Covadonga Solares estudia política europea en Cracovia. El estallido de la guerra en Ucrania pilló a esta gijonesa a tan solo 250 kilómetros y decidió que tenía que ayudar de alguna manera. Empezó a movilizarse a través de redes sociales y, gracias en parte a la solidaridad asturiana, ha conseguido que todo tipo de ayuda humanitaria llegue a quienes más lo necesitan.
Se considera optimista por naturaleza. Dice que, aunque ocurra algo horrible como puede ser este conflicto, siempre intenta encontrar una parte buena que le ayude a seguir adelante. En este caso Cova -como cariñosamente la llaman- ha encontrado esa parte en la solidaridad que ha llegado hasta Ucrania en forma de material médico, alimentos de primera necesidad, ropa, juguetes y también dinero. “Cuando empezó la guerra fue como perder un montón de confianza en la humanidad, pero los asturianos me la han devuelto y me han dado el empujón que necesitaba para seguir apostando por la ayuda”. Su vida se ha detenido y el objetivo fundamental está siendo intentar que todos aquellos que se cruzan en su camino, huyendo de la barbarie y el horror, puedan tener sus necesidades mínimas cubiertas.
-¿Cómo se pasa de estar tranquilamente estudiando en la Universidad a dedicar las 24 horas del día a gestionar ayuda para los refugiados?
-Estoy estudiando política europea en Cracovia y creo que si no me involucrase en este conflicto sería muy hipócrita por mi parte. Constantemente estoy escuchando noticias y analizando las cosas que pasan y, cuando el día 24 me levanté y empecé a ver en redes y en los periódicos las imágenes de los primeros bombardeos, no me lo podía creer. Me considero una privilegiada en la vida porque he tenido mucha suerte y nunca he tenido problemas de ningún tipo. Me parece que lo mínimo que puedo hacer para compensar esto es ayudar a quien sí los tiene.
Llevo años haciendo voluntariado de muchos tipos y ahora, que estoy a 250 kilómetros de esta guerra, pensé “seguro que hay algo que puedo hacer para que la ayuda llegue de manera inmediata”, por eso me animé a pedir dinero. También éramos conscientes de que Polonia iba a ser el primer destino y el más grande por el que empezase a salir gente del país porque es el que tiene la frontera más extensa con Ucrania, así que nos movilizamos muy rápido.
“Les pedí a mis padres y a mi hermana que me enviasen algo de dinero para hacer una compra enorme y a mis compañeros de máster les dije que me echaran una mano para mover todo esto”
-¿Cómo se empieza a mover todo esto desde cero?
-Me gusta ayudar, pero siempre pienso que tengo que hacerlo de la mejor manera. Vi que el Ayuntamiento de Cracovia estaba organizando una colecta de ayuda humanitaria para enviar a Ucrania y sabía que podía confiar en ellos. Les pedí a mis padres y a mi hermana que me enviasen algo de dinero para hacer una compra enorme y a mis compañeros de máster les dije que me echaran una mano para mover todo esto. De pronto me di cuenta de que, con el poder que tienen las redes sociales, si empezaba a contar lo que estaba pasando y lo que estábamos haciendo, seguramente podía conseguir algo más. Creí que iba a tener ayuda de la gente que me conocía, pero no me imaginé en ningún momento que la cosa cogiese tanta dimensión. A día de hoy, llevamos más de 54.000 euros recaudados y solo nos quedan 2.000 por gastar porque el compromiso era que si la gente se fiaba de nosotras para darnos ese dinero, era porque sabían que la ayuda iba a ir directamente a donde más la necesitan.
-¿Con qué colaboración has contado?
-Junto con una amiga asturiana, organizamos un envío desde Asturias de cinco camiones con más de cien toneladas de ayuda humanitaria que se consiguieron gracias a la cooperación de mucha gente que donó material médico carísimo como sillas de ruedas, muletas o material ortopédico, también comida y material de primera necesidad. Gracias a Krystyna Pechena, que trabaja para el Principado de Asturias, conseguimos que todo esto entrase en Ucrania.
Ha sido casi un mes de trabajar las 24 horas para esto, he dejado mi vida pausada para poder hacerlo, pero en cuanto vi que la ayuda entraba por Járkov ya permití que me inundara todo, me vine abajo y me eché a llorar. Además, ver y sentir el agradecimiento de toda esta gente te emociona. Justo en ese momento había un periodista español y los refugiados le decían que los asturianos habíamos sido de los primeros en ayudarles y que, cuando todo esto pasase, querían venir a visitarnos. Ojalá sea pronto.
