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domingo 24, noviembre 2024

Cudillero. Brisa refrescante

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La imagen típica de Cudillero es la costa, las playas y los marineros. Pero también tiene fértiles valles interiores y, más adentro, montañas que ofrecen vistas espectaculares. Hasta ellas llega la brisa marina.

Al llegar a la villa de Cudillero se saturan los sentidos. La vista se pierde en la inmensidad del mar que se despliega ante nuestros ojos. Los olores marinos despiertan el recuerdo de la infancia pasada en la playa. El paladar disfruta con recetas a base de pescado y mariscos. El oído se recrea con el suave batir rítmico de las olas, y todo nuestro cuerpo recibe la caricia de la brisa. Nos situamos en la Plaza de la Marina y volvemos la vista para descubrir un anfiteatro de casas marineras colgadas en las laderas. Es una buena idea callejear entre ellas, subiendo escaleras de piedra y sumergiéndonos en el ambiente de la villa, siguiendo la ruta de los miradores que nos llevan a Cimadevilla, el Baluarte o el Contorno. En los bajos de las casas que nos vamos encontrando se reparten tiendas donde comprar quesos, embutidos, sidra, fabas, pescados envasados en aceite de oliva, todo tipo de material náutico o la tradicional cerámica negra de la zona. Y, cómo no, hay que entrar en las sidrerías, restaurantes, chigres y tascas que nos tientan a las horas de las comidas con merluza del pinchu, besugo a la espalda, pixín, rollo de bonito, huevas de merluza en vinagreta, marisco diverso y tapas preparadas con productos del mar. Si deseamos algo exclusivo de aquí, pediremos que nos preparen «curadillo» con fabas. Es éste un pescado de la familia de los escualos que se curan al aire, cual bacalaos, formando una estampa típica de Cudillero; como característica es también la imagen de las redes secándose para luego ser cosidas. Porque aquí la mar es la reina y hacia ella nos dirigimos para disfrutar del ambiente del puerto, sobre todo de tres a ocho de la tarde, cuando los barcos vuelven con las capturas que se subastan en la lonja. De esta actividad marinera proviene el nombre de pixuetos (pix: pez), con el que se conoce a los nativos de Cudillero. Nuestro paseo marítimo ha de completarse con una visita a la antigua lonja, al faro y su entorno, otra al mural de Casaus que muestra la vida de un pescador, después a la Iglesia de San Pedro, la catedralina, que fue financiada por el Gremio de Mareantes en el siglo XVI, y por último a la Casa del Fuego, donde se encendían hogueras para avisar de la posibilidad de atracar en el puerto: una, indicaba facilidad; dos, alguna dificultad, y tres, imposibilidad. Si queremos sumergirnos en la vida de estos marineros, nos acercaremos a la antigua lonja de pescado, ahora Aula de los Pixuetos y la mar, donde veremos las diferentes artes de pesca y la vinculación de la villa con el Cantábrico. La construcción más emblemática es la Capilla del Humilladero, que es el edificio más antiguo de Cudillero -siglo XVIII-, y que se encuentra a medio kilómetro del puerto. Las conversaciones, los olores y el entorno se confabulan para hacernos sentir partícipes de la vida marinera, en torno a la cual se han desarrollado incluso festividades alusivas como L´Amuravela, en el día de San Pedro. Los que desde niños han acudido al pregón tienen grabadas en la memoria las palabras con las que se inicia cada año, en dialecto pixueto: «En el nombri de Jesús/ ya la Vírxen Soberana/ vou ichar l’Amuravela/ como San Pedru asperaba». Y a partir de ahí, el pregonero -vestido de azul y sobre una barca de madera del mismo color- comienza a repasar los acontecimientos más importantes del año en tono satírico.

