Enfrentarse a un cáncer no le ha impedido seguir conquistando sus sueños. Ahora la montañera asturiana más reconocida tiene en su mochila cinco ochomiles y la satisfacción de seguir superándose a sí misma.
Nació en un pueblo de montaña del surocidente asturiano, Los Llanos en Cangas del Narcea. Su afición a escalar altas cumbres le ha llevado a ser pionera: la primera asturiana en conquistar las 7 cimas más altas de los cinco continentes, entre las que se encuentra el Everest. Su último gran reto, el pasado mes de mayo, ha sido pisar la cima del cuarto ochomil más alto del planeta, el Kangchenjunga: 8.586 m. Pero sin duda no será la última de las hazañas que podamos compartir con Rosa Fernández, una mujer que acostumbra a sorprender.
-Lleva ya cinco ochomiles, pero el último, el Kangchenjunga ha sido especial porque lo ha conseguido tras haber superado una larga enfermedad. ¿Qué le ha supuesto esta experiencia?
-Creo que es el ocho mil más difícil, con bastante diferencia. La parte alta es una zona muy técnica, es como si te ponen en invierno en la cara norte de Peñasanta, aquí en Picos de Europa, pero a 8.500 metros de altura. No era la montaña que había pensado subir, después de todo el tema del cáncer y el tratamiento tenía previsto algo más pequeño; pero el culpable en cierta manera fue Óscar Cadiach, que había estado dos veces allí y me dijo que estaba seguro de que lo podíamos hacer. Al final decidí apostar alto y lo hicimos, pero fue durísimo. Ya es duro desde el campo base, en el que estábamos muy poca gente, unas treinta y cinco personas, y luego tienes que ir de campamento en campamento, con mal tiempo como tuvimos este año, todos los días nevando, teniendo que abrir huella cada vez que salíamos, con toda la parte de arriba sin equipar, sin cuerdas fijas… Y además en este caso tienes que dormir a ocho mil metros para luego seguir subiendo. Todo es mucho más duro.
-¿El mal tiempo complicó aún más la subida?
-Claro: es un campo base a 5.500 metros, y estaba encerrada dentro de la tienda, metida en el saco sin poder leer ni nada porque hacía demasiado frío. Además estoy acostumbrada a ir siempre con el mismo sherpa, con Dawa, con el que me entiendo muy bien. Y este año iba muy contenta con Óscar porque es uno de los mejores himalayistas que ha salido de España, pero él llevaba un sherpa nuevo, que no hablaba inglés y nunca sabías muy bien si se enteraba de las cosas o no. Así que se juntó todo: una montaña tremenda, unas condiciones muy duras, el sherpa nuevo…
“La enfermedad nos recuerda que estamos aquí de paso, así que hay que aprovechar los momentos”
-Después de estos años de experiencias fuertes ¿conoce ya sus límites?
-Creo que siempre podemos dar un poco más de lo que damos. Por ejemplo, este año estuve a 6.500 metros durante cinco días antes de ir a la cumbre, son muchos días en altura y hubo un momento en el que pensé que no podría subir; pero el cuerpo, aunque te parezca que no puedes aguantar, siempre te da un poco más. El día antes de salir estábamos en el último campamento en un día horrible de viento y nieve, veinticuatro horas metida en la tienda, y pensé que ahí se había acabado. Sin embargo, al final el tiempo cambió y eran increíbles las ganas de subir, el afán de superación. Me ayudó mucho acordarme de cuando iba al hospital todos los días, pensaba en toda la gente que está con tratamientos y en la suerte que tenía yo por poder estar allí.
-Ha dicho que la montaña más fuerte a la que se ha enfrentado ha sido el cáncer de pecho, ¿cómo lo ha superado?
-Fue tremendo. En el año 2009 lo tenía todo: un proyecto potente, los patrocinadores, me encontraba fenomenal y estaba entrenando a tope, por eso cuando me dijeron que tenía cáncer y que tenía que operarme no me lo podía creer. Esto ocurrió en febrero, y yo en abril me tenía que ir. Estaba tan convencida que los médicos no se atrevieron a decirme que no, pasó más de un mes hasta que me dijeron que con la radioterapia iba a tener que olvidarme del proyecto. Y yo seguí pensando que si no era en abril sería en junio o en septiembre.
