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sábado 14, diciembre 2024

La miseria y sus consecuencias

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Una vez más y, después de estos años condicionados por la pandemia, he vuelto a Kinshasa para visitar los proyectos con los que colaboramos. La pasada semana la pasé en el centro Bana ya Poveda, un proyecto educativo de la Institución Teresiana para los niños de la calle. El jueves fuimos al campo que han comprado para obtener los productos básicos de alimentación: mandioca, maíz, cacahuetes, patata dulce, pondú, etc. Muy cerca de la parcela hay una pequeña aldea en la que van a intentar hacer alguna labor social, como poner un puesto de salud y, quizás en el futuro, abrir una escuela. Mientras visitaba “le petit village”, lleno de niños corriendo de un lado al otro, dos de los educadores del centro que me acompañaban me dijeron que si podía ver a un niño que estaba enfermo. Les seguí y me encontré a un pequeño en una silla de plástico azul con las piernas cruzadas de unos diez años. Le pregunté su nombre y me extrañó la respuesta: “Ça va bien”, que en francés significa “está bien”. Un nombre curioso para la situación de este pequeño que, para nada está bien, porque lleva la mayor parte de su vida en una silla de plástico azul, donde pasa el tiempo infinito de cada día; en ella hace sus necesidades y vive, no sé si esperando un milagro. Nació con pie equino bilateral, una anomalía que, en nuestro entorno, tiene solución, pero aquí es muy complicado si eres hijo de la miseria. Para mantenerse bien en su habitáculo, el pequeño mantiene las piernas cruzadas, lo que le provoca otro problema añadido: limitación en el movimiento de la rodilla y pérdida de musculatura en la pierna. Cuando vi al niño estaba solo en una esquina protegida del sol. No puede caminar, ir al colegio es impensable, porque tampoco lo hay en su aldea, pero no puede correr, no puede jugar con otros niños y presenta signos de descuido en otros aspectos como son la higiene. Su madre, quizás estaba trabajando en el campo, intentando arrancarle a la tierra algo para poder darle de comer.

El pequeño “Ça va bien” lleva la mayor parte de su vida en una silla de plástico azul, donde pasa el tiempo infinito de cada día; en ella hace sus necesidades y vive, no sé si esperando un milagro.

El pequeño “Ça va bien” en una aldea de Kinshasa
“Ça va bien” en la silla en la que pasa la mayor parte del día, en la pequeña aldea congoleña en la que reside. Foto: Inmaculada González-Carbajal García

Su mirada es intensa y te taladra la conciencia provocando muchas preguntas, pero no puedo detenerme a buscar respuestas sino soluciones para tratar de arreglar, de algún modo, su problema. Solo pienso por un momento que no puedo sentirme feliz mientras millones de personas mueren de este cáncer, que actualmente no debería ser incurable, porque hay medios y recursos para combatirlo.

No se habla de la miseria lo suficiente como para que tomemos conciencia de sus efectos devastadores. Sin embargo, es como un cáncer que, literalmente mata la vida de cientos de miles de personas y arrasa con las posibilidades de una existencia en mínimas condiciones de normalidad.

La miseria está implantada en demasiados lugares del mundo y no suele despertar demasiado interés en los medios, no sé si hablar de ella nos incomoda porque, en algún pequeño lugar de nuestra conciencia, podemos sentirnos responsables. La cuestión es que una décima parte de la humanidad la sufre y eso nos habla de que, en este mundo global en el que todo está profundamente interrelacionado, algo estamos haciendo mal para no buscarle algún tipo de solución.

Nos jactamos de conquistar la Luna y nos planteamos habitar Marte; hemos conseguido cotas extraordinarias de desarrollo técnico y, sin embargo, tenemos muchas cosas básicas por resolver, entre otras el reparto de los recursos de manera que la mayor parte posible de la población mundial no esté condenada al hambre y a la pobreza permanente.

La miseria arrasa la vida de las personas porque es contraria a la existencia y no es algo natural, porque la naturaleza es generosa, en modo alguno es miserable. La miseria está provocada por los seres humanos, por el egoísmo, por la codicia, por la falta de interés de la mayoría que vive dando la espalda al sufrimiento que, en ocasiones, provoca con su estilo de vida.

Poblado en Kinshasa
Poblado en el que reside “Ça va bien”, en Kinshasa. Foto: Inmaculada González-Carbajal García

La miseria arrebata la infancia a los niños, los desprovee de la inocencia y les responsabiliza, desde muy pequeños, de la necesidad de buscar cada día el sustento para comer o beber, y digo beber porque para la miseria el agua no es un bien accesible y hay que buscarla cada día.

Deberíamos estar más atentos a los efectos devastadores de la miseria porque, en el mundo actual considero que sería posible encontrar los medios para combatirla, sobre todo, debería tocar nuestra sensibilidad por el sufrimiento que ocasiona a seres inocentes, niños y niñas, mujeres y hombres que están abocados a malvivir, simplemente por haber nacido en algunos lugares y contextos. Es un tema del que debería hablarse más, para que fuéramos conscientes de que es algo contra lo que se puede luchar, al igual que somos capaces de hacerlo contra algunas enfermedades que pueden acabar con la vida de las personas. Es cuestión de voluntad, de interés y de tomar conciencia de que podemos seguir viviendo bien, pero sin olvidar que nuestro modelo de vida, a veces, va acompañado de un cierto nivel de despilfarro que, indirectamente alimenta la situación de penuria que sufren miles de personas en otros lugares.

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1 COMENTARIO
  1. Su descripción no puede ser mejor expuesta ni más reveladora pero mientras exista la ambicion de bienes ajenos. Q gobiernan el Mundo y no haya equidad no se podrá mejorar la vida de los seres humanos. Como son

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