En nuestro anterior artículo explicamos por qué las vacunas salvan vidas, pero… ¿qué son las vacunas?
Según la Real Academia Española (RAE), una vacuna es un “preparado de antígenos que, aplicado a un organismo, provoca en él una respuesta de defensa”. Es decir, que una vacuna es cualquier preparado cuya función es la de generar en el organismo inmunidad frente a una determinada enfermedad, estimulándolo para que produzca anticuerpos que luego actuarán protegiéndolo frente a futuras infecciones, ya que el sistema inmune podrá reconocer el agente infeccioso y lo destruirá. La manera de generar esta inmunidad es “entrenando” al sistema inmunitario frente a dicha enfermedad, por lo que, en origen, las vacunas no eran más que una exposición, en pequeñas cantidades, al virus o bacteria que causa la enfermedad. Hoy en día, esto ya no se hace de este arcaico modo, sino que se utilizan bacterias o virus muertos o atenuados, o productos derivados de ellos.
Como hemos mencionado, la vacuna inocula antígenos en el organismo que desatan una respuesta del sistema inmunitario. Pero ¿qué son los antígenos? Esta es una pregunta común ya que muchas veces se suele confundir el antígeno con el patógeno. Un patógeno es un organismo o agente biológico que puede causar enfermedad en otro ser vivo. Ejemplos de patógenos son los virus, las bacterias, los hongos, los parásitos o los priones (proteínas mal plegadas que causan enfermedades neurodegenerativas). Es decir, un patógeno es el “enemigo vivo” o activo que entra al cuerpo. Por otro lado, un antígeno es cualquier sustancia que el sistema inmunológico reconoce como extraña y que puede desencadenar una respuesta inmunitaria, pero que no es algo vivo en sí mismo. Normalmente los antígenos son parte de un patógeno (por ejemplo, una proteína de un virus), pero también pueden ser toxinas, alérgenos, células extrañas (como en trasplantes) o incluso células propias en enfermedades autoinmunes. Por lo tanto, el antígeno es el “marcador” que identifica al intruso. Un ejemplo práctico que ilustra esta diferencia es el siguiente: cuando un virus entra al cuerpo, éste es un patógeno, pero en su envoltura tiene proteínas externas que el sistema inmune reconoce como antígenos.
La primera vacuna, descubierta por Edward Jenner en 1796, fue contra la viruela y utilizaba el virus de viruela bovina como “entrenamiento” para el organismo.
El hecho de que los antígenos ya ocasionen una respuesta del sistema inmunitario permite que las vacunas de hoy en día ya no contengan bacterias o virus vivos, pero esto en origen no fue así. De hecho, la primera vacuna, descubierta por Edward Jenner en 1796, fue contra la viruela y utilizaba el virus de viruela bovina como “entrenamiento” para el organismo. Jenner se fijó en que los ganaderos de la época que estaban en contacto con ganado infectado con viruela, o no se infectaban o no sufrían consecuencias graves al infectarse con la viruela humana. De este modo concluyó que la exposición a la viruela bovina, una enfermedad que afecta, generalmente, de manera leve a los humanos, protegía contra la mucho más peligrosa viruela humana. Sus observaciones le llevaron a inocular a un niño llamado James Phipps, el primer humano vacunado de la historia, material de una lesión pustular de viruela bovina, y este quedó protegido contra la viruela humana.