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lunes 2, diciembre 2024

Antonio Gamoneda. Poeta discreto.

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Se define como un poeta provinciano, aunque los últimos años le han sacado de esa voluntaria discreción. Premios como el Nacional de Poesía, el Reina Sofía o el Cervantes se cuentan entre los reconocimientos a una trayectoria que siempre ha ido por libre, más allá de corrientes literarias o de pensamiento.

Antonio Gamoneda recibe en su casa de León: un pequeño oasis lleno de libros, justo al lado de la Fundación Sierra Pambley, donde ejerció de director durante años. Recibe, pues, en su mesa de trabajo, en un hueco entre viaje y viaje, porque anda ocupadísimo. “Ay, hija, es que yo trabajo quince o dieciséis horas al día”. Ese “hija”, que suena despreocupadamente paternal, y una cierta lentitud al moverse, herencia de un accidente de tráfico hace no muchos años, hacen entrever los casi ochenta años que tiene el maestro. Por lo demás, Gamoneda es inquieto, casi hiperactivo, y mantiene intacta una curiosidad permanente. Un antiguo número de Fusión Asturias le llama la atención y pregunta por el Camino de Santiago. Toma notas en la charla, porque en unos meses tiene que asistir a un congreso sobre el tema y anda dándole vueltas a su intervención.
Don Antonio cierra los ojos cuando habla, en un gesto que se intuye característico. Se reconcentra buscando la palabra justa, el concepto exacto, el silencio interior que tanto necesita. Ese silencio que consigue a veces artificialmente, con mucho humor. El carillón de la Catedral marca las horas y los cuartos mientras hablamos. No es molesto, y para él menos que nadie, porque afirma tener “una sordera estupenda”. Y aquí aparece una sonrisa traviesa: “si el ruido me molesta, apago el audífono”. Todo maestro tiene sus trucos.

-Usted, que ha vivido en León casi toda la vida, se define como un poeta provinciano. ¿Cuál es el valor de esa discreción?
-Yo pienso que quienes participan en el mundillo más o menos metropolitano de Madrid y Barcelona, en el mundillo literario, no pueden alcanzar la tranquilidad, el silencio, viven en el “yo te doy, tú me das”. Pero yo prefiero tener amigos, no relaciones literarias.
Lo que pasa es que estos últimos años me han estropeado un poco esa condición de provinciano, que es la que a mí me gusta. Tengo que viajar muchísimo, prácticamente por todo el mundo. Y realmente a mí lo que me interesa es la mesa de trabajo…
-¿Y cómo se organiza para poder concentrarse y trabajar?
-Muy mal. Ahora mismo estoy intentando acabar dos cosas, y las dos van con retraso.
-A pesar de que su residencia está aquí, mantiene usted mucha relación con Asturias.
-Claro, la poca familia materna que me queda está en Asturias, la paterna en su parte principal emigró a México, y no sé nada de ellos. En Asturias tengo muchos amigos y sobre todo tengo una cosa: mis padres, mis abuelos, eran asturianos. Y mi madre me “asturianizó” desde la infancia en el sentido de que toda su vida, sus evocaciones, sus tristezas, sus gozos, estaban en Asturias. Yo no me puedo desprender de eso, de ninguna manera.
Ahora, en las fronteras administrativas actuales creo poco. O mejor dicho, no creo nada. Me da igual que sean regionales o provinciales. Quizá se defina todo de la siguiente manera: cuando estoy en Asturias me dicen “eres un cazurro”, y en León, “asturiano vano” y “baballo”.

“Yo me entero de lo que pienso cuando está escrito, no antes”

