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lunes 4, noviembre 2024

Mandela y mucho más

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El tratamiento informativo y las declaraciones solemnes sobre el fallecimiento de Nelson Mandela y la rememoración de su trayectoria, dan para un tratado sobre el vaporoso enfoque de los acontecimientos históricos y el arte de la adulteración que es propio de nuestro tiempo.
Es cierto que en muchos de los testimonios, homenajes y obituarios la admiración a su figura es esencialmente sincera y que su elevación a símbolo global permite afirmar con optimismo que el ideal compartido de progreso y justicia sigue inspirando a la humanidad. Otra cosa, sin embargo, es la coherencia con las aspiraciones ensalzadas y, sobre todo, la pretensión de modular a conveniencia el recorrido vital del homenajeado para ocultar tantas amargas verdades sobre el contexto en el que Mandela tuvo que desarrollar su batalla contra la iniquidad.
Hemos visto representado a Mandela como héroe contemporáneo a la medida de los iconos deportivos o del espectáculo al uso de nuestros tiempos. Sea de forma intencionada o como mera repetición del esquema de comunicación imperante, el resultado es la ocultación o cuando menos la edulcoración de una historia hecha con dolor y resistencia, que, por otra parte, no es sólo la de Mandela y la de su altura moral. Con la puesta en escena por parte de medios y dirigentes occidentales, al personalizar en él los acontecimientos históricos y reducir a capítulos accidentales los años previos a la cárcel y a la victoria sobre el apartheid, lo que se muestra es una visión deliberadamente parcial. Como si la represión padecida por todo un pueblo o el carácter colectivo de la lucha contra la segregación racial fuesen cuestiones secundarias. Como si Mandela fuese sólo el abuelo venerable y sabio de la parte final de su vida sobre el que se concitan unanimidades y reconocimientos, y no tanto el abogado defensor de las libertades civiles, el activista político, el líder clandestino de los movimientos de resistencia –lucha armada incluida- contra el apartheid o el referente del panafricanismo democrático y la lucha contra el necolonialismo.

La memoria de Mandela no está completa si no se recuerda que fue tratado como terrorista por los líderes de los Estados cuyos sucesores le han rendido justos honores por su fallecimiento.

Como si el apartheid hubiese sido poco más que la separación por razas en autobuses y playas y no el despiadado sistema dispuesto a confinar a sangre y fuego a la mayoría de la población negra en los bantustanes, a utilizar la violencia para acabar con toda contestación, a desplazar forzosamente a millones de personas en el territorio, a reservar la ciudadanía a la población blanca condenando a la subordinación y a la miseria al resto. Como si el apartheid no guardase íntima relación con los intereses económicos asociados a la explotación de los recursos naturales, minerales y agrícolas, de los que tan rica es Sudáfrica. Como si el apartheid no hubiese sido tolerado o admitido como mal menor –con algunas prevenciones y distancias que imponía cierto escrúpulo moral ante su intrínseca maldad- por buena parte de los dirigentes occidentales en tiempos de la Guerra Fría en la que cualquier ficha del tablero global era determinante en el sanguinario juego de las superpotencias.
La memoria de Mandela no está completa si no se recuerda que, consciente de la ferocidad del sistema y de su imposibilidad de reforma, apoyó, invocando el legítimo derecho de resistir a la opresión, la lucha armada contra el apartheid. Si no se conmemora su compromiso y alianza con los movimientos de liberación en Angola, Namibia o Mozambique tenidos durante décadas por peligrosos subversivos por la doctrina oficial de los centros de poder occidental. Si no se recuerda que fue tratado como terrorista por los líderes de los Estados cuyos sucesores le han rendido justos honores por su fallecimiento.
Su figura se engrandece porque supo ser combativo e indómito, contestatario e intransigente con la brutal injusticia del apartheid. Se agiganta por su generosidad y capacidad para el perdón y la reconciliación, interpretando con inteligencia y humanidad el ritmo de cada tiempo. Pero una faceta no se debe entender sin la otra, y ninguna de las dos se comprenden reduciéndolas a una lucha estrictamente personal, porque ésta necesariamente se enmarca en la emancipación colectiva de un pueblo.

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