El tramo existente entre Cabo Vidio y Cabo Busto está declarado Paisaje Protegido de Entrecabos

Del mar a las brañas

Cabo Vidio Pero el mar que da personalidad a Cudillero no se concentra sólo en esta villa, porque el concejo tiene cerca de treinta y ocho kilómetros de costa que forma acantilados y también playas muy apreciadas por bañistas y pescadores. A las emblemáticas Concha de Artedo o la Playa del Silencio, se añaden la playa de San Pedro de la Ribera, Campofrío, Ballota, Gueirúa, Vallina, Cueva, Oleiros y así hasta veinte. Las hay de cantos y de fina arena, agrestes y accesibles, con servicios o salvajes, pero todas comparten la pureza de unas aguas cristalinas. Los pueblos que las albergan se han convertido, gracias a ellas, en reclamos turísticos de primer orden. Podemos comenzar su visita por la parroquia de Ballota, la más occidental del concejo, separada del vecino Valdés por el río Cabo sobre el que cruza el «puente que tiembla», por donde pasan los peregrinos. Al margen derecho de este río se encuentra una maravilla geológica conocida como la «cueva de los gentiles». A continuación del mismo, se abre al mar la playa de Ballota o Riocabo. Para llegar hasta ella, nos acercaremos al pueblo de Ballota, dejaremos los coches en el área de descanso y caminaremos por una senda hasta encontrar las escaleras que descienden. El paseo de veinticinco minutos se verá recompensado por una amplia playa de cantos rodados y tramos de arena tostada, ideal para el baño y la pesca. La parroquia alberga también la playa de Gueirúa, para lo cual iremos hasta el pueblo de Santa Marina. Esta tiene forma de concha, salpicada por un conjunto de islotes al oriente de la playa y un acantilado impresionante de cuarzo y pizarra en el extremo contrario. En cuanto a patrimonio, se recomienda la visita a la Ermita de San Roque -lugar donde se celebra una romería en la que se da cita todo el concejo-, y a la Iglesia de Santa María. En ésta hay dos importantes cuadros del pintor local Dionisio Fierro.
Si seguimos la línea de la costa, nos desplazaremos ahora hasta la parroquia de Novellana. El pueblo que le da nombre tiene bellas muestras de arquitectura popular y una iglesia consagrada a Santiago que data del siglo XVIII, construida sobre una ermita medieval del siglo XII. Por todo ello, Novellana fue declarado Pueblo Ejemplar en 1992 junto a Soto de Luiña. En la parte que colinda con el mar, esta parroquia nos invita a visitar la Playa del Silencio, en Castañeras. La larga caminata que precede el encuentro disuade a muchos de acercarse hasta ella, lo cual la mantiene muy limpia y en estado semisalvaje. De hecho, la leyenda dice que en la punta Nocedal -que se encuentra en su parte más oriental- hay todavía enterrado un tesoro morisco. Buscarlo puede ser una de las ocupaciones en la playa, aunque también es ideal para practicar pesca submarina, bañarse en sus verdes y tranquilas aguas o simplemente relajarse ante la belleza sobrecogedora que nos envuelve.

La amplia playa de San Pedro de la Ribera permite practicar la natación, el surf, la pesca y hacer ejercicio en su pista finlandesa

A continuación nos espera Soto de Luiña, la segunda población del concejo si tomamos en cuenta el número de servicios de que dispone. San Martín de Luiña La localidad cuida con mimo su patrimonio histórico-artístico, y como antes indicamos fue Pueblo Ejemplar en el 92. Aunque hayan pasado los años desde la concesión del galardón, Soto de Luiña sigue conservando en excelente estado la Iglesia de Santa María -con torre de dos pisos y una imagen del Cristo crucificado del XVI- y el Hospital del Rosario, al servicio de los peregrinos del Camino de Santiago. Ambas construcciones datan del siglo XVII y se siguen empleando, aunque el hospital se ha reconvertido en Casa de la Cultura. Hay quien acude, pues, a la villa a hacer compras, a comer en un buen restaurante, se aloja en vacaciones, o desea conocer el encanto de sus calles. La naturaleza pone su contrapunto en verde y azul, puesto que esta parroquia llega hasta el mar y también penetra hacia el interior, ofreciendo tanto playas como verdes praderas para recorrer caminando. La playa más emblemática es la de San Pedro de la Ribera: 350 metros de arena tostada y algún canto rodado, en cuyas aguas se puede practicar natación, surf o pesca. Está dotada de múltiples servicios como aparcamiento para 600 coches, camping, bar, baños, agua potable y área recreativa, lo que la hace ideal para el turismo. En Bocamar hay una pista finlandesa, un recorrido peatonal que incluye tablas de ejercicios.

