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jueves 25, abril 2024

Woodic, la cerámica artesana de Natalia Suárez para un mundo moderno

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Dejó Barcelona para iniciar una aventura en Asturias. Junto a su pareja y su hija, Natalia Suárez abrió Woodic, un taller cerámico en El Valle, Candamo, donde crea piezas de inspiración nórdica en las que lo tradicional y lo moderno se dan la mano.

Asegura que cuando trabaja como diseñadora, mira el reloj y calcula tiempos, pero que cuando es ceramista solo está pendiente de la luz. Llegó un momento en el que la propia vida le dijo basta. Se podría decir que Natalia Suárez tenía la vida solucionada: había acabado la carrera de Bellas Artes, tenía una pareja estable, un trabajo que le apasionaba, buen sueldo y una ciudad que ofrecía más cultura y vida social de la que podía consumir. Pero la llegada de su hija Nora dio a todo un giro inesperado. De pronto las prioridades cambiaron y se impuso la necesidad de un cambio de vida. Compraron una casa en Candamo, la restauraron y abrió un taller cerámico que con el paso del tiempo se ha ido convirtiendo en un espacio creativo del que no solo salen piezas modernas e integradoras, sino que también está siendo una ventana abierta para mucha gente que está descubriendo a través de los talleres que realiza, una forma de alejarse del ruido y volver a conectar con lo que realmente importa. El barro es el hilo conductor.

-¿Cómo era tu vida en Barcelona?
-Yo podía tener jornadas de dieciséis y dieciocho horas diarias sin temblar. Mi marido tenía un estudio de diseño y hacía lo mismo. Todo era muy interesante, viajé bastante, salí mucho de fiesta… Se puede decir que yo “quemé Barcelona”. Es una ciudad cara y cuanto más ganas, más gastas. Nosotros éramos dos, con muy buenos trabajos y sueldos, pero nunca te llega porque cada vez quieres más.
Hice la carrera de Bellas Artes y trabajaba en publicidad. Tras mucho tiempo intentándolo me quedé embarazada y me metí en cerámica para relajarme. En la clase había tres publicistas e íbamos todas a hacer cosas con las manos para quitarnos mierda de la cabeza. Coger el barro es hacer mindfulness al momento porque si no estás centrado la pieza se te cae. Me pareció maravilloso porque me dejó vacía, ya no tenía ese ruido de fondo permanentemente. Todas nos comprometimos a apagar el móvil para tener ese momento de curación.

“Coger el barro es hacer mindfulness al momento porque si no estás centrado la pieza se te cae. Me pareció maravilloso porque me dejó vacía, ya no tenía ese ruido de fondo permanentemente”

-Lo que todo el mundo busca es una estabilidad. En tu caso resulta que, cuando la consigues, la dejas. ¿Qué pasó?
-Que tuve la niña. Cuando tenía seis meses yo ya estaba incorporada a nivel laboral y mi marido viajaba mucho por motivos de trabajo con lo cual la metí en la guardería. Un día a las once me llamaron diciéndome que tenía que ir a buscarla porque estaba mal. Les dije que no podía ir porque estaba en una sesión de fotos, que tardaría unas dos horas. El caso es que, cuando pude ir a recogerla, eran las siete de la tarde. Pedí un taxi y fui llorando desde la empresa hasta la guardería y cuando llegamos me dijo el taxista: “Mira nena, no sé qué te pasa, pero yo pensé que veníamos al tanatorio o al hospital y estamos frente a una guardería. Sea lo que sea, ponle remedio”. Me di cuenta de que estaba atrapada en la vida que tenía. Esa misma noche, cuando mi marido se bajó del avión, le dije: cuando llegues a casa tenemos que hablar. Lo primero que le solté es que me quería ir. Recuerdo que dejó la maleta y su respuesta fue: “desde que te quedaste embarazada, estaba esperando a que me lo dijeses”.

