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sábado 8, febrero 2025

Igor Paskual. «Es muy higiénico cambiar de opinión. Sienta muy bien a la humildad»

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Lo de Igor Paskual no va de música, ni de arte, ni de fútbol… Lo suyo va de VIDA. No de la que se escribe con minúsculas y pasa sin pena ni gloria, ni de esa que es anodina y se esconde entre los grises y los negros. No. La suya está llena de pasión, emoción, interés y de constante y permanente curiosidad.

Tiene una cabeza delirantemente inquieta. Persona de verbo fácil, reconoce que una de sus grandes pasiones es comunicar. Le gusta la sorpresa, la mirada de otros ojos que enriquezcan lo que ven los suyos. Y, aunque su ego proteste, prefiere cambiar de opinión cuando se da cuenta de que hay otros enfoques que mejoran el suyo.

Es guitarrista de Loquillo, licenciado en Historia del arte, comentarista deportivo con debilidad por el fútbol y productor musical. También es creador del canal @espanarte con el que, recientemente, ha firmado una colaboración con la Fundación Municipal de Cultura y Universidad Popular de Gijón y el Ayuntamiento, gracias a la cual hablará sobre parte del patrimonio de la ciudad. Tal y como él mismo reconoce «Gijón tiene más de 90 esculturas públicas, la mayoría de vanguardia, que, además, han calado en la ciudadanía. Es un museo gigante que no sólo está en el centro sino también en los barrios».

-Viendo tu carta de presentación, ¿dónde te encajo?
-Es una pregunta que me hacen con cierta frecuencia y nunca sé cómo responderla porque yo no lo percibo así. No me resulta fácil porque no lo veo desde afuera, lo veo desde dentro con lo cual no tengo la sensación de estar haciendo cosas diferentes. Para hablar de un partido de fútbol, analizar una canción o un vino, sigo el mismo sistema. Hablo de espacios, de compensación, de equilibrios. Utilizo un método igual para hablar de cosas que es verdad que pueden ser diferentes pero que, en el fondo, están muy relacionadas. Eso me ayuda mucho para llegar a la gente. Todo lo que cuento es lo mismo, pero a veces utilizo el vino, a veces la música, otras el fútbol, la literatura o también el arte.

Igor Paskual en el Museo de Bellas Artes de Asturias
Igor Paskual en el Museo de Bellas Artes de Asturias

-¿Entonces dirías que haces muchas cosas o sólo una de diferente manera?
-Sí que es verdad que a la hora de hacer los proyectos son diferentes. Si hago un vídeo para Españarte, no es lo mismo que grabar un disco, tocar en un concierto o escribir un artículo de fútbol. Está claro que son actividades que requieren distintas maneras de mostrarlo. Incluso, empresarialmente, son lugares que se mueven en espacios distintos, pero en el fondo, cuento la vida como la veo a través de diferentes cosas. Lo que a mí me apasiona es la comunicación en el sentido más literal. Creo que cualquier cosa, si te esfuerzas por contarla, ser empático y comunicarla bien, es interesante. Eso lo aprendí en una clase de Historia del arte. Yo odiaba el románico y tuve una profesora buenísima. De repente no podía creer que en esos capiteles en los que veía tosquedad, poca finura y algo torpe, de repente me parecieran obras maestras de la expresión humana. Tampoco me gusta el ciclismo, pero si leo un buen artículo y me explica bien una carrera, puedo verla. Lo que me apasiona es cómo las cosas que yo sé o me han gustado siempre, puedo convertirlas en accesibles para los demás. Mi oficio no es hablar de arte, vino o literatura. Mi oficio es comunicar.

