El fotógrafo Juanjo Arrojo es una de las personas más queridas del concejo. Un vecino entrañable que, en cuanto puede, vuelve a estas tierras grabadas en la retina de su niñez.
«Yo nací en Mieres porque mi padre trabajaba en la mina, pero me crié en Cudillero hasta los cinco años. Luego volví a Mieres, pero muchas veces cuando me preguntan de dónde soy digo que de Cudillero», cuenta Juanjo Arrojo. «Mi padre era de San Martín de Luiña y mi madre de Cudillero. En mi familia materna eran catorce hermanos, así que toda mi familia la tengo en esa villa». Ese es el motivo por el que los recuerdos infantiles del fotógrafo están íntimamente asociados a esta tierra asentada en la orilla del mar. De hecho, a la hora de escoger un rincón entrañable para él, responde sin dudar: «Lógicamente la casa de mi güela, en la calle Cimadevilla. Ye una casa que da justo al puertu, subiendo por la Reguera. Esi rincón ye el que más tengo metíu en mí, porque fue por donde más anduve de criu, corriendo arriba y abaxo. Ye la parte de Cudillero que más me gusta, xunto con la parte nueva, «el puartu nuavo», y también la zona del muelle viejo». Sin duda, el olor a mar y a pescado, el trajín de los marineros, o el batir de las olas se han quedado en el inconsciente de Juanjo Arrojo, asociados a los momentos felices de la infancia. Es el ambiente que forma parte de la esencia de Cudillero, de su historia; los aromas y el modo de vida que están grabados en las piedras de sus calles y en los genes de los que pasaron aquí parte de su vida. Sin embargo, Juanjo descubrió más secretos del concejo con el pasar de los años: «Esos son rincones que escojo de Cudillero villa, porque después si tengo que perderme en algún sitio del concejo, elijo la Playa del Silencio o la Playa de la Concha de Artedo. Cuando estoy muy, muy agobiau, cojo el coche, voy p’al Silencio -sea la hora que sea- e igual me tiro allí tres o cuatro horas y no me entero. Ojo, que la llaman Playa del Silencio pero allí hay mucho sonido, lo que pasa que es un sonido acompasado, procedente de las olas contra los regodones -cantos rodados- de la playa. El entorno es guapísimo. No llegan los coches al pie de la playa, y hay que bajar andando, con lo cual, sólo vamos los que nos encanta ese sitio». A menudo el fotógrafo se sube a su coche y pone rumbo a Cudillero, a ver amigos, parientes, o simplemente a desconectar un rato. Las buenas comunicaciones le permiten llegar en treinta minutos desde Gijón, donde vive. «Me lleva casi tanto llegar al concejo como subir a la Campa Torres desde Gijón», lo cual le hace sentirse muy cerca de la tierra que le vio crecer. §