Acaba de publicar Cómete el mundo y dime a qué sabe. Y según sus propias palabras es el libro del que está más orgullosa. Jessica Gómez siente que, tras haberlo escrito, ha hecho justicia dejando reflejadas sobre el papel la historia de veinte mujeres reales que han pasado por situaciones que, de comunes que son, las hemos convertido en normales. Ella les ha “aportado color”, pero la verdad es la base de todas ellas.
Marisa, Sara, Olivia, Laura, Menchu, Jessica, Tina, Vicky, Amparo, Nati, Lidia, Paula, Teresa, Claudia, Eva, Lina, Ángela, Miriam, Paz, Carmen. Veinte nombres tras los que se esconden otras tantas vidas que pasan ante los ojos de la nueva portera del edificio. Con sus complejos, sus miedos, sus luces, sus sombras, sus alegrías y también sus conquistas.
Jessica Gómez nació en la cuenca minera. Es la menor de cinco hermanos y reconoce que, tal vez por el poco tiempo que su madre tenía para ella, aprendió a escuchar de una manera especial todas las historias que le contaba. Por eso el libro está dedicado a ella, a Carmen, que le ha enseñado a valorar la belleza que hay detrás de cada cosa. Los dibujos que dan vida a cada capítulo están firmados por su hija Ainé. “Están hechos con la mano hábil de una niña y con sus ojos limpios”. Tres generaciones reunidas en 237 páginas.
Reconoce que tenemos siempre mucha prisa para pararnos a conocer gente pero que cuando ella lo hace, su sensación es la de haber encontrado un tesoro que necesita compartir. Aunque esto tiene una parte complicada: saber transmitir en pocas páginas la trascendencia y la contundencia con la que cada protagonista ha recorrido su propia vida. “Aprendo de todo lo que me cuentan las personas y, sobre todo, disfruto mucho de las historias de los mayores; habitualmente me pregunto cómo puede ser que eso le haya sucedido a gente con la que comparto planeta y yo no me entere. Este libro me parece un trabajo tan bonito y tan nuestro que lo que siento es algo parecido al síndrome de Stendhal”.
-¿Ya te has comido el mundo?
-¡Qué va! Todavía no, y llegaré a la edad de Lina (una de las protagonistas de su libro) sin habérmelo comido. Pero le he ido dando mordisquitos aquí y allá y me gusta como sabe.
-Y, ¿a qué sabe?
-Mayormente a tranquilidad. Me he dado cuenta de que lo único que necesito para ser feliz y estar bien es la ausencia de problemas. Puedo tener más o menos dinero, más o menos ropa, puedo irme o no de vacaciones, pero todas estas cosas no me afectan para nada; valoro mucho el poder tener los pies en el aquí y ahora, vivir en paz. Puede parecer una tontería, pero por ejemplo, cuando al mediodía, mi marido y los peques llegan a casa, nos sentamos todos a comer en la mesa de la cocina y veo que estamos todos juntos, sanos, tenemos un plato de comida y estamos compartiendo conversación y contándonos cómo nos fue el día, ese momento, me proporciona una felicidad enorme. No necesito más, esto me encanta.
“Me he dado cuenta de que lo único que necesito para ser feliz y estar bien, es la ausencia de problemas”
-En la introducción del libro dices que, con los años, aprendes a librarte de la mierda que te impide ser feliz y una de esas cosas suele ser la vergüenza. ¿Recuerdas en qué momento te libraste de ella?
-No, pero sí puedo decir qué me ayudó mucho a acelerar el proceso. Cuando nació mi hijo mayor, hace doce años, yo le di el pecho; un día que fui a la Seguridad Social, me escondí detrás de una columna para amamantarlo porque me daba vergüenza. Cuando ya tenía siete u ocho meses, lo llevaba en una bandolera y mientras empujaba el carrito haciendo la compra por el Carrefour, el niño iba tomando teta. Creo que ahí algo me hizo clic y pensé: “si mi hijo llora porque tiene hambre tengo dos opciones: o me preocupo de la gente y él lo pasa mal hasta que encuentre un sitio donde amamantarlo, o él está por encima de mi vergüenza y de los demás”. Fue cuando empecé a poner mis necesidades, lo que yo quería o lo que a mí me parecía bien por encima de los otros. Me di cuenta de que, cuando sentimos vergüenza, en realidad no nos estamos avergonzando de nosotros. Nos estamos sintiendo mal por algo que va a pensar la otra persona y es tan fácil como darte cuenta de que, quien tiene un problema es el otro y no yo. Su rechazo, su problema. Desde ahí he ido cada vez a más y, francamente, si me preguntas ahora algo que me dé vergüenza, no te lo podría decir.
-Qué tranquilidad, ¿no?
-Sí. La verdad es que vivo súper feliz. En esto los hijos ayudan mucho. Te vas dando cuenta de que cuando tú tienes vergüenzas y complejos, repercute en ellos porque se empapan de todo lo que les rodea. Ojalá lo hiciesen solo de lo que ven en ti, pero también lo hacen de lo que ven y oyen de los demás. Tú eres la mitad de su vida y la otra mitad es la sociedad. Las pequeñas cosas les influyen un montón y, a veces, el resultado que obtienes no es el que tú querrías, pero ahí también entra su libertad. No es tan sencillo, pero ojalá los míos no se priven de vivir por culpa de la vergüenza.