-¿Qué es lo que valoras de esa comunicación?
-La base de nuestra civilización, de nuestra democracia, es la educación. Mi madre era maestra de infantil. Fue una suerte y un privilegio tenerla y acudir siempre a la enseñanza pública. Aunque no todos los profesores eran muy buenos, he tenido en el colegio, en el instituto y en la facultad maestros por los que mucha gente pagaría millones para que le dieran esas lecciones. Yo he salido en éxtasis en algunas clases. Ahí me di cuenta de qué importantes eran esas profesiones. Para mí, un buen profesor no es el que sabe mucho, sino el que consigue transmitir lo que sabe, aunque sea poco, poniéndose siempre en el lugar del otro. Mi primer profesor de guitarra no tocaba muchísimo, pero enseñaba increíblemente bien. Sin él nunca hubiera podido estudiar guitarra clásica o acceder a unos niveles mucho más altos. Fue el más importante porque me dio la base, la colocación de la mano, la relación entre los acordes… Estas cosas que son las que te permiten seguir aprendiendo.

-¿Lo que uno aprende debe ser la herencia del que viene?
-Trabajo y estoy en contacto con gente más joven y alucino porque, muchos de ellos, me meten un 10-0 en nada. Cuando les produzco un disco, aparte de que suene bien, también pretendo enseñarles cosas que a mí me ha costado muchísimos años aprender. Por supuesto que hay cosas que cada uno tiene que experimentar por sí mismo y hay errores que tienes que cometer pero, ¿por qué no te voy a enseñar lo que a mí tanto me costó aprender? ¡Joder, que el primero ya hizo el molde!
Una de las cosas que he logrado en mi vida es ser muy consciente de lo privilegiado que soy o, mejor dicho, que somos.

-¿Por qué te consideras privilegiado?
-Tengo un trabajo que me encanta, por supuesto, con momentos muy duros. Pero cuando voy en la furgo y alguno se va quejando siempre digo: tío, que vas con Loquillo. Llegas, tienes la guitarra afinada y todo montado. No sabes el lujo que es eso. Cuando voy en solitario, hay veces que toco para 100 personas, otras para 50 y a veces hay 20. Cargo y descargo yo. A veces cobro mucho, otras ni un duro y, en algunas giras, me arruino. Párate y piensa cómo está el mundo. El problema es que no lo hacemos, todo lo damos por hecho y creemos que es un lujo que nos merecemos. Fíjate que tenemos el móvil en el bolsillo y ahí llevamos la biblioteca de Alejandría multiplicada por 200.000 más toda la historia del cine o de la literatura. ¿Eso no es un privilegio? Si te pones malo vas a un hospital y te curarán, abres un grifo y te sale agua caliente y potable… Mucha gente no piensa estas cosas pero a mí me hacen sentir muy guay. Cuando me deprimo un poco me digo: «vamos a ver, un momentito… ¿qué está pasando aquí?» Por favor, pongamos un poquito de perspectiva, que tenemos el lujo de vivir en una comunidad segura.

-¿Nos ayudaría a sentirnos un poco menos protagonistas de todo el hecho de incorporar el arte en nuestra vida cotidiana?
-El arte, visto de una manera amplia, nos enseña muchas cosas y también a ver cómo los artistas veían el mundo en su época. Nos creemos los únicos habitantes del mundo, exclusivos. Damos muchas cosas por supuestas y, aunque el ser humano tiene una gran capacidad de adaptación o resistencia a los elementos contrarios, creo que también se conforma muy rápido. Se ve mucho ahora con la clase política: los que se formaron después de la Segunda Guerra Mundial van a tender a llegar a acuerdos de una manera mucho más rápida que los que no la han vivido. Por eso pienso que muchas veces los políticos de derechas o los que han vivido muy bien tienden a pactar mucho menos porque están acostumbrados a recibir y nunca a ceder. La clase social, en política, es muy importante.
Cuando vamos de gira, se ve muy rápido quien es hijo único, quien no, si se está acostumbrado a compartir, el que lo ha tenido todo siempre… Esto multiplícalo por mil y ahí sale el reflejo de una sociedad que pierde el punto de vista real muy rápido. Pienso que vivimos en una parte del mundo muy privilegiada, que es Europa. Y dentro de Europa, más concretamente, España, es un reducto total. Por eso siempre digo que hay que viajar un poco más, ir a México DF, Lima… ahí ya te das cuenta de que tienes que empezar a pensar con más cuidado.