-¿Cómo rediseñaste tu vida?
-Cuando vinimos a mí no me asustaba la falta de luz, el mal tiempo, ni el tipo de personas que me iba a encontrar. A mí me daba miedo sentirme sola estando rodeada de gente. No conectar con otros que hicieran cosas chulas, perder los ítems culturales que tenía en Barcelona porque siempre había una exposición a la que ir, te juntabas con los amigos, tenías un grupo cultural, había ciclos de cine… Todo esto lo he ido sustituyendo y ahora quedamos los amigos, vemos las películas online y luego hacemos una vídeollamada y la comentamos. Incluso vemos las series en streaming. Los asturianos tenemos el prejuicio de que todo lo de fuera es mejor. La perspectiva de mi marido, que es mallorquín, me ayudó muchísimo porque la suya es una mirada limpia. Yo marché con diecisiete años de la cuenca minera y he vuelto como una forastera. Me fui cagándome en todo, necesitando ver mundo y de pronto me doy cuenta de que lo estoy haciendo aquí. Por eso me gusta mucho acompañar a los que vienen.

“Hay que tener en cuenta que los inicios no son fáciles, yo descubrí mis pequeños infiernos y las cosas que tenía que cambiar de mí misma”

-De la vorágine de Barcelona a la tranquilidad de Candamo. ¿Te arrepientes del salto?
-Cuando dimos la noticia, la gente no se lo creía, pensaban que nos estábamos separando. Trazamos un plan sobre papel con todos los pasos a dar y dijimos que no íbamos a recular. Tardamos seis meses en organizarlo todo. Ahora te puedo decir que es lo mejor que he hecho en mi vida. No me arrepiento de nada. Me levanto por la mañana, miro por la ventana y me parece imposible. Muchas veces quiero que vengan mis amigos para que vean lo bien que estoy y todo lo que tengo ahora y que antes no tenía. Yo sabía que la etapa de Barcelona había pasado pero lo que no me esperaba era que el pueblo me iba a enseñar tantas cosas. Me ha ayudado mucho a fortalecer la relación de pareja porque tenemos más tiempo y esto nos enfrenta a cosas que antes no vivíamos y con la niña también ha mejorado mucho. También me ha dado más tiempo a escucharme más a mí misma y saber lo que quiero o no hacer. Hay que tener en cuenta que los inicios no son fáciles, yo descubrí mis pequeños infiernos y las cosas que tenía que cambiar de mí misma.

-¿Hace falta llegar a un límite para plantearse un cambio?
-Llega un momento en el que te das cuenta de que tienes que hacer algo porque si no acabas mal. A la gente siempre le digo que los movimientos hay que hacerlos desde la no crisis. Hay quien me dice que entonces, lo que vas a hacer, es dinamitar tu estado de bienestar, pero no es así. Es el mejor momento para plantearte cosas que te puedan hacer mejorar, porque estás sereno. También te digo que es fácil hablar ahora con todo ya solucionado. Si me hubieses preguntado hace un año, seguramente te hubiese dicho otra cosa. También hay algo que es incuantificable y que nosotros hemos tenido que es el factor suerte.

-La vuelta a los pueblos, ¿pasa por pensar en ellos de otra manera?
-Creo que pasa porque vengamos gente nueva con otra mirada, que montemos negocios diferentes que, a su vez, sean atractores culturales. Yo entiendo que la gente viene hasta Candamo y no sabe qué hacer. Si tú facilitas actividades culturales, se montan negocios, bares, restaurantes y cosas que a la gente le atraiga, la zona se va a dinamizar mucho. En mi caso, la gente puede venir al taller, tomarse un café, aprender a hacer piezas o comprar las mías y vivir una experiencia que pueden repetir cuando quieran. Incluso hay gente que deja aquí a los guajes y se va a dar una vuelta.

“Tener el taller lleno de gente de Candamo es cuestión de tiempo y de una cosa que yo vendí miles de veces en la agencia a mis clientes: ser fiel a uno mismo y a la marca. Ahora me lo estoy diciendo a mí misma”

-¿La vida aquí te hace más fuerte?
-Sí. El primer mes, cuando llegamos con el bebé, solo pensaba en que sobreviviera. Ahora me doy cuenta de que mis padres, cada vez que venían a casa, se ponían a hacer muchas cosas porque nosotros ni las veíamos. En Barcelona tenía frío, le daba a un botón y la casa estaba caliente. Aquí tenía que ponerme a atizar a las cinco para que a las siete pudiera tener la casa agradable. Con el paso del tiempo hemos ido mejorando y ahora tenemos una estufa de pellets programada con el teléfono móvil que arranca antes de que me despierte. Establecerte en el campo no es sinónimo de vivir sin conexión. El futuro en el pueblo es la conectividad, esto hace que la vida mejore mucho.

