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miércoles 22, enero 2025

Álex Galán, director de Territory: «Gestionar la inseguridad de la incertidumbre viene muy bien» (1ª parte)

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Territory es la última película del director Alex Galán. Rodada en las montañas de Kirguistán, con Darko Peric como protagonista y David Rodríguez como director de fotografía, la cinta muestra la necesidad del reencuentro del ser humano con su parte más ancestral. Sólo en la distancia, en un paisaje frío y estepario alejado del ruido y la civilización, ese momento puede ser posible.

Es difícil que una película o documental de Alex Galán te deje indiferente. Los caminos que transita no son los habituales. Su forma de entender y estar en la vida mantiene la distancia justa para no perder la perspectiva de lo que en verdad importa.

Tal vez porque no sabe afrontar las cosas de otra manera que no sea de frente, se ríe como un crío cuando le formulas preguntas que no esperaba o le haces poner palabras a cosas que él sólo había sentido. Pero no las elude. Piensa rápido y responde sin temor al conflicto. Es lo bueno de haber convertido lo salvaje en una bandera.

Con Territory no sólo ha conseguido una vez más mostrar que la existencia conectada con la esencia del ser humano todavía es posible en un rincón perdido del mundo, sino que ha ayudado a alguien como Darko Peric, acostumbrado al foco y al ritmo de una industria que cada vez consume todo con mayor ferocidad, a ser el personaje más real que podía ser: él mismo.

-¿Qué tal el rodaje en ese territorio?
-Lo habitual fue estar entre 10 y 15 bajo cero, pero algún día grabamos a -20ºC. Los equipos sufren mucho y tú lo pasas mal porque eso resume un montón el tiempo de rodaje. Las baterías se acaban superrápido así que tienes que tener muy claro qué quieres grabar, hacerlo ágil y volver a guardarlo todo pero con mucho cuidado porque, por ejemplo, cuando estás fuera, la cámara se está congelando y, si te metes en el interior de una cabaña, hace mucho calor, y se condensa. Empieza a chorrear agua y se moja. Si no te das cuenta de secarla bien y sales al exterior todo ese líquido se congela y se escarcha. Los cambios de temperatura son un problema y lo sufrimos todos.

Darko Peric, actor y productor de Territory, en un fotograma del documental de Álex Galán.
Darko Peric, actor y productor de Territory, en un fotograma del documental.

-¿Cómo fue rodar con Darko Peric? ¿Cómo encajó en el equipo?
-Fue delicado porque él estaba acostumbrado a rodajes supercontrolados en los que todo era muy cómodo y previsible. Venía de grabar La casa de papel donde te dicen lo que tienes que hacer, lo que vas a grabar, los tiempos de descanso, hasta tienen un coach que les explica cómo tienen que sentirse en cada momento para cada escena. ¡¡Lo mismito que nosotros!! De repente se vio en un sitio que era totalmente ajeno, así que para él fue un reto y para nosotros también, sobre todo en ofrecerle una seguridad que, siendo realistas, tampoco existía. Fue volver a conectar con un cine real. En el guion ponía que había que grabar una secuencia en una cabaña de pastores que estaba a diez horas a caballo. Y eso literal que ponía ahí, era lo que había que hacer. Evidentemente, el estrés cambia cuando lo que estás haciendo no es una escena sino que es la propia realidad. Para él fue complicado y para mí como director también, porque tenía que dejarle claro que sabía lo que estaba haciendo y por qué. Que a la dureza del entorno no se sumase también la inseguridad de un director al que no conocía de nada y al que no entendía qué coño le estaba proponiendo.

-¿Y…?
-Pues bueno… Hubo un momento en el que llegamos a pensar que podría volverse para España. Además, empezó a tener problemas de espalda y le dio un ataque de gota en un pie. Todo esto mézclalo con estar mucho tiempo encima de un caballo, dormir en el suelo y a unas temperaturas complicadas. Si su condición física empeoraba, el rodaje también. Además, Darko no solo es actor en esta peli, sino que es productor. Hay que darse cuenta de que él pasó de estar cobrando un dineral con La casa de papel, a participar en un proyecto totalmente independiente y radical en cuanto a la incomodidad. Nosotros pensábamos: a ver si, en un momento dado, este hombre se da cuenta de que esto del cine independiente está muy bien para decir que vamos por libre, pero que ya nos habíamos divertido un rato, que todo era una penuria y cada uno para su casa. Llegó un punto en el que él se mimetizó y se dio cuenta de que lo que estaba viviendo era la única forma de habitar ese territorio. No hay otra forma de hacerlo.

