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domingo 24, noviembre 2024

Navidad

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Es Navidad. En una improvisada tienda de lona y cuerdas un niño acaba de nacer. Su infantil llanto recorre el campamento de refugiados llenando de lágrimas los ojos de las madres que dejaron a sus hijos enterrados a lo largo del camino, con una cruz encima del montón de tierra y piedras, cruz que también está relacionada con la Navidad, señalando el final del camino, el inexorable destino de Aquel que hoy nació.

El niño es precioso y parece sano, contrastando con la palidez de sus padres, con sus profundas ojeras que enmarcan unos ojos tristes, cansados y llenos de preocupación por un futuro que no poseen.

"Navidad", por MAK Hoy es Navidad, pero esta vez es distinta. En el campo de refugiados no se oirá el redoble de campanas anunciando la buena nueva, el nacimiento del Dios del Amor. En el campo de refugiados no se comerá turrón, ni brillarán las guirnaldas de colores, ni se oirá el canto alegre de los villancicos.

Los que están allí son desterrados, perseguidos por la «justicia» del hombre, escapados del horror, del odio y de la sed de sangre de los que nunca comprendieron que existe la Navidad porque existió un niño que vino a mostrarnos el camino de la fraternidad universal, de la igualdad de todos ante su Padre, de la renuncia y de la aceptación, del respeto y del perdón.

Es Navidad, y el niño recién nacido, en su improvisada cuna, ha dejado de llorar. Sus ojos se abren mirando a su alrededor, comenzando a descubrir un nuevo mundo, el mundo que le ha tocado vivir o que él ha elegido vivir, quién sabe.
El frío penetra por los rotos de la tienda transportando con él la soledad de un exterior de barro y nieve. Ni siquiera el sol acompaña este nacimiento, como si ello fuera un presagio de lo incierta que esta vida que comienza será.
No hay animales que den calor al bebé, como ocurrió en Belén. No hay pastorcillos que vengan a visitar al recién nacido, ni Reyes Magos que le ofrezcan regalos. Esto es tan solo un campo de refugiados, uno más, lejos del consumo y de la fiesta, lejos del recuerdo de los Reyes y de los Magos, de todos los poderosos que esta noche brindarán con champagne rodeados de sus familias y al calor de una chimenea.

Pero al niño le da igual, porque él no sabe de estas cosas inventadas por el hombre. Él acaba de llegar a este mundo y nada conoce de sus mezquindades, de sus injusticias, ni de sus mentiras. Con suerte crecerá en el campo de refugiados bajo la mirada triste de sus padres que desearían para él una escuela, juguetes y un futuro. Correrá descalzo entre el barro y a lo mejor sobrevive a las enfermedades, al hambre y al odio.

Es Navidad, pero el hombre aún no comprendió su significado, por eso, tal vez, el planeta entero pronto se convertirá en un campo inmenso de refugiados.

En cualquier caso, será un niño marcado, cuyos sueños tratarán de ir más allá de la alambrada, volará su imaginación buscando otros lugares, otras gentes, otros niños como él.
Preguntará muchas veces por qué están allí encerrados, y sus padres le responderán con evasivas, porque tampoco ellos saben exactamente la respuesta, aunque tiene que ver con el egoísmo humano. Cuando llegue de nuevo la Navidad querrá saber quién era Jesús y por qué le mataron, y comprenderá, mejor que ningún otro niño del mundo, la razón por la que nació Jesús, la necesidad tan grande de Amor que la humanidad tiene.
Pero todo eso, tal vez, será en el futuro. Hoy es Navidad y el niño, en su improvisada cuna, no tiene que comer. Su madre no tiene leche. Demasiada hambre, demasiado dolor.

La desesperación flota entre los destartalados muebles que alberga la tienda junto al humo del fogón que intenta combatir el frío que se cuela.
El niño vuelve a llorar. Tiene hambre. Alguien aparta la tela de la puerta y penetra en la tienda. Una mujer ofrece su leche para el niño y otra trae algo de comida para la madre. Un hombre ha fabricado un sonajero con unas piedras y una cajita de madera. Es el primer juguete. Tal vez el único. La cara de la madre, poblada de arrugas, se contrae en una mueca que parece ser una sonrisa de agradecimiento. El padre, entre la emoción y el dolor, sale de la tienda. Necesita estar solo. Ha dejado de nevar. Llorando de rabia e impotencia mira al cielo, ahora lleno de estrellas, buscando una respuesta a tanto dolor, a tanta injusticia. Pero no la encuentra, tal vez porque el cielo ya dio su respuesta hace dos mil años, una respuesta que fue un mensaje de futuro, una llamada y un aviso, un camino y una advertencia.

La humanidad recordará vagamente que un día nació un niño que creció y vivió mostrando el camino del Amor, que por ser diferente lo mataron aquellos que le temían, porque su mensaje, sus palabras, les condenaba.

Es Navidad, pero el hombre aún no comprendió su significado, por eso, tal vez, el planeta entero pronto se convertirá en un campo inmenso de refugiados.

La humanidad recordará vagamente que un día nació un niño que creció y vivió mostrando el camino del Amor, que por ser diferente lo mataron aquellos que le temían, porque su mensaje, sus palabras, les condenaba.

Pero aquellos que un día le mataron siguen entre los hombres, siguen en el poder, y lo volverían a hacer otra vez si el niño-hombre volviera a presentarse. Pero esta vez no vendrá como víctima, vendrá con todo su poder y se cumplirá aquello que dijo una vez… “los últimos serán los primeros en la casa de mi Padre”.

Por ello no habrá refugiados en la Nueva Tierra. No habrá hambre ni injusticia. No habrá ricos ni pobres. No habrá más niños sin juguetes ni sin un futuro que vivir con dignidad.

El niño que nació en Belén se convirtió en hombre. El hombre se convirtió en el Hijo de Dios y sus palabras, su mensaje, no eran para aquel tiempo, eran para el futuro, para este tiempo, y hoy siguen vigentes con toda su fuerza, con todo su poder.

Por eso Él también dijo… “quienes tengan ojos que vean, quienes tengan oídos que oigan”.

Es Navidad… “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”

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