-¿Es posible ver todo esto y no implicarse?
-En mi caso no… Gracias a las redes, encontré a Karina que es una chica de Kiev de 25 años. Ella tenía un trabajo, vivía en un piso de alquiler y sus padres vivían en otra zona del país. Tenía una vida totalmente normal y un día se levantó, miró por la ventana y vio un tanque en la calle. Al principio no entendía nada, no se lo creía, pero tuvo que huir de su ciudad, estuvo diez horas de pie en una estación de tren y tardó más de treinta horas en hacer un viaje que normalmente lleva tres. Cuando llegó aquí no tenía absolutamente nada, pero un amigo me dijo que tenía una habitación libre en su casa para poder acogerla temporalmente.
Ahora ya la considero mi amiga, la estoy introduciendo en mi grupo; intento que tenga una vida de lo más normal aquí, ha conseguido trabajo y de momento se quedará en Cracovia. Siempre que le pregunto por sus padres, me dice que están bien porque de momento pueden salir a comprar comida. Fíjate a lo que se puede reducir tu vida… tiene mi edad y no dejo de verme reflejada en ella.
“Cuando estás en la frontera te sorprende ver cómo llega la gente a pie con carritos de la compra en los que han guardado las cuatro cosas que han podido sacar de sus casas”
-Y de pronto Instagram pasa a ser una red a través de la cual movilizas a mucha gente…
-Mis padres siempre me dicen que nuestra generación es adicta al teléfono y que no sabemos vivir sin móvil o sin ordenador. La tecnología tiene muchas cosas malas, pero otras tantas buenas. Yo acudí a Instagram pidiendo ayuda a través de un vídeo que grabé de manera improvisada en mi casa. Pensé que lo iban a ver cuatro personas y lo han visto más de quince mil hasta la fecha. Esta marea de solidaridad ha surgido a través de redes sociales y lo bonito es ver que puede ser una plataforma que une y pone en contacto a mucha gente.
(1) «Estas son las conciciones en las que viven los refugiados (y estos son los más privilegiados, que han encontrado un sitio para dormir, el resto sigue en la estación). Ni siquiera tienen camas, duermen en una especie de camillas rodeados de todas sus pertenencias y muchas veces con sus mascotas».
(2) «Las Fuerzas de Seguridad y el Ejército polaco les ayudan a transportar todas sus cosas y subir en el autobús»
(3) «En la estación hay familias enteras durmiendo en el suelo. Por la noche colocan sábanas a su alrededor para intentar tener un mínimo de intimidad. Hay muchísimos niños»
.
-Una de las cosas en las que más hincapié estás haciendo es en gestionar todo de manera transparente…
-Hice periodismo, tengo vocación de comunicadora y mucha gente escribe dando las gracias por las imágenes que comparto. Me gusta documentarlo todo para que la gente vea en qué se transforma su contribución y cómo está llegando a la gente que lo necesita. De esta manera son conscientes de la realidad en Polonia, lo qué está pasando o lo qué hace falta. Reconocen que les hacía falta verlo porque si no es muy fácil mirar a otro lado. Yo veo todos los días la Estación Central de Cracovia que era por donde pasábamos todos a diario de camino a algún lado. De pronto se ha convertido en un sitio totalmente distinto en el que hay familias durmiendo en el suelo, gente tapada con sábanas para tener un poco de intimidad, madres con niños de apenas meses… Son lugares cotidianos que de pronto se han convertido en escenarios de ese conflicto.
“Siempre digo que ayudar es demasiado fácil como para no hacerlo y este no es un momento en el que nos podamos permitir no echar una mano”
-¿Qué fue lo que más te sorprendió cuando llegaste a la frontera?
-Cuando estás en la frontera te sorprende ver cómo llega la gente a pie con carritos de la compra en los que han guardado las cuatro cosas que han podido sacar de sus casas. En Ucrania tienen un modelo de familia muy joven y ves a chicas de mi edad o más jóvenes con niños muy pequeños. Madres con una tristeza enorme que han dejado atrás a sus padres o a sus maridos. A ellas las ves perdidas y te das cuenta de que los niños no entienden por qué su mamá se pasa el día llorando. Hay muchos voluntarios con juguetes que intentan distraerlos para que no sean tan conscientes de lo que hay a su alrededor.
-Vivir una situación como esta a las puertas de casa, ¿te abre los ojos?
