“El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”
(Lord Acton. Siglo XIX)
Arnold Schwarzenegger (actor y político) dijo: “La gente necesita a alguien que los cuide. El noventa y cinco por ciento de las personas en el mundo necesitan que se les diga qué hacer y cómo comportarse”.
Quizá sea verdad.
Pero la cuestión no es debatir si “sí o si no”, ni siquiera debatir entre definiciones de unos u otros autores (al menos en este artículo) porque la cuestión fundamental es: quién y cómo ejercer el poder.
Existen diferentes formas:
1. Poder coercitivo: El instrumento utilizado es el temor. Se trata de controlar la conducta de los demás a través de la intimidación, de la amenaza, de la pérdida de beneficios y de represalias. No es una fórmula para influir sino para obligar… Maquiavelo diría: “Los hombres se encuentran más dispuestos a contentar al que temen que al que se hace amar”. Este tipo de poder se puede ejercer tanto en el mundo de la política como en el mundo empresarial. Por lo que respecta a éste, un líder al que se teme, termina siendo odiado por sus empleados pero puede ser efectivo en situaciones de crisis o para controlar a grupos de trabajos problemáticos. En la política, un gobernante que utilice el poder coercitivo también es odiado. Pongamos por caso dictadores como Putin o Kim Jong-un. El pueblo está atemorizado e inmovilizado por las dramáticas represalias que puede implicar cualquier movimiento, idea u opinión.
2. Poder utilitario: Se sigue a los líderes por los beneficios que se pueden obtener. Se trata de un intercambio, alguien disfruta del poder porque está en disposición de proporcionar algo que los otros necesitan con el fin de obtener algo a cambio. En definitiva los seguidores tienen algo que el líder desea y el líder posee algo que ellos quieren. Ambos buscan ventajas. Pan y circo del Imperio Romano.
En el caso de Steve Jobs el liderazgo se basaba en una mezcla entre el miedo que le tenían sus colaboradores y la necesidad que tenían de “impresionarlo” con su trabajo. Y es que la filosofía de Steve Jobs era contratar a personas inteligentes para que “nos digan lo que tenemos que hacer”. Aprovechar los conocimientos de los demás. Alguno dijo: “siempre era desagradable y, a veces, terrorífico. Su carácter hizo que algunos de sus empleados se superaran y otros terminaron destrozados.
Todos, en definitiva, deseamos el poder. No se trata de llegar a ser ministro o presidente de una multinacional, se trata de influir en las personas que nos rodean a fin de obtener el respeto, la colaboración, el entusiasmo y la consecución de objetivos.
3. Poder basado en principios: La persona que representa el poder es poderosa porque es creíble, respetada y honrada por los demás que cumplen sus deseos porque estos son compartidos, porque están en la misma lucha, tienen los mismos intereses y siguen libremente y con agrado a esa persona que consideran competente y digna de confianza.
En el caso de un político yo diría que puede ser Pepe Mujica o el Subcomandante Marcos (actualmente Subcomandante Insurgente Galeano). Es un compromiso consciente, consigo mismo y con quienes confían en su hacer.
Cada uno de nosotros puede ser “poderoso” o “impotente” ante cualquier circunstancia de la vida. Sin importar lo frustrado que uno se sienta, sin subestimar las dificultades, siempre tenemos la oportunidad de emprender alguna acción, de pensar y creer que existe una opción. En el momento en que esta consideración se asienta en nuestra mente estamos siendo poderosos, desarrollar esta cualidad para influir en los demás es cuestión de trabajo y tiempo.
El poder basado en principios, es el sólido poder, el que debemos elegir si deseamos que perdure, está regulado por el respeto hacia las personas en las que deseamos influir, debe conducir a la interdependencia, ambas partes toman decisiones y escogen alternativas a partir de lo que fue consensuado como más adecuado, correcto o excepcional . Este poder alimenta una conducta ética porque los implicados se sienten libres, asistidos, y deseosos de expresar sus opiniones y razones en función de sus conocimientos, necesidades y expectativas.
Eisenhower lo expresó de la siguiente manera: “Prefiero convencer a un hombre para que empiece algo, porque una vez persuadido, lo seguirá haciendo. Si lo asusto, continuará haciendo las cosas mientras esté asustado y luego desaparecerá”.
Es evidente que el ejercicio del poder requiere, además de respeto a los demás, capacidad de persuasión. Si se quiere convencer es necesario expresar sinceramente con seguridad y con corazón el porqué queremos hacer algo y porqué deseamos que se impliquen en ese hacer; para ello se deben exponer las razones y argumentos que existen tras las determinaciones y/o peticiones. Conviene, por tanto, examinar nuestra conducta a fin de conocer si nuestras palabras, discursos o peticiones tienen capacidad para ser poderosas. Podemos plantearnos ¿ofenden cuando hablamos o creamos relaciones constructivas?
El poder basado en principios alimenta una conducta ética porque los implicados se sienten libres, asistidos, y deseosos de expresar sus opiniones y razones en función de sus conocimientos, necesidades y expectativas.
Otra condición, absolutamente necesaria, para ejercer poder es la amabilidad, el respeto por la vulnerabilidad ajena, el trato delicado y sincero. Se trata, sencilla y llanamente, de tratar a los demás como desearíamos ser tratados.
El binomio enseñanza/ aprendizaje debe estar, igualmente presente en cualquier situación en la que se desee ejercer poder. Las personas influyentes son aquellas que se enriquecen continuamente, que muestran interés por las personas sobre las que se ejerce la influencia. La idea que se ha de transmitir es que todos y cada uno en la organización son necesarios y por ello están presentes.
Una vez que esta idea sea considerada como verdad incuestionable por cada individuo, se sentirá valorado, digno de poder manifestar una opinión y también en la obligación moral de hacerlo, porque de lo contrario estará privando al grupo de ideas que pueden ser altamente productivas o enriquecedoras.
Por último, la coherencia. Se trata de la armonía pensamiento-acción. Ser coherente no significa que hagamos lo mismo con cualquier persona, en cualquier momento o lugar. Significa que ponemos en funcionamiento los mismos principios básicos cada vez que actuamos.
Todos, en definitiva, deseamos el poder. No se trata de llegar a ser ministro o presidente de una multinacional, se trata de influir en las personas que nos rodean, hijos, amigos, compañeros, etc. A fin de obtener el respeto, la colaboración, el entusiasmo y la consecución de objetivos.
Si trabajamos en los principios expuestos estaremos en el punto de partida para sentirnos poderosos.