Alberto Vior trabaja en Avilés como Policía Nacional. Desde pequeño ansió ser y sentirse libre. Con el tiempo, ha encontrado la libertad personal y una parte de sí mismo viajando sobre su moto. Siempre un poco más lejos, descubriendo que los límites no existen y que más allá de lo que cada uno tiene delante, está la auténtica aventura. Solo hay que atreverse a salir.
Acaba de publicar Tierra y cielo sobre mi moto (Editorial Círculo Rojo) y confiesa que está muy contento. Comenzó con una tirada pequeña, pensando que lo iban a comprar sus padres y sus amigos, pero las ventas le han sorprendido al igual que la aceptación que está teniendo. Alberto escribe de manera sencilla y más que un libro de aventuras parece una conversación con amigos en la que él va contando, en primera persona, cómo se siente sobre su moto, cómo una anécdota que contó el cura de su parroquia en la misa de once le cambió la perspectiva del mundo, o cómo la muerte de su hermano le hizo entender que la vida no hay que dejarla pasar sino aprovecharla a tope, sin condiciones. Viajar y compartir, estas son las dos premisas con las que, siempre que puede, se sube a su moto para dejarse sorprender por todo lo que se encuentra en el camino. En su cabeza, inicio siempre de todo viaje, ya se está perfilando la próxima aventura. Un gran viaje: la vuelta al mundo en moto. De nuevo paisajes, personas, experiencias, aventuras…
-Dices en la introducción del libro que puede que no existan suficientes adjetivos para definir la maraña de sensaciones que tienes cuando conduces tu moto. ¿Hacemos un intento?
-Es como un reseteo. A lo largo de los días y de los meses vas acumulando en tu mente parte de las cosas malas que te han ido pasando, también las buenas… Hay días que estás de mejor humor, otros estás más irascible y al montarte en la moto pones tu cabeza a cero y es como una válvula de escape. La verdad es que pienso que todos deberíamos tener una: montar a caballo, en bici, salir a correr… Todos deberíamos tener un sistema que nos permitiese resetear y dejar a un lado todos los problemas. Cuando vuelves a casa, ves que te has quitado todas esas preocupaciones que tenías y te has olvidado de la gente tóxica que está todo el día intentando amargarte la vida. Te das cuenta de que lo que quieres es disfrutar de la vida con tu familia, amigos y no perder ni un minuto en discutir con ese tipo de personas.
“Sobre la moto desconecto, hago una pequeña burbuja y me doy cuenta de que no necesito todo lo que a diario me parece imprescindible. Te aíslas totalmente y en lo que te centras es en disfrutar de la naturaleza y de la gente que te encuentras por el camino”
-¿Qué es lo que tiene la moto para que te haga sentir así?
-A mí me da la impresión de que me subo en ella y es como si pudiese volar, como si no me afectase nada. Empiezo a disfrutar del viento, del agua, del frío, del calor y la única preocupación es de dónde salgo, dónde posiblemente voy a llegar y dónde voy a comer. Solo tengo esas tres preocupaciones, nada más. Con lo cual desconecto, hago una pequeña burbuja y observo que no necesito todo lo que a diario me parece imprescindible. No necesito el móvil, ni comer a todas horas, no necesito estar viendo la tele… Te aíslas totalmente y en lo que te centras es en disfrutar de la naturaleza y de la gente que te encuentras por el camino. Lo que te importa es solucionar los problemas, porque siempre surge alguno como averías, que te pierdes o se te moja la ropa. Es una mezcla de superación y de saber disfrutar de la vida de otra manera.
-¿Te proporciona una libertad que no te la da el vivir de otra manera o haciendo otras cosas?
-Cuando iba con mi amigo Víctor, aunque nos llevamos muy bien, yo quería tirar por un lado y él para el otro. Y aunque unas veces cedía yo y otras él, tenía la impresión de que estaba un poco atado. Ya no tienes la libertad de quedarte en un banco sentado hablando con un señor que acabas de conocer, y que te está contando que trabajó un montón de años en unas minas de hierro que había en la zona. Con lo cual vale más ir solo y disfrutar de lo que te surja en cada momento.
-¿En qué momento se deja de valorar la velocidad y se empieza a apostar por disfrutar del viaje?
