Se aproximan las elecciones al Parlamento Europeo, con perspectivas poco halagüeñas sobre el nivel de participación esperado y el crecimiento de opciones electorales populistas y antieuropeas. La oportunidad para expresar mediante el voto la desazón por la falta de alternativas sólidas a la crisis económica o directamente para canalizar frustraciones colectivas puede dar nuevos bríos a candidaturas cuyo programa y trasfondo son como poco inquietantes.
En esta época de pérdida de referencias que nos ha tocado vivir y en la que confluyen a la vez varias crisis, la que aqueja a los diarios impresos comienza a ser particularmente inquietante.
Corría el año 2003 y mientras Aznar se empeñaba en sacarnos del rincón de la historia comprometiendo el apoyo de España a la intervención armada en Iraq, un grupo de estudiantes de la Universidad asturiana organizamos, entre la miríada de actos contra la guerra en aquellos días de efervescencia, un acto callejero de protesta frente al Ayuntamiento de Oviedo (cuya mayoría corporativa se negaba a rechazar el conflicto) en el que invitamos a Nel Amaro.
A juzgar por las declaraciones triunfalistas del Presidente, los miembros del Gobierno de España y los dirigentes del Partido Popular, debe de haber algo que celebrar. Si uno se atiene a sus palabras, parece ser que ya hemos salido de la crisis y la recuperación económica es un hecho, que en breve tiempo dará paso a un futuro de prosperidad y oportunidades, que haga olvidar rápidamente el largo periodo de estrecheces vivido.
El tratamiento informativo y las declaraciones solemnes sobre el fallecimiento de Nelson Mandela y la rememoración de su trayectoria, dan para un tratado sobre el vaporoso enfoque de los acontecimientos históricos y el arte de la adulteración que es propio de nuestro tiempo.
En los últimos años una de las decisiones tomadas en Asturias cuya adopción requirió un proceso más laborioso y no exento de polémica fue la de construir un complejo de nueva planta para el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) en La Cadellada, Oviedo.
Tiene quince años. Se expresa con claridad y convicción, como hemos podido comprobar en sus declaraciones. Vivía en Levier (Doubs, Franco Condado), estudiaba en el liceo André Malraux y, siguiendo el mensaje de la gran novela homónima del polifacético escritor y político francés, albergaba la esperanza de que una lucha personal y colectiva le redimiese ante las dificultades que su condición le deparaba.
Dice mucho del nivel de la vida política local el hecho de que el principal asunto de debate público durante muchas semanas haya sido el tratamiento institucional, museístico y turístico a otorgar a las reliquias de la Catedral de Oviedo. Discusión que ha tenido, además, el habitual grado de acritud y las consabidas acusaciones a otras administraciones de deslealtad hacia la ciudad, notas que habían venido adornando el discurrir político municipal hasta la feliz tregua de razonabilidad de estos últimos meses, que ahora se diluye.
En los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a que una parte significativa del programa legislativo que plantea un gobierno venga precedido de un informe producto del trabajo de varios expertos, cuyas conclusiones anticipan en buena medida las propuestas que se transformarán generalmente en el correlativo proyecto de ley.
Hasta ahora sabíamos en abstracto que, en la sociedad del espectáculo, hasta el asunto más insospechado se convertía en objeto de atracción audiovisual y en materia de consumo para el receptor.