Acaba de publicar Devorador de almas, un poemario que ha servido a Diana Rodrigo como terapia para cerrar una dura etapa de su vida. Una relación tóxica le hizo deambular por los caminos del maltrato psicológico, pero ahora esa herida se ha transformado en cicatriz, y ya no duele.
Lleva escribiendo desde que tenía cuatro años. En este sentido, fue una niña precoz. Primero fueron los cuentos, luego poesía y a partir de los veintiún años comenzó a ganar certámenes literarios. Entre ellos uno de los más importantes de Asturias, el Premio Certamen Poesía Memorial Bruno Alzola.
Se enamoró, perdió la cabeza por amor y casi se pierde a ella misma por unir su vida a la de una persona equivocada. Para huir de esa relación, Diana se refugió en lo que siempre había hecho: escribir poemas. Una especie de diario en el que liberaba la oscuridad que la comía por dentro. Tras darse cuenta de esta realidad, puso fin a aquella relación y los poemas quedaron guardados en un cajón. Dolía demasiado volver a ellos y todavía no era el momento de volver a afrontarlos. “Después de la pandemia fue cuando los volví a leer y me di cuenta de que ya eran un testimonio, que ya no me dolía y que tal vez podía ayudar a otras personas”. Lo mandó a una editorial de Sevilla y, a los quince días, la llamó el editor diciéndole que le había impactado la dureza y crudeza del relato y que, siendo un tema que actualmente es una lacra para la sociedad, querían publicarlo enseguida. Devorador de almas vio la luz en junio de este año. “A día de hoy el libro tiene una trayectoria muy cortita, pero tremenda”.
-¿En qué momento te das cuenta de que estás metida en una relación de ese tipo?
-Cuando inicié esa relación era muy joven, casi adolescente, y conforme iba pasando el tiempo, lamentablemente, me amoldé a lo que tenía. Tampoco había vivido ninguna otra relación previa con lo cual piensas que todo eso es normal; vivimos en un patriarcado y dentro de nosotras tenemos interiorizado la sumisión, la obediencia al marido o al novio. Yo lo interioricé de tal manera que lo normalicé. Me fui dando cuenta de que esa relación era abusiva porque en mi entorno no veía algo igual. Después un psiquiatra y un psicólogo me dijeron que lo que estaba viviendo era violencia de género, ahí fue cuando ya desperté.
“Vivimos en un patriarcado y dentro de nosotras tenemos interiorizado la sumisión, la obediencia al marido o al novio. Yo lo interioricé de tal manera que lo normalicé”
-En todo ese proceso, ¿la escritura fue una especie de terapia?
-Escribir siempre me ha salvado la vida. También todo lo bueno que me pasa lo vuelco en la escritura. Dentro de la poesía hay gente que escribe sobre una ficción, sobre cosas que le van inspirando, en mi caso también, pero yo soy muy poeta de la experiencia, muy vital. Las cosas que me han ido pasando en la vida, todo lo he ido volcando en mis libros.
-¿Te resulta más fácil escribir que hablar?
-Totalmente, escribiendo me siento muy libre. De hecho, esta experiencia la escribí y sin embargo no se la conté a nadie. Estuvo guardada en un cajón más de 10 años. Era una experiencia muy dura, al médico se lo conté, pero, por ejemplo, en la primera presentación que tuvimos del libro mi familia se quedó muy sorprendida porque yo no había contado prácticamente nada. Algo intuían, pero ahí vieron todo lo que había detrás. Como dijo mi madre: “fue una bofetada de realidad”. He hablado con otras mujeres que vivieron lo mismo y todas coincidimos en que, lo primero que haces, es esconderlo porque piensas que es tu culpa. Te da vergüenza admitirlo ante tus amigas, ante el exterior, sientes miedo. Es un cúmulo de emociones y dolores que acarreas, no quieres compartirlo con nadie a no ser que sea algo demasiado evidente o ya no puedas con ello. Yo quería escapar de aquello y la única opción que tuve fue huir.
-¿Qué fue lo que te hizo dar ese paso?
-Tenía una depresión muy gorda y fui a un psiquiatra. Tanto él como la psicóloga me dijeron que lo que yo estaba sufriendo era violencia de género y que no era normal. Que si seguía por ese camino, iba a acabar mal. La verdad es que no sé cómo tuve fuerzas para dar el paso, pero lo hice. Creo que lo que me movió fue darme cuenta de que eso no era amor, solo eran ganas de destruirte. Alguien que te hace eso no puede decirte que te quiere. Lo que pasa es que entenderlo cuesta mucho trabajo. El proceso de ruptura fue muy difícil, sufrí amenazas de muerte, todo se puso en contra… Este camino lo hice prácticamente sola, en ese silencio que muchas llevamos a cuestas.
-Tras todo ese proceso, hubo un reencuentro contigo misma. ¿En quién te has convertido ahora?