-Según van pasando los años valoras cosas diferentes. De manera inconsciente, te das cuenta de que el tiempo se te acaba y quieres disfrutar más de lo que te vas encontrando. Cuando vas rápido, no ves nada. En ese momento te dices que tienes que levantar la mano del acelerador y ver qué descubres yendo más despacio. Empiezas a ver que hay una fiesta en un pueblo, que paras, hablas con la gente y conoces personas y tradiciones. Entiendes que aun yendo despacio y cumpliendo las normas, te llevas sustos, pero creo que es la edad la que hace que aproveches el tiempo al cien por cien, que disfrutes de todo lo que te encuentras en el camino y no busques correr tanto. Ya no necesitas que te suba la adrenalina porque, a lo que te puede llevar, es a que un día cometas un error y te mates. La moto no deja de ser peligrosa; durante la juventud tienes ese ardor guerrero por el que piensas que eres intocable y que no te va a pasar nada. Cuando eres más mayor te das cuenta de que siendo inconsciente te pueden pasar muchas más cosas.
“La moto no deja de ser peligrosa, y durante la juventud tienes ese ardor guerrero por el que piensas que eres intocable y que no te va a pasar nada”
-¿Qué tiene más valor: lo que descubres por el camino o lo que te encuentras al llegar al destino?
-Para mí, la aventura es todo lo que te pasa durante el camino. Llegar a un camping y encontrarte con un matrimonio que te enseña cómo ha adaptado su vehículo para poder dormir en él, te invita a comer, a tomar un café; el disfrutar de hablar con alguien que está dando la vuelta al mundo en un dos caballos, le invitas a una botella pequeñina de vino que llevas en la moto y te cuenta todo lo que está viviendo… para mí esto es lo mejor de los viajes.
Después está lo que vives cuando tienes un problema y te ayudan. Cuento en el libro la vez que llegué a un hotel completamente encharcado y la mujer me puso en ropa interior encima de una alfombra en la recepción mientras pasaban por mi lado su marido y su hijo como si fuera una situación totalmente normal. Al día siguiente desayuné con ellos, y me contaron que ellos también eran moteros y sabían que se pasaba muy mal cuando vivías días así. Ahí es donde aprendes a vivir; en el camino, hay mucha más gente buena que mala y que te va a echar un cable.
-¿Cuál es la enseñanza más grande que te ha regalado el viajar?
-Estos viajes hacen que valores cosas a las que no les das importancia, de pronto parece que se colocan en la dimensión real que tienen. Valoras la libertad, la soledad, el poder hablar con gente a la que merece la pena escuchar, y a través de ello te das cuenta de cuántas veces nos están hablando y no estamos escuchando y eso es muy triste. Valoras y aprovechas cada minuto. Según voy haciendo kilómetros, voy limpiando la cabeza, todas las cosas negativas se van desprendiendo de mí y cuando llego de vuelta, estoy nuevo. Vengo cargado de un montón de experiencias, de gente, de sensaciones dentro. Y aún encima, a mi regreso, hay personas que me están esperando para que tomemos un café y que les cuente todo lo que me pasó. A lo mejor hay gente que nunca se ha atrevido a salir de Asturias o de España y que tú les cuentes lo que te pasó en cualquier parte del mundo les gusta mucho y a mí me encanta.
“Según voy haciendo kilómetros voy limpiando la cabeza, todas las cosas negativas se van desprendiendo de mí y cuando llego de vuelta, estoy nuevo. Vengo cargado de un montón de experiencias, de gente, de sensaciones dentro”
-Ya de pequeño querías ser libre. ¿Qué significa para ti serlo?
-Yo creo que ser buena persona es fundamental, no hacer daño a nadie. Estoy convencido de que, si tú haces cosas buenas, te pasan cosas buenas. Haces algo de buena fe y de pronto esa persona te soluciona un problema que tú tienes.
-El cura de tu parroquia contó en una misa la historia de una mosca que vivía encerrada en una caja y cómo, poco a poco, descubrió el mundo que había fuera. Desde el momento en el que saliste de tu caja, ¿te planteaste volver a ella?