-¿Encontró lo que estaba buscando?
-Darko estaba muy contento porque lo que realmente le hacía feliz era ver que alguien le permitía explorar ese sueño de lo realmente independiente o artístico. Al final, a muchos actores, sobre todo cuando ya son conocidos o están en producciones muy grandes, no les permiten hacer florituras y explorar cosas que a ellos quizás les apetecería. Los encasillan en lo que deberían ser. Darko es un tío de casi dos metros, tatuado, con barba y con aspecto de serbio, pues va a ser siempre un mafioso, un atracador, un gánster o un matón porque esto es lo que te dice la industria. Sus sensaciones fueron de mucho agradecimiento por haberle abierto un camino paralelo a la industria en el que se le dijo: «si tú tienes unas inquietudes de querer probarte a ti mismo en lo auténtico, pues te vienes con nosotros, vas a estar en un rodaje de verdad y te vas a probar en lo real. No vamos a evaluar el resultado, si molas más o menos o si tienes cuatro millones de seguidores o tienes uno. Vamos a ponerte en el terreno y a permitirte que funciones, que te pruebes a ti mismo». Fue como un baño de realidad.

-¿A veces lo más pequeño es lo que confiere más significado?
-Acabó muy contento por haber tenido esa oportunidad y luego estaba encantado porque la peli llegó a festivales que, a lo mejor, no esperaba y exploró un camino que no es el habitual de él. Muchas veces la industria va por un lado, que es el de las visualizaciones, las grandes plataformas como Netflix o Amazon, grandes reproducciones y estar todo el día en medios de comunicación. Pero el camino de lo artístico va por sitios mucho más silenciosos aunque tienen un cierto prestigio artístico que no suena tanto. Estrenas en los festivales de Moscú o de El Cairo y formas parte de un palmarés histórico que queda ahí para los que somos un poco más románticos.

-¿Qué tal la experiencia de irte a Rusia, ponerte un traje y pisar la alfombra roja?
-Cuando estuve en el Festival de Moscú me quedé impresionado y por otro lado me di cuenta del conformismo que hay en la prensa española. Yo llegué allí y pensé que no me iba a conocer ni dios y, de repente, después de la película, estaba allí el círculo de prensa cinematográfica de Moscú que organizaron una rueda de prensa que duró entre tres y cuatro horas. Y tú piensas: ¡dios, si mi película dura una hora! Pero había periodistas que me venían a preguntar por el cambio de técnica a la hora de utilizar la cámara en Salvajes o en Territory. Obviamente Salvajes no llegó a Rusia, pero se tomaron la molestia de buscar como fuese algún trabajo anterior, dieron con la peli y la vieron. Allí hablamos largo y tendido, las entrevistas duraban lo que tenían que durar y recuerdo que, las tres primeras cosas que respondí, me quedé alucinado porque hubo un periodista que me dijo que, o no me entendía o yo no me había explicado bien, y que si podía responder otra vez. Allí no existe la complacencia. Ellos venían a informarse sobre un director español que tenía una historia que contar, se habían documentado, querían respuestas y, si no las entendían o no les parecían convincentes, volvían a insistir hasta quedarse satisfechos.

-«La industria olvida muy rápido, Darko». Esta frase soltada en una conversación telefónica casi al principio de la película, ¿no se puede tildar de cruel nada más empezar?
-A mí, esa frase, me parece muy dura. Puede parecer que está dicha por decir, pero si te paras a pensar, está limitando todo lo que está intentando hacer una persona por encontrarse a sí misma. Al final viene a ser lo que te encuentras cuando luchas por salirte de la industria o de cualquier otro entorno confortable y de éxito, en este caso, lo que la industria le dice a Darko es que aquí olvidamos pronto y no podemos estar todo el tiempo esperando por tus caprichos de querer encontrarte. En el fondo, también trata de ser una denuncia a lo desalmado que puede llegar a ser ese medio, no sólo con los actores, sino con cómo tratan las películas. Ahora ya las llaman “productos”. Utilizar poco a poco una nomenclatura así hace que se deshumanice todo. También cambiaron el verbo y ahora las películas ya no se ven, ni se disfrutan, ni se contemplan. Se consumen. Así que, cuando alguien que está dentro te dice que necesita parar, encontrar sus orígenes yéndose a Kirguistán a buscar el leopardo de las nieves o quedándose en casa cuidando a su abuela, lo que la industria rápidamente le dice es: vuelve pronto o, cuando regreses, se acabó.

