Terminamos la entrevista a Alex Galán, director de la película Territory, con esta segunda parte.
Seguimos adentrándonos en el frío de las montañas de Kirguistán en compañía de Darko Peric para buscar al leopardo de las nieves. Un viaje a un lugar en el que aparentemente no hay nada pero en el que, tanto los protagonistas como el equipo de rodaje, han encontrado una parte de humanidad que creían perdida.
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-¿Cómo se traza una libertad clandestina?
-¡Esa frase, concretamente, es culpa mía! Los textos los escribí a lo largo de los seis años que llevo viajando a este lugar y no dejan de ser una especie de cuaderno de bitácora de sensaciones que tuve.
Darko estuvo con nosotros veinticinco días, que fue lo que duró el rodaje, y eso mismo me decía él: «Ah. Sí, sí, pero ¿qué significa? ¿Qué quiere decir?». Es algo muy difícil de explicar porque son cosas que he ido sintiendo a lo largo de los viajes. Para mí hay tres momentos diferentes en la película que son el mismo: uno es esa frase, curiosamente otro es la frase que sale al principio de «algunas cosas sólo existen por no ser nunca vistas» y otro es la imagen del final del leopardo mirando a cámara. La libertad clandestina abarca todo esto. Básicamente, cogiéndonos al significado literal, que exista algo oculto, que no es visto, que está a la sombra, que no es revelado fácilmente, te permite esa libertad absoluta. En el momento en que se expone, se coarta y empieza a desaparecer de un montón de maneras. Esto ya no hace falta llevarlo sólo a lo salvaje sino también a cualquier terreno humano o emocional. Abarca desde los sentimientos que uno tenga y no se atreve a exponer en público hasta la sexualidad de quienes no podían mostrarse pero sí lo vivían en privado. Esa clandestinidad es la que te permite la libertad y justo lo dice sobre una secuencia en la que hay un hombre guardando un águila en un maletero. Para mí, esa imagen es muy poderosa. Ambos son dos gigantes de la naturaleza y parece como algo casi humillante para un ave enorme que debería estar planeando con todo su cuerpo esbelto que un hombre la meta en un maletero porque la tiene dominada. Pero no es tan así, esa es la manera que tenía yo de expresarle al espectador que todas estas costumbres, si estuviesen expuestas constantemente al foco de nuestro filtro, habrían desaparecido porque las habríamos considerado bárbaras, inadecuadas. Es como si dijeran: «Cuando os deis cuenta, yo ya no voy a estar ahí. El águila está en el maletero y ambos ya estamos en otro sitio haciendo otras cosas».
«Que exista algo oculto, que no es revelado fácilmente, te permite esa libertad absoluta. En el momento en que se expone, se coarta y empieza a desaparecer de un montón de maneras»
-¿Dirías que el leopardo ya entendió ese mismo discurso desde hace mucho tiempo?
-Ese es el mismo lenguaje que usa él. El espectador puede pensar que lleva toda la película esperando verlo y se piensa que se va a tener que conformar con la sensación de que está ahí pero no lo va a ver. Tampoco podemos decir que lo vemos, porque no lo capta una cámara con un humano detrás. Aunque sea un debate técnico, es el propio leopardo quien graba la imagen porque la cámara se activa cuando él pasa por delante. Él sabía perfectamente que ahí no había nadie pero que sí lo hubo porque lo huelen. Decidió pasar y mirar directamente a la cámara. Entronca con la frase inicial, es como si dijese: «yo estuve siempre aquí y sólo me revelo cuando ya no estáis. En el momento en el que os habéis ido, es cuando me puedo permitir aparecer porque, si hubiese aparecido antes, aquí habría 50.000 fotógrafos naturalistas colapsando este sitio». Su manera de poder existir es la clandestinidad y aparecer sólo cuando nosotros ya no estamos.
-¿El “poder” de la película quedó en manos del leopardo?
-Es el animal el que decide. De hecho, hace algo que, para ser un documental, no se hizo hasta ese momento que es mirar a cámara. Es él el que rompe la cuarta pared y se comunica con el espectador directamente de tú a tú. Prácticamente el único que mira a cámara en toda la película es él y, un poco, ese pastor de ojos brillantes que está en la soledad del valle y que suelta un discurso sobre los fantasmas cuando lo entrevistamos, pero no consigue mirar de frente. El leopardo es el único que se comunica directamente con el espectador y lanza ese mensaje de «no me visteis porque no quise, pero yo os vi a vosotros y ahora que os vais, me paso, saludo y me voy».
-¿Al espectador hay que darle lo que quiere o espera?
