20.6 C
Oviedo
martes 7, octubre 2025

Doctor Zanahorio (Narices Azules Doctores Payaso): «Nuestra ilusión son ellos»

Lo más leído

Más del autor /a

El 24 de septiembre se celebró un cumpleaños muy especial. En el año 94, Javier Álvarez Fernández visita a un niño en el antiguo hospital materno infantil de Oviedo y lo que vio allí no le gustó. Tras movilizar a un grupo de compañeros, decidieron animarles las navidades con una obra de teatro. Aquello fue la semilla que germinó hasta convertirse en el proyecto hermoso y lleno de risas que conocemos como Narices Azules Doctores Payaso.

Tras el payaso Doctor Zanahorio, un tipo un tanto chiflado, amante de los vegetales, con una llamativa peluca pelirroja, sin filtro, patoso, inapropiado y rebelde, se encuentra Javi, una persona comprometida con los demás. Profesor en el colegio Auseva, han pasado veinte años desde que él hizo posible que los payasos de hospital llegasen al HUCA e inundasen de risas, locura y amor las habitaciones de las plantas pediátricas. Bueno, y también alguna más… Porque nadie que esté pasando un mal momento, tenga la edad que tenga, se puede resistir a una sonrisa o un rato de agradable compañía.

Recientemente la marcha de Carlitos, un niño con un tumor cerebral, ha dejado un poco tocada a la familia del HUCA. Son momentos duros, difíciles, en los que volver a sonreír cuesta. «Me gustaría mandarles un abrazo enorme a Vale y a Carlos, los padres de Carlitos. Todos tenemos el corazón destrozado ahora mismo y querría darles ánimos desde aquí». Para ellos toda la fuerza del mundo.

-¿Cómo nació la idea que, con el tiempo, acabaría siendo Narices Azules?
-Todo esto nació en el año 94. Yo jugaba al tenis en El Cristo y pasaba por delante del antiguo HUCA. Siempre miraba para las ventanas de maternidad pensando: ¿cuántos chavalinos como yo estarán ahora ahí arriba? La cuestión fue que a uno de los niños que llevábamos de campamento lo operaron de apendicitis y fuimos a verle. Se me quedó grabada la imagen de aquel hospital materno infantil frío, lúgubre, las paredes eran verdes, no había ni un solo dibujo… Fue una impronta sumamente triste. Entonces hablé con varios amigos de la parroquia de San Pablo de La Argañosa, en Oviedo. Creamos un grupín y fuimos a hacerles una fiesta de Navidad, preparamos una obra de teatro y allá nos fuimos. Salió muy bien y los críos quedaron encantados. Piensa que, en aquella época, eran niños ingresados con enfermedades de larga duración que llevaban muchos meses en el hospital.

Javi "Doctor Zanahorio" con uno de los niños en el año 2005,
Javi con uno de los niños en el año 2005.

-¿Qué recuerdas de aquella actuación?
-Pues pillé un gripazo tremendo antes de ir y no pude actuar. Siempre pienso que las cosas no son por casualidad y, gracias a eso, pude ver todo desde otra perspectiva que me impactó un montón. Estaba viendo directamente las caras de los niños y el efecto que generaba en ellos lo que estábamos haciendo. Me encantó tanto que, al año siguiente, repetimos. Desde aquel momento se me quedó para siempre la sensación de que se podía hacer el bien con muy poquito. Con el paso del tiempo, me metí en la carrera y no pude desarrollar nada más. Ya trabajando en el colegio Auseva de Los Maristas, tenían una ONG que se llama SED (Solidaridad, Educación y Desarrollo) y les propuse abrir un programa de voluntariado hospitalario. La idea comenzó a gestarse en 2004 y arrancó al año siguiente con siete profesores que hicimos un grupo de payasos de hospital. Estudiamos el impacto que generaba la Fundación Teodora e intentamos hacer algo parecido. Así se inició, aunque, en principio, no llevábamos las narices azules sino las rojas normales.

