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miércoles 4, diciembre 2024

Una vida sin retorno

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“Aprendemos las lecciones de la vida cuando ya no nos sirven”
(Oscar Wilde)

Todo el mundo lloraba, no pocos clamaban por una justicia “justa” y hasta hubo algún desmayo cuando el último ladrillo selló, para siempre, cualquier contacto con la vida.

Una mujer joven, una más, cualquiera en cualquier parte, había dejado de existir y también de sufrir. Dejó en este mundo a sus hijos, hijos que no sabrán más que de odio, de rabia y de impotencia, porque tienen una madre en el cementerio y un asesino, que es su padre, en la cárcel.

Y así, día tras día, de casa en casa, con la abuela, con la tía, en cualquier lugar de acogida recuerdan a su madre cuando estaba viva, pero más muerta que cuando estaba en el ataúd y no pueden comprender porque su madre muerta aparecía desafiante, con un rostro relajado, risueño y hasta podría decirse que feliz. Había dejado de sufrir. La vida le había tendido una mano, mano que la liberó de las garras del miedo, del dolor, del sufrimiento insufrible y de la humillación.

Y sus hijos, junto al ataúd vieron llorar a los familiares, vecinos y mal llamados amigos y entendieron rápidamente lo que nunca habían sospechado, la farsa social. Porque aquellas personas que ahora lloraban fueron las puertas que se cerraron cuando la mujer pedía ayuda.
Incluso su madre le había quitado importancia a las vejaciones y malos tratos porque según decía era una cruz con la que tenía que cargar. Al puro estilo de Elena Francis.

Desde hace años vengo observando la doble vara de medir por parte de las mujeres, acuden masivamente a las manifestaciones acerca de la violencia de género y, sin embargo, ¿muchas?, disculpan según a quienes.

La situación, paso a paso, se endurece y un día, ya se sabe, termina con un cadáver a los pies. No hay justificación, ni perdón porque quien termina con la vida de otra persona que quería vivir, que tenía derecho a vivir, merece el castigo eterno, no merece vivir, por no decir otra cosa. Y no se puede comprender cómo alguien que te ha enamorado, que parecía un hombre maravilloso se convierte en el peor de los seres, un tirano, un agresor, un asesino de aquella que un día compartió con él su corazón y su ilusión. Una mujer que vive aterrorizada, con miedo; incluso en algunos casos sintiéndose culpable.
Luego vienen las lamentaciones, la petición de justicia y, si cabe, las manifestaciones que visten mucho y lavan muchas conciencias.

Hay dos cosas que podrían prevenir ese final, según mi entender:
Desde hace años vengo observando la doble vara de medir por parte de las mujeres, acuden masivamente a las manifestaciones acerca de la violencia de género y, sin embargo, ¿muchas?, en uno u otro grado, disculpan según a quienes. Los ejemplos se suceden cada día. Si el acosador es Plácido Domingo, pongamos por caso, aquí no ha pasado nada. Algunas dicen “¿a qué viene denunciar los hechos ahora?”, “a saber si fue verdad…”. Y yo no puedo con estos argumentos, está muy claro el porqué: ¿Qué hubiera sucedido si esa mujer, esas mujeres, lo hubieran denunciado en aquellos momentos? Primero, no se les habría creído o no se las querría creer, y esas mujeres, quizá talentosas, hubieran sido apartadas de su camino y de su ilusión. Quizá hubieran vuelto a su lugar de origen y tras ellas sus ilusiones.
Y para cerrarles la boca a aquellas que así argumentaban, Plácido Domingo lo admitió y algunos conciertos fueron suspendidos.

Así son muchos los ejemplos que se podrían citar, y no aprendemos, y no somos coherentes. Es el caso del actor y director Woody Allen, denunciado por una de sus hijas por abusos sexuales. Nadie lo creía hasta que la fuerza de la verdad un día se hizo presente. Recuerden que incluso se habló de la posibilidad de retirar su estatua de Oviedo y no se hizo. Y yo, como soy curiosa, pasé una tarde, durante una hora, observando la conducta de los paseantes. Fueron seis las mujeres que se fotografiaron junto a la escultura.

No estoy en contra de las manifestaciones, pero estoy convencida que ese rechazo hacia los abusos machistas debe ser el convencimiento de proceder siempre de la misma forma, no hay varas de medir.