En la recuperación me ayudó mucho el deporte, porque yo salía del hospital y me iba al gimnasio a entrenar. Nico Terrados, mi médico de medicina deportiva de Avilés, me decía que fuera anotando todo lo que hacía, pero yo sólo se lo decía a él y no a los médicos del hospital. A la gente que tenga este problema le recomiendo el ejercicio, sin hacer barbaridades, pero que no se queden en casa, que vayan a caminar o a dar una vuelta en bici. Hay un montón de cosas que se pueden hacer y que vienen fenomenal.
-¿Cuánto tiempo estuvo retirada de la actividad?
-El peor año fue el 2010, lo noté bastante porque son tratamientos que se van acumulando. También lo acusé en esta expedición, al hacer un esfuerzo grande me dan vómitos, pero eso es normal. Ahora ya estoy recuperando todos los niveles otra vez. Los médicos se llevaron las manos a la cabeza cuando les dije que me iba al Kangchenjunga, pero creo que terminaron conociéndome un poco, y al final uno de ellos me dijo: mira, es mejor que te vayas porque aunque suspendamos el tratamiento un mes no va a pasar nada. Si te vas a a morir, te vas a morir igual, y para ti y para tu cabeza va a ser mucho mejor.
Rosa Fernández es la primera asturiana en conquistar las 7 cimas más altas de los cinco continentes, entre las que se encuentra el Everest.
-Hay mucha gente que dice que después de superar un cáncer se siente diferente, como si renaciese. ¿Le aportó algo diferente?
-Sí que te aporta, porque yo no soy de esas personas que piensan que van a vivir toda la vida, o que van a estar aquí para siempre. Y esto te recuerda que estamos aquí de paso, que aunque hoy estés fenomenal mañana te puede pasar cualquier cosa, así que hay que aprovechar los momentos. Yo disfruto muchísimo de las pequeñas cosas, como salir por ahí con la bici o de montaña.
-¿Alguna vez en la montaña ha sentido la muerte más cerca de lo que le gustaría?
-En Ubiñas. Estábamos una amiga y yo en un corredor en la zona de los Fontanes. Nos quedaban tres metros para salir arriba, se cortó una placa y hubo una avalancha: bajamos trescientos metros, nos enterró, nos volvió a sacar, nos volvió a enterrar y me dio tiempo a pensar “mira que venir a morirme aquí”. Es mi experiencia más tremenda, en cambio en las montañas grandes siempre tuve mucha suerte.
-No es amiga de participar en grandes expediciones comerciales. ¿Por qué?
-Es cierto que no me gustan las expediciones grandes porque las decisiones no son tuyas. Lo más importante para mí es poder decir si me apetece o no, si hoy estoy en condiciones, hacer la montaña a mí manera y que no me impongan el día en el que tengo que subir ni qué tengo que llevar. Por eso me gusta ir con mi sherpa y ser totalmente autónoma. Pero también entiendo que hay mucha gente que va a estas montañas sin tener ni idea, gente que ni siquiera hace montaña en su ciudad ni en su país, y sólo va por la fama que tienen ahora mismo las montañas grandes. Entonces necesitan unos guías, alguien que les diga lo que tienen que hacer, porque al fin y al cabo también tienen derecho a estar allí.
-¿No cree que en este tipo de expediciones se afrontan a veces demasiados peligros?
-Sí que es peligroso, y los sherpas a veces arriesgan mucho con gente así. Pero claro, también hay mucho dinero por medio, estas cosas hay que estar allí para valorarlas.
Para nosotros es totalmente diferente porque no vivimos de ello y hacemos lo que nos gusta. En varias ocasiones me he encontrado con gente que no tiene idea de montaña, pero tiene muchísimo dinero y contrata hasta cinco sherpas por persona. Lógicamente, el sherpa vive de esto: también hay que entenderlo.
Cuando fui al Everest en 2005 coincidí con una japonesa que no se había puesto unos crampones en su vida y que decía “yo lo único que quiero es tener una foto allí arriba”. Lo que pasa en el Everest lo entiendo por la fama que tiene, pero en otras montañas más expuestas la gente es muy atrevida, se arriesga mucho y pierde de vista que se puede quedar allí.