-¿Por qué os independizasteis?
-Con el cambio de hospital, nos planteamos dar el salto a una asociación aparte de la ONG del colegio ya que, su trabajo, estaba más orientado a la cooperación, el desarrollo, la educación y la sensibilidad sobre la situación en países del sur. Creamos una asociación y, primero, la llamamos Telepayaso porque visitábamos en furgoneta a varios niños en sus casas. Sobre el 2016, decidimos reformular todo hacia Narices Azules Doctores Payaso porque teníamos muchos frentes abiertos, no existían personajes definidos y no había un hilo conductor. Ahí nos empezamos a centrar en el clown de hospital y el teatro de improvisación. Fuimos creciendo y ahora estamos un montón de gente apoyando. Somos voluntarios al 100%. Nuestra labor es totalmente altruista. No tenemos ingresos de ningún tipo, ni tenemos gastos. Bueno los propios de comprar globos, mascarillas, pomperos y cosas de este tipo. Algunas personas nos dan donativos, pero no es nuestro fin. No hay dinero en el mundo que pueda pagar la satisfacción que te da el hacerle la vida más feliz a estos niños y sus familias.

-¿Quién es el Dr. Zanahorio?
-Pues es un chifladete. Su personalidad es la de un niño de cuatro años y se comporta exactamente igual. Cuando empecé con esto, salía de dar clase a niños de esa edad desde la mañana hasta las cinco de la tarde y me iba directamente al HUCA. Yo sólo podía pensar como ellos. Lo que hacía era repetir lo que hacían y, al final, con esa tontería empecé a formar la personalidad de un doctor travieso, rebelde, al que no le gustan las cosas como están y las quiere cambiar de la manera más absurda. Está obsesionado con las zanahorias, los vegetales y con conejos a los que dibuja y busca debajo de las camas. Tiene muchas rabietas y, en el momento menos inesperado e inapropiado, le entran ganas de hacer pis. No sabe decir cuáles son sus emociones, es mete patas a mogollón en los peores momentos, tropieza y hace ruido cuando no se puede y esto, concretamente, es lo que más gracia hace. Normalmente siempre vamos en pareja y yo suelo ser el payaso que siempre se equivoca y al que su compañero intenta reconducir.

-¿La ilusión sigue intacta tras estos 20 años?
-Sí. Ya no es superficial, es profunda. Entiendes que es uno de los granitos de arena que tú puedes aportar, así que la fe sigue ahí sabiendo que haces el bien. Yo siempre insisto en que lo que recibes es mucho más que lo que das. Por ejemplo, ahora estamos visitando a muchas niñas con trastornos alimenticios. Las ves enfadadas con el mundo, viviendo una situación dificilísima con su familia e incluso con el equipo de enfermería. Pues verlas reír, que vuelvan a ser niñas felices, aunque sea durante un ratito, no hay sueldo que lo pague. Nuestra ilusión son ellos.

Dr. Zanahorio (Narices Azules Doctores Payaso) en la planta de pediatría del HUCA.
Dr. Zanahorio en la planta de pediatría del HUCA

-¿Cuándo llora un payaso de hospital?
-A mí, ahora mismo, me está costando mogollón porque nos ha tocado muy de cerca la muerte de un niño, Carlitos. Además, era alumno del colegio donde trabajo. Así que es doblemente duro. Fíjate que hay payasos que lo dejan en el momento en el que sucede algo así porque se sienten tan identificados con lo que pasa, que no tienen fuerzas para seguir. Todos hacemos nuestro propio proceso de duelo, pero, sinceramente, a mí cada vez me cuesta más. Te repones e intentas que todo vuelva a ser guay otra vez. Te nutres con la risa del siguiente niño, pero las cosas te quedan ahí.

