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viernes 26, abril 2024

¿Nueva Normalidad?

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Parece un chiste, pero no lo es. A lo que estamos viviendo ahora decidieron llamarle “Nueva Normalidad”. O sea, que es algo “Nuevo” pero “Normal”.

¿Es “nuevo” que pandillas de descerebrados se salten las normas que tienen como único fin que no se disparen los contagios y se arme otra vez la marimorena?
¿Es “nuevo” que los empresarios antepongan su economía al derecho a la vida?
¿Es “nuevo” que los políticos vivan la situación más pendientes de las encuestas sobre intención de voto de los ciudadanos que de la unión de todos para luchar contra el virus?
¿Qué hay de “nuevo” en lo que estamos viviendo, que cada vez está más cerca de ser una nueva oleada, cuando la pandemia original aún no está contenida en el mundo?

Y si analizamos lo de “normalidad”, ¿cuál es la definición correcta de “normal” ¿Quién es “normal”? ¿Qué es “normal”?
Creo recordar que se hablaba de “nueva normalidad” pensando que después del confinamiento habría que acostumbrarse a vivir con el virus, a prescindir de ciertos “lujos” en el comportamiento de los españoles, a recrear la forma de vivir, de consumir, de planificar nuestro ocio, de trabajar, etc. etc.

Para demasiados ejemplares hispanos, vivir no es un concepto que esté relacionado con la salud, sino con el “pasárselo bien”.

Pero si miramos las imágenes de los telediarios, está claro que la “nueva normalidad” es una utopía, una ilusión que el calor veraniego y las hormonas de los machos y las hembras hispanas se encargaron de fulminar sin despeinarse.
Pero también queda muy claro que, para demasiados ejemplares hispanos, vivir no es un concepto que esté relacionado con la salud, sino con el “pasárselo bien” -algo que pide a gritos un debate público-, con desmadrarse en grupo, con ponerse hasta el culo de alcohol y, si es posible, darle una alegría a la maquinaria sexual, que perdió fuelle con el confinamiento.

La apertura de puertas para la desescalada fue lo más parecido a la apertura de los toriles en los Sanfermines, solo que, en vez de salir bichos con cuernos, salieron jóvenes -seguro que alguno también los llevaba ocultos- que todavía hoy, pasado ya un tiempo prudente de aquello, todavía no pararon de correr y, posiblemente, de otra definición más popular de la palabra.

Siempre se dijo que la juventud era inmadura, alocada, pero si no tiene en cuenta que ahí afuera hay suelto un virus letal, que lo pueden llevar a sus casas, que pueden aniquilar a sus padres, a sus abuelos, y por supuesto, a ellos mismos, ¿qué calificativo habría que añadir sobre la juventud?
Claro, si digo que se están comportando como gilipollas seguro que habrá quien se moleste, si digo que no son “normales”, que les falta un cocido, habrá quien se moleste más, y si digo que todo el peso de la ley debería actuar sobre ellos, sobre sus comportamientos, sin miramientos ni contemplaciones, entonces supongo que se me acusará de todo lo peor.
Entonces… ¿cuál es la solución? ¿Seguir confiando en su sentido de la responsabilidad como dicen los que mandan? ¿Aún no se dieron cuenta que responsabilidad es una palabra cuyo significado está a años luz de la comprensión de los españoles?

La denuncia va dirigida a esos que consideran que tienen derecho a todo, caiga quien caiga, que son otro tipo de «virus» que pulula por nuestra sociedad y, generalmente, con total impunidad.

También quiero dejar claro que, por supuesto, hay jóvenes responsables entre nosotros, jóvenes que se preocupan por los demás, jóvenes que colaboran altruistamente con las necesidades sociales, con los más olvidados y necesitados.

Pero, básicamente, esos no son noticia, tal vez porque lo que sí debería ser «normal» no vende, no da beneficios, no enriquece a nadie.

Dicho esto, la denuncia va dirigida a esos que consideran que tienen derecho a todo, caiga quien caiga, que son otro tipo de «virus» que pulula por nuestra sociedad y, generalmente, con total impunidad.
Los vemos en el ocio nocturno, los vemos en las playas, los vemos en los clubs de fútbol y en algún otro deporte de masas.
Van en manada, porque así se sienten protegidos y más fuertes.