-¿La distancia te da perspectiva?
-Hay que relativizar nuestras depresiones y nuestras angustias. Los artistas somos muy egoístas, egocéntricos, todo es: yo, yo y después yo y esto nos impide relajarnos y disfrutar. Apreciar al otro y poner las cosas en contexto. Sin embargo, cuando tienes hijos tú ya no estás en primer plano y esto te hace darte cuenta de que no eres tan importante.
También creo que muchas veces juega en nuestra contra lo que se nos vende o lo que hemos intentado comprar de ese estado de bienestar permanente, la felicidad constante, que todo tenga una estabilidad. Esto va totalmente en contra de ese espíritu que te hace valorar las cosas y, cuando te viene una mal dada, no sabes encajarla. Yo creo que genéticamente, el ser humano está preparado para luchar constantemente por la supervivencia.

-Queremos ser libres, felices… pero, ¿sabemos serlo?
-Nunca hemos vivido en un mundo tan confortable y jamás hemos tenido una esperanza de vida tan alta, salud, alimentación, justicia. Borges decía una cosa que me encanta: «He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz». ¡Y es verdad! Muchas veces nos cuesta vivir con la felicidad porque no sabemos qué hacer con ella. Es como con la libertad. Hay un libro de Erich Fromm que dice que la gente no sabe qué hacer con la libertad porque, ser libre, implica una responsabilidad. La infelicidad hace que podamos poner en manos de los demás lo que nos pasa: estoy así por el clima, el gobierno, por mi jefe, por mi familia, por mi pareja… Al ser humano le cuesta mucho ser responsable de sus actos. Es una manera de excusarse constantemente. Tengo la impresión de que mucha gente se regodea en esa especie de malestar vital porque es una manera de provocar compasión. Es como si nos costase decir que estamos bien.

-Haces constantemente referencia a otras personas. ¿Dirías que eres la suma de muchos?
-Creo que es una pregunta que tiene doble respuesta. La primera es sí, me suma la gente que me fascina. Hace unos meses, estaba a las dos de la mañana en una calle de Chantada escuchando a unas chicas tocando el pandeiro, unos chicos la gaita e igual unas cincuenta personas bailando en la calle. Yo estaba flipando, te juro que para mí es lo mejor que he experimentado en años. De pronto un tío que era hijo de un veterinario, se puso a contar historias. Te puedo asegurar que no hay escritor en España que cuente las cosas así. De pronto, en un pueblo perdido de Galicia, estaba frente al nuevo Borges. Era una manera de ver la vida que parecía una película. Me pareció totalmente fascinante y, frente a eso, lo único que puedes hacer es pedirles que te cuenten su historia porque es mucho más interesante que la tuya. La otra cara de la respuesta es no, porque hay gente que me sorprende para mal. Hay mucho ser humano que es un hijo de puta.

De todos los aprendizajes que te ha dado la vida hasta ahora, ¿cuál es el que más valoras?
El que más valoro es el que a veces intuyes y no lo sabes. Cuando estás en una situación y de repente intuyes que es de otra manera, pero no estás seguro porque no tienes la experiencia ni a veces la sabiduría. La intuición es un conocimiento que infravaloramos y es un sentido de alarma importante. Valoro mucho cuando uno mismo es capaz de prever alguna situación y que luego se corrobore. Ese conocimiento que tienes previo, sin saberlo, me resulta muy interesante. Eso a lo que no le haces caso, después, lo aprendes a base de errores. También es válido porque acabas juntando experiencia e intuición, dos elementos muy opuestos en apariencia.
Otra cosa que me resulta muy atractiva el conocimiento de los padres. Me gusta mucho hablar con los míos y saber cómo ven ellos el mundo, en qué han acertado, en qué creo que tienen razón y en qué, a veces, se equivocan porque el conocimiento se va transformando según las circunstancias. Me resulta muy interesante ver dónde sigue siendo válido y dónde no.

