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lunes 25, noviembre 2024

La batalla de Cuadonga: Mito y realidad

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Dicha batalla tuvo lugar en el año 722. Las fuerzas reunidas por Pelayo elegido “Princeps inter pares” (Principal entre los iguales) derrotaron a las tropas musulmanas de Alguama a las que acompañaba el obispo Oppas.
Por un lado las crónicas posteriores (Albeldense, Sebastiani o Rotense) magnifican la batalla; de otra parte, las crónicas musulmanas intentan minimizar la victoria de Pelayo. Pero el hecho se constituyó en un hito legendario. El interés cristiano en mostrar lo acontecido como un triunfo de la cruz frente al islam hizo que la historia “culta” hablase de Pelayo viendo en el cielo una cruz que posteriormente enarbolaría en la batalla, concediéndole la victoria; cruz de roble que más tarde Alfonso III revestiría de oro y piedras preciosas en el 908, en el Peñón de Raíces (Castrillón) donde se ubicaba el Castillo de Gauzón. En realidad se trata de una leyenda culta, inspirada en la victoria del Emperador Constantino frente a Magencio en Puente Milvio en el año 312, tras la visión de la cruz en el cielo. Alfonso III se legitimaba así en el trono que su antecesor Ramiro I había usurpado a Nepociano.
La leyenda culta habla además de los moros lanzando piedras y flechas contra las tropas de Pelayo, proyectiles que por mediación de la Virgen caerán sobre ellos ocasionándoles numerosas bajas. Por otra parte en su huida, en las proximidades de Cosgaya un argayu, un alud de piedras sepultará lo que queda del ejército musulmán por designio divino. Paradójicamente las leyendas tradicionales del pueblo no hablan de cruces, milagros ni vírgenes sino de Pelayo y los suyos disponiendo troncos y piedras en la Cuesta Hines, cerca de Llerices y no en la Cueva de Cuadonga. Con ellas provocaron una avalancha que arrollaría al enemigo en el lugar conocido como Riega de La Busana, pues según la tradición los gusanos tuvieron carne y sangre que comer durante siete años. Quizás una visión legendaria más ajustada a la realidad pero que también tiene sus paralelos en algunas leyendas celto-atlánticas, sea el “Combate de los árboles” en Gales donde Gwyddyon salva a los bretones de los invasores transformándoles en árboles y haciéndoles combatir así a los enemigos. El mismo episodio aparece en la batalla irlandesa de Mag Tured, donde se dice: “Hechizaremos los árboles, las piedras y los montículos de tierra de tal modo que se convertirán en una tropa armada luchando contra ellos y les pondrán en fuga con horror y tormento” (recordemos el argayu de Cosgaya y los troncos y piedras dispuestos por Pelayo y los suyos).
El mito fue historizado por Tito Livio en su “Historia romana” pero evidentemente racionalizado, al igual que la leyenda popular de La Troncada de Pelayo.
El cónsul Postumius, con 25.000 soldados entró en el bosque de Litana en la Galia Cisalpina. Estos habían cortado los troncos de los árboles de tal manera que al caer unos arrastraron a los otros, aplastando a todo el ejército romano. Igual hizo Pelayo con el ejército musulmán, compuesto por la exagerada cifra de 187.000 hombres, según la crónica mandada a redactar por Alfonso III.
Parece evidente que en la batalla de Cuadonga, junto al hecho histórico, confluyen leyendas cultas de origen romano y hagiográfico con otras de origen celto-indoeuropeo, de tradición oral.

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