-¿Hay algo que haga que esas lágrimas sea un poco menos saladas?
-El hecho de que, por ejemplo, Carlitos, haya sido feliz, aunque sea un poquito, da un sentido grande a lo que estamos haciendo. Tú no lo puedes curar, pero sí puedes hacer que el tiempo que pase contigo se olvide de lo que está viviendo. A mí se me quedó grabada una cosa que me dijo una mamá –que era doctora payaso– y que también tuvo que despedir a su hijo. Su frase fue: «Tenéis que seguir porque ahora no podéis hacer reír a mi hijo, pero podéis hacer reír a los de los demás». Que te lo diga una madre que acaba de perder a su niño es espectacular. Y lo recuerdo en este momento que hemos llorado lo indecible por Carlitos y que estoy intentando enganchar otra vez con hacer reír. Porque, en esas risas, también está él, Manu, Luis y todos los niños y niñas a los que hemos visitado.

-¿Se puede revolucionar o transformar el mundo con risas y con amor?
-Con amor, por supuesto. Puede que con risas no tanto, porque hay momentos en los que hay que acompañar. A lo mejor el doctor payaso se tiene que quitar la peluca, apoyar e intentar consolar en lo que pueda cuando lo necesitan. La risa hace muchísimo, pero sobre todo el amor, en los momentos más difíciles es lo que más sostiene. Cuando los padres nos dicen: le habéis alegrado la tarde y me la habéis alegrado a mí, todo cobra sentido. Porque llega un momento en el que una habitación de hospital es algo muy difícil y sacarlos de ese contexto, convertir al niño otra vez en lo que es y que no sea un enfermo, es una pasada.

-¿Ha cambiado la risa en estos veinte años?
-Sí. Antes, con alguna cosa simple, se reían más fácilmente. Ahora es más difícil que quiten la vista de la consola o se despeguen del móvil; es muy habitual que los padres se lo quiten y ellos se enfaden. Luego enganchan, pero en este momento es complicado. Creo que muchas veces se pierde lo mejor de la infancia, ¡incluso aburrirse es fabuloso! Y te hablo de un niño sano que esté en su casa. Por supuesto que cuando están en un hospital cualquier cosa que tengan para entretenerse está bien y nunca es suficiente, en ese caso lo veo totalmente necesario; por ejemplo, en niñas con trastornos alimenticos que están mucho tiempo solas en la habitación, a veces, funciona también como premio. Pero en niños sanos, lo que hay que trabajar es la imaginación.

-¿Los mejores recursos siguen siendo los clásicos?
-Esa es la auténtica magia. También está el tema del teatro de improvisación. Aparte del material que llevas, hay veces que no podemos meter nada en la habitación porque son niños inmunodeprimidos. Ahí toca tirar de improvisación y de hacer reír con lo que haya alrededor. A veces no te hace falta material, pero por supuesto que las pelucas de colores, todo lo que sea llamativo y chillón es lo mejor, sobre todo con los pequeñitos. Bueno, también con los grandes, porque a veces vamos a ver a chavales mayores, te quitas la peluca, les hablas de tú a tú y, de repente te dicen, “oye, ¿y no me haces un globo?”. Te quedas flipando porque no esperarías eso.

-¿Hay alguna risa en estos veinte años que se te haya quedado grabada de manera especial?
-La de Manu Barrera no la puedo olvidar. Cuando ibas a verlo y le hacías cualquier chorrada que tú pensabas que estaba de cine, él te miraba de arriba a abajo y te decía: “vete a la mierda” o “no haces ni puñetera gracia”. Era un niño con una personalidad superfuerte y lo mejor es que no te lo decía mal, lo decía en plan de risa porque, en el fondo, te estaba diciendo: venga, sigue que me lo estoy pasando genial. Su risa era superbonita y verle reír era de lo mejor. Te digo esta por destacar una, pero también me quedo con las Adrián, Luis Sordo, Ainara… Críos que estaban malitos, pero a los que de pronto veías felices. Marcharte de una habitación después de haber dejado a los padres y a los niños riendo a carcajadas es una pasada.

