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martes 30, abril 2024

El Cuélebre

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Existe un mundo exento de límites. Un mundo habitado por criaturas extraordinarias ajenas a la conciencia humana del bien y del mal. Son seres mágicos, unidos de un modo genuino a la madre naturaleza.
En nuestro mundo, son conocidos por diversos nombres, dependiendo de la región, país o continente.

Pero existe uno en concreto que a todos nos ha llegado al corazón, enamorando y aterrorizando al mismo tiempo, pues su naturaleza es indómita y peligrosa.
Se trata del dragón. Ser mitológico por excelencia, con diversas formas, colores y tamaños.

En Asturias lo llamamos Cuélebre. Y en este caso, aquel que ha tenido la suerte de verlo en primera persona o a distancia, lo describe como una serpiente gigante y monstruosa con alas similares a las de los murciélagos. Sus escamas, a medida que pasan los años, se vuelven más duras que la piedra o el hierro. Y su tamaño no encuentra límites. Algunos aseguran haberlo visto con extremidades y cuernos, otros dicen que es capaz de emitir silbidos e incluso hablar, como las personas, para seducir o engañar. Ha sido perseguido y castigado. Ha sido venerado y alimentado. Pero lo que está claro es que jamás será olvidado.

Cuentan las lenguas sabias que en la tierrina se avistaron varios. Escogen cuevas donde resguardarse, preferiblemente cercanas al mar, ríos o lagos, y esconden tesoros inimaginables. Algunos robados y otros recibidos como ofrenda en modo de pago. Pero también dicen que, a veces, custodia a bellas mozas encantadas, como xanas o ayalgas.

El Cuélebre. Ilustración de Sara Balsera

Cuentan las lenguas sabias que en la tierrina se avistaron varios. Escogen cuevas donde resguardarse, preferiblemente cercanas al mar, ríos o lagos, y esconden tesoros inimaginables.

También, en la actualidad, encontramos lugares nombrados en su honor, en forma de topónimos, como la braña de Valdecuélabre.
En este bello lugar, hay una leyenda que narra la historia de amor entre la hermosa hija de un conde y un joven humilde y valiente. Cuando el padre de la doncella se enteró de tal vínculo amoroso, envió al varón a guerrear en la batalla contra los moros con la oculta intención de que pereciese. Y, para dificultar aún más su relación, llevó a su propia hija a la Cueva de San Cibrián acompañado de varios magos poderosos. Éstos ataron a la chiquilla con una cuerda mágica que, tras un encantamiento, tornó en serpiente, y la serpiente rápidamente creció y creció de tamaño, desarrollando alas y largos dientes, convirtiéndose así en un terrible cuélebre. Y la criatura temible la custodiaría con su propia vida para siempre.

Finalizada la guerra, el mozo volvió con grandes honores y orgulloso de su victoria, pero a su vuelta no pudo encontrar a su amada. Así que emprendió el viaje de búsqueda recorriendo brañas y montañas hasta encontrar a un viejo pastor que en voz alta recitaba:

Neña que tas encantada,
na Cueva de San Cibrián,
tengo de llibrate yo
la mañana de San Xuan.

Niña que estás hechizada
en la Cueva de San Cibrián,
he de liberarte yo
la mañana de San Juan.

Tras oír esas palabras, rápidamente interrogó al pastor y éste le contó todo cuanto había presenciado. Y le hizo saber que, para rescatarla, debería presentarse a la boca de la cueva aguardando a tal fecha, y ofrendar todas las reliquias y riquezas que había ganado en la batalla y, cuando el cuélebre cayese en el engaño, asestarle una lanzada en la garganta, pues resulta ser el único punto débil de la criatura alada ya que sus escamas son más frágiles.
Y así fue como el joven mató al cuélebre y, al pasar esto, el conde también murió, pues de algún modo los magos habían vinculado sus vidas.
Finalmente los dos amantes se reencontraron y pudieron iniciar una nueva vida repleta de amor verdadero.

Leyendas como ésta, a puñados conservamos. Pues en todo corazón astur, hay un latido que se repite en el tiempo, recordándonos que toda leyenda guarda una gran pizca de verdad y que, trasgos, bruxes y xanes habitan más allá del velo que separa nuestros mundos, asomando rara vez la patina o la oreya picuda, haciendo danzar los arbustos, caer objetos de repente o susurrando canciones de antaño.
Abre los ojos del corazón y observa atentamente.

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