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martes 19, marzo 2024

El respeto por el dorsal

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Catorce años sin ponerse un dorsal en una carrera, Luanco-Candás el 15 de junio 2008 (hubo un amago en Castro Urdiales, pero eso, un amago), son muchos años y ya toca: La SanSil de Mieres. Me hubiera gustado ir a Riosa, pero aún no tengo el “valor”.

No es lo mismo ponerse delante de un montón de corredores, silbando desesperado por los “irreverentes” que se saltan las normas, que meterse en el montón y esperar el disparo. Tanto tiempo que se nublan las neuronas y me vienen a la memoria un conjunto de recuerdos de tiempos pasados, de nervios en el estómago, de tomar dos aspirinas y un café cargado para evitar dolores y poner el sistema nervioso a punto, de remembranzas gratas todas, de nostalgia y de sensaciones imperecederas.

Recuerdos de cuando el dorsal –de tela blanca– más bien parecía una sábana con un enorme número en negro, pasando por aquellos fabricados en papel en alguna trastienda, hasta los dorsales actuales de fibra sintética que no rompen con la lluvia. Dorsales sin publicidad porque en el atletismo estaba prohibida y dorsales llenos de logotipos –que son los que pagan la carrera– y a colorines.

Recuerdos del frío viaje en autobús, desde el pueblo a la ciudad de la carrera o a la pista de atletismo de turno: Oviedo o Gijón. De la camaradería en el club y del olor a la misma camaradería en la ida y a la vuelta; de algún compañero que se mareaba y echaba la “pota” por la ventanilla; de traernos un testigo “de extranjis” para entrenar el relevo del instituto con Polón, Mánuel y Cadenas. De aquella pista de ceniza en el Cristo de las Cadenas y la curva del doscientos de la pista de la “Uni” de Oviedo donde los colegios mayores; del “tartán” de la Laboral y de su piscina donde podíamos bañarnos tras competir.

Recuerdos de cuando el dorsal –de tela blanca– más bien parecía una sábana con un enorme número en negro, pasando por aquellos fabricados en papel en alguna trastienda, hasta los dorsales actuales de fibra sintética que no rompen con la lluvia.

Recuerdos de los cross donde nos llevaba el instituto para hacer número; a Luanco año 70, con barro en las calles, de dos kilómetros y medio y que a los velocistas nos parecía una locura: ¿para qué tanta distancia? ¡Quien me lo iba a decir! y del último cross en el 71 –un campeonato de Asturias– en Las Mestas de Gijón, con la nieve por los altos de la Madera y Peón y ¡cómo no! de bañarnos en el Piles en el mes de enero porque no había ni duchas ni mejor forma de llegar a casa medio aseados.

Recuerdos –más tarde un Campeonato de España Militar, en Toledo, pero merece otra historia– de las cuatro o cinco carreras en ruta que había. La más larga de todas entre Gijón y Oviedo y Avilés y Gijón, la de Lugones de 5 km y la media maratón de Avilés –su cross imperecedero de Navidad– y el nacimiento de las medias maratones de La Felguera o Siero, la de Cangas de Onís y las San Silvestres de Gijón (la más antigua) y de Oviedo con las caídas de atletas bajando por la calle San Francisco, del giro en mitad de Uría y la agónica cuesta de Toreno.

Luego vinieron las participaciones frenéticas en “todo lo que se movía”; Candás, Luanco, Mieres y Laviana, Madrid o Barcelona, Valencia y Siero, Gijón o Sevilla, los 10 km de Langreo –mi carrera querida– donde organizaba y corría; Trubia, Cangas de Narcea, La Campa Torres, Avilés, Tineo, Castro Urdiales, Arriondas o Santander y un sinfín.

Espero permanecer unos cuantos años más, que su paso y consumo no perdonan, pero ya en búsqueda de la salud y de las amistades que permanecen desde hace muchos años (no pongo nombres porque se haría interminable) y el rastreo del goce de correr sin otro afán que cambiar el entrenamiento mañanero por una agradable diversión.

“Lo importante del regreso a Ítaca, al contrario que para Odiseo el “marrullero”, radica en la buena gente que uno se encuentra donde antes dejó amigos”

El día de la competición resuena todo y un poco más las articulaciones y la musculatura; cualquier dolorcillo intranscendente acaba en la cabeza diciendo: “lesión” en el Recto Interno, catástrofe, párate y masajea un poco.
Y ya no digamos la noche anterior, evitando caer en la paranoia de colocar la ropa –camiseta y calzones– sobre la cama, mirándola como que van a correr ellos solos, sin calcetines por aquella inveterada costumbre de competir sin ellos para evitar las rozaduras, cuando los calcetines eran casi de esparto y evitar las “angüeñas” también conocidas vulgarmente como “ampollas”, que nos abrasaban durante días.

"Primeros compases de carrera...  aun respiraba y saludaba". Relato de Alejandro de Ancos en la San Silvestre de Mieres 2022
“Primeros compases de carrera… aún respiraba y saludaba”

Hay que presentarse a recoger el dorsal cuando menos una hora antes, evitando aglomeraciones y tratando de solucionar los percances con tiempo; tomar un café bien cargado y si se tercia un “ibuprofeno”; luego el calentamiento –que siempre me pareció sobrante– para evitar males mayores, aunque en detrimento del glucógeno; vuelta arriba y vuelta abajo, pararse con los conocidos y preguntar por el estado de forma; siempre mal o saliendo de una lesión o de una gripe o de una… , pero siempre mal, hasta el mismo disparo de salida que nos convertimos en liebres.
Durante el calentamiento viene el cálculo de los tiempos a realizar, los promedios en cada vuelta, la cuestecilla de turno y las posibilidades de forzar el ritmo en aquella recta o en la recta final, todo elucubraciones, hasta que llega el situarse en “la montonera” y los saludos a los que aún no habíamos visto, los saltitos y el control de los cordones de las zapatillas, los últimos estiramientos y de pronto un disparo como si fuera un cañonazo y a correr y ver como se diluyen todos y cada uno de los pensamientos y los cálculos.
A correr agonizando, sin resuello, desde la primera zancada hasta la última. Mira aquel atajando por las aceras y recortando, las chicas son más “legales”, aquel con el perro al que pueden pisar y se arma la marimorena, el intrépido con el carrito de bebé haciendo partícipe a un inconsciente (un ser que no sabe ni dónde ni a qué va) de una afición que viene de hace dos años y se marchará dentro de otros dos o cuatro o…, pero que se marchará y entre tanto pone en peligro la integridad del bebé o de algún corredor despistado que pueda tener un incidente; y de pronto la meta, a escasos cien metros, mirada de reojo al cronómetro/pulsómetro/podómetro/termómetro y varios “metros” más, que nos indica que podemos acelerar un poco; pasamos la línea y lo paramos. Conformidad. Al Avituallamiento y reposición de líquidos.

Al día siguiente aparecen, siempre, dolores que no estaban el anterior; no de agujetas, dolores musculares por el sobresfuerzo, normales, que para eso era una competición y había que darlo todo; pero satisfacción también por haber competido –al menos– contra uno mismo y haber salido victorioso.
¿Cuál es la siguiente competición?
Pues eso.

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