse para poder hacer algo más grande. Si te soy sincera antes de ir no conocía prácticamente nada del país, sabía que estaba al lado de Mozambique y poco más, sin embargo es uno de los más pobres y menos desarrollado de toda África. Malawi es conocido como “el corazón caliente de África” y esto es así porque la gente es muy amable y muy humilde. Son felices con menos de la mitad de cosas que tú tienes y es ahí cuando te vuelves consciente del materialismo que vivimos en Europa, de la necesidad que tenemos de tener cada vez más y más cosas. Cuando volví a España y comencé a dar charlas en los colegios los niños me preguntaban: ¿allí no tienen tele ni Playstation? Yo les decía: pero si no tienen zapatos, ¿cómo van a tener tele? Los niños de aquí están educados en pedir y recibir a los cinco minutos, pero en Malawi los críos tienen un montón de creatividad, se hacen balones de fútbol con bolsas de plástico y una cuerda y siempre les ves sonriendo. Son más humildes, dan las gracias por todo y se alegran de las pequeñas cosas que les suceden, no tanto por lo material. Esto te cambia la visión de la vida y te empiezas a preguntar si necesitas todo lo que tienes para vivir.
“Si hablamos de pobreza en cuanto a dinero, claro que son pobres, pero si hablamos de pobreza en cuanto a sentimientos, son súper ricos y nosotros muy pobres”
-¿Dónde se establece la frontera entre la ayuda y el respeto por las costumbres o el territorio?
-Muchas veces llegamos allí como blancos y somos nosotros los que decimos cómo tienen que ser las cosas, no nos damos cuenta de que tal vez estamos rompiendo su cultura o su manera de hacer las cosas y eso no es bueno porque pensamos que sabemos más. Son ellos los que viven allí y los programas son para ellos, si no conseguimos que hagan suyo el proyecto, cuando marchemos no lo van a continuar. Es importante organizar las cosas de manera sostenible y darles a entender que tienen que implicarse, porque muchas veces se les construye una escuela pero lo que necesitan es un pozo de agua. Hay que pedirles su opinión porque ellos saben lo que necesitan.
-¿Cómo se gestiona la vuelta a tu vida después de todo esto?
-Es complicado, yo viví dos contrastes muy grandes. En el equipo somos siete personas y me acuerdo que al volver hicimos escala en Suecia y al pasar el Duty Free del aeropuerto todos empezamos a llorar. Vimos un consumismo demasiado fuerte que nos hizo preguntarnos por qué somos así en esta parte del mundo. El segundo fue cuando llegué a casa y abrí mi armario, me acuerdo que pensé: ¿cómo puede ser que necesite tener tantas cosas si en Malawi era feliz con nada? Pasar de allí a Europa es un cambio muy drástico. Tengo un amigo que estuvo cinco años trabajando en Mozambique y siempre dice que África no es algo que se pueda explicar, que solo se puede vivir, y tiene toda la razón. Yo me he ido y mi corazón se ha quedado allí, tengo muchas ganas de volver.
“Los niños de aquí están educados en pedir y recibir a los cinco minutos pero en Malawi los críos tienen un montón de creatividad, se hacen balones de fútbol con bolsas de plástico y una cuerda y siempre les ves sonriendo. Son más humildes, dan las gracias por todo”
-Se habla de esos lugares como países en vías de desarrollo pero, ¿qué nos estamos perdiendo de África?
-Mucha gente me decía que por qué iba allí con la cantidad de miseria y de enfermedades que hay, y a mí me hacía preguntarme realmente qué es la pobreza. Si hablamos de pobreza en cuanto a dinero pues claro que son pobres, pero si hablamos de pobreza en cuanto a sentimientos en Malawi son súper ricos y sin embargo nosotros somos muy pobres. El dinero da igual, lo necesitas para vivir pero allí la gente es más abierta en cuanto a ayudar al prójimo, son más abiertos y no necesitan comprarse todo lo que nosotros nos compramos para ser felices. He estado en aldeas en las que podrías decir que viven una pobreza extrema y a la hora de comer ponían un plato de arroz para un montón de gente y lo compartían entre todos. Tal vez ninguno llegue a llenarse el estómago pero cada uno come un poco y lo agradece.
-¿La balanza se inclina más hacia el dar o hacia el recibir?
-Cuando salí del país no sabía decir lo que yo les había enseñado pero sí supe decir que yo de ellos había aprendido mucho. Al principio tienes la sensación de que vas a hacer un montón de cosas por ellos y a la vuelta te das cuenta de que es todo lo contrario, que son ellos los que lo han hecho por ti y te han cambiado tu manera de pensar y de ver el mundo. Todos deberíamos pasar una temporada allí y una de las cosas que queremos incluir en el proyecto es hacer casas para voluntarios, que la gente pueda venir en sus periodos de vacaciones. A mí me ha cambiado la vida completamente.