Fernando González acaba de regresar del Ultra-Trail du Mont-Blanc, la carrera de montaña más dura, en la que todo corredor de ultras quiere participar al menos una vez en la vida.
El joven asturiano es «un culo inquieto», que no conoce más límites que los que prueba, por eso este año ha completado lo que sólo 74 corredores en todo el mundo han conseguido: el Grand Slam Marathon, que consiste en realizar una maratón en cada uno de los siete continentes y en el Polo Norte.
Fernando descubrió su pasión por el deporte como muchos otros chavales, jugando al fútbol. Lo de correr llegó más tarde, cuando con veintiún años le cogió el gusto a las carreras en asfalto. Poco después probó una carrera de montaña, y supo que había empezado en algo en lo que ya no podría parar.
El corredor del Club Avientu Centeno es el primer asturiano (el quinto español) en conseguir el Grand Slam. La primera carrera fue en Groenlandia en el año 2009 y hace unos meses finalizó su proyecto en la Antártida. Entremedias ha corrido más de 350 kilómetros en todo tipo de condiciones extremas.
-¿Qué te ha dejado la experiencia después de tres años de aventura?
-Lo primero una experiencia humana increíble. Creo que conocer culturas, pueblos y gentes tan diferentes como los inuit de Groenlandia o los refugiados saharauis en Tinduf te llena más incluso que la experiencia deportiva, que también es brutal por los sitios tan espectaculares y exóticos que conoces. Te encuentras con pueblos muy diferentes pero que tienen valores parecidos de defensa de la naturaleza y la tierra en la que viven, de las tradiciones y también de respeto a los mayores, algo que aquí ya no tenemos.
-Antes corrías maratones y ahora te apuntas a carreras de mayor distancia. ¿Qué aporta este deporte?
-El deporte en sí engancha, pero correr por montaña yo creo que más. Es totalmente diferente a correr por una ciudad, por una carretera o por un camino. Los sitios por donde corremos son increíbles y una vez que te metes en este mundo eso te lleva a asumir retos más difíciles. Es lo que te pide el cuerpo, buscar siempre el límite, a ver hasta dónde llego.
-¿Qué pasa por tu mente cuando estás en competición?
-Depende de dónde te sitúe la carrera. Cuando vas delante la excitación es brutal, piensas que puedes entrar en podium y eso te mueve a ir más rápido. Cuando vas más atrás en la clasificación, y está claro que no vas a ganar, intentas hacerlo lo mejor posible y disfrutar del entorno, del recorrido, de los paisajes. En los ultras te cambia la mentalidad, te pasas quince o treinta horas corriendo y sufriendo, y sólo quieres acabar. El reto personal es simplemente llegar a meta, no importa la clasificación, y lo que sientes en el momento de llegar compensa las horas de sufrimiento que hayas tenido.
«Todavía en la fase de sueño tengo el proyecto de repetir la experiencia, pero con carreras de cien o más kilómetros en lugar de maratones: una en cada continente. Aquí la clave está en conseguir la financiación»
-¿Qué es lo que más te ha marcado en cada una de las ocho pruebas del Grand Slam?
-Cada una es diferente. En el Himalaya fue mi primera victoria, y eso te marca. Fue indescriptible, cuando entré en la meta creo que sentí lo mismo que un campeón olímpico al entrar en el estadio y ganar una medalla. En la Antártida, en cambio, era muy especial estar en un continente totalmente diferente al resto, donde muy poca gente ha corrido; me hizo sentir privilegiado.
Lo que más me marcó en el Sáhara fue la experiencia humana, estuve una semana conviviendo en una jaima con una familia saharaui, en el campamento de refugiados de Tinduf en Argelia. En Oceanía, pude conocer el que para mí es el sitio más espectacular del mundo: por muchos países que recorra, no voy a encontrar nada tan guapo como el paisaje de Nueva Zelanda.
El Polo Norte es lo extremo: con 32 grados bajo cero la segunda parte de la carrera se hace durísima, el frío te come, te va quitando calorías y te consume. En esa última parte iba pensando en Scott porque yo también iba muy jodido y pensaba lo mal que lo tuvo que pasar antes de morir, estar a esa temperatura es una agonía. Después, en Sudamérica, conseguí mi segunda victoria, y quizás el final de carrera más espectacular que puede haber en el mundo, en las ruinas de Machu Picchu. En la carrera en América del Norte, me impresionó mucho el silencio al correr encima de la capa de hielo del glaciar interior de Groenlandia: sentir los pasos y nada más, es un silencio que te hace sentir minúsculo en la inmensidad de aquella masa de hielo.
Y el de Europa, el X-trem Lagos de Covadonga, es el de casa, y con eso ya lo digo todo. El espectacular paisaje de Picos de Europa no tiene nada que envidiar a ninguna otra parte del mundo, lo que pasa es que como lo vemos más a menudo no nos damos cuenta, pero si estuviera a diez mil kilómetros de aquí lo valoraríamos mucho más.