-Por suerte, ahora mismo he creado una familia: tengo una pareja estupenda con la que realmente vivo una relación igualitaria, tenemos a nuestro hijo, tengo trabajo, independencia, autoestima… A mí me devoró el alma, por eso el libro se titula así, pero poco a poco me he ido recuperando. Todavía de vez en cuando, me doy cuenta de que me cuestan algunas cosas, pero voy dando pequeños pasitos que me hacen convertirme en la persona que soy ahora: alguien segura de sí misma, con fuerza para contarle al mundo lo que me ha pasado y ojalá esto sirva para que a nadie más le vuelva a pasar, aunque sé que es muy difícil. Soy otra persona. Sigo siendo poeta, porque lo he sido toda la vida, es lo único que no consiguió arrebatarme.
“He hablado con otras mujeres que vivieron lo mismo y todas coincidimos en que lo primero que haces es esconderlo porque piensas que es tu culpa. Te da vergüenza admitirlo ante tus amigas, ante el exterior, sientes miedo”
-¿Podrías decir que eres quien quieres ser?
-Ahora mismo, sí. Soy madre, tengo el amor, tengo la fuerza y, sobre todo, tengo la escritura.
-¿Qué encuentras en la poesía que no te da la prosa?
-Aunque parezca una contradicción, encuentro libertad. La prosa me supone mucho trabajo. Hace dos años estuve escribiendo artículos de opinión para un periódico y acabar uno me llevaba por lo menos dos semanas. Aunque los poemas me cuesten, siento que tengo más dominio y libertad porque creo belleza. También, a lo mejor, malinterpreto por mi parte que en narrativa la belleza tiene sus límites, sin embargo, en la poesía no.
-¿Qué objetivo te gustaría alcanzar?
-La poesía es algo muy minoritario. Creo que cada vez se lee más, tiene más aceptación y la gente quiere escuchar lo que tienes que decir, pero, evidentemente, un autor de poesía no va a vivir nunca de esto. No obtengo mucho por cada libro, así que a mí no me mueve lo económico, lo que me gusta pensar es que ojalá sirva, que los lectores se acerquen a una biblioteca y busquen el libro. Hay muchos centros de la mujer, de igualdad y ayuntamientos que me están llamando para decirme que estaría bien hacer una charla o una presentación. A mí esto ya me alegra mucho.
“Aunque los poemas me cuesten, siento que tengo más dominio y libertad porque creo belleza”
-¿Se escribe mejor desde la herida o desde la cicatriz?
-Desde la herida, la melancolía o la tristeza. En mi caso, desde ahí he escrito siempre mis mejores poemas. Aunque pensándolo bien, podría decir que escribo mejor desde el sentimiento a flor de piel, porque eso incluye también la alegría. Cuando me enteré de que estaba embarazada, para mí fue una dicha inmensa y también empecé a escribir cosas para mi hijo y tengo poemas muy bellos para él. Sin embargo, cuando he escrito por escribir, los poemas no están mal, pero esa sublimación del sentimiento no la tengo. Ahora mismo escribo menos que cuando vivo un sentimiento más extremo. Eso es lo que me da la necesidad de expresarme, y es desde donde escribo.
-¿Podrías decir que las palabras curan?
-Curan y te reencuentran contigo misma. En algunas presentaciones ha habido lectoras que me han dicho que habían pasado por lo mismo y que, a partir del libro, podían tener una herramienta más para enfrentarse a su dolor y a su trauma. Yo creo que las palabras son una ayuda para curarte. Son una terapia.
“Hay muchos centros de la mujer, de igualdad y ayuntamientos que me están llamando para decirme que estaría bien hacer una charla o una presentación. A mí esto ya me alegra mucho.”
-Después de todo ese camino que has recorrido, ¿dirías que es importante saber olvidar?
-Yo creo que esto no se puede olvidar nunca, se puede aprender a vivir con ello. En cierto sentido, cada uno tiene que estar agradecido de todo lo que vive. Al haber pasado por esta situación he aprendido y ahora sé qué pareja quiero tener, con qué tipo de relación me siento más yo misma y disfruto de la vida que tengo ahora mismo. Ojalá no lo hubiera vivido, pero para estar aquí he tenido que aprender a vivir con todo lo que me ha pasado y no olvidarlo, porque como se dice siempre: cuando olvidas tu historia, estás condenado a repetirla. Tienes que encajar las piezas, es muy complicado, pero se puede aprender. No voy a estar toda la vida escondida, yo no soy la que se tiene que avergonzar de lo que pasó. Llegar a ese punto me ha supuesto mucho trabajo, será valentía o temeridad, pero aquí estoy yo y el libro.
-Ahora eres madre de un niño. ¿Cómo te planteas su educación?
-Me la planteo de una manera igualitaria, mi pareja también es mujer y para nosotras es un reto educar a un hombre. Esperemos que, en un futuro, con su pareja, sea hombre o mujer, establezca una relación que se base en el respeto. Queremos criarle sacando de la propia mente esos micromachismos que tenemos heredados, es un reto muy grande y ojalá lo llevemos a cabo como queremos.