-Cuando visitas a un niño, ¿qué es para ti lo más importante?
-De cara a lo que son los niños hospitalizados, tenemos que intentar que recuperen la infancia, esa ternura. Tratar al niño como niño, que se sienta cuidado, querido, protegido y que puedan sonreír, aunque estén en una habitación de hospital. Y no te hablo sólo de críos sino de adolescentes. Hay “niños” que hasta los 21 años reciben tratamiento oncológico pediátrico y los médicos deciden mantenerlos ahí por motivos de agresividad de los fármacos y otros factores. Nosotros los vemos en planta y es alucinante. Hay una chica, Iris, que hacía la EVAU y que estaba ingresada en el HUCA. Nunca vi reír a una chavalina tantísimo con unos payasos a sus 19 añazos. Pensé que iba a pasar de nosotros y acabó diciéndonos que le encantaría hacer lo que hacíamos.

-¿Una buena salud mental empieza haciendo en cada edad lo que toca?
-El cerebro es plastilina. No quiero que mi opinión suene como la de un experto, pero en base a mi experiencia puedo decir que, ahora mismo, los críos sanos tienen muy baja tolerancia a la frustración. Los adultos tendemos a quitarles de delante las situaciones de conflicto y resolvérselas. Esto les lleva a que, con el paso del tiempo, no sepan enfrentarse a dificultades. Hay que dejar que resuelvan situaciones que estén a su altura y preocuparnos porque que vivan su infancia de manera real, no que sean adolescentes con ocho años. Creo que cada cosa tiene su edad. Para que los niños tengan una salud mental buena, es necesario fomentar mucho más los vínculos paterno filiales y no dejar que se pierdan.

Javi "Dr. Zanahorio". Narices Azules Doctores Payaso

-¿Qué sentido le has otorgado a tu vida a través de ayudar a los demás?
-Viajé con Los Maristas en el año 2007, 2008 y 2009 a Honduras haciendo un campo de trabajo y estuve allí ocho meses. De todos los proyectos que había allí, me traje uno que era una escuela infantil en las barriadas pobres de Tegucigalpa que estaba desahuciada y era inviable. Iba a cerrar y los niños se quedaban en la calle. Cogimos esa escuelita, la reformulamos, la ampliamos, hicimos un convenio de cooperación con Los Maristas y sacamos adelante a un montón de niños. Ahora la cosa está empezando a crecer y es lo que me está llevando más tiempo. Con Narices Azules me siento superrealizado, me da una felicidad enorme y me ayuda a luchar contra la dureza de lo que veo. Para mí, ambas cosas son una herramienta enorme porque yo soy cristiano, católico y creo realmente que, lo que hago, tiene un sentido y una visión clara hacia Jesús.

-¿Las posibilidades de que algo cambie, empiezan por uno mismo?
-Mi intención es hacer todo el bien que puedo y me siento privilegiado por poder hacerlo. Cuando me hablaron por primera vez de la ayuda en el Tercer Mundo, lo hizo una chica que se llama Rocío y me hablaba de niños con nombres, apellidos y me enseñaba fotos. Ahí te das cuenta de que esas personas, desconocidas hasta el momento, son seres humanos como tú y que da igual que tengan cinco que setenta años porque, lo único que importa, es qué puedes hacer tú por ellos. Por eso, cuando escucho a la gente decir que esos niños que están por la calle son unos gandules, unos sinvergüenzas, o unos ladrones, siempre digo que no tienen derecho a juzgarlos porque, seguramente, si nos viésemos en su misma situación estaríamos haciendo lo mismo. Si lo piensas fríamente, con la cantidad de personas que hay en el mundo, si nos repartiésemos entre todos a la gente que tiene necesidades, acabaríamos con la pobreza.

