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domingo 30, marzo 2025

Raúl Rodríguez Arias, artesano ceramista: «Al barro le debo mi cambio de vida, mi felicidad»

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Es el último heredero de la cerámica negra de Llamas del Mouro, un pequeño pueblo del occidente asturiano situado a veintidós kilómetros de Cangas del Narcea. Raúl Rodríguez Arias ha sido reconocido recientemente con el Premio Nacional de Artesanía en la categoría de Producto con su colección Piel de Mouro.

«Respiro. Me conecto y creo». Esta frase, dicha en los tiempos que corren, podría ser el inicio de una revolución. Hablar con Raúl es darle al pause y empezar a entender que otra forma de vivir es posible. Desde muy pequeño el barro fue su compañero de juegos, es lo que tiene nacer en el seno de una familia alfarera cuyos padres entienden que su hijo debe ser el digno heredero de la tradición de sus ancestros. Aprendió, creció y se marchó. Se impuso la necesidad de experimentar y crear un camino propio y tras forjase un posible futuro en una multinacional en Barcelona, sintió la necesidad de regresar. Lo dejó todo y lo hizo. Volvió al origen, al pueblo, al barro, pero de una manera diferente. «Elegí, y la verdad es que soy muy feliz». Tan sencillo como cierto. En sus obras, siempre presente un profundo respeto hacia la tradición y la materia, pero también la necesidad de explorar nuevas texturas, formas y llevar todo un paso más allá.

-Háblame un poco de ti, de tus orígenes, la familia, trayectoria…
-Nací en el seno de una familia que lleva haciendo cerámica desde hace ya generaciones en Llamas del Mouro, Cangas del Narcea. Mi familia es la portadora de la herencia de la cerámica negra, es el único alfar que queda abierto a día de hoy. Antes era un barrio alfarero, muchas familias se dedicaban a ello, tenían sus propios hornos y progresivamente fueron desapareciendo porque no hubo relevo generacional. Recuerdo a mi abuelo, luego a mi padre y a mi tío y después, desde los cuatro o cinco años, tanto a mí como a mis primos nos metieron en el torno. Empezábamos a jugar con el barro, a hacer nuestras cositas y, más que otra cosa, a romper piezas; ya teníamos un contacto con la materia y, sobre todo, veíamos cómo trabajaban ellos y el proceso del oficio de la cerámica. No sólo hacer una pieza, también era cómo iban al monte a coger la materia prima, cómo la preparaban, hacían las mezclas, las cocciones… Desde pequeño tuve la oportunidad de ver ese círculo cerrado de un oficio. A esas edades hay ciertos miedos que todavía no tienes y aprendes muy rápidamente. Con catorce o quince años ya tenía un manejo del torno importante y esta fue mi base, mi origen y, a día de hoy, el medio que me permite ganarme la vida.

Piezas de cerámica de Raúl Rodríguez Arias.
Foto cedida por Raúl R. Arias

-¿En ningún momento sentiste la necesidad de desafiar la tradición familiar?
-Sí, por supuesto. La respuesta políticamente correcta sería decirte que, desde siempre, he estado metido en cerámica y era lo que quería ser de mayor. Nosotros teníamos que aprender porque venía un poco implícito en el ADN familiar. Esto es como tocar un instrumento, requiere esfuerzo y mucha dedicación y, a los quince años, tanto mis primos como yo, cuando nos obligaban a estar en el taller, no queríamos. Lo que te apetecía era irte. Mis padres fueron muy estrictos en ese sentido y esto hizo que haya conseguido un virtuosismo en el torno que, si no fuese por eso, no podría haberlo adquirido de mayor. A los dieciséis no quería ni ver ni el taller ni un trozo de barro, de hecho, me fui a la Universidad, estudié otra carrera y luego me fui fuera. Trabajé en una multinacional hasta que un día me di cuenta de que lo que estaba haciendo no me llenaba. Decidí darle un cambio a mi vida y pasar de un trabajo socialmente considerado y bien remunerado a volver a mis raíces, a trabajar con las manos.

-¿Te arrepientes?
-No. Creo que fue la mejor decisión que pude tomar en mi vida. Soy consciente de que esto te lo digo ahora porque me salieron las cosas bien. Es cierto que trabajé mucho, pero hubiese podido suceder todo de otra manera porque confluyen una serie de cuestiones que no sólo son el trabajo, el esfuerzo o la dedicación. Creo que hay circunstancias, momentos puntuales donde he tenido suerte y todo ha ido encajando. No es que crea mucho en el destino, pero a veces tengo la sensación de que también está presente. Si miro hacia atrás, me doy cuenta de que se han ido alineando metas para que decidiese dedicarme a esto porque me iba a ir bien.