-¿Por qué defines tu taller como “espacio creativo rural”?
-Porque me pongo a soñar, empiezo haciendo tazas y quiero llegar a trabajar para los Estrella Michelín, hacer instalaciones, participar en concursos e irme fuera. Siempre trabajé con la idea de hacer algo, pero no para los asturianos. De todas formas, mi proyecto comenzó a tomar forma cuando me di cuenta de que podía ser algo bueno para la comunidad que había aquí y sin embargo es poca la gente de la zona que viene. De todas formas, yo no cejo en el empeño y sé que, algún día, tendré la sala llena de gente de Candamo. Creo que es cuestión de tiempo y de una cosa que yo vendí miles de veces en la agencia a mis clientes: ser fiel a uno mismo y a la marca. Ahora me lo estoy diciendo a mí misma.

“Una de mis líneas, Edra, tiene un estilo geométrico en el que no se ve la huella de la mano. Lo que más me mola es cuando otro ceramista me pregunta cómo está hecho”

-Dices que lo tuyo es “cerámica artesana para un mundo moderno”. ¿Es posible la integración de las nuevas tecnologías en algo tan tradicional como la cerámica?
-Cuando digo que soy ceramista me siento un poco impostora porque, aunque saqué la carrera, llevo en esto seis años. Cuando empecé no lo hice como ceramista sino desde la perspectiva de ser diseñadora de producto, de algo que tiene que cumplir una función. Siempre me dio la impresión de que es todo muy repetitivo y yo no quería seguir los patrones tradicionales, quería hacer cosas diferentes y lo que hice fue optar por el uso de las tecnologías. Empecé diseñando las piezas desde el ordenador y un tecnólogo las imprime en 3D. De las matrices impresas hago moldes de escayola con lo cual puedo seriar piezas y puedo hacer creaciones únicas fusionando varias. Una de mis líneas, Edra, tiene un estilo geométrico en el que no se ve la huella de la mano. Lo que más me mola es cuando otro ceramista me pregunta cómo está hecho. Muchas veces, cuando digo que es una impresión en 3D, directamente no me escuchan porque no les interesa el proceso, pero a la gente más joven sí le interesa cómo conseguir nuevas siluetas dentro de la cerámica. Hacer cosas nuevas en algo que ya ha pasado por todas las culturas y cuya técnica es antiquísima, es difícil pero las nuevas tecnologías te lo permiten. También me inspiro mucho en esta nueva hornada de ceramitas que están tan de moda en Europa y EEUU donde hay mucha gente haciendo cosas muy novedosas y con una perspectiva no tan utilitaria sino más divertida. Son piezas que ocupan el espacio que perdieron cuando llegó el plástico en los años 90.

-¿Se deberían ir aceptando creaciones con nuevas formas y acabados?
-Las piezas siguen siendo jarrones, tazas y platos. La cuestión es la actitud que tomas ante ellos. ¿Por qué las nuevas tecnologías van a ser un enemigo? Tenemos lavadoras, nadie se va ahora al río a lavar. Hemos asumido la modernidad como algo que nos facilita la vida y a lo mejor hay gente que a mí me considerará maker, pero me da igual la etiqueta que me pongan. Yo siempre digo que soy diseñadora porque actualmente estoy con la cerámica, pero a lo mejor, dentro de un año, estoy trabajando con hormigón. Trabajo en publicidad, he sido ilustradora durante muchísimos años y he encontrado en la cerámica un soporte de uso para mis dibujos. Ya no es una imagen que se imprime en la página de un libro o que se enmarca y se cuelga en la pared. Es una taza o un plato que regalo a alguien con mi sello y con un mensaje que le adjunto. De todas formas, me encantaría poder encontrar un proveedor para hacer mis diseños a gran escala y poder decidir cuánta cantidad hago de cada uno. Que se mantenga la parte artesanal, porque serían series limitadas que luego personalizaría individualmente.