-¿Cuánto tenemos cada uno dentro que puede ayudar a los demás?
-¡Mucho! Hay cosas que se te dan superbien y que, muchas veces, no sabes qué hacer con ellas. Seguramente las puedas desarrollar poniéndolas al servicio de los demás. Además, sirve cualquier cosa porque hay gente que necesita de todo. A ti te vale para desarrollarte y, egoístamente, también te vas a sentir mejor ayudando. A mí siempre me gusta darle la vuelta a la tortilla. Todavía el otro día una señora, en el súper del barrio, me decía que qué bueno era por lo que estaba haciendo con esos niños. Y, la realidad, es que yo estoy recibiendo y siendo feliz ayudando. No siento que lo que hago sea un sacrificio. No me gusta salir en los medios. Creo que, en estos veinte años, esta debe ser la tercera entrevista que hago. El protagonista es el niño hospitalizado o el niño pobre de Honduras. Si hace falta hablar por ellos, lo voy a hacer, pero no por mí.

-Ya, pero la doctora Lunaretes ha dicho que toca hablar de este cumpleaños tan especial…
-Sol es de lo mejor que he conocido. Es una pasada de mujer, te lo digo de verdad. Mucha gente utiliza su posición para ensalzar su ego y a veces es difícil mantenerse al lado de estas personas. Pero en el caso de gente como ella, es todo lo contrario. La tendencia de la sociedad es usar tu labor y exaltarte a ti como persona. A mí me parece que el camino mejor es no esperar ese reconocimiento. Es vital mantener los pies en la tierra y darte cuenta de que tú tienes el privilegio de ser un instrumento, nunca el protagonista.

El Dr. Zanahorio con su hijo, el Dr. Cachopo. Narices Azules Doctores Payaso.
Fran es el Doctor Cachopo, un payaso de hospital superbueno y muy involucrado. Cuando él entró de payaso en prácticas, Alberto, un niño de oncología, le puso el nombre.

-¿Ser padre cambia tu visión sobre lo que haces?
-Yo soy padre soltero. Tengo un chico de 24 años que se llama Fran. De pequeñito, hubo veces que me tuvo que acompañar al HUCA y esperarme haciendo los deberes en la sala de voluntarios mientras yo estaba haciendo la intervención porque, ese día, no se podían hacer cargo de él los tíos o los abuelos. Recuerdo perfectamente el día que llegué a buscarlo y lo encontré con la peluca puesta y un globo en la mano. Ahora, Fran es el Doctor Cachopo, un payaso de hospital superbueno y muy involucrado. Cuando él entró de payaso en prácticas, Alberto, un niño de oncología, le puso el nombre. Así que, desde entonces, se puso una bata con trozos de jamón y de queso pintados, una cuchara de madera en la mano y en el hombro lleva una especie de Ratatouille con gorro de cocinero que se llama Cachopín. Y ¡no te lo pierdas! Tengo otro de tres años que ya ha dicho que él, de mayor, va a ser el Doctor Chapati.

-Y papá se derrite de orgullo ¿no?
-Sí, es un orgullo verle tan involucrado. Siempre le voy a buscar en coche cuando sale para ir al voluntariado y todos los días le digo que para mí, pensar que por ejemplo un sábado, un chaval de 25 años se haya levantado a las 10 de la mañana para ir al HUCA a pasarse tres horas con los niños, es de quitarse el sombrero.

-Te van a jubilar tus hijos…
-¡De eso nada! Me jubilaré cuando me muera. Lo tengo clarísimo. Cuando ya no me pueda mover, dejaré de ir. Mientras, ahí seguiré.

¿De cuánta utilidad te ha parecido este contenido?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

Más del autor /a

DEJA UNA RESPUESTA

¡Por favor, introduce tu comentario!
Introduce aquí tu nombre


Últimos artículos

Lo más leído

Últimos artículos