-¿Cambia la perspectiva y los enfoques cuando pasas de hijo a padre?
-Sí. Sobre todo, a la hora de entender. Como padre, parece que te llegan una serie de cualidades dadas. Es decir: voy a tener un hijo y, por lo tanto, voy a hacerme inmediatamente responsable, sabio, maduro… Y nada más lejos de la realidad porque eres el mismo gilipollas de antes pero con más responsabilidad. Cuando era pequeño, veía a los padres y a los sacerdotes como seres imbuidos en un conocimiento superior y nada más alejado de la realidad. Vemos a economistas supercompetentes y ninguno predijo la crisis del 2008 o a empresarios como Florentino, que es uno de los tíos más poderosos de este país, y resulta que remodelan el Bernabéu, quieren hacer conciertos en él y a nadie se le ocurrió que había que aislarlo del ruido. O sea que: un tipo de su talla, que se supone que está rodeado de un equipo de asesores que deben cobrar una millonada, es igual de lerdo que tú y que yo. A nadie se le ocurrió, pero sí se le ocurre al dueño de un bar de un barrio de cualquier ciudad. Con esto quiero decir que muchas veces atribuimos cualidades superiores a gente que no las tiene y que se tardan mucho en aprender. Pero volviendo al tema de los padres y los hijos, lo que sí te vuelven es más generoso. El hijo es innatamente egoísta. Pienso que es la condición del ser humano, que pide constantemente ser comprendido pero nunca se pone en el ejercicio de comprender.

-¿Tiene importancia para ti estar con ellos?
-Sí. Cuando lees entrevistas o hablas con alguien mayor y le preguntas «¿de qué te arrepientes?» La respuesta siempre es la misma: de haber trabajado mucho, haber sacrificado todo en favor de mi trabajo y no haber visto crecer a mis hijos y estar con ellos. Si lo dice todo el mundo medianamente exitoso, igual no tengo que esperar a que me pase a mí.

-¿Sabrías decir si cada uno de ellos te ha enseñado algo?
-Otra pregunta trampa. Sí y no. Yo siempre he querido tenerlos, pero siento que he sacrificado mucho por hacerlo, más de lo que pensé. En esto también pasa algo digno de mención: los padres debemos de llevar unos veinte años en la historia de la humanidad haciéndonos cargo de los niños y, seguramente, ya hemos escrito más libros de paternidad que las mujeres sobre maternidad. ¡Fíjate si tenemos ego los tíos! Ahora mola mucho decir que eres padre y, en vez de reconocer que es muy sacrificado y te da muchos sin sabores, dices que aprendes mucho de ellos. Pues igual no tienes que aprender nada de ellos, igual somos los mayores los que les tenemos que enseñar.
No sé si he aprendido mucho o poco, yo me dedico a cuidarlos e intento que aprendan y, supongo que por inercia, algo habré aprendido, pero igual que lo haces con otras muchas personas que se cruzan en tu vida. La realidad es que me fascinan, me lo paso de putísima madre con ellos, pero creo que muchas veces decimos cosas por puro egoísmo. No hace falta que aprendas o te aporten algo. A lo mejor se trata simplemente de que asumas tu responsabilidad.

-¿Aprender a ver y a escuchar de otra manera?
En España es complicado en el sentido de que somos un país muy acostumbrado a dejar que el otro cuente para replicar lo que ya tienes pensado. Aquí entran en juego muchas cosas: cómo se cuentan las cosas, lo que tú esperas que te digan, saber contrastar opiniones, ver las cosas desde otro punto de vista, ser empático… Por eso es tan importante la lectura. Recuerdo que tuve un profesor increíble que siempre me decía que acabase los libros aunque no me gustaran demasiado porque, si sólo lees y escuchas lo que te gusta, te vuelves muy unilateral. Me parece que saber escuchar y ponerte en la cabeza del otro es el ejercicio más complicado del mundo.