-Todavía no. Tengo que aguantar todo lo que pueda, aunque sé que va a llegar un día en el que tenga achaques o me lleve un susto en la moto porque ya no pueda con ella, con lo cual tendré que aparcarla en el garaje, sentarme a su lado y empezar a recordar todo lo que hicimos, el libro que escribimos, la gente que nos encontramos por el camino, los que me ayudaron. Me vendrán a la mente todos los recuerdos que tengo gracias a los viajes.
“Por mi trabajo doy charlas en los institutos y a los chavales siempre les digo que si ellos tienen ilusión por algo y de verdad lo desean, de una forma o de otra, lo van a conseguir”
-En ese proceso de “abrir la ventana” y salir, ¿qué es lo que te hace tomar la decisión de atravesarla?
-Apretar el botón de arranque de la moto. Cuando paso más miedo es cuando me subo a la moto en el garaje y empiezo a pensar en la de kilómetros que tengo por delante, en si me puedo caer, en que dejo a mis hijos solos… Pero en cuanto arranco, todo eso se me olvida y ya empiezo a pensar en qué sitio voy a hacer el primer vídeo, en dónde puedo parar cuando llegue a Francia, dónde voy a parar a comer y ya es enlazar una aventura con otra.
-Dices en el libro que no visualizas los límites porque te resistes a creer en ellos. ¿Realmente existen?
-Yo creo que no. Por mi trabajo doy charlas en los institutos, y a los chavales siempre les digo que, si ellos tienen ilusión por algo y de verdad lo desean, de una forma o de otra, lo van a conseguir. No existen los límites salvo los que tú te impongas. Si dices que por ahí no vas a pasar, pues no pasarás. Pero si no dices eso, siempre vas a ir un poco más allá.
“Siempre pienso que las cosas las valoras más cuando te cuesta conseguirlas”
-Tener todo fácil desde el primer momento, ¿hubiese hecho que fuese diferente?
-Siempre pienso que las cosas las valoras más cuando te cuesta conseguirlas. Para comprar el primer coche que tuve estuve ahorrando durante un montón de tiempo porque mis padres no podían permitirse ese gasto. Un día, cuando lo estaba lavando, como era novato, en vez de meter primera para ir hacia adelante, metí marcha atrás y le di tal viaje a la puerta que la dejé mirando para Roma. Me dolió un montón, estuve meses disgustado y mi padre me decía que no pasaba nada, que volviese a ahorrar para llevarlo al taller. Cuando pude reparar la puerta y lo vi otra vez perfecto me sentí muy orgulloso. Creo que valoras mucho más lo que te cuesta conseguir. Estoy seguro de que cuando esté dando la vuelta al mundo y llegue al mar de Japón, después de cuarenta y seis días de viaje, con todas las incidencias que tendré, con la sensación de haberlo conseguido después de proponérmelo, no voy a tener palabras para describirlo. Es como si te llenaras de felicidad por dentro y por todos los poros del cuerpo.
-En toda esta aventura ¿estar solo te asusta o te hace sentir más vivo?
-En realidad nunca estás solo porque, en cuanto paras la moto, siempre se acerca alguien que te empieza a preguntar un montón de cosas y que te cuenta las cosas que hay alrededor y que puedes conocer. A mí me gusta mucho hablar con la gente y escuchar lo que te cuentan. Las motos es lo bueno que tienen, que enseguida se acerca alguien a verla, se fijan en las maletas, en la matrícula para ver de dónde eres… Con lo cual nunca estas solo y por la noche, como estás tan cansado, ya no tienes miedo ni a asustarte. Te metes en la cama y roncas que metes miedo.
“Estuve tres años en Yemen, que es un país en guerra, y mis mejores amigos los tengo allí. Te hablo de gente que es capaz de decir que da la vida por ti”
-Así que en los viajes ¿todavía es posible encontrar gente buena?
-Yo estuve tres años en Yemen, que es un país en guerra, y mis mejores amigos los tengo allí. Te hablo de gente que es capaz de decir que da la vida por ti. Son personas que están todo el día sonriendo y cuando les preguntas que por qué lo hacen su respuesta es: “sonrío porque hoy comí”. Y ahí estamos nosotros, que nos disgustamos por cualquier tontada mientras hay gente que es feliz porque ese día no va a pasar hambre.