-¿El valor de una persona resumido a “vales lo que puedes producir”?
-Nos parecía que era un mensaje interesante, porque eso mismo está empezando a pasar con las personas. Ahora nos lo decimos a nosotros mismos: no estés mucho tiempo sin publicar en Instagram porque, cuando vuelvas a hacerlo, ya no vas a tener tantos seguidores. Habrán desaparecido. Entonces, llega un momento en el que todos nos estamos convirtiendo en productos, por eso nos parecía bastante lapidario que alguien, de pronto, diga que necesita alejarse y lo que escuche sea esa frase. Además, te la plantan así y lo que tú piensas es: Por no estar, por necesitar otras cosas, ¿desaparezco? ¿Ya no soy válido para este camino? Y que sea en la voz de una representante también tiene su miga porque lo que está indicando es que a la industria no le importa tu capacidad, sino qué tienes que te puede sostener ahí. La frase le dice algo así como: vuelve pronto o me costará mantenerte arriba. Entonces, ¿mantenerme arriba no dependía de mi talento? ¿Estar ahí depende de que tú me estés manteniendo? Me mantengo porque tengo contactos y porque me estás exprimiendo constantemente. Si yo desaparezco un rato, ¿resulta que mi talento no era para tanto?

-La pausa a un lado del mundo. La vorágine y el ruido en otro. ¿En qué punto se dan la mano?
-Pues fíjate que diría que en el éxtasis. En la película, la locura de un lado y la pausa del otro, creo que confluyen en un momento que es en la muerte. El momento del sacrificio de la cabra se convierte en un pequeño caos, parece el único punto en el que hay una ligera prisa. De pronto meten la cabra en el coche, llegan al sitio donde han quedado, están tensos, faltan unos, no saben si van a poder hacerlo y, en el momento el que ya empiezan a jugar el partido tras al sacrificio, todo es vorágine.
Cuando en estos sitios hay tanta tranquilidad y sosiego en contraposición con lo nuestro, no es porque ellos sean seres de luz que están meditando constantemente. Para nada. No te sabría decir muy bien por qué ocurre eso, pero posiblemente sea por la ausencia de acontecimientos inesperados o reseñables y es como que con ese suceso hay un algo más visceral y aparece el estrés. Entonces, cuando todo ese estímulo de lo imprevisto desaparece, lo que queda es quietud y tranquilidad. Un sacrificio siempre es un acontecimiento, incluso aunque se haga todas las semanas. Lo que pasa es que no deja de ser una locura de prisa que, en comparación con lo nuestro, es ridícula. Hay tensión cuando vamos a matar a una cabra y jugar el partido. Cuando ese momento acaba, ya están despellejándola tranquilamente.

Rodaje del documental "Territory" de Álex Galán.

-Aquí, por el contrario, vamos de estímulo en estímulo…
-En el caso de Darko, él vive en el acontecimiento constante. Es verdad que cada vez con menos valor porque, como a cada segundo que pasa tenemos más, pues todo nos importa mucho menos. Es lo mismo que viajar. Antes hacías el viaje de novios y, aunque fueras a Mallorca, era el viaje de tu vida. Ahora mismo poco menos que te fuiste a India y estás pensando que, en tres meses, te vas a México. El acontecimiento se suaviza. Allí, como no les pasa, mantienen todavía esa quietud.

-¿Qué encuentras cuando te asomas a ese otro lado?
-Curiosamente y reconozco que esto es muy personal, yo, en zonas frías, me encuentro. No sé por qué, pero hay algo particular en esa quietud, en ese silencio, en ese frío, que me conecta con el momento y conmigo mismo. Pero no de una forma mística, sino casi física. En un entorno de temperaturas muy, muy bajas, como puede ser Kirguistán que estás a 20 bajo cero, con horizontes muy lejanos, estepas muy abiertas, valles muy, muy remotos y de mucho silencio, cuando se juntan esos tres elementos, silencio, frío y aislamiento, noto como una especie de ancestralidad, de sentimiento de pertenencia a ese lugar. Y eso, a su vez, me genera tranquilidad. Es como una especie de hogar, curiosamente, en un sitio que no debería serlo o por lo menos no tiene los componentes de lo que habitualmente considerarías una casa. Creo que también es por tener alrededor a un tipo concreto de humanidad que es igual que el paisaje, que mantiene su misma actitud. Además, hay algo también de agradecimiento cuando me acerco a esos lugares por poder estar todavía viéndolo, por saber que eso, poco a poco, va desapareciendo; sentir que puedo estar siendo testigo de una parte del ser humano con la que cada vez nos vamos a encontrar menos y que a mí, particularmente, me da pena que sea así.