-Usted ha dicho de sus memorias de infancia, “Un armario lleno de sombra”, que escribió este libro para reencontrarse con el niño que había sido. ¿Queda algo de ese niño?
-Qué remedio. Todos llevamos a nuestro propio niño dentro, para siempre.
-El libro cuenta de forma muy cruda sus vivencias en la Guerra Civil y la posguerra. ¿Cómo valora usted la visión que se tiene ahora mismo de aquella época?
-Son muy pocos los escritores, que los hay magníficos, pero son muy pocos los que hayan vivido la guerra y la posguerra civil. Normalmente son más jóvenes, y dada esa circunstancia actúan por noticias, por bibliografía. Hay algunos escritores de mi edad, incluso mayores, pero buena parte de ellos fueron exiliados. Los que realmente vivimos aquello somos muy poquitos, entonces mi denominación de origen, mi garantía, consiste en que yo no cuento lo que me han dicho, sino lo que he vivido.
-¿Qué le parece la Ley de Memoria Histórica?
-Le voy a contestar desviándome, pero me va a entender perfectamente: me parecería completamente improcedente una Ley de Olvido Histórico.
-Últimamente se vive un ambiente de crispación política y social. Incluso se habla de un clima de pre-guerra civil, de que vuelven las dos Españas…
-Las dos Españas permanecen.
-¿Pero podría llegarse a un enfrentamiento tan peligroso como en aquel entonces?
-No tan peligroso, aunque no creo que eso sea precisamente una posibilidad positiva. La política está internacionalizada, y ya no se trataría de un asunto español, es decir que la UE, por ejemplo, y sus prolongaciones americanas, controlarían eso de alguna manera.
-Al vivir guerra y posguerra, usted se educó en lo que ha llamado la cultura de la pobreza.
-Eso es un invento mío. La primera vez que se habló de la cultura de la pobreza fue en mi discurso al recibir el Premio Cervantes. Porque a mí me extraña mucho que se hable de Cervantes, o de Camões, o de Villon, de muchos grandes autores y se diga simplemente que fueron pobres, pero no se ha investigado qué proyección tenía esto en su obra. No es lo mismo ser multimillonario y ser solidario con la izquierda como Jaime Gil de Biedma, por ejemplo, un poeta importante. No es lo mismo eso que ser de izquierdas y pobre. Si detenían a Gil de Biedma al cabo de una hora su padre lo hubiera sacado de la comisaría. Leopoldo Panero, poeta astorgano, era filocomunista, iba por Madrid con la hoz y el martillo, pero su familia, además de ser económicamente potente, tenía relaciones con la mujer de Franco. Entonces yo estimo que aquellos escritores que efectivamente nacen, se crían y hasta permanecen durante toda su vida en la pobreza, generan una escritura diferenciada de la que puede hacer alguien que por su posición social desde muy pronto maneja tres o cuatro idiomas, viaja por el mundo entero… es otra cosa.

“Las dos Españas permanecen. No se ha arreglado todo todavía”

-Frente a eso, ¿qué le parece el consumismo, la abundancia en la que vivimos?
-Ha puesto usted el dedo en la llaga mía. Pienso que actualmente, y a pesar de la existencia de las dos Españas, que se dan más bien en gentes maduras y en jóvenes, no sé si por ese afán de radicalización, de alboroto que puede darse en los jóvenes, curiosamente y pese a eso lo que ocurre es que en España se ha producido un vaciamiento ideológico muy grande, y el consumismo ha sustituido a todas las ideologías. Así, haciendo algo que no parece muy serio pero sí lo es, y aunque el consumismo no lleva consigo una ideología en el sentido clásico, es la única ideología que prevalece en estos momentos.
-Habla usted de los jóvenes que se radicalizan. Hace un tiempo pintaron una esvástica en la casa de su infancia, aquí en León, y usted pidió que no la limpiaran. ¿Por qué?
-Cuando el Ayuntamiento de León me hizo Hijo Adoptivo, colocaron en la casa donde yo viví mi infancia una placa con un poema mío, que habla de cuando yo, desde el balcón de aquella casa, veía pasar a las cuerdas de prisioneros que había hecho el ejército llamado nacional. Por lo que fuese, quizá porque resultaba más discreto, en vez de llevarlos hasta la estación y luego por la Condesa al que entonces era el penal de San Marcos y hoy es un grandísimo hotel, paraban antes en el paso a nivel que cortaba la carretera donde estaba mi casa, y los traían atados por otra zona. Había circunstancias terribles: me acuerdo de una muchacha que salía con un cesto de naranjas para repartir a los presos, y nunca tenía bastantes. Un día la vi llorar y patear el cesto vacío de las naranjas, porque no había suficientes.
Algo de esto está en el poema, y lo colocaron en una placa en mi casa de entonces. Al cabo de un par de meses apareció una esvástica enorme pintada encima. Yo le pedí al Ayuntamiento que lo dejase, para que permanezca la constancia de que ahí están las dos Españas, de que no se ha arreglado todo todavía.
-Volviendo a la pobreza, eso marcó definitivamente su escritura, también por la forma en la que aprendió a leer: con un libro de poesías escrito por su padre, el único libro que había en la casa.
-De una manera infantil, completamente elemental, hice dos descubrimientos inseparables. Primero la significación de la escritura, es decir, aprendí a leer y un poquillo a escribir. Y simultáneamente tuve noticia de un lenguaje que no era con el que nos comunicábamos normalmente, era otro lenguaje que además tenía unas virtudes musicales, rítmicas. Es como si hubiera nacido a la poesía sin querer ni saber; me quedé condenado a ser poeta.
-¿Y no cree que los niños ahora podrían aprender mucho si se incluyera en su educación un lenguaje poético?
-Claro, yo siempre que tengo ocasión lo digo, que efectivamente el aprendizaje de la escritura y la lectura en términos meramente funcionales podría ser simultáneo con la función estética también. Pero son los planes de enseñanza los que deciden eso, no yo.