-Hablas de tu padre, de tu tío y de tu abuelo. ¿Qué dejaron ellos en ti?
-Lo que adquirí de mi padre fue el manejo del torno. Todas mis piezas las hago en él, pero a día de hoy, en mi trabajo, también he sumado muchos procesos de investigación y diseño.
Mi padre nunca tuvo la opción, como yo, de elegir hacer algo que le llenase, que le hiciese sentirse realizado, feliz. Ellos trabajaban la cerámica porque tenían que comer e hicieron lo que sabían hacer. Yo tengo la suerte, gracias a la educación que recibí y a los medios que me dio mi familia, de haber podido decidir a qué me dedico, entonces disfruto mi profesión de otra forma. Mi familia ha tratado de inculcarme ciertos valores que, al final, creo que son los que me sirven tanto a nivel personal como profesional como son la seriedad, ser una persona honesta contigo misma y con los demás…

-¿La alfarería tiene un lenguaje propio?
-Sí, lo tiene. Lo que pasa es que hacer lo que hago en un escenario en el que todo se hace de manera muy tradicional tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La ventaja es que aprendes de niño un oficio con una excelencia a la que, de mayor, nunca llegarías. El inconveniente es que plantearle a tu familia que quieres hacer piezas completamente diferentes a las que ellos están acostumbrados, es complicado. Tienes que convencerles con hechos y con rendimiento económico. Tienen que ver que te va bien y que tus piezas funcionan. Sino seguirías haciendo las mismas piezas que hacía tu bisabuelo.

-¿Ya están convencidos?
-Sí, mucho. Ahora están muy contentos, pero fue un proceso. Pasar de trabajar en una empresa con un reconocimiento social a decirles que quería dedicarme a ser artesano, hacer talleres con niños y dejarlo todo, no fue fácil. Más si lo piensas hace diez años.

-Súmale a eso que tú dejas las oportunidades que en teoría ofrece una gran ciudad, para venirte a un taller en un pueblo de Cangas del Narcea. Tuvo que ser difícil de procesar…
-Claro. El volver al pueblo se entiende como un retroceso. Más cuando planteas que tú no vuelves para estar dos o tres días sino para habitar un espacio en el que tienes que desarrollar tu trabajo.
Es también coexistir con tu familia y con tus vecinos, que son encantadores, pero tienen casi todos 20 o 30 años más que tú y hay ciertos temas de conversación que no puedes tener con ellos. A nivel de relación se nota mucho que somos de culturas distintas, tenemos diferentes formas de entender la vida, vivimos situaciones diferentes y, sobre todo, que ellos no han tenido los recursos que yo sí he tenido para poder organizar mi vida. Aunque la supervivencia en el pueblo a nivel físico la tienes garantizada (comida buena, huerta, aire fresco), para mí, una de las mayores dificultades de mantenerte en el territorio es la socialización y la posibilidad de compartir con otras personas tus inquietudes. Uno de los trabajos que estoy haciendo es tratar de conectar con personas que tengan proyectos con los que sienta que pueda vibrar en una frecuencia parecida. Esto es muy importante para que tu mente siga activa. Lo de vivir en el pueblo, en cierto modo, está muy idealizado, pero hay que estar en ellos y saber lo que son.

-¿Qué vínculo mantiene tu arte con el territorio que habitas?
-Principalmente los materiales. Trato siempre mezclar arcilla comercial con piedra local, entonces permanentemente estoy en búsqueda de materiales nuevos que me ayuden a generar texturas que me parezcan interesantes. Es un mundo interminable y, al final, tienes que hacer un esfuerzo por tratar de condensar cosas y de enfocarte porque hay múltiples posibilidades. Desde el principio, intento mantener ese contacto con mi territorio y con la tierra que es lo que determina y define mi trabajo.

-¿Es diferente haber vuelto a la cerámica después de recorrer tu propio camino?
-Totalmente. Yo fui descubriendo poco a poco que la vida es un proceso y hay determinados momentos en los que no estamos preparados para tomar decisiones sobre qué queremos hacer. Lo que sí tengo claro es que para decidir sobre qué quieres hacer con tu vida o a qué te quieres dedicar, pensando que esto es lo que va llenar un montón de horas de vida y de trabajo, tienes que hacerlo en base a la experiencia, a haber probado opciones y saber qué es también lo que no quieres, lo que te desagradó o lo que esperabas de las cosas. A lo mejor te has formado para algo, te has metido en el mercado laboral y lo que te encuentras no es lo que esperabas porque hay mucha diferencia entre la realidad y la parte formativa. Creo que tienes que estar dispuesto o abierto para buscar tu camino. No tenemos que acertar a la primera, ni a la segunda pero sí mantener viva la cultura del movimiento.