¿Recuerdan aquella violación, en 2016 durante los Sanfermines por cinco chicos? Uno pertenecía a las filas del Ejército, otro era Guardia Civil, otro peluquero ¡en fin! Pues, he aquí, que unos reporteros/as de TV, (no sé si en un programa llamado Equipo de Investigación, o algo así) fueron a un pueblo de Sevilla, del cual eran algunos de ellos y preguntaban a la gente acerca de cómo eran esos chicos. La cuestión era que había mujeres que los disculpaban y hablaban de lo buenos chicos que eran. Otros y otras guardaban silencio. Pero nadie se declaró claramente en contra de tales conductas. Yo no daba crédito ante esa falta de empatía. Hasta que le ocurre a sus hijas.

Con fecha sábado 8 de septiembre de 2018, el diario El Comercio se pronunciaba de la siguiente manera: “Un profesor de Psicología de la Universidad de Oviedo fue apartado seis meses de la docencia por cometer una infracción grave y continuada de falta de consideración a sus alumnas”. El telediario también se hizo eco de esta situación.
Su lenguaje era totalmente inapropiado, por no decir otra cosa. Frases de tipo: “Podíamos ligar tú y yo”, “el sábado te vi, cómo ibas de borracha y qué falda tan cortita llevabas”, “si tú me quisieras violar a mí, yo me dejaría”.
Las alumnas refirieron, asimismo, que el comportamiento inapropiado de su profesor no se limitaba a sus expresiones verbales, sino que en ocasiones había efectuado contactos físicos inadecuados.

Los hechos se venían produciendo desde años. Los comentarios fueron aguantados porque las chicas a las que habitualmente daba clase eran de unos 19 años (en líneas generales) lo cual hacía que no se atrevieran, ante contexto tan desigual, a denunciar los hechos. Aunque esto venía ocurriendo no fue hasta los cursos 2014 – 2015 y 2015 – 2016 cuando las afectadas optaron por denunciar lo que estaba sucediendo. Las medidas adoptadas se limitaron a un “toque de atención al profesor”. Su conducta reincidente continuó hasta el momento en que fue expedientado por seis meses. Que obviamente me parece ridículo. Un profesor tiene que apreciar a sus alumnos y respetarles. Pero ya se ve que no siempre es así.

En muchas ocasiones, las mujeres justifican estas cosas porque creen que su pareja va a cambiar. Siempre se espera un cambio que no acontece. Y es difícil que alguien acepte que está siendo maltratada.

En aquel momento yo comuniqué los hechos a través del Facebook, la copia del diario El Comercio y la noticia en los telediarios nacionales. Casi nadie de mis amigos/as de este medio se pronunciaron. Entonces puse textualmente (entre otras cosas): “Conozco a muchos psicólogos. Todos aquellos que no se manifiesten en contra… o bien esconden algo, o le deben favores o no les importan las personas”.
Pero nadie se manifestó en contra de semejantes conductas.

Se trata de estar dónde hay que estar, con el corazón convencido de que deseamos rechazar por igual a todos aquellos que cometen abusos sexuales, sean quienes sean. No hay excusas para algunos. No estoy en contra de las manifestaciones, pero estoy convencida que ese rechazo hacia los abusos machistas debe ser el convencimiento de proceder siempre de la misma forma, no hay varas de medir.

Por otra parte, creo rotundamente que las mujeres no deben desoír lo que los profesionales podemos aportar con conocimiento de causa y en aras de la profesión. A saber:
Cuando se inicia una relación hay muchos indicios claramente reveladores del desarrollo de esta como son: aconsejarle que no se pinte, que vista depende qué prendas, que llame continuamente por teléfono, que la impida relacionarse con sus amigos o sus compañeros de Instituto o trabajo. Bajo ningún concepto aceptar esas sugerencias. Tienen mucha importancia y luego se pagan. No digamos el caso de que el chico tenga antecedentes de violencia con otra relación anterior.
A lo largo de mis años de profesión puedo decir que, en muchas ocasiones, las mujeres justifican estas cosas porque creen que su pareja va a cambiar. Siempre se espera un cambio que no acontece. Y es difícil que alguien acepte que está siendo maltratada.
El mandamiento es: cuando una persona comienza a sugerirte que modifiques todo aquello que hacías anteriormente, tu forma de obrar, tus ilusiones, tus proyectos, tus hobbies, dile adiós.
Antes de que sea demasiado tarde.

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