Los castaños constituyeron una fuente de alimento muy importante en las aldeas asturianas tanto para la gente (amagostadas, comidas, en pote) como para el ganado (xatos y gochos).
La gran variedad de castañas enxertadas (injertadas) en la actualidad va desapareciendo. Los castaños ya no se cuidan y esa diversidad ya forma parte del recuerdo. Pero además también hay leyendas alrededor de este árbol.
Se decía que el primer herrero consiguió robarle el secreto de la sierra al diablo, diciéndole que en el pueblo ya habían inventado la sierra, a lo que el diablo respondió: «eso ye que vísteis la fueya’l castañu». El herrero le responde: «Nun la viemos pero ya la veremos». Así, fijándose en la hoja dentada de este árbol inventa la sierra.
Esta leyenda aparece en el Suroccidente asturiano con el diablo, pero en Euskadi el protagonista es el «Basso Jaun» (El Señor del Bosque). En Galicia, Asturies y Portugal era costumbre asar (amagostar castañas) el día de Difuntos y dejar un puñado de ellas bajo un tapín (una porción de césped) como ofrenda a los muertos. También se decía que al asarlas, si estallaba alguna, era que se había librado un alma del Purgatorio. En los conceyos de Casu y Laviana, si se encuentra una sola castaña en el oriciu (erizo) recibe el nombre de sinaliega y se dice que si la dan a comer a una vaca preñada, parirá hembra.
Ya para terminar, en muchos manuales, se dice que el castaño fue introducido por los romanos, nada más lejos de la realidad. Excavaciones arqueológicas en los castros de Camoca y Morión (Villaviciosa) datados en los siglos VIII-VI antes de Cristo revelaron, gracias a los análisis polínicos, la existencia de polen de castaño.