“Estamos en un mundo que nos interviene exteriormente con el consumismo, con el exceso de información que nos dan todos los medios; todo eso sustituye al pensamiento individualizado”

-En realidad ha sido usted un poeta “tardío”, porque su reconocimiento ha tardado años en llegar. ¿Qué supone para alguien que ha trabajado toda su vida empezar a recibir todos esos premios?
-Yo los agradezco y me proporcionan satisfacción, pero son secundarios. Los premios me traen tantos problemas como ventajas, suponen que no tenga tranquilidad para trabajar, que tenga muchísimos compromisos, y yo soy un hombre con muchísimas dificultades para decir no. Decía antes que me dedicaba a poeta provinciano, y eso significa una vocación. Significa que no se acuerden de uno, poner la hoja en blanco. Ésa es la pasión mía.
-¿Y no le supone también una comunicación más directa con los lectores?
-Son dos tiempos. Yo cuando escribo no me acuerdo de los lectores para nada. Está bien ser más leído, pero también es secundario. ¿Quién leyó a San Juan de la Cruz, por ejemplo? ¿Quién leyó a François Villon? Nadie.
-Es que además su poesía no es fácil.
-Tampoco voy a decir que sea difícil. Le cuento un chiste. En el Ministerio del Ejército, en la esquina de Alcalá con Cibeles, que no sé si seguirá estando allí, había unos soldados que tenían que hacer algún tipo de vigilancia. Un soldado un día dejó una puerta abierta y el sargento les echó una bronca tremenda: “Aprended para siempre que esta puerta tiene que estar herméticamente abierta”. Así entiendo yo mi poesía.
-Usted tiene un concepto particular de la poesía como forma de resistencia.
-Yo he hecho poesía que pretendía ser de resistencia, aunque más bien era una manifestación de la vivencia dura, negra e injusta que teníamos la gente en la pobreza. Pero la poesía, precisamente por su condición minoritaria –no ocurre como en la Edad Media, que era el único elemento mediático, ahora eso está en la televisión-, no tiene funciones que podríamos llamar reales en el orden general, no tiene un poder de oposición a la injusticia, sea de quien sea.
Miguel Celaya, por ejemplo, era un hombre digno, un poeta quizá no genial pero sí interesante, y decía que “la poesía es un arma cargada de futuro”. En España al menos, y creo que en ningún sitio del mundo, la poesía no ha alcanzado nunca a ser nada que pueda relacionarse con la actividad de la resistencia. Se han dado algunos poetas, muy pocos, capaces de hacer buena poesía con ese contenido, pero tampoco ha tenido trascendencia. Porque decía Jean-Paul Sartre que la poesía era irremediablemente subjetiva, y que no era operativa en las causas y las circunstancias objetivas, como puede ser la distribución injusta de la riqueza.

“Mi madre me “asturianizó” desde la infancia en el sentido de que toda su vida, sus evocaciones, sus tristezas, sus gozos, estaban en Asturias. Yo no me puedo desprender de eso, de ninguna manera”

-Quizá esa resistencia en su poesía es más bien estética, porque usted no se ha encuadrado claramente en ninguna corriente literaria.
-Bueno, sí, ésa es una manera mía de vivir la poesía. Por un lado está el lenguaje normalizado, que pretenden los poetas realistas –algunos de gran dignidad y a los que he querido mucho, como puede ser Ángel González-; pero yo opino que el lenguaje normalizado es a su vez el lenguaje del poder, y que el lenguaje poético es de otra naturaleza. Tiene una semántica imprevisible, una lógica constructiva completamente distinta.
Ahora los científicos andan buscando polígonos en nuestro cerebro, unos que son capaces de crear una melodía, otros para la memoria, otros para tomar las decisiones difíciles… pero no me han dicho dónde está el polígono del pensamiento poético, que tiene una condición especial, porque se produce rítmicamente y tiene unas significaciones imprevisibles. Yo no necesito apartarme del lenguaje normalizado de una manera voluntaria, simplemente surge así. De todas maneras, yo me entero de lo que pienso cuando está escrito, y no antes.
-De ahí esa búsqueda suya de silencio, de encontrar la tranquilidad para conectar con ese lenguaje. ¿Cómo hacer eso en un mundo donde se maneja tanta información, tanto ruido?
-Ese silencio está últimamente muy dificultado. Estamos en un mundo que nos interviene exteriormente con el consumismo, con el exceso de información que nos dan todos los medios; todo eso sustituye al pensamiento individualizado, y no digamos cuando se trata de un pensamiento que a su vez necesita, digámoslo así, un polígono especial para producirse.
Hay seres humanos que podrían haber sido poetas geniales, a los que la vida no les ha dejado desarrollar esas facultades. Y esto no por ser pobres, sino a lo mejor por ser ricos, porque tenían grandes intereses. Yo mientras estuve en la política –clandestina, claro- no escribí ni una palabra, y fueron bastantes años. Me parece que era Lope el que decía “porque para estar conmigo me bastan mis pensamientos”. Todo lo que nos viene encima ahora: anuncios, ruidos, música -indeseable en muchos casos-, imágenes, información, condicionamientos administrativos… nos achica íntimamente. Yo tuve suerte a pesar de todo, con aquel libro de mi padre, significativo de mi orfandad. Pero es difícil, en las circunstancias actuales, estar uno consigo mismo, de modo suficiente para poder generar poesía.

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