Con motivo del vigésimo aniversario del 11-S, en todos los medios de comunicación hubo espacios destinados a recordar tan terribles sucesos. Multitud de testimonios manifestaban la experiencia vivida aquel día, en algunos casos se trataba de personas que estaban allí en el momento en el que ocurrieron los hechos, en otros casos, recordaban lo que estaban haciendo mientras sucedía aquel atentado que cambiaría nuestras vidas en muchos sentidos.
Entre todos los relatos que escuché, hubo uno que me llamó la atención de manera especial. Se trata de William Rodríguez, uno de los héroes de aquel momento, a quien la vida le puso en situación de tener que elegir qué hacer: salir corriendo para salvarse a sí mismo o tratar de salvar a otros antes de ponerse a buen recaudo ante la que se avecinaba. El fatídico día, William se encontraba en el sótano de la torre norte, de la que era conserje y en la que trabajaba limpiando las escaleras de 110 pisos.
Aquel día, William había decidido tomarse el día libre, pero al llamar a su jefe para comunicarle su decisión éste le dijo que era imposible y que debía acudir al trabajo. Este hecho le salvó la vida, porque la media hora de retraso hizo que el impacto del avión le pillara en el sótano y no en el piso 106 donde desayunaba cada día justo sobre esa hora. Cuando todo empezó a desmoronarse, William tomó una decisión trascendental para sí mismo y para las muchas personas que salvó: en vez de salir corriendo, decidió permanecer en el edificio para acompañar a los bomberos y ayudarles en su labor abriendo las puertas y salidas de emergencia con la llave maestra que poseía. Curiosamente, había otras cuatro personas que también poseían una llave maestra y estaban entrenadas para rescates y situaciones de emergencia, pero todas habían salido a la calle para salvar sus vidas. El miedo les impidió ejercer su responsabilidad de ayudar a otros.
William entró en el edificio en tres ocasiones para seguir rescatando personas y ayudar a los bomberos, al final, fue la última persona con vida que abandonó la torre norte antes de su derrumbe.
William entró en el edificio en tres ocasiones para seguir rescatando personas y ayudar a los bomberos, al final, fue la última persona con vida que abandonó la torre norte antes de su derrumbe. Entonces, decidió resguardarse debajo de un coche de bomberos y se dispuso a aceptar una muerte lenta. Dichosamente, fue rescatado al cabo de tres horas, después de que retiraran la montaña de escombros bajo la que se encontraba sepultado el vehículo.
William Rodríguez fue entrevistado en diversos medios de radio y televisión el 11 de septiembre. Escuché su historia con atención porque refleja muy bien la decisión de quien, en un momento trágico, elige ir más allá del miedo ante el riesgo evidente de perder la vida y colaborar con el personal especializado para ayudar a evacuar y salvar a otras personas atrapadas en aquel infierno. Durante su relato hizo referencia a casos curiosos, reacciones sorprendentes en una situación extrema derivadas del miedo, la estupefacción o la incapacidad para darse cuenta de lo que realmente estaba sucediendo. Entre todas ellas, me sorprendió de manera especial la de un hombre que, en medio del caos y el estruendo, permanecía tranquilamente sentado en su oficina; cuando llegaron hasta él le apremiaron a salir de allí cuanto antes y él sólo les respondió: “estoy esperando un fax muy importante”. A pesar de la insistencia con la que intentaron persuadirle de que abandonara aquel lugar, el hombre persistió en su decisión de esperar el fax. El desenlace de esta historia no la sabemos, el propio William la desconocía ya que tuvieron que desistir de tratar de convencerlo para proseguir con su trabajo de evacuar a quienes eran conscientes de lo que estaba pasando.
Impresiona que en una situación como aquella alguien se mantuviera sentado a la espera de un fax, por importante que fuera, cuando lo único realmente trascendente en aquel momento era salvar la vida y, como en el caso de William, ayudar a salvar a otros.
No sabemos quiénes somos realmente hasta que la vida no nos pone en la situación de tener que decidir en un momento extremo.
El ser humano siempre sorprende y, en aquel día y en aquella situación terrible, seguro que hubo reacciones de lo más variado, desde las cuatro personas poseedoras de la llave maestra que salieron corriendo sin mirar atrás, hasta el caso de William que traspasó el miedo para entrar una y otra vez en aquel edificio y salvar a todos los que pudo y, desde luego, la del hombre que esperaba un fax en medio de aquel infierno. Seguro que muchas otras reacciones también nos llamarían la atención.
No sabemos quiénes somos realmente hasta que la vida no nos pone en la situación de tener que decidir en un momento extremo y, entonces, es importante dejar a un lado las emociones y expectativas para poner atención en lo verdaderamente valioso. Puedes utilizar lo que sucede para superar las trabas emocionales y hacer algo valioso para ti y para otros, también puedes salir corriendo o no querer ver lo que sucede.