“Trabajo en publicidad, he sido ilustradora durante muchísimos años y he encontrado en la cerámica un soporte de uso para mis dibujos”

Natalia Suárez, ceramista. Woodic
Foto: Érika Anes @erika_anes

-Es típico que el artesano se tenga que enfrentar al comentario de “qué caro es esto”. ¿Está valorada la artesanía como se merece?
-La cerámica no solo es un objeto, es una experiencia. Considero que la persona que quiera tener una taza personalizada o hecha por él mismo es un lujo y como tal tiene que tener un precio. No podemos seguir pensando que un botijo vale doce euros. La formación de quien lo hizo, que seguramente no tendrá relevo, es incuantificable y debería tener un sueldo vitalicio pagado por el estado. Detrás de esos alfareros no queda nadie y yo estoy viendo que la única opción de que la gente vuelva a la cerámica es con una perspectiva nueva porque tal y como la están llevando hoy en día, está muerta en vida. La cerámica se está vendiendo y tiene salida. A lo mejor es un nuevo lujo, la gente está redecorando sus casas y las quieren tener bonitas o necesitan ir a talleres, hacer cosas con las manos y reconectar. Puedes estar en un taller y la satisfacción es automática, cosa que no te da el yoga ni el pilates ni ninguna otra cosa. Muchas veces la gente viene y me dice que las cosas son caras, pero cuando se ponen a hacer ellos las cosas acaban diciendo que eso no hay dinero que lo pague. Esto es educación y yo estoy haciéndolo con las personas que vienen para que valoren los objetos desde otra perspectiva.

-¿Desde qué punto de vista abordas la creación de tus piezas?
-Cuando abordo la cerámica lo hago desde quien soy yo y qué me gustaría comprar. En Asturias queda un poco pedante, pero cuando explicaba mi marca en el proyecto de final de carrera, decía que el mío es un estilo Boho Chic, que es una estética y una corriente artística que junta lo mejor de lo urbano con la necesidad de volver al campo, a la naturaleza, de retomar la esencia, el contacto con la tierra. Hay una cosa en la vida que no sé hacer y es renunciar, lo llevo fatal. ¿Por qué tengo que hacerlo? Esto se suma a que no sé elegir, porque hacerlo supone descartar y yo quiero tenerlo todo. Ahora tengo lo que puedo asumir, pero si pudiese tener más cosas, las tendría.

“La única opción de que la gente vuelva a la cerámica es con una perspectiva nueva porque tal y como la están llevando hoy en día, está muerta en vida”

-¿Trabajar con el barro es tan terapéutico como dicen?
-Tu coges el barro, lo empiezas a amasar y no sé qué efecto hace, pero a la gente se le cambia la cara. En el taller la gente tiene conversaciones que no tendrían nunca en un bar ni en casa y lo hacen de manera natural y bonita. La cerámica es una excusa para darte tiempo a ti mismo, aprender algo nuevo, y la verdad es que cuando sacas en una comida familiar algo que has hecho tú, recibes la aclamación de todo el mundo y eso son tantos imputs positivos que te compensa. Una psicóloga que viene a los talleres me dice que no soy consciente de lo que estoy creando aquí…

-Tras su experiencia y la decisión valiente que tomaste, ¿qué te gustaría transmitirle a tu hija?
-Siempre dije que la primera que se tiene que creer las cosas soy yo misma. Lo que le estoy enseñando a mi hija es que el límite va a ser el que ella se quiera poner y que su única enemiga puede ser ella misma. Con esta mentalidad es con la que intento vivir. Yo creo que esta sociedad que tenemos no nos permite meter la cabeza en el agujero y escondernos. Hay que salir y tirar por donde sea. Aquí vienen mujeres jóvenes, con la cabeza muy bien amueblada, pero con problemas de ansiedad porque la sociedad que han heredado es tela marinera. Siempre les digo que la vida es transitar. Las cosas tienes que vivirlas, pasarlas, vomitarlas o dejarlas estar, pero no las puedes evitar. Como se suele decir, esto es mi Ikigai (fuente del valor de la vida de uno, o las cosas que hacen que la vida valga la pena). Me ha llevado 44 años encontrarlo, pero estoy muy contenta.

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