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domingo 6, octubre 2024

El Sueño que se hizo añicos

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“Muchos no llegan/ se hunden sus sueños/ papeles mojados/ papeles sin dueño”
(Chambao)

En aquella aldea no se respiraba bien, el olor a enfermedad, hambre y sufrimiento lo inundaba todo. Alguien le habló de un mundo mejor en el que había trabajo, comida abundante y medicamentos para todos. Algunos ya se habían adelantado.

Trabajó intensamente dejándose la piel en una tierra estéril, entre sudor y lágrimas para conseguir algún dinero, el tesoro que le llevaría al mundo imaginado, un mundo mejor donde las aldeas eran ricas y fértiles y en las ciudades era necesaria mano de obra.

Así que un día, sin volver la vista atrás, dejó su aldea y a su familia en la seguridad de que algún día podrían seguirle. Confiaba en la Suerte y en Dios, o ¿no fue este quien permitió la idea en su mente? Sin duda no estaba solo, estaba invitado a una vida mejor y había hecho el esfuerzo de aprovechar la oportunidad, no podía estar equivocado.

Llegó a buen puerto, al lugar donde adquirió un pasaje para no se sabía qué patera, daba igual, el medio era lo de menos. También adquirió un contrato de trabajo y papeles legales que le entregarían en el lugar de destino, no habría problemas, le prometieron, y no le quedó más remedio que creer.

Y llegó a la tierra, a la Tierra Prometida, a una costa tranquila, sin sorpresas, solo debían esperar a quienes les entregarían los papeles.

Entretanto, por primera vez en la vida, sintió la caricia de un aire que le obsequió con olores desconocidos, agradables y respiró profundamente para que cada célula de su organismo fuera acariciada por los nuevos aromas, ¡aromas de vida!

Y llegó a la tierra, a la Tierra Prometida, a una costa tranquila, sin sorpresas, solo debían esperar a quienes les entregarían los papeles. Pero estos nunca llegaron.

Las horas pasaban, la tarde caía lentamente y nadie acudía con los papeles. Él y sus compañeros comenzaron a inquietarse, debería haber algún error, ¿sería el lugar convenido?, ¿se habrían desviado de la travesía?

Aún no habían perdido la esperanza, pero el nerviosismo comenzaba a cundir a medida que pasaban las horas y comenzaron a sentir miedo, un miedo paralizante, desgarrador. El aire ya no traía dulces aromas sino malos presagios. Los sueños, si algunos quedaban, se desvanecieron como la espuma y los hombres quedaron al amparo de un mundo desconocido.

¿Deberían esperar aún? ¿Habrían sido engañados? La luz dio paso a las tinieblas y éstas a una negrura jamás imaginada. Comenzó el vagabundeo y el hambre. Buscó comida en cualquier parte, en cualquier basura, mendigó y finalmente terminó donde muchos: en un solar abandonado donde el olor a miseria, dolor, hambre y enfermedad era aún más intenso del que le hizo dejar su poblado.

Descargó y cargó camiones, recolectó hortalizas, pidió en las calles, robó en algunos comercios y hasta envió algo de dinero a su familia. Pero ¿quién era sin papeles?, su vida era un continuo huir, una dura lucha por supervivir y, desde luego, no era lo que había soñado. ¿Dónde estaba Dios? ¿Quién gestionaba el mundo?

Comenzó a tener delirios, cada vez con más frecuencia, los momentos de lucidez fueron cada vez más escasos. Tenía ansias de vengarse ¿de quién? Junto a otros oprimidos arremetió contra el mundo, el mundo que estaba en manos de tiranos, de explotadores, de hombres sin sentimientos, sin humanidad. ¿Dónde había ido a parar su dinero y el de tantos otros? ¿Quién se estaba enriqueciendo a costa de sus vidas míseras?

Junto a otros oprimidos arremetió contra el mundo, el mundo que estaba en manos de tiranos, de explotadores, de hombres sin sentimientos, sin humanidad. ¿Dónde había ido a parar su dinero y el de tantos otros? ¿Quién se estaba enriqueciendo a costa de sus vidas míseras?

Los hombres míseros, oprimidos, explotados, dejados de la mano de Dios, olvidados y humillados debían reaccionar.

Fue encarcelado, sus huesos sintieron la frialdad de una celda en cualquier cárcel. Y sumido en esa frialdad imaginó a otros tantos que, en esos momentos, procedentes de muchas partes, estarían embarcando con la misma ilusión que él lo había hecho tiempo atrás. ¿Correrían la misma suerte? ¿Serían también engañados? Comenzó a dudar de todo y de todos. ¿Cuándo había concebido la idea de ir en busca de un mundo mejor? ¿Existía realmente?

El mundo en el que desembarcó se le antojó hostil, la gente miraba con desconfianza y los trabajos que a veces encontraba, eran duros y mal pagados. Solo recordaba algunos buenos momentos vividos, aquellos días en los que podía desayunar un café con un croissant cuando iba al puerto a descargar camiones. Al olor del café todos “sentían igual”.

A veces soñaba con volver a casa, a su aldea, volver a respirar aquel olor que un día le pareció nauseabundo y ahora se le antojaba de aromas deliciosos.

Aromas de libertad y vida.

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