-Mi padre me dice que ahora estoy haciendo un segundo máster en humanidad y que voy a aprender mucho más en esto que en todos los años que llevo de Universidad. Y yo lo creo igual, porque viviendo este momento se te olvidan todas esas diferencias que muchas veces intentan meternos en la cabeza a través de los movimientos de extrema derecha que surgen en Europa y que llevan parejos ese odio y racismo con los movimientos migratorios. Cuando pasan estas cosas, lo único que quieres es que las personas no sufran y ayudarles sin importarte quiénes son o de dónde vienen. Todos somos iguales.
-¿La solidaridad reconoce fronteras?
-No tiene ningún tipo de barrera, yo les estoy ayudando a ellos igual que ayudaría a alguien de Siria, Líbano o cualquier otro sitio donde surgiera un conflicto. Esto me ha tocado directamente porque estaba cerca y me ha permitido ayudar más concretamente, pero te choca por la cercanía. Está sucediendo a las puertas de Europa y es un conflicto que podía haber sucedido en cualquier otro punto. Esto es lo que más miedo me da y me hace pensar lo afortunados que somos. Yo tengo un montón de amigos en Kiev que son universitarios como yo, que vinieron de Erasmus a España y que, de un día para otro, se quedaron sin nada.
“Yo visito diariamente los centros con los que colaboro y les pregunto directamente qué necesitan. Si les hace falta una lavadora, voy a Media Markt, la compro y se la llevo. Y quiero que la gente que está colaborando con nosotras vea esto”
-¿Cómo es la comunicación con todos los refugiados con los que os cruzáis?
-Yo no hablo ucraniano ni ruso. La comunicación muchas veces es complicada y estamos con el traductor de Google para entendernos, pero no necesitan palabras para expresarte su agradecimiento. Una mirada, cómo te cogen la mano, te ven, se echan a llorar y tú ya sabes de sobra lo que te están queriendo decir. En estos casos siempre me siento mal porque viendo todo lo que hay, me doy cuenta de que no estoy haciendo nada. Ojalá yo pudiera parar esta guerra, pero no puedo. No tienen que dar las gracias porque es lo mínimo que deberíamos hacer todos. Siempre digo que ayudar es demasiado fácil como para no hacerlo y este no es un momento en el que nos podamos permitir no echar una mano.
-En estos casos suele llegar antes la ayuda que moviliza la sociedad que la institucional…
-Entiendo que hay ciertos temas que hay que movilizar a través de organismos oficiales o de ONGs que están asentadas en el terreno, pero mucha de la gente que ha donado en nuestra campaña nunca lo hubiera hecho a una ONG porque entiendo que a veces es más complicado ver de manera concreta a dónde está yendo ese dinero. Yo visito diariamente los centros con los que colaboro y les pregunto directamente qué necesitan. Si les hace falta una lavadora, voy a Media Markt, la compro y se la llevo. Y quiero que la gente que está colaborando con nosotras vea esto. Para mí es importante que encuentren esa transparencia porque estamos manejando mucho dinero y estamos siendo depositarios de la confianza de mucha gente. Es una responsabilidad enorme y me estoy esforzando al máximo para que hasta el último euro se destine a ayudar a estas personas.
“Mi compromiso con Ucrania seguramente dure toda mi vida porque ya estoy totalmente implicada, pero no quiero que la gente se olvide de que esto va para largo”
-¿La distancia condena al olvido o a la insensibilidad?
-Desde luego. Cuanto más lejos estemos, más fácil es olvidarte de lo que está pasando. Este conflicto se va a prolongar durante mucho tiempo y, aunque terminase ahora mismo, hay un proceso de posguerra y de reconstrucción que va a durar años y esto sin contar que se dé una ocupación rusa, que es algo que puede pasar. Mi compromiso con Ucrania seguramente dure toda mi vida porque ya estoy totalmente implicada, pero no quiero que la gente se olvide de que esto va para largo. No está tan lejos como pensamos y ellos nos necesitan ahora mismo porque somos todos parte de un mismo continente. Solo hace falta que te pongas en contacto con la asociación de personas ucranianas, que te esfuerces en intentar conocerlas, preguntarles qué necesitan… Esto ya te acerca un montón y elimina toda distancia geográfica.
-¿Qué es lo más importante que te está ensañando esta situación?
-La empatía. El desarrollar la habilidad de ponerme en los zapatos de otra gente y entender que por maravillosa y perfecta que sea mi vida, no puedo limitarme a vivir en una burbuja porque a mi alrededor siempre hay gente a la que, seguramente, mi ayuda, aunque sea pequeña, les puede cambiar la vida. He pasado noches sin dormir, días sin comer, he parado mi vida y mis estudios, pero a mí, solo saber que he mejorado la vida de una sola persona, ya me compensa.