-¿Qué importancia tiene el silencio en esa parte del mundo?
-Me gusta viajar a Kirguistán o a Mongolia sin hablar ruso. Sólo entiendo cuatro palabras. Y me encanta notar que puedo llegar y saber que todo está bien, que, simplemente, estoy; esa sensación de meterme en una cabaña con los pastores, quedarme ahí en silencio y saber que tengo un montón de horas por delante en las que no vamos a hablar porque no sabemos el idioma y sólo vamos a cruzar cuatro gestos pero, sin embargo, sentirme supertranquilo. Aquí sería muy extraño que alguien viniese a tu casa, se sentase en el sofá y que no se generase una conversación. Allí lo raro es hablar.
Hay una secuencia que es cuando se encuentra Darko con el pastor que lleva el pasamontañas. El pastor no le dice nada hasta que no entran en la cabaña. Simplemente le hace un gesto para que le siga y ya está. A priori, tú puedes pensar: ¡joder, que recibimiento más frío! Lo normal, es que le dijese algo pero es que allí es así, no te van a decir nada porque para ellos es obvio que te estaban esperando y que tú ya has llegado. Es como si las palabras les costasen dinero. A mí, esos silencios, me encantan.
Hay una cosa muy particular que es que allí, cuando tienen una noticia o una información nueva, se la guardan, no la lanzan rápidamente. Me tiene pasado de ir con pastor en un 4×4, caernos en el hielo y quedar atrapados durante horas, venir unos caballos de un vecino que pasaba por allí a sacarnos con unas cuerdas y ese hombre, llegaba a casa y no decía nada. Le preguntaban qué tal el día y él respondía que todo bien. Los latinos ya llegaríamos contándolo a gritos y estos, después de un rato charlando, es cuando se acomodaba tranquilamente y lo empezaba a contar. Valoran mucho más tener la noticia que soltarla. Porque en el momento en el que la cuentan, se acabó.

"Territory", documental de Álex Galán.

-¿Y por qué hay que alejarse para reencontrarse?
-Yo creo que precisamente por el silencio. Digamos que, en la parte más espiritual, si siempre estás con el mismo ritmo y haces lo de siempre, nada cambia. Pero es que luego también está la parte física, la parte de irte a un lugar donde, de pronto, tu cuerpo se siente en un entorno hostil. En un principio, sientes que tienes que luchar contra ese entorno, protegerte del frío, mirar a todos lados buscando los peligros que hay; gestionar la inseguridad de la incertidumbre viene muy bien. Cuando van pasando los días, ves cómo sorprendentemente el cuerpo se va amoldando a ese entorno. Para mí, alejarse, amplía un contexto o mejor dicho, nuestra zona de habitabilidad. De pronto se vuelve más grande y llega a un entorno donde no solo consigues sobrevivir sino sentirte bien. Lo interesante no es decir: hemos estado a cuarenta bajo cero y se sobrevive. Bueno, en principio no hay por qué no hacerlo. Lo realmente interesante es: hemos estado a esa temperatura, durmiendo en el suelo, muchas horas encima de un caballo y nos sentimos cómodos. Cómodos de reconexión.

-¿Qué hay en lo extremo que hace que te sientas vivo?
-Supongo que tiene que ver también con que, cuanto más nos alejamos, en el fondo, más nos acercamos. Lo que está realmente lejos ahora mismo es nuestra biología. Se supone que nuestro cuerpo, nuestra mente o nuestros estímulos, están hechos para funcionar en esos contextos, no en los de ahora. Ahí es donde se fraguó nuestra biología, con lo cual, seguimos estando diseñados para vivir ahí. Lo único que cambió fue la cultura. Te alejas físicamente, pero, la realidad, es que nos estamos acercando a nuestro origen. Si tienes la suficiente paciencia y capacidad de pasar miseria, llega un momento que, estar en ese entorno, es como hacerle un pequeño regalo a nuestra biología. Y no necesariamente tiene que ser a un sitio frío, es un poco ir hacia lo salvaje.