-Parte de tu evolución ha sido el dejar de llevar mil cosas por si acaso las necesitas y dices que esto te ha hecho disfrutar más del viaje. ¿Menos es más?
-Llega un momento en el que no le das importancia a ciertas cosas. En el primer viaje te cargas de todo y luego, poco a poco, te vas desprendiendo de muchas cosas que ves que no son tan útiles. Yo me ducho con dos litros de agua, que es lo que normalmente cada persona gasta nada más abrir el grifo. Mucha gente no me cree porque, con lo grande que soy, dicen que es imposible, así que un día voy a hacer un vídeo para demostrarlo. Recuerdo que una vez me preguntaron cuál había sido mi preocupación del día y lo que me había pasado es que me entraron ganas de ir al baño y no encontraba dónde. Fíjate…
-¿Es una forma de retomar el espíritu nómada?
-Ese gen lo debemos de tener todos, lo que pasa es que está totalmente adormecido. Siempre digo que una cosa que todos deberíamos hacer, aunque fuese solo una vez, es dormir una noche a la intemperie. Coger una esterilla y un saco e irte a una montaña donde no haya contaminación lumínica para que puedas ver el cielo. Abrir los ojos y ver las estrellas, sentir la brisa en la cara, escuchar los ruidos de los animales… Todo esto te activa ese gen oculto y te da la sensación de que eso, hace miles de años, lo vivías todos los días. Te das cuenta de que en este universo no significamos nada. Cuando falleció mi hermano, cogí la moto y me marché a un hotel que conozco en Teruel que es mi refugio. Pasé por un sitio en el que, habitualmente, él y yo parábamos y nos subíamos a un árbol y me acuerdo que pensé: “mi hermano se ha ido y el árbol sigue aquí. Y cuando yo me marche, el árbol seguirá”. Nos creemos muchas veces que somos los dueños del mundo y para nada. La naturaleza es la auténtica dueña.
-¿A qué te enfrentó la muerte de tu hermano?
-Resulta una obviedad, pero te das cuenta de que no somos inmortales. Piensas en todo lo que significó tu hermano en la vida, que hace unos meses te estabas riendo con él, contándonos travesuras que hacíamos cuando éramos críos y de pronto se va y no va a volver. Tardas un tiempo en ver esta realidad y empiezas a pensar que hay que aprovechar cada minuto de la vida porque igual te pasa a ti lo mismo y de pronto se acaba todo. Hay que rentabilizar el tiempo, estar con tus amigos y con las personas que te quieren y no gastar el más mínimo instante con aquellas que te amargan.
Cuando me marché, llegué a Teruel y no sabía ni por dónde había ido. En el viaje se me metió arena en un ojo y paré en una farmacia. Las chicas que estaban allí me atendieron fenomenal, me llevaron a un médico que había enfrente y me acuerdo de que fui y no les di ni las gracias. Estoy desando volver para poder agradecerles lo bien que me trataron sin conocerme de nada.
“Ha habido charlas en las que algunas crías me han dicho claramente que por un iPhone12, hacen lo que les pidan. Y siempre pienso: ¿cómo me puedes estar contando a mí esto si estoy vestido de uniforme?”
-Trabajas como Policía Nacional en Avilés y tienes dos hijos. ¿Cómo se concilia la vida laboral y familiar con los viajes?
-Hay que hacer virguerías porque te obliga a sacar tiempo de todos los lados. En el trabajo llevo el tema de participación y también los 21 centros escolares que tenemos aquí en los que imparto charlas sobre internet, acoso escolar, violencia de género y también patrullo por la calle. Tengo dos críos; una de dieciocho, que con el tema de la pandemia está que se sube por las paredes y ya sabes que a estas edades todo son malas caras, todo les parece mal y están en plan revolucionario, y otro que acaba de cumplir los catorce y ya está loco con el tema del móvil y los juegos. La verdad es que esto es algo que yo le controlo mucho porque me preocupa especialmente.
-¿Con qué te encuentras todos los días en tu trabajo?