-Estuve a punto de no ponerlo. Al principio la peli acababa cuando Darko coloca la cámara y dice «Es mi estúpida manera de decirle a lo salvaje I’m here (estoy aquí)». Para mí acababa todo en ese momento en el que la cámara se va a negro y está bastante rato así, dejábamos en el aire si el leopardo fue visto o no. Era como un proteger lo importante que, muchas veces, son las cosas inútiles. Lo mejor no es encontrar algo sino también dar palos de ciego y asumir que no pasa nada por no hallarlo. Me apetecía que el espectador sintiera la decepción de no encontrar lo que esperaba. Si volvemos a lo de la industria, en cierto modo, es lo que se espera, lo previsible. Lo que nunca se haría es dejar que el espectador se decepcionase, se le daría todo, incluso aunque fuese algo dramático, grosero y desagradable. Si se está esperando una matanza al final, aunque sea fea, se le da porque, un espectador decepcionado es poco menos que un cliente que te abandona. Desde mi punto de vista, lo independiente no piensa que al otro lado haya alguien a quien tengas que contentar o satisfacer, sino un mensaje que dejar incluso aunque genere decepción. Durante mucho tiempo el final estaba hecho sin enseñar al leopardo con esa intención. Y sabía que me enfrentaba a varias cosas: podían dejar en Twitter un comentario diciendo que la película es una mierda, pensar que habían perdido el tiempo o darle un par de vueltas y decir que igual no necesitaban verlo para nada porque, cuando te sales de lo convencional, en el fondo, no hay nada.
«El saber qué nos estamos perdiendo en la evolución es algo que me obsesiona. Tenía muchísimo interés en mirar hacia atrás y explorar qué hay en los orígenes del hombre»
-¿No hay nada?
-En lo auténtico no hay nada. Es la existencia, nada más. No hay un éxito posterior, nadie te va a dar nada ni puedes esperar una palmadita en la espalda por lo que hiciste.
Cuando meses después fuimos a por la cámara, la recogimos y vimos las imágenes también empecé a pensar ¿cómo no voy a poner esto? Y, si lo hago, ¿de qué manera lo pongo? No me valía hacerlo de cualquier manera, quería llevar el discurso un paso más allá. La idea justa fue darle el poder a él, no convertirlo sólo en la excusa para toda una película, sino darle la última palabra.
-Hay un momento de la peli en la que Darko dice que «mi leopardo de las nieves y mi nuevo amigo es este valle». ¿Cuál es el tuyo?
-En realidad, para mí, es ese valle. Darko lo está diciendo, pero yo lo estoy escribiendo. Es la promesa de que un lugar verdaderamente genuino existe a espaldas de la civilización. Si lo tuviera que conceptualizar, vendría a ser esa especie de tótem de la existencia materializado en el leopardo. A veces percibes pruebas de que está por huellas o por animales que mueren alrededor. Sabes que está y, aunque no lo veas, no te genera ninguna duda; que no se revele te mantiene en esa especie de mística. Es esa actitud gamberra en el sentido de que no se aproxima a la civilización, no comete el error que cometió el lobo hace miles de años y que lo acabó convirtiendo en un caniche. Mantiene esa irreverencia de no dejarse conquistar. Para mí ese valle es en sí mismo un leopardo de las nieves porque está a espaldas de la civilización. En ese territorio conviven varios ejemplares con osos, un montón de mamíferos, una familia de pastores y su ganado. Fíjate que no creo que llegue a dos kilómetros la distancia lo que hay entre el lugar donde pusimos la cámara y la cabaña del pastor. Está todo ahí y, para mí, que haya una esquina del mundo que albergue esto, sería el sueño de cualquier apasionado de National Geographic. ¿Puede haber algo mejor? Esto sería en el sentido físico de la pregunta. En el espiritual, es el origen del ser humano y sus instintos perdidos. El saber qué nos estamos perdiendo en la evolución ya sabes que es algo que me obsesiona. Tenía muchísimo interés en mirar hacia atrás y explorar qué hay en los orígenes del hombre. Sentir que allí todavía tienen algo. Sería la búsqueda del secreto del ser humano en su estado más primitivo.
«Muchas veces me pregunto porqué, sin haber nacido en estos sitios, siento la necesidad de transmitir lo que viven y creo que, en parte, es porque me gustaría que a través de las historias que cuento dejásemos de sentir vergüenza por lo originario»
-Siempre que hablo contigo tengo la sensación de que naciste fuera de época…
-Sí, es verdad. Por eso me gusta tanto hablar de estos temas, porque me doy cuenta de que me perdí la época de las grandes exploraciones, de los grandes antropólogos que iban a encontrar comunidades indígenas aisladas de las que ahora ya no quedan. En estos tiempos se explora de otra forma, la actitud es otra y esto lo ha cambiado todo. Muchas veces me pregunto porqué, sin haber nacido en estos sitios, siento la necesidad de transmitir lo que viven y creo que, en parte, es porque me gustaría que a través de las historias que cuento dejásemos de sentir vergüenza por lo originario. Y lo digo en el sentido de ser capaces de mirar hacia miles de años atrás y ver a ese individuo que vivía en una cueva, se arrastraba sobre un glaciar o que cazaba en medio de la tundra y no sentir ni que es un bárbaro ni un involucionado. O no valorar que podemos venir de ahí. Me gustaría que se recuperase el orgullo primitivo del ser humano. Me da pena no haberlo visto entonces igual que me da rabia que el sentir general sea de desprecio hacia aquellos pobres bárbaros.
-¿En base a qué nos volvemos civilizados?