Igor Paskual en concierto

-¿Lo practicas a menudo?
-Yo lo empecé a ejercitar por necesidad. Cuando tocas en directo necesitas causar una reacción y para eso tienes que ponerte en qué está sintiendo esta persona, porqué viene, qué busca. Ver y estudiar sus reacciones. En vez de pensar: «¡menudo gilipollas!», tienes que preguntarte: «¿qué estoy haciendo mal para que a él no le llegue este concierto?». Hay que intentar ponerse en su cabeza, pensar que seguro que tú puedes hacerlo mejor o entender que igual él viene de vivir un problema en su casa. Ahí Jesucristo fue un revolucionario. Ese mensaje de ponerte siempre en el lugar del otro y servirlo me sigue interesando mogollón. Me parece muy bestia esa forma de pensar porque te obliga a ponerte constantemente en el lugar del otro y eso es complicadísimo. Es un ejercicio que a mí me cuesta mucho hacer porque tú estás tocando sobre un escenario y pides una respuesta.

-Para poder acercarte a otras realidades ¿hay que saber quitarse de en medio?
-Si estamos un poco abiertos y, como tú dices, nos quitamos de en medio, vemos que hay gente completamente fascinante y arrebatadora que nos nutre.
Hay otra cosa importante y es que para conocernos a nosotros mismos es inevitable pasar por los demás, tú a ti mismo no te puedes objetivar. Si me quiero analizar, necesito la visión del otro, aunque sea cruel, porque si no lo hago así, no me veo reflejado. Muchas veces, cuando veo a otra persona y me molesta algo de ella, siempre me digo: «voy a ver si ese mismo defecto lo tengo yo» y, normalmente, lo tengo. Hay diferencias, pero los seres humanos somos bastante más parecidos de lo que nos creemos. Mola utilizar al otro incluso como ejercicio egoísta. Primero para estar, para comunicarnos, y luego también para aprendernos a nosotros mismos. A mí esto me ayuda a crecer y a limar ciertos desperfectos porque creo que, los defectos, no los anulas nunca.

-¿Qué pasa cuando el reflejo que ves no te gusta?
-La línea que hay entre la sana autoestima y la enfermiza arrogancia es muy delicada. El problema casi nunca es por defecto de ego, sino por exceso. Ese miedo casi cerval que hay a la anulación de uno mismo, esa poca seguridad, es nefasta. Me llama mucho la atención, ya no sólo por la violencia de género, sino por todas las cuestiones, el comportamiento del macho ibérico tradicional. Hay una cosa que ocurre últimamente y es el hecho de que se quiere a una persona que no haya tenido muchas parejas previas, se quiere a alguien que venga inmaculado y ¡no tío! Si eres un supermacho alfa, lo lógico es que quieras a alguien que haya tenido muchas experiencias para que te enriquezca. Entonces, ¿qué hay ahí? Puro miedo, inseguridad, temor a tu propia fragilidad. En el fondo, somos todos unos nulos y no pasa absolutamente nada.

-¿Asumir que las debilidades no siempre son malas?
-Por lo menos, conócelas. Cuando hacía crónica deportiva, los jugadores que más admiraba eran los que eran conscientes de sus limitaciones y que acababan siendo los más apreciados por sus entrenadores. No los más valiosos, no los que tenían ese talento innato, que también había algunos y realmente son muy necesarios, pero los mejores, los que estaban más años en un equipo, los que tenían carreras más longevas, normalmente eran jugadores, obviamente con talento, pero que sabían muy bien dónde eran fuertes y dónde no. Ahora me pasa muchas veces grabando discos. No hay nada mejor que el músico que sabe dónde sí y dónde no. Eso es una bendición. Después están los que creen que saben y están equivocados. Ahí me remito a la máxima de la filosofía griega de conocerse a uno mismo. Es superválido y ayuda mucho.

Igor Paskual

-¿Cuánta energía perdemos en querer encajar?
-Lo de encajar causa mucho sufrimiento. Es muy curioso porque también es bonito, en este gran teatro que es la vida, el ver que yo no soy siempre el mismo. En la banda de Loquillo soy de una manera, pero en otra pandilla soy el gracioso, en otra soy el serio. Creo que nos pasa a todos. Es verdad que he tenido siempre un deseo de gustar, aunque no a cualquier precio. Como a cualquier persona, me gusta ser apreciado, pero sí que tengo amigos y, sobre todo, amigas que gastan mucha energía y que les cuesta enormísimos disgustos tratar de encajar o de ser aceptadas o, lo peor de todo, querer complacer. En esto perdemos muchísima energía, mucha vida, mucha felicidad porque, además, siempre va a haber alguien que se quiera aprovechar de eso. Lo que pasa es que para equilibrar esto hace falta saber quiénes somos, qué pretendemos, poner límites y saber decir no. Esta es una de las grandes lecciones de esta vida y tardamos siglos en aprenderla. Saber decir no y saber cuándo decirlo es una de las cosas más bonitas del mundo.