-¿Tú te encuentras en esa búsqueda o has llegado ya al sitio en el que te quieres quedar?
-No, que va. ¡Para nada! Siempre intentas estar en búsqueda porque sino caes en rutina, en aburrimiento y dejas de ser creativo. Además, es muy peligroso dejar de buscar porque, si dejas de hacerlo, de encontrar cosas o de tratar de sorprender y emocionar a la gente, esto repercute en ti, te estancas. Para mí, por realización personal, es importante que detrás de las piezas que hago haya un trabajo. Me apetece buscar, investigar, salir, buscar piezas nuevas, mezclar materiales, ver cuántas piezas rompo… Esto es clave para mí, fíjate que yo rompo el 80% de las piezas que hago. Siempre pienso que las que se quedan por el camino se manifiestan en las que salen porque, para sacar una pieza bonita, has tenido que ayudarte de otras.

-¿Creas un vínculo con cada una de las piezas que realizas?
-Sí. Son como hijos, estableces un vínculo muy fuerte porque son piezas que trabajas mucho, estás relacionándote con ellas un tiempo y las quieres. Generas un sentimiento hacia ellas. Cuando las voy a empaquetar para enviarlas, lo hago con cuidado y cariño porque no son cualquier cosa. Para mí, estos son los valores añadidos de la artesanía de calidad.

-¿Dirías que la artesanía es enemiga de la prisa?
-Creo que es enemiga de la prisa, de los tiempos marcados y también de los proyectos que no puedes abarcar. Tienes que dimensionar muy bien y saber dónde te estás metiendo para no hacer cosas sin emoción. Es importante trabajar con perspectiva y, para eso, se necesita tiempo y una buena planificación. Hace dos meses envié 110 piezas a Estados Unidos y en un proyecto como este lo que más valoro es que pudimos ajustarlo a unos tiempos reales. No me gusta trabajar rápidamente para hacer piezas y enviarlas cuanto antes porque ya no disfruto del proceso.

-¿Cómo es el proceso mental en tus creaciones?
-Yo elegí crear. Alguien me puede hacer un encargo sobre piezas que ya están hechas, pero ninguna va a ser igual que otra (siempre lo advierto porque esto forma parte del encanto de la artesanía). Cuando tengo que crear o hacer una pieza desde cero, ahí sí que te puedo decir que vivo las veinticuatro horas de los siete días de la semana para la cerámica. Esté donde esté y con quien esté mi cabeza piensa en ese código, es un poco una obsesión. Me resulta muy difícil controlarla en ese sentido y es un proceso continuo. A veces desconecto un poco, pero siempre estoy en constante búsqueda porque tengo muchos estímulos. Lo difícil es sentarme, dibujar, concretar y, después, empezar a hacer piezas.
Ahora estoy practicando el estar por ejemplo un par de meses o tres haciendo un mismo prototipo de pieza porque en ese proceso puede haber muchísimas variantes y, si quiero llevar una pieza a la excelencia, tengo que repetir, repetir y volver a repetir. Intento estar concentrado únicamente en una sola cosa y ya con ideas de hacer otras, pero más adelante.

-¿24 horas pensando en cerámica?
-Esa es la realidad… Y lo bueno o lo malo –todavía no lo sé– es que me gusta. La verdad es que tampoco lo juzgo. Habrá gente que me pueda decir que es un rollo, que no tengo vida, pero sí la tengo y la cerámica forma parte de ella como algo muy importante. Ahora mismo, el 80% de mis pensamientos son para ella. Aunque es cierto que tiene sus peajes que pagar: no pasas tanto tiempo como te gustaría con familiares o amigos, a veces te aíslas, tienes días mejores y días peores, pero luego consigues una excelencia en tu trabajo. Al final, tienes esa recompensa.