-En una carrera tuviste una experiencia con serpientes que no fue precisamente agradable.
-Sí, en el Mount Everest Maratón iba de primero en un descenso muy rápido por una pista, y cuando doy una curva cerrada me encuentro a dos serpientes, una enroscada en medio de la pista y otra cruzando. Y yo tengo bastante fobia a las serpientes. Como ya no tenía tiempo ni espacio para frenar, salté por encima; siempre digo que si llega a haber un juez allí, hubiera batido el récord de salto de longitud. A partir de ahí y hasta la meta fui con ese nerviosismo en el cuerpo, cada vez que daba una curva y encontraba una rama en el suelo pensaba que era una serpiente. Tan acelerado iba, que gané la carrera.
“En la carrera de Groenlandia me marcó el silencio, el tremendo silencio de correr encima de la capa de hielo del glaciar. Oías los pasos y nada más y te sentías minúsculo en aquella gran masa de hielo”
-¿Qué otras sorpresas te han deparado estas pruebas?
-Todas tienen anécdotas curiosas. En el Sáhara, cuando estoy corriendo en el desierto, oigo un ruido rarísimo y por detrás de mí aparece un camello al galope que me adelanta desbocado ¡en mitad de la nada!
En Perú, en los últimos kilómetros, entrábamos en el Parque del Machu Picchu, donde hay una puerta de entrada y un guarda al que teníamos que darle nuestros datos. Pues cuando llego me encuentro la puerta cerrada con un alambre de espino y sin nadie, así que tengo que dar media vuelta a preguntar en unas casas que había visto antes. Me mandan a una casa del ministerio y allí baja corriendo el guarda que se había despistado, a abrir la puerta. Casi me da un ataque de nervios, porque iba el primero pero los demás podían llegar en cualquier momento.
En Nueva Zelanda tuve mala suerte y en el kilómetro 15 me entró una gastroenteritis que me hizo parar varias veces. No sabía si había tiempo de control para completar la carrera, y con mi poco inglés intentaba preguntarlo, pero no me entendían. Al final conseguí llegar a meta, pero atacado de los nervios.
-¿Cómo se prepara uno para condiciones adversas tan diferentes y extremas?
-La única carrera que tuvo una preparación especial fue la del Polo Norte. En el desierto sabes que vas a correr con calor y en Groenlandia con frío, pero es asumible, mientras que en el Polo Norte podíamos correr con temperaturas muy extremas, de treinta grados bajo cero. Para probar la ropa entrené en una cámara frigorífica que estaba a -25 grados, y eso me permitió ir con un mínimo de seguridad sabiendo, por ejemplo, que las gafas anti-ventisca se me iban a empañar sí o sí.
-¿Todas estas experiencias te han hecho más fuerte?
-Sí. Conocer lugares diferentes te abre la mente, y como además la mayoría de las veces viajé solo también te espabila, porque tienes que buscarte la vida con una barrera idiomática y una barrera cultural por delante. Y luego, las carreras en sí te endurecen, porque son sitios extremos y no hay la posibilidad de retirarse. Yo no me podía permitir volver a Nueva Zelanda otro año o al Polo Norte, así que tenía que llegar a la meta, aunque fuera el último. Claro, hubo carreras en las que lo pasé mal, corriendo con gastroenteritis o lesionado.
“En la Antártida la sorpresa la da cruzarte con tres o cuatro pingüinos que te miran desde la cuneta del camino como si fueran espectadores. Solo les faltaba aplaudir con las aletas”
-Tras haber convivido con gente diversa, ¿crees que correr unifica las culturas?
-En estas carreras hay gente de todas partes del primer mundo (porque el tercer mundo no se lo puede permitir), y a pesar de las diferentes nacionalidades e idiomas, por encima de todo, somos corredores que amamos este deporte. Lo primero que se observa en todos es el respeto hacia la cultura y la gente del sitio a donde vas. Hay muy buen ambiente y mucho interés por conocer las tradiciones de otros lugares, e incluso las de otros corredores. Siempre te preguntan de dónde eres, aunque por desgracia para el resto de la humanidad los asturianos no existimos. Quitando algún europeo que conocía a Fernando Alonso, no me encontré con nadie que nos conociera.
-Después de conseguir este reto, ¿tienes nuevos objetivos en mente?
-Los que amamos la aventura siempre tenemos en mente retos, que a veces se quedan en sueños porque no los puedes realizar. Todavía en la fase de sueño tengo el proyecto de repetir la experiencia, pero con carreras de cien o más kilómetros en lugar de maratones: una en cada continente. No existe un listado oficial de gente que lo haya conseguido. Aquí la clave está en conseguir la financiación porque el Grand Slam fue un reto bastante caro y tuve que sacrificar mucho. Si consigo algo de ayuda, por lo menos en las carreras más caras, lo intentaré; y si no, haré lo que pueda, pero el reto es ése.
Fotos cedidas por Fernando González