Eran conocidas en la Edad Media como ‘Fadas marinhas’. En la tradición oral su origen es una maldición de una madre a una hija por desatender sus quehaceres diarios por ir a nadar a la mar. La madre encolerizada le dirá ‘Permita Dios te faigas pexe y te fartes de agua’.
En otras versiones se dice: «Serena de la mar ye una moza gallarda que por una maldición tienla Dios nel agua». Pero en algunos conceyos del suroccidente asturiano su origen es algo diferente. Se dice que las encantadas (versión occidental de la xana) si después de mil años ningún valiente las desencanta, estas montarán en un cofre cargado de oro y bajarán por el río hacia la mar a transformarse en Serenas, así lo cuentan en Monesteriu’l Couter (Cangas del Narcea).
También hay leyendas de sirenas fluviales, la de Llanu (Cangas del Narcea), el río La Pedralba (Illas), el Castrón de Barréu (Tinéu) o las de San Martín de Valdetuéjar (León). La etimología de la palabra sirena tiene relación con el vocablo púnico «Sir» (canto) y el semítico «Seiren» (mujer que fascina con su canto». En Bual se contaba que con su canto distraían a los marineros para hacerlos naufragar, al igual que las sirenas de la Odisea de Ulises. Pero las sirenas grecorromanas eran mitad mujer y mitad ave. Las Sirenas asturianas al igual que muchas otras europeas son mitad mujer y mitad pez, cuestión que para el estudioso Claude Kappler se circunscribe al ámbito céltico, para después expander esta iconografía por toda Europa. Como ejemplo de la cristianización de una antigua divinidad marina encontramos en Irlanda a Santa Murgen (Nacida de la mar) una sirena de nombre Liban que fue bautizada por San Comgall a cambio de vivir otros 300 años en la tierra. Esta leyenda se recoge en «Anales del Reino de Irlanda» obra compilada en el siglo XVI.