La actividad en la montaña es fuente de grandes satisfacciones, pero también puede dar algún que otro disgusto. Alpinistas, senderistas, escaladores, bikers, esquiadores… la mayoría en algún momento se han enfrentado a lesiones como consecuencia de su práctica deportiva. Muchas se pueden evitar.
Los buenos deportistas se cansan de repetirlo: la montaña es imprevisible. Y no sólo por los cambios climatológicos, que pueden transformar un precioso paisaje en un medio hostil en cuestión de minutos. Un despiste puede provocar una caída y, una simple torcedura en determinadas latitudes, puede derivar en un problema que requiera incluso evacuación. Y para eso no hace falta subir grandes alturas: muchos de los accidentes más aparatosos ocurren en rutas “sencillas” y transitadas, excursiones senderistas de baja o media montaña en las que uno va con la guardia baja
Pero tampoco hace falta ponerse tremendistas: basta con manejar la información necesaria, mirar la previsión del tiempo, y tener en cuenta una serie de precauciones que minimizan los riesgos de forma espectacular. Lo habitual es salir a la montaña sábado y domingo, cuando las obligaciones laborales aflojan y hay más tiempo libre. Pero para afrontar un sobreesfuerzo, es necesario hacer algún tipo de ejercicio durante la semana, evitando así posibles daños musculares y muy especialmente en articulaciones. Muñecas, codos, hombros, tobillos, caderas son más propensas a las lesiones cuando los músculos y ligamentos que las sostienen están débiles.
Ante una lesión, un buen profesional debe saber poner los límites necesarios, pero también dar respuesta a las inquietudes del deportista, definiendo y adaptando el grado de inactividad necesario para la recuperación.
Calentar y estirar: así de fácil.
Aunque el ejercicio en la montaña implica poner a prueba la resistencia física y mental, tampoco se debe someter el cuerpo a una exigencia que supere la preparación. Los profesionales de la salud insisten especialmente en algo tan sencillo como el calentamiento: entre cinco y diez minutos de ejercicios suaves consiguen prevenir las lesiones más comunes, como lesiones fibrilares o contracturas, además de favorecer el máximo rendimiento. Esta fase previa ayuda a aumentar la frecuencia respiratoria y la presión cardíaca, de modo que los músculos reciben un mayor aporte de oxígeno y nutrientes durante el esfuerzo. Además, incrementa la temperatura corporal, el nivel de concentración y también de coordinación.
Lo mismo ocurre cuando se acaba la actividad. Se recomienda no pasar bruscamente del ejercicio al reposo, y realizar ejercicios de estiramiento que contemplen todas las zonas que han estado en movimiento. Esto relaja y estiliza el músculo, además de ayudar a prevenir las molestas “agujetas”.
Todo deportista sabe que, aunque se tenga todo el cuidado del mundo, a veces los accidentes ocurren. Y si hay una lesión, es imprescindible ponerse en manos de profesionales con experiencia. Conseguir un diagnóstico correcto y, a ser posible rápido, es esencial para seguir unas pautas adecuadas de tratamiento. Una mala decisión facultativa puede acarrear muchos problemas, agravar una lesión o cronificarla. Un buen profesional, en cambio, entenderá las necesidades especiales del deportista, que normalmente quiere recuperar lo más rápido posible toda la movilidad, incluso en lesiones serias. Por eso, médicos y rehabilitadores deben saber poner los límites necesarios, pero también dar respuesta a las inquietudes del paciente, definiendo y adaptando el grado de inactividad necesario para la recuperación: reposo, reposo activo, entrenamiento alternativo, incorporación paulatina a la vida diaria. De este modo la lesión será lo menos traumática posible, tanto física como psicológicamente.