-Por mi trabajo veo prácticamente todos los días a padres que llegan desesperados porque, por ejemplo, aparece publicado un vídeo de su hija con contenido sexual. Esa publicación la encontró un padre en Madrid que, navegando por Internet, lo vio, supuso que era una menor y denunció. Nosotros siguiendo el hilo llegamos hasta el instituto de Avilés que es desde donde se ha distribuido. Los padres te piden que lo elimines, y yo lo puedo borrar del servidor, pero no de todos los teléfonos que lo han descargado. Con algo tan sencillo como ese vídeo ya estás amargando la vida de esa niña y de sus padres. Mientras son novios pueden prometerse que jamás colgarán esas imágenes en ningún sitio, pero el día de mañana se enfadan, le dan a un botón y ya lo han enviado a todos los amigos del instituto.
Y luego están todos los pedófilos y acosadores sexuales que están en redes buscando fotos e intentando quedar con ellos. Ha habido charlas en las que algunas crías me han dicho claramente que por un iPhone12, hacen lo que les pidan. Y siempre pienso: ¿cómo me puedes estar contando a mí esto si estoy vestido de uniforme? Valoras un teléfono que es un cristal y cuatro piezas metálicas y no valoras que una persona que no conoces, te toque, te bese… ¿sabes cómo te va a hacer sentir eso? Eso te marca para toda la vida. Pero eso se lo tendrían que decir los padres y no un policía. En casa tienen que hablar, hablar y hablar, pero ahora mismo cero.
“En las charlas que doy a los padres, son ellos mismos los que me dicen que los niños tienen derecho a su intimidad y que cogerles el móvil a los catorce años para revisar lo que hacen, es no confiar en ellos”
-Pero esto ¿es responsabilidad de los padres o de los niños?
-Los niños son los que mandan. En las charlas que doy a los padres, son ellos mismos los que me dicen que los niños tienen derecho a su intimidad y que cogerles el móvil a los catorce años para revisar lo que hacen, es no confiar en ellos. Vamos a ver, yo tengo cuarenta y ocho años, subo con mi madre en el autobús y si se sube también una mujer embarazada o un señor mayor, como no me levante, mi madre me pega un collejón que me espabila. Le da igual la edad que tenga y que estemos donde estemos, ella me ha educado de una manera y me lo exige a día de hoy. ¿Que a un hijo de catorce años no le puedes coger el móvil y decirle que esa foto no la cuelgue o que no publique la foto de su hermana en ropa interior? ¿Que no puedes decirles a tus hijos que no publiquen vuestra vida en Internet? Yo a mi hijo le quité el móvil un año. Empezaba el instituto, se lo dejé diciéndole que era una responsabilidad y él sabía lo que podía hacer y lo que no. Se lo revisé un día y vi que había entrado en una página que no debía. Le di un margen por si había llegado allí de casualidad, pero a la semana siguiente había ido cinco veces. Le cogí el móvil y le recordé que habíamos quedado en que tenía que ser responsable y se quedó un año sin móvil, pero ¿sabes quién me llamaba para echarme la bronca? las madres de los amigos. No veas la que tuve por haber hecho eso. Él no se traumatizó, lo entendió perfectamente.
-Hay cosas en las que la sociedad ha avanzado, pero en otras muchas se ha retrocedido…
-Si tú le preguntas a un niño de catorce años cuántas veces ha roto el pantalón, te responde que nunca. Yo me lo rompía día sí y día no. Me subía a un árbol, me caía, jugaba, corría… Muchas veces son los padres los que te dicen que esas cosas son muy peligrosas. ¿Que tú hijo vaya al parque a jugar un partido de fútbol es más peligroso que entrar en un chat con cinco personas que no sabes qué intenciones tienen? Si están jugando y se caen, ya se curarán, y si rompen una pierna hay escayolas. No pasa nada.
Hay otra cuestión y es que para ellos todo son derechos y ninguna obligación. Para mí es importante que se haga como algo habitual el que colaboren en casa, que se cosan un botón si se les cae, hacer la cama, tener su habitación recogida… así lo verán como algo normal. Pero resulta que hay padres que me llaman cuando mi hija ha dormido en su casa para decirme lo buena que es porque hizo la cama y les ayudó a recoger la mesa. Vamos a ver, es lo normal…