Además, la juventud y su forma de pasárselo bien, es una mina de oro para los empresarios que les ponen los medios y, de paso, se forran con tan suculento negocio. Y si alguien no se lo cree que se informe de cuánto cuesta un cubata en una discoteca de Ibiza, por ejemplo.

Es decir, si sumamos la estrechez mental de la juventud en cuanto al significado de divertirse, su testosterona en ebullición, el ansia contenida en el confinamiento, que, por cierto, ocasionó muchas lesiones de muñeca, el calor estival que sirve como aderezo, los empresarios que azuzan desde su egoísta interpretación del momento, y la estupidez humana apoyada en la ignorancia, tenemos el cóctel perfecto para que el virus se frote sus “bastoncillos” y la pandemia se lleve por delante todo lo que consideramos “normal”, o sea, nuestro modo de vida, nuestra forma de interpretar lo bueno y lo bonito, aunque no resulte barato.

Los que se pasan por el forro las normas están poniendo en peligro las vidas de los demás, y eso no es justo.

Y a riesgo de que me tachen de nazi, o de estalinista, esto solo se puede arreglar con el uso de la Ley, con leyes muy duras que se apliquen contra los que no cumplan las normas, porque los que se pasan por el forro las normas están poniendo en peligro las vidas de los demás, y eso no es justo.

Si vas con tu coche borracho y a toda velocidad, poniendo en peligro vidas, te paran y la multa es de órdago, además de la retirada del carnet y, en algunos casos, la cárcel.
¿Por qué la ley tiene que ser más tolerante con aquellos que ponen en peligro no solo la vida de los demás sino también la economía de todo un país?

Y a propósito de economía, economía equivale a dinero, que es por lo que “lloran” los empresarios- en realidad es lo único que les importa- y dinero hay, hay mucho por ahí, desde la realeza hasta el último mono, respetando por supuesto, a los muchos pobres que también hay. Pero hay de donde sacarlo.
Hay mucho dinero como para plantearse que es el momento ideal para hacer una redistribución más humana de él, porque todos vamos en el mismo barco, y no es justo que unos vayan amontonados en las bodegas y otros en las cubiertas de lujo.
Esa sí que sería una «nueva normalidad».

Hay mucho dinero como para plantearse que es el momento ideal para hacer una redistribución más humana de él.

Y ahí va una “profecía”, que para chulo yo…
Uno de los objetivos o consecuencias de este virus, y de lo que viene detrás, es precisamente cargarse el sistema, acabar con todo aquello que produce injusticia, hambre, miseria, dolor y, sobre todo, sinvergüenzas, desalmados, poderosos de pacotilla, ricos que dan asco.
La humanidad se enfrenta a una pandemia que, en realidad, es un examen, un examen con los auténticos valores humanos como asignaturas, un examen que marcará un antes y un después.

La juventud debería observar más lo que está pasando, porque ellos deberían tomar el relevo, esta vez sí, de una “nueva normalidad” mundial, donde existiera justicia, igualdad de oportunidades, derechos humanos y transparencia a todos los niveles.

Pero, de momento, una parte importante de la juventud prefiere emborracharse y follar. No respetar las normas y no preocuparse por la salud de sus familias y amigos. Son egoístas y necios.

La humanidad se enfrenta a una pandemia que, en realidad, es un examen, un examen con los auténticos valores humanos como asignaturas, un examen que marcará un antes y un después.

Así que la “nueva normalidad” que nos tratan de vender, es más de lo mismo, pero con el regalo de un “máster en estupidez”, que es el que están cursando nuestros jóvenes.
No hay que ser un lince para saber hacia dónde vamos, otra vez.
Además, no parece que los responsables del cotarro hayan aprendido la lección.
Es evidente que todo apunta hacia decidirse por la economía o la vida. Si hay vida siempre se puede recuperar la economía.
Parece mentira que después de dos guerras mundiales y muchas otras menores aún no se comprendan las prioridades.
¿Será porque alguien ha decidido que sobra gente? Lo sabremos.

Yo, por si acaso, voy a almacenar papel higiénico y galletas de chocolate. Y a esperar acontecimientos.

El resto ya me lo dan por la tele.

Salud.

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