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martes 19, marzo 2024

Las diferencias de correr el Angliru y otra carrera

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Muchos atletas me preguntan, antes de conocer el “Infierno” ¿cómo hay que afrontar la Subida? e indefectiblemente mi respuesta va por el camino de que corren los treinta tigres que vienen a mejorar la marca o a por el bello trofeo; los demás lo tomáis como una fiesta con su dureza, con su esplendor también, pero fiesta.

Cualquier corredor sabe que no debe estrenar zapatillas el día de la carrera, eso dicen los cánones, pero en el Angliru puedes hacer lo que te dé la real gana porque no pasará nada si estrenas ese día, ya que la velocidad no te hará nuevas ampollas y podrás detenerte unos instantes para su reacomodo, sobre la marcha, como si no pasara nada porque no pasará nada por perder unos segundos. En el peor de los casos. El resto de la parafernalia, de los tic’s del corredor, puedes mantenerla hasta dos minutos antes de la salida.

Una vez en Riosa, mientras recoges el dorsal o tomas el café de turno, te encontrarás con algún amigo, conocido, atleta de otra ocasión o simplemente harás alguno (amigo) con la primera pregunta ¿lo has corrido antes? y desde ese instante estarás enganchado al Infierno; te diga lo que te diga –si eres primeriz@– te asustarás y te harás la misma pregunta que te haces en el kilómetro treinta del maratón ¿qué hago yo aquí?

Corredores tras el pistoletazo de salida de la Subida al Angliru
Corredores tras el pistoletazo de salida de la Subida al Angliru

Media hora antes de la salida, como en la escuela o la universidad, miras a los “veteranos” desenfadados y como vacilones, despreocupados, haciendo sus estiramientos en las “sebes” –en otros sitos se llaman setos, pero en Asturias son las sebes– o buscando el pradillo escondido donde orinaron el año anterior. Es entonces cuando coges la primera dosis de confianza y te dices: si estos pueden yo también. Y claro que sí.

En los instantes que preceden al disparo, los interminables segundos, hueles a diez metros a la redonda y hueles de todo, desde las feromonas a los sobacos, del interior de las zapatillas hasta las cremas depilatorias y mucho más los aerosoles “curatodo” de las farmacias; se huele todo, pero solo son unos segundos.

Cualquier corredor sabe que no debe estrenar zapatillas el día de la carrera, pero en el Angliru puedes hacer lo que te dé la real gana porque no pasará nada si estrenas ese día, ya que la velocidad no te hará nuevas ampollas y podrás detenerte unos instantes para su reacomodo.

La euforia del disparo y un llano para coger aire, no más de trescientos metros, en pelotón, con risas y chismes; todo correcto; cuando llegas por Ablaneo ya es otra cosa. Miras de reojo a la izquierda y ves un muro de piedra, inmenso, que te dobla un poco la nuca mirando hacia arriba, pero sigue siendo todo correcto y esperado.

Kilómetro tres, curva cerrada a la derecha, el cruce de Grandiella hacia Porció con Televisión Española grabando a los más espectaculares (que sois todos) y alguno que otro saludando, como diciendo: hay fuerzas. Pero aquí está la primera impresión de lo duros que serán los diez restantes.

Corredores en la Subida al Angliru en una edición anterior
Corredores en la Subida al Angliru en una edición anterior

Más o menos íntegros llegamos a las inmediaciones del Mirador del Angliru y –los veteranos, no, porque ya saben– pensamos que si eso es todo lo duro del Infierno está chupado. Más de mil quinientos metros de un llano relativo, donde nos demostramos que aún tenemos fuerzas, que sabemos correr rápido y lo hacemos. No pasa nada, hagas lo que hagas el Coloso sigue frente a ti, como riéndose, esperándote desde hace miles de años.

El baño de realidad lo llevamos al pasar de Viapará, en la Cuesta Les Cabanes. Si eres nuevo y traes algún plan de casa, se te olvida; si eres veterano y traes algún plan de mejora, olvídalo: tanto has entrenado y tanto vales; aunque si tienes experiencia vales un poco más, como en la mili, la veteranía siempre es un grado.

Corres y ves que no avanzas, caminas y ves que el que viene corriendo lo hace a tu velocidad, miras el pulsómetro y no baja ese imperturbable número, corras, camines o te pares a extasiarte con el panorama, da igual, el Angliru impertérrito.

Seis interminables –y espectaculares– kilómetros donde esperas en cada curva que sea la última, que se acabe ese purgatorio; cuesta va y cuesta viene, curva sobre curva y otra más, Cabanes, Picones, Cobayos, les Cabres –la más mentada– el Aviru y las del Toyu –las más espectaculares y bellas y gloriosas e inolvidables–, hasta Les Pedrusines y El Mirador.

Media docena de kilómetros con sensaciones encontradas y prodigiosas; pura magia si hace sol y magia pura si hay nubes que te impiden ver el martirio. Corres y ves que no avanzas, caminas y ves que el que viene corriendo lo hace a tu velocidad, miras el pulsómetro y no baja ese imperturbable número, corras, camines o te pares a extasiarte con el panorama, da igual, el Angliru impertérrito. Vistas fantásticas y compañeros de viaje fabulosos y tú pensando ¿qué hago yo en esta inmensidad? Falta poco para la respuesta, poco más de un millar de metros.

Últimos tramos de la Subida al Angliru
Últimos tramos de la Subida al Angliru

Se acaba el panorama a tu izquierda y afrontas un pequeño llano, cien metros, para comenzar a correr; ya no les mandas a las rodillas que se eleven, ya no hace falta, corres como desbocado hacia una meta cercana, cuesta abajo, y olvidas la pregunta anterior; las pulsaciones las mismas pero el dolor ha desaparecido, pura euforia y entrada en meta donde esperan amigos y familiares y los chismes y las hazañas y las promesas:
¡¡¡El año que viene vuelvo y hago polvo este tiempo!!! ¡¡¡Mientras tanto todos, todos, celebran la FIESTA!!!

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