-Y después llega el Premio Nacional de Artesanía…
-Sinceramente, a los premios les doy la importancia que tienen. Los veo como un momento puntual, para mí es mucho más importante lo que hiciste antes y lo que vas a hacer después. Si te quedas con el momento del premio, tienes el riesgo de convertirte en un egocéntrico perdido o en una persona que se queda en algo que ya consiguió y ahí te estás equivocando. Son importantes porque te dan cierta visibilidad en medios, vas a más reuniones con políticos, hay más gente que te reconoce, pero en realidad, yo no he notado el premio en una cuestión de ventas de piezas porque tengo un target muy específico de clientes que ya me compraban antes y me las van a seguir comprando. Tienes que aislarte de los premios y los reconocimientos que puedan darte porque, sino, pierdes el foco. Yo no quiero relevancia por mi persona, la quiero hacia lo que hago, hacia mis piezas.

-¿Y ellas hablan de ti?
-Podría soltarte el típico discurso, pero la verdad es que no lo sé. Simplemente he investigado mucho, me he quedado con algo que estéticamente me gustaba e intento trabajar con materia de cercanía. Supongo que de lo que hablan es de mi trabajo, de que curro mucho y que, de alguna forma, trato de llevar la materia al límite. Esto, concretamente, me pone mucho. Cuando me dicen que no haga algo, desobedezco y hago lo contrario para ver qué pasa. Muchas veces he ido a hablar con mi proveedor y me decía que no hiciese determinadas cosas con algunos tipos de arcilla porque me podía hacer daño en las manos o no se podría tornear porque no tenía ninguna flexibilidad. Sé que lo hacía con toda su buena intención, pero yo, en cuanto llegaba a casa, lo primero que hacía era hacer pruebas y eso me dio la oportunidad de hacer cosas muy chulas. A lo mejor mis piezas, de lo que hablan, es un poco de desobediencia, también de cierta sensibilidad, pero me parece que esto deben determinarlo otras personas.

-«Yo toqué el barro y el barro me tocó a mí». ¿Qué significa?
-Cuando era muy pequeño, toqué barro sin ser ni siquiera consciente de lo que estaba haciendo. Ahora ya la tengo, pero en realidad, “él” me ha dado mucho más a mí. He intentado rendirle un homenaje, un pequeño tributo. Él me ha dado la oportunidad de trabajar con un material que tiene muchas posibilidades y que puede emocionar con las formas o procesos adecuados. Además, también la oportunidad de enseñar a los demás, de contarles mis vivencias, de formarles… Al barro le debo mi cambio de vida, mi felicidad. Representa el legado de mi familia, lo que mis antepasados fueron, todo el conocimiento que ellos transmitieron de generación en generación. Cuando lo tengo entre las manos, lo siento como el privilegio de poder dedicarme a esta profesión y trabajar con él.

-En el proceso de creatividad, ¿la soledad y el silencio son elementos imprescindibles?
-Sé que tampoco es políticamente correcto decirlo, pero sí que es necesario estar solo y en silencio. Es importante el contacto de calidad con otra gente y otros profesionales que hagan cosas que te puedan inspirar, pero hay que salirse de esta fiebre de estar en contacto con todo el mundo, dejar de ir a tantos eventos y volverse tan loco con estas cosas. Si quieres hacer algo que emocione, el único camino es, lo quieras o no, que te enfrentes tú solo con la materia. No hay otra posibilidad y, lo que salga de ahí, va a ser tu verdad. Todo lo demás es un componente muy interesante, pero con el que no hay que sobreexcitarse. Las redes sociales contribuyen también a dispersar a la gente así que es importante saber gestionar ese tema y acudir a los eventos justos para que no te utilicen y puedas dedicar la mayor parte de tu tiempo pleno a trabajar y crear. Ahí estas solo y de tu tiempo y tu silencio va a depender lo que seas capaz de hacer y emocionar a los demás.

Raúl Rodríguez Arias, artesano ceramista de Cangas del Narcea
Foto: Benito Sierra BSG Media

-¿Ese momento de silencio, del taller vacío y el barro virgen, te da miedo?
-No, ninguno. Me da mucha paz, calma. Lo que me da miedo, es lo contrario; el ruido, demasiada gente, personas que no sabes exactamente qué quieren, demasiados eventos y peticiones en los que no sabes muy bien qué aportas. Me da miedo perder esa capacidad de concentración por cosas ajenas a mi trabajo. Dejar de ser artesano para convertirme en una persona social. Por eso me gusta quedarme a solas con el barro, porque esto es lo que me define y lo que me va a llevar a mi mayor grado de satisfacción. No tengo que dar explicaciones a nadie, ni tengo que hacer piezas que me impongan. Tengo la capacidad de decidir y soy libre para buscar lo que entiendo que es la perfección, la pureza de mis piezas. Autofinancio mis investigaciones y lo bueno de no tener dependencia económica, es que no tienes que rendir cuentas a nadie. Me las rindo a mí mismo.

