“Pocas personas consiguen ser felices sin odiar a otra persona, nación o credo”
(Bertrand Russell)
El odio es un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión o repulsión hacia una persona o cosa. Decía Ortega y Gasset que odiar a alguien es sentir irritación por su simple existencia.
Pero ¿cómo se gesta el odio?, ¿en qué ideas, creencias o conductas se asienta? ¿De qué fuentes bebe?
Este interrogante que planteo se refiere al odio cotidiano, no al odio contra una raza, religión, o condición sino aquel que se va asentando entre los que convivimos, entre compañeros, amigos, vecinos y familiares.
Ese odio que se va gestando debido a desavenencias que se mantienen en el tiempo, rencores, injusticias, abuso de poder, traición y envidia.
Testimonio de las consecuencias de la envidia tenemos desde el principio de los tiempos, desde nuestros “primeros hermanos”. Caín era agricultor y Abel pastor. Cuando hacían ofrendas el creador prefería las de Abel porque eran más generosas y así llegó a reprender a Caín. Fue el comienzo del resentimiento, de la envidia, del odio… El resto es historia. ¿Dónde estaba la bondad de ese que permitió los hechos?
La historia es mudo testigo de que muchos son los asesinatos cometidos debido al odio que genera la envidia.
Los peligros en marzo surgen (hablando metafóricamente) cuando la Naturaleza está a punto de brillar, de relucir, la transición entre el invierno oscuro y la luminosa primavera.
Cuenta Plutarco (escritor griego) que un astrólogo había advertido al emperador Julio César acerca de una conspiración contra él que se produciría en los Idus de Marzo, advertencia a la que no hizo caso. Llegado el día Julio César caminaba hacia el Senado y viendo al astrólogo se dirigió a él riendo y le dijo: “Los Idus de Marzo han llegado”, a lo que el astrólogo respondió: “Sí, pero aún no se han ido”. Julio César murió asesinado en el Senado.
Los peligros en marzo surgen (hablando metafóricamente) cuando la Naturaleza está a punto de brillar, de relucir, la transición entre el invierno oscuro y la luminosa primavera. Así ha sido siempre porque lo que debe morir no soporta presenciar el tiempo de lo que por fuerza ha de nacer. La envida en la Naturaleza.
Esta extraña pesadumbre, o envidia, ante el brillo y la luminosidad, frente al tiempo o bienestar del prójimo, pone de manifiesto cuán lejos estamos del Amor Universal del que tanto nos gusta hablar, del aprecio y el respeto de los unos por los otros.
Vivimos con la conciencia dormida, atrapados en las tinieblas del error y la ignorancia.
El sujeto que odia percibe el mundo bajo un manto de negatividad y reacciona con rechazo y sarcasmo, no soporta que sus allegados sean felices, que destaquen, no soporta la alegría del ambiente, ni los parques llenos de bullicio; es, por ello, que persigue, en pensamiento y acción la destrucción del sujeto u objeto en el que proyecta su odio.
El sujeto que odia percibe el mundo bajo un manto de negatividad y reacciona con rechazo y sarcasmo, no soporta que sus allegados sean felices, que destaquen, no soporta la alegría del ambiente, ni los parques llenos de bullicio.
Algunos de los estudiosos de esta pasión sostienen que, aunque usamos la misma palabra, odio, en realidad estamos hablando de tres fenómenos distintos:
– Animadversión que nos genera alguien próximo, alguien a quien hemos estado unidos y que hace algo, o nos hace algo, que consideramos injusto o deliberadamente dañino. Comienza, entonces, el camino del rencor.
– Rabia puntual. Es un odio que surge repentinamente y que nos hace cometer agresiones contra personas que acabamos de conocer. Aquí la variable determinante es la falta de autocontrol.
– Abominación hacia ciertos grupos y que explica buena parte de los problemas sociales actuales (racismo, sexismo, homofobia). La variable colaboradora en este proceder es la falta de empatía que produce la inquina. La inquina no nos deja ponernos en el lugar de otro, ocupa en su totalidad nuestro campo de conciencia y nos hace desear el sufrimiento de las personas que componen ese grupo sin tener sentimientos de culpabilidad o remordimiento porque estamos convencidos que merecen un castigo.
Nadie nace odiando, parece, más bien, una pasión aprendida y algunos sostienen que esta pasión tiene una explicación evolutiva en el pasado de la especie.
¿Podemos hacer algo para no odiar? ¿para odiar menos? ¿para que el odio no nos destruya?
Algunas pautas al respecto pueden ayudarnos:
– En primer lugar, aumentar nuestro autocontrol, aprender a retardar los impulsos. Dejarlo para mañana. David Buss, profesor de la Universidad de Texas, dice que la tirria continuada hacia determinada gente es un fenómeno que experimenta casi todo el mundo, pero que la mayoría se domina y actúa en consecuencia. El 90% de los hombres y el 80% de las mujeres han fantaseado alguna vez con el asesinato.
– Incrementar nuestra tolerancia a la frustración. Liberar el mal genio mediante el humor, huir de la autocompasión y no dejarse llevar por la ira colectiva, por la toxicidad de los que malmeten. Hay un caso curioso, el caso de un periodista que durante 8 años trabajó en el New York Times y debido a motivos familiares abandonó su vida y se instaló en la calle. Vivía sin robar, sin beber, sin drogarse y tenía un proceder muy curioso, en cada inicio de conversación con alguien decía: “Te odio” porque consideraba que es la fórmula de establecer la honestidad sobre los sentimientos negativos para dar lugar a unas relaciones sinceras ya que sostenía que en el fondo del buenismo existe una gran hipocresía.
– Desterrar la envidia de nuestro corazón, la gran asignatura pendiente. En este trabajo debemos implicarnos porque, tal como dijo Don Quijote a Sancho, no proporciona ningún placer en ningún momento, solo genera pasiones negativas en quien la siente y en quien la recibe, o sea, aquellos que se ven perjudicados por las conductas del envidioso. La envidia, en no pocas ocasiones, se pone de manifiesto en el silencio y es que el silencio del envidioso está lleno de ruidos.
Nadie nace odiando, parece, más bien, una pasión aprendida y algunos sostienen que esta pasión tiene una explicación evolutiva en el pasado de la especie; sentir inquina hacia los demás puede ser cuestión de supervivencia y algunos autores defienden su utilidad, o cierta utilidad, Aristóteles, Nietzsche o Ciorán, entre otros.
Creo, sin embargo, que deberíamos reflexionar mucho acerca de esta pasión y procurar que no se asiente en nuestros corazones.
Porque, si no me equivoco, no produce bienestar alguno.