“Cuando fui al Everest en 2005 coincidí con una japonesa que no se había puesto unos crampones en su vida y que decía ‘yo lo único que quiero es tener una foto allí arriba’
-Gestos como los de Óscar Cadiach, que esperó su regreso de la cumbre en un campamento de altura, no se ven habitualmente en las expediciones comerciales.
-No, porque la gente va un poco a lo suyo. Es difícil que te ayuden en las expediciones grandes, porque si yo me gasto seis mil dólares ellos se están gastando eso multiplicado por cuatro o cinco, así que piensan que si vienes sola tienes que asumir tus riesgos. Yo siempre cuento con que tengo que subir y bajar, tengo que medirme mucho porque sé que no tengo un equipo detrás y nadie va a venir a buscarme si tengo un problema.
-Regresó del Kangchenjunga pensando en decir adiós al Himalaya. ¿Va a mantener esta decisión?
-Es difícil. Esta última vez estaba totalmente decidida a no volver más. Es muchísimo sacrificio, mucho tiempo, lo pasé mal… pero va pasando el tiempo y ya lo ves diferente, piensas que fue difícil pero hay otras montañas que quizá no lo sean tanto. Ahora tengo escaladas las cuatro grandes de la zona del Nepal: Everest, Lhotse, Makalu y Kangchenjunga , las cuatro peores, y el otro día hablando con una amiga salió el Shisha Pangma, que es un poco más pequeña. Y no puedo decir más, ahora mismo es una época muy difícil, también por el tema de los patrocinios, pero pienso que es posible.
-De todo lo que ha hecho en la montaña ¿cuál ha sido el reto más difícil?
-A mí me marcó muchísimo el Everest, a pesar de que la gente dice que allí sube cualquiera. Y eso puede ser verdad, pero depende de las condiciones. Yo lo subí con mi sherpa, hicimos la primera cumbre de la temporada por la cara norte, sin equipar la parte alta de la montaña. Aparte de la dureza del lugar en sí, es una montaña que supone mucho económicamente, me quitó muchas horas de sueño, buscar patrocinadores para el Everest es tremendo, y yo además tuve que ir dos veces, porque la primera no conseguí llegar a la cumbre por la cara sur.
-Disciplina, fuerza, ilusión…¿cuáles son las palabras que han marcado su vida?
-Yo creo todo te va marcando. Yo nací en una braña de montaña, en un pueblo, Los Llanos en Cangas del Narcea, donde ya no vive nadie. Vivía allí con mis abuelos, y de pequeña tenía que caminar kilómetros para ir a la escuela. Y ahora, por ejemplo, veo a los niños de Nepal que viven como yo cuando era pequeña, jugando con la tierra, las piedras, los palos, y son felices, no necesitan más. Pienso que la falta de comodidades sí influye un poco, porque en la montaña tienes las cuatro telas de tu tienda y un saco de dormir. No tienes ni agua, que es lo que más echas de menos, así que cuando llegas a casa y abres el grifo es un lujazo. Valoras cosas muy pequeñas, que para otra gente no tienen ningún valor.
-Su última iniciativa ha sido crear el club ciclista femenino Una a Una.
-La bici me encanta, disfruto muchísimo con ella. Lo de crear el club fue debido al tratamiento contra el cáncer, porque no podía marchar a la montaña y además tuve un problema en la rodilla y no podía correr. Y aunque al principio me decían que estaba loca, la verdad es que debo tener algo de poder de convicción porque ya está funcionando muy bien. Somos cuarenta chicas, que nos lo pasamos fenomenal, hacemos muchas rutas, y de paso conocemos zonas diferentes de Asturias. Cuando vamos juntas a marchas como la que tuvo lugar en el mes de julio en La Farrapona vamos a disfrutar del entorno y de la gente con la que vas. Algo que llama la atención es que tenemos un funcionamiento diferente al de los hombres, que suelen ser más competitivos. Si una pincha, las demás la ayudamos, nos esperamos unas a otras y trabajamos en equipo.