-¿Tener razón a toda costa o cambiar de opinión?
-Soy un español más al que le gusta tener razón, que me la den, que me digan lo listo que soy, pero no me ha quedado más remedio que cambiar. El tiempo me ha puesto muchas veces en mi sitio.
Los que nos dedicamos a la comunicación, a subirnos a un escenario o a hablar, nos vemos confrontados y sometidos a más réplica que otras muchas personas. Esto hace que te des de bruces con la realidad que no siempre es como tú la ves. Así que: me gusta tener razón, pero cuando me veo obligado a cambiar de opinión, también lo hago sin problema. No pasa nada por hacerlo.

-¿Mola hacerse mayor?
-Hay una cosa muy guay que es hacerte mayor y envejecer. Mola mucho cuanto te ves a ti mismo y te ves como otra persona. Me doy cuenta cómo sentía antes y cómo siento ahora, y son maneras completamente distintas. Y me parece bonito porque te das cuenta de que puedes cambiar sin tener que sentirte mal porque ya eres otra persona. Es muy higiénico cambiar de opinión, sienta muy bien a la humildad. Hay veces que la realidad es mucho más tenaz que nosotros mismos y ella misma te lo impone. Contra ella es imposible luchar.

-¿Y te gusta lo que ves ahora mismo?
-Me gusta muchísimo más que lo que veía antes. He tardado años en gustarme un poco. Soy una persona de muy lento aprendizaje, aunque también es verdad que luego aprendo muy bien. Sé que desde fuera no lo parece porque doy una imagen de seguridad, pero tardé mucho en entender la vida y cómo funcionaban las personas e incluso a mí mismo.
Cuando empecé con la guitarra, veía que amigos que llevaban el mismo tiempo que yo, tocaban mejor. Ahora, he acabado tocando mucho mejor que ellos porque, como no me quedaba más remedio, yo le metía muchas más horas de ensayo. He tardado mucho en aprender la vida y en aprenderme a mí mismo y, obviamente, me gusta mucho más lo que veo ahora. Antes era un ser lleno de imperfecciones, completamente descompensado. ¡Un puto horror! Te juro que no iría para atrás ni un solo año.

-El éxito, tal y como tú lo entiendes, ¿tiene más que ver con el reconocimiento o con la libertad?
-Qué interesante… Desde como lo vivo ahora, con la libertad. Pero estoy jugando con demasiada ventaja y no me gusta. Es decir, yo te doy esta respuesta porque he tenido el reconocimiento. Si no lo hubiese obtenido, igual respondería de otra manera. Es como cuando alguien se hace famoso y, de repente, dice que lo importante es el anonimato. ¡Claro! Como los millonarios. ¿Quiénes son los únicos que dicen que el dinero no importa? Los que lo tienen. Son respuestas un poco trampa. Ahora mismo, digo que lo importante para mí son las amistades y la familia después de haberlos sacrificado durante años para estar en un escenario y grabar discos. Mi respuesta no es honesta, no es limpia. Está muy contaminada y juego con ventaja. Partiendo de esta premisa, te digo que con la libertad, pero si me hubieses preguntado hace veinte años, cuando era tonto perdido, igual te decía otra cosa. Son preguntas que no tienen una sola respuesta.

-¿Sabes lo que tienes que atender y lo que tienes que ignorar?
-Ahora mismo sí lo sé, pero me ha costado mucho distinguirlo. También te digo que ya he cumplido los 49 y he tenido tiempo para pensarlo. Si te diese esta respuesta a los 20 sería un genio. Lo sé ahora, después de haber dado muchas vueltas, tenido muchas experiencias y de haberme fijado mucho en lo bueno y también en lo malo de los demás.

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