Siguiendo la costa, nos topamos ahora con Oviñana, donde destaca el Cabo Vidio. Las vistas desde esta atalaya -coronada por un faro- son impresionantes. Con sus rocas cortadas que se hunden en el mar, este accidente geográfico es uno de los más emblemáticos de Asturias. No sólo por belleza y espectacularidad, sino también por la pureza de sus aguas: el tramo existente entre este cabo y Cabo Busto es de tal riqueza natural que se ha declarado como Paisaje Protegido de Entrecabos. En Oviñana conocen bien lo que tienen porque la pujanza de su puerto está unida a la pesca del marisco, en especial la langosta. La actividad se ha reducido, pero el marisco y los oricios capturados en la zona gozan de justa fama. Acercarse al puerto ya es un paseo único, pues se accede por una estrecha carretera que al final tiene un túnel que nos deja en el propio puerto. No se puede ir en invierno, pues las olas llegan hasta el túnel y hacen peligroso el acceso, pero en verano es una visita digna de realizar. Adonde sí se puede ir todo el año es a la Iglesia de San Roque, a ver las típicas «casas mariñanas», casonas como la de la capillina, y también acercarnos a la playa de Cueva, junto al Cabo Vidio. Antes de bajar podemos detenernos en el mirador para apreciar el mar desde arriba, y luego descender el acantilado rumbo a la playa. Sin embargo, aunque asociamos la parroquia al mar, Oviñana significa etimológicamente «tierra de ovejas», lo cual nos lleva a recordar que en ella hay una parte de verdes praderas a las que antes llevaban los vaqueiros sus rebaños, cuando las brañas interiores estaban nevadas.
Donde sí encontramos la tierra que amaban estos vaqueiros es en San Martín de Luiña. Su territorio se inicia en la orilla del mar y va hacia dentro, cambiando la brisa, el azul de las aguas y la espuma de las olas, por huertas repletas de verduras, y aún más adentro por praderíos que se van ondulando y elevando paulatinamente hasta formar brañas. En este punto nos encontramos en un mar de verdes, donde las olas tapizadas de hierba tienen nombre propio: Brañaseca, Busfrío, Cipiello, Felguerina, Gallinero, Labordinga, Lagayuelas, La Puerca, Llindeín, Serradiello y Tejidiello. Aquí pasaban las primaveras y veranos los vaqueiros de alzada, que llevaban el ganado vacuno hasta estas alturas de cimas suaves para que pudieran pastar libremente. Estos personajes eran, a fin de cuentas, nómadas. Vivían en el valle cuando hacía frío y volvían a las cumbres con el buen tiempo, lo que despertaba recelos en los campesinos del valle (marmuetos). Queda constancia escrita de las diferencias entre ambos grupos en la Iglesia de San Martín de Luiña, del siglo XVII. Grabado en piedra sobre el suelo de la nave central, un letrero todavía indica «no pasen de aquí a oír misa los baqueiros». Además de esta inscripción discriminatoria y disuasoria, los vaqueiros de alzada también eran enterrados en un lugar apartado de la iglesia. Hoy su modo de vida nos anima a caminar hasta las cimas de las brañas, por caminos que discurren al principio entre cercados, rodeados de árboles autóctonos que crecen en pequeños grupos, observando cabañas de piedra fuera de uso y disfrutando con impresionantes vistas que nos muestran el mar en el horizonte. Al descender, los senderos se llenan de molinos de agua, casas y hórreos elevados sobre cuatro pilares o pegoyos, con estructura de madera desmontable y tejado a cuatro aguas. En ellos todavía hay quien guarda la cosecha, la matanza, u objetos de la casa que se desean preservar de humedad y roedores. Muchos tienen tallas o pinturas en puertas o paredes, lo que personaliza estas construcciones.
En nuestro recorrido por el resto de parroquias no debemos olvidarnos de San Juan de Piñera donde encontramos la Torre de Villademar -considerada el edificio más antiguo del concejo-, ni de Santa María de Piñera que alberga el Palacio de los Selgas. Por último nos dirigimos como despedida hacia la única parroquia que no tiene salida al mar: Faedo. Su nombre tiene que ver con la abundancia de hayas y en ella existe un barrio «vaqueiro», llamado Orderias, además de seis aldeas. Tierra adentro no sólo ha cambiado el paisaje, sino también la gastronomía. Los platos se transforman: los productos de la matanza se emplean en las fabadas y se prepara el apreciado pitu de caleya en recetas transmitidas de madres a hijas. Si queremos irnos con el paladar dulce, pediremos franxuelos, enfiladas y bollinas. §

Fotos: Juanjo Arrojo

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