-¿Cuál sería para ti la pieza perfecta?
-Una en la que, además de poder mirarla, la gente pueda explorarla, disfrutarla y experimentarla con el tacto. Creo que la vista está sobrevalorada y muchas veces necesitamos explorar más, experimentar el arte a través del sentido del tacto. Mi objetivo es que una persona vea una pieza, la toque y se emocione por su textura. Así que supongo que la pieza perfecta es la que se deje tocar y conocer, la que está abierta a todos los sentidos. Me gusta que la gente, en la medida de lo posible, pueda traspasar esa frontera y tocar las piezas, que no haya tabús. Esto siempre que las traten con respeto, valorando su fragilidad y sabiendo que lo que tienen en tus manos es algo hecho con mucho cariño.

-¿Cambiar pensamiento por sentimiento?
-Sí, por supuesto. Pero esto es algo muy personal que creo que es importante para la vida en general. El pensamiento está sobrevalorado. Hay tantas corrientes, teorías, formas de entender, tantas cosas escritas y tan pocas sentidas o bien expresadas que a mí me falta algo. No tiene por qué ser excluyente pero siempre intento vivir un poco más del lado de la emoción y del sentimiento.

-Has llevado a cabo talleres con personas con discapacidad, gente mayor e incluso bebés. ¿Qué crees que les aporta el barro?
-Justo lo que acabamos de hablar: emoción. Quizás los proyectos que más me gustan son los que hago con personas con diversidad funcional. Ellos tienen su propio mundo y no tienen ningún prejuicio, no tienen el mismo concepto de arte ni de nada en la vida. Personas que tienen problemas de movilidad o con trastornos muy severos, tocan el barro con la punta de un dedo o con la palma de la mano, que es lo único que pueden usar, y sienten. Le pasa lo mismo a un bebé o a un anciano en una residencia. Yo los he visto tocar el barro, emocionarse y empezar a cantar. Pasan cosas increíbles. Realmente, estos talleres no están enfocados tanto al resultado final de hacer una pieza, sino en que ellos disfruten del proceso.

Taller de Raúl Rodríguez Arias, artesano ceramista
Taller de Raúl Rodríguez Arias

-¿Te sientes bien trabajando con ellos?
-Sí. Te lo ponen muy fácil. La primera vez que fui a trabajar en un taller con personas con diversidad funcional sólo utilicé dos premisas: una, no tratarles con condescendencia. La segunda, mirarles a los ojos y tratar de conectar con ellos a nivel de calma, de tranquilidad, que vieran en mí una persona confiable. La siguiente vez que volví ya me conocían todos por el nombre. Con esto quiero decir que a veces no hace falta más que tener una vocación y tratar de ponerte el papel del otro, entenderle, y final aprender de él. Ellos viven una experiencia y yo aprendo.

-¿Y con los bebés?
-Lo más importante es que los padres estén lejos para que no haya prejuicios ni limitaciones. Ellos siempre se anticipan a lo que pueden sentir sus hijos y el bebé no está pensando en nada. Haces que toque el barro con los pies y, al principio, puede que llore con la primera impresión, pero déjalo, es su proceso, porque luego estira la mano y lo vuelve a tocar, explora y luego sonríe. Los hay que se ríen desde el principio, otros se abalanzan sobre el barro, otros intentan comerlo… El poder vivir todo ese aprendizaje con un bebé es un privilegio porque estás siendo partícipe de cómo una persona se manifiesta y se desarrolla en una edad muy temprana. La niñez es una etapa para explorar y permitirles ser lo que son: niños. Muchas veces les extendemos a ellos nuestras frustraciones o nuestros miedos, pero no es necesario. Yo siempre les digo a los padres: ponle una camiseta del Carrefour para que se pueda manchar a gusto y déjale tranquilo.

-¿Para ti es enriquecedor ver el barro a través de sus ojos?
-Totalmente. Es lo que me mantiene vivo y mantiene viva mi creatividad. Es ver cómo el barro, que es una materia que te permite hacer muchas cosas, bien utilizada, se convierte en una herramienta que hace feliz a mucha gente. A mí, más que ver otra pieza de cerámica o meterme en Instagram a ver qué hace otro, lo que me inspira son las formas que veo en la naturaleza y la gente. Conocer y compartir es lo más enriquecedor que existe. Estos son los proyectos que trato de hacer porque son los que me pueden aportar verdad.

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