-Se acaba usando el término salvaje como algo despectivo, cuando realmente es lo que más nos puede hacer reconectar con el origen de todo…
-¡Claro! Se vuelve despectivo porque forma parte del proceso de domesticación que está sufriendo el ser humano. Y no me refiero a algo conspiranoico de un sistema que te intenta aplacar, que algo habrá. Me refiero más a autodomesticación por una cuestión de que la especie evoluciona hacia donde supuestamente decidimos que lo haga. No creo que haya unos títeres queriendo dominar, creo que todos nos estamos volviendo más sumisos por interés propio. Por lo mismo que un gato, si lo crías contigo, prefiere estar en casa que tener que irse a tomar por saco a buscar la comida. Las especies se autodomestican por la comodidad.

-No perder de vista el pasado, ¿nos garantizaría un presente y un futuro más alentador?
-Creo que lo primero que tendríamos que hacer, es dejar de considerar lo que había antes como algo negativo. Se aboga por ir a lo nuevo y lo de atrás se juzga como malo, casi vulgar, algo que hay que abandonar.
Se dice que, por suerte, ya no somos salvajes. Es curioso porque, a la vez que convertimos lo salvaje en algo peyorativo para poder continuar con nuestra domesticación, seguimos considerando que, si en vez de usar la palabra “salvaje” usásemos la palabra “originario”, ya es más guay, tiene algo más bonito; el hecho es que uno muy fácilmente abogaría por los derechos de los pueblos originarios del Tíbet o del Amazonas. Si dijera que todos tenemos que parecernos más a nuestros pueblos originarios, se diría: “¡qué bien!, preservar la cultura, conectar con la naturaleza” y todo sería bonito. Se les respeta. Si dijese que tendríamos que ser más salvajes, probablemente se entendería como que hay que volverse más violentos. Quizá lo salvaje denota algo de agresividad. Pero las civilizaciones salvajes son a las que se les fue domesticando, evangelizando, reclutando. Esa palabra siempre se utilizó para mal, pero a mí me parece que prácticamente es lo mismo. Me gustan las dos y entiendo que van de la mano, pero quizá no me gusta tanto la idea de una domesticación como especie, ya no digo como sociedad, porque ahí ya entramos en algo que me da más igual. Obviamente, tampoco pretendo que sea un discurso de negar todo lo bueno de la evolución.

"Territory", documental de Álex Galán.

-Pero si te vas al otro extremo del mundo, resulta que para ellos no tiene esa connotación. ¿Deberíamos replantearnos los significados que les hemos dado a las cosas?
-Exactamente. Ellos, curiosamente, lo que consideran violento, es la domesticación. Hay una cosa que siempre me ha llamado la atención en estas zonas y es que si les hablas de que los perros viven dentro de los pisos, ellos lo consideran vejatorio. Sin embargo, no consideran igual coger una cabra, cortarle la cabeza y, una vez muerta, jugar al Kok Boru con ella. No lo harían jamás estando viva, cosa que, por ejemplo, aquí seguimos haciendo con los toros. Ellos jamás harían eso ni tendrían a un perro dentro de casa porque sería un acto cruel. Fíjate cómo de diferentes entendemos los mismos conceptos.
También es cierto que este salvajismo que tanto me gusta, se puede permitir en zonas con muy poca densidad de población y con seres humanos con una determinada forma de ser. En un entorno urbano y denso como una ciudad supondría poco menos que el caos y, casi seguro, una anarquía de violencia. Es imposible pensar en aplicarlo en el centro de Madrid donde, precisamente, la domesticación es lo que hace que puedan concurrir a la vez cinco millones de personas y la noticia sea que un payaso le dio una patada a alguien. Nos obligaría a meternos en terrenos en los que parece que estamos abogando por una división de especies y no es así.