-Posiblemente en base al miedo. Por otro lado está la necesidad de comodidad porque, obviamente, a todo el mundo le gusta vivir bien. Si a la gran mayoría nos preguntasen si queremos parar el tiempo y haber nacido en el año 1220, la gran mayoría diríamos que no. Todos elegiríamos la comodidad y la certidumbre, con lo cual toca domesticarnos para que todo sea mucho menos imprevisto, para que todo sea menos salvaje. Lo que nos civiliza es el gusto por la confortabilidad y, al final, el miedo hace que digas: «me voy a acercar a los que son semejantes, donde todo está tranquilo y, en esa proximidad, voy a sentir que no hay peligros». Nadie quiere que su vida sea una continua pelea por la supervivencia.
«Es muy raro que un pastor kirguís te diga si algo le fue bien o mal. Te dicen “narmalna” ante situaciones complejas, pero también cuando hay algo genial o hace un sol tremendo (…). Ellos no se plantean si las cosas son buenas o son una putada, son como vienen y punto. ¡Es la vida!»
-¿Hay que darnos la oportunidad de vivir un cierto grado de incomodidad?
-Puede parecer una barbaridad, pero a lo mejor es que es muy rápida la domesticación, sobre todo en los tiempos en los que yo crezco. Posiblemente, si me hubiese criado en la época medieval no sentiría que la domesticación está siendo muy rápida porque todavía sacrificaban a la gente por robar un trozo de pan. Ahí querría que todo fuese más rápido en cuanto a evolución. Pero nací ahora y es donde se está apretando el acelerador en la domesticación hasta el punto de que eliminamos cualquier cosa que sea mínimamente incómoda. Cuanto antes no haya nada que moleste a nadie, mejor. ¡Nos molestan hasta los pezones en las fotos! Y yo me voy al otro lado del mundo y si hay que dormir en el suelo se duerme, y si hay que pasar hambre se pasa, y si hay que hacer esto, aunque no apetezca, se hace y dices ¡joder!, es que, en el fondo, es muchísimo más relajado vivir asumiendo que hay un montón de putadas y que me van a tocar. Pero, si me crío en un mundo donde se me consulta si las cosas me parecen mal y me preguntan si quiero que las eliminen pues voy a estar domesticado como un cordero. ¡Joder! Dejarnos un tiempo para sufrir un poco ¿no?
-¿Meterte en estas aventuras te mantiene conectado a la vida que no quieres que se pierda?
-Yo no tengo tatuajes porque nunca supe muy bien ni qué hacerme ni para qué, pero este año dije que me iba a hacer dos tatuajes que son dos palabras que sentí que quería llevar encima y recordarlas siempre. Una es salvaje y otra es una palabra que se dice tanto en Siberia como en Kirguistán que es narmalna. Es muy raro que un pastor kirguís te diga si algo le fue bien o mal. Yo siempre quería saber a toda costa qué significaba esa palabra. Imagínate, un hombre llegaba por la noche desde un poblado que quedaba lejísimos, le había nevado a más no poder, día y medio sobre el caballo, casi cuarenta bajo cero, había tenido un problema por el camino y tú le decías: «pero entonces, ¿cómo fue? Horrible, ¿no?» Y él te decía “narmalna”. Te lo dicen ante situaciones complejas, pero también cuando hay algo genial o hace un sol tremendo, los caballos pastaron en un sitio idílico y él estuvo sentado en un prao con la familia. Ellos no se plantean si las cosas son buenas o son una putada, son como vienen y punto. ¡Es la vida! Los inuits tienen también otra cosa muy particular en su lenguaje. En su diccionario no existe bueno o malo. Las cosas son mal o no mal. En el fondo es más realista y te quita mucha presión. Si las cosas siempre tienen que ser buenas o malas es una fuente constante de frustración. Es mucho mejor que sean narmalna.
«Creo que en lo salvaje, de las mejores cosas que puedes hacer, es pasar desapercibido»
-¿Tú le has dicho a lo salvaje “estoy aquí”?
-Sí. Creo que intenté decírselo muchas veces y, de hecho, se lo digo siempre que voy pero, sobre todo, intento sentirme yo ahí para no olvidarme de que existe y que estoy. Creo que, en lo salvaje, de las mejores cosas que puedes hacer, es pasar desapercibido.
-¿Y te sientes así?
-Siento esa pertenencia y me siento satisfecho. Creo que estoy donde debería de estar al menos periódicamente. Después, la realidad es que vivo en Cangas de Onís y no pasa nada. Entiendo también que, todos los que vagamos por voluntad propia, somos turistas de lo auténtico. Partiendo de esta base, intento que todo sea dentro de unos códigos y signifique algo, que no sea por el capricho de viajar y contar historias por una cuestión de ego. Si ahora nos vamos a Tuvalu no es por ser nosotros los primeros en contar algo sino que obedece a algo muy meditado.
-¿Hay diferencia entre lo que haces y lo que eres?
-Para mí, cuanto más grande es la diferencia más alta es la frustración y yo no me siento frustrado. Así que, creo que estoy en relativa sintonía entre lo que hago y lo que soy. También es cierto que no tengo una ambición muy grande. Me lo tomo todo con bastante calma.