-¿Somos capaces de evolucionar sin perder todo el aprendizaje de los que nos precedieron?
-Lo que me da pena realmente de todo esto, es precisamente lo que nos perdemos por el camino. En las globalizaciones del comportamiento humano, se suele ganar el poder ir a cualquier parte del mundo y sentirte seguro y protegido como lo estarías al lado de tu casa. Pero lo que te pierdes son los matices, los secretos, las cosas que había antes y a las que tú no tienes acceso. Son cosas que se mantienen en comunidades que, en el momento en el que desaparezcan, se pierden para siempre. Es como el día que muera la última persona que sabe hacer fuego con dos piedras, se perderá y habrá que volver a reconquistar ese aprendizaje y, a lo mejor, ya no se volverá a recuperar porque habrá otros medios y no hará falta. Fíjate que esto no dista mucho de que Darko represente a una persona tremendamente domesticada en cuanto a que vive en una industria perfectamente adaptada y es uno de sus influencers. El hecho de que él sienta que su crisis existencial sólo la puede rellenar en lo salvaje, es lo que nos recuerda que, con toda esta sumisión, nos estemos perdiendo pistas importantes y que las necesitamos cuando estemos viviendo depresiones, ansiedades, estrés, angustias o lo que sea. A ver si se nos están escapando las cosas, las dejamos ahí tiradas y resulta que es donde está toda la información que necesitamos.

-Dices que primero vivir y después rodar. ¿Qué es la vida en esas latitudes?
-Para mí es esencial. No contemplo otra forma de hacer un documental o de contar una historia. Aunque sea una ficción creo que el tener unos códigos de ciertas sensaciones, sentimientos o conductas, hacen que esa historia sea mucho más rica y esté llena de matices. La convierte en más cercana a cualquiera de las realidades que intente retratar. Por eso es vital vivir antes de rodar, más cuando te acercas a una comunidad tan compleja y aislada como pueden ser con las que convivimos nosotros.
Pretender rodar sin haber vivido antes es imposible porque yo intento que la cámara hable el lenguaje que hablan ellos. Pasa lo mismo con el guion, el montaje e incluso el discurso de la película. Que sean ellos los que van dejando escapar la historia en cada cosa que hacen. Si me preguntas qué es la vida en esos lugares, pues, paradójicamente, lo que me llama la atención es que la vida es normalidad. Viviendo en unas condiciones que a nosotros nos podrían sorprender, no hay sensación de heroicidad por ninguna parte. Tampoco nosotros vamos allí a vanagloriarlos ni a decir que esa gente sí sabe vivir porque son auténticos. Lo único que quiero es plantear que, por ejemplo, allí es normal que un niño de siete años vaya con un hacha a cortar trozos de hielo del río para derretir agua. Allí es la vida y no me gustaría hablar de ellos con condescendencia y colocarlos en una especie de pedestal. Como cuando vas a ver a los indios en una reserva, ellos viven su vida como saben hacerlo y ven nuestras costumbres y les fascinan, pero nada más. Lógicamente es un discurso más pegón y mola más decir que fuiste a un lugar remoto y que descubriste a personas de verdad que viven de manera auténtica. Lo justo es que nadie querríamos que nos tratasen como una especie de iluminados.

-“La gente desapareció. La naturaleza resiste”. ¿Qué tiene la naturaleza que la hace superior al hombre?
-Tiempo y, sobre todo, lo que no tiene, es moral. Para mí eso la hace completamente superior a todo lo que nosotros podamos hacer. Es más resistente porque, recuperarse, para ella es cuestión de tiempo y ella lo tiene para volver a recolocarse como le venga mejor y le va a dar igual lo que tenga que hacer para lograrlo. Nosotros eso nunca nos lo plantearíamos porque tenemos ciertos códigos de valores, costumbres y de moral que te hacen decir que no a ciertas cosas. Esto hace que seamos más vulnerables. Para la naturaleza el fin es la supervivencia con lo cual, si tiene que cargarse a tropecientas especies para hacerlo, no le va a temblar el pulso. Esa es la ventaja que nos saca. No la puedes convertir en un entorno de recreo ni en un jardín propio porque le quitas la esencia, la conviertes en otra cosa y ya deja de ser naturaleza. Esto implica que tiene que ser salvaje, por eso se ha mantenido durante millones de años y, en algunas zonas, como retrata la película, ese salvajismo, incluye también a los seres humanos. En esta parte del mundo, en algunos casos, le hemos quitado la esencia porque eliminamos lo que nos molesta para estar más cómodos.

Próximamente publicaremos la 2ª parte de esta entrevista ¡no os la perdáis!

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