“Cuando sentimos vergüenza, en realidad no nos estamos avergonzando de nosotros. Nos estamos sintiendo mal por algo que va a pensar la otra persona y es tan fácil como darte cuenta de que, quien tiene un problema es el otro y no yo”
-Afirmas que la ignorancia es un regalo porque te permite mirar con ojos limpios. ¿Crees que sería posible poder mirarlo todo con ojos nuevos cada día?
-A nuestra edad no. Pero seguro que le habrás oído a más de una persona decir que, cuando tienes hijos, aprendes a mirarlo todo otra vez y es verdad. Te das cuenta, sobre todo cuando son pequeños, de cuántas de las cosas que tú haces o no haces, vienen dadas por todo lo aprendido en los años. Hay una cosa que digo en el libro que me gusta mucho que es la poca vergüenza que se tiene en la vida dos veces: la primera cuando tienes pocos años y la segunda cuando tienes muchos. Todo lo del medio, es tiempo que perdemos, pero es inevitable porque la sociedad y la cultura pesan. No creo que sea posible mirarlo todo con ojos nuevos, pero sí creo que es necesario y posible mirarlo todo con ojos limpios.
-Explícame la diferencia.
-Mirarlo con ojos nuevos es hacerlo desde el desconocimiento, la ignorancia de descubrirlo todo por primera vez. Hacerlo con ojos limpios es mirarlo desde el decir: yo ya sé cómo es esto, pero voy a intentar ver la parte positiva y no dejarme llevar por lo que los demás me dicen que está mal. Si lo que estoy haciendo, sé que está bien y no le estoy haciendo daño a nadie, no voy a dejar que la sociedad me aparte de lo que quiero hacer.
“No creo que sea posible mirarlo todo con ojos nuevos, pero sí creo que es necesario y posible mirarlo todo con ojos limpios”
-La portera que narra tu libro dice que no es mucho de dar consejos pero que, uno de los trucos para ser buena en su trabajo, es saber que lo importante, lo urgente, lo vital, está en los detalles. ¿En qué detalles lo encuentras tú?
-¡En todos! No puedes centrar tu bienestar en cosas que te pasan muy de vez en cuando. Para mí la vida no está hecha de grandes cosas, estas suceden de pascuas a ramos. Si estás esperando una noche de fuegos artificiales, te estás perdiendo el resto del día. Tal vez no pueda hacer ese gran viaje que tenía pensado, pero voy a investigar un camino que hay detrás de casa que tiene buena pinta y de paso cojo unas flores. Todo lo que no sea un gran acontecimiento es un detalle y ahí es donde está el valor de lo que somos, lo que hacemos y lo que vivimos. Si tú me preguntases si cambiaría esas comidas en familia que te comentaba antes por hacer un súper viaje durante un mes a un país lejano, te diría que no. Mira que me gusta viajar, pero no lo cambio porque estos ratos son mi momento de felicidad y los tengo a diario.
-Una de las historias de tu libro habla de Marisa, una mujer dedicada a su casa y que, cada vez que iba a comprar al Spar, se quitaba el delantal de cuadros, se ponía sus zapatos negros de tacón bajo y se pintaba los labios de rojo pasión. ¿Qué tiene un pintalabios (y si es rojo más) que tiene la capacidad de cambiar a una mujer?
-El poder que ese pintalabios tenía en Marisa te juro que era transformador. Lo que cuento en el libro, no sé si es como ella lo vivía, pero es como yo lo veía. Esa mujer estaba en casa todo el día y era invisible porque era hija, esposa y madre. Cocinaba, limpiaba y cuidaba todas las horas los 365 días del año. De pronto, salía a comprar a casa de Maruja, se pintaba los labios se ponía sus zapatos de tacón bajo y, te juro que crecía. Estiraba la espalda y era más alta. A mí me fascinaba porque pasaba de ser una mujer invisible en su casa a ser Gloria Trevy. En cuanto volvía a casa y se quitaba el pintalabios, se volvía otra vez pequeñita. Yo me acuerdo que pensaba: ¿y si resulta que Marisa es la que está comprando en el Spar y no la que yo veo en casa?
-¿Qué me cuentas de Sara, “la que tiene las tetas enormes y anda por ahí sin sujetador”? ¿Por qué el pecho es una fuente de complejos permanente en la mujer?
-Sí, es así y además desde muy pequeñas. Es difícil encontrar a alguien que te diga: me gusto entera. Aunque hay días mejores y otros peores, yo me gusto casi toda la mayor parte del tiempo, pero me acepto entera siempre y me pasa lo mismo con las personas: hay partes de ellas que no me gustan, pero las acepto porque el conjunto me compensa. En el tema de los pechos es impresionante la de complejos que hay y estoy convencida de que toda la culpa es de la publicidad y del cine. ¿Te acuerdas de la primera vez que se anunció la crema Dove para mujeres reales? Fue una revolución porque, de pronto, aparecía una mujer común en la tele. Yo nunca había visto en un anuncio un cuerpo que se pareciera al de mi madre o al de mi prima.
Tengo el recuerdo en mi adolescencia de entender que, en el mundo, había dos tipos de mujeres: las de mi entorno a las que no quería parecerme porque estás en esa etapa en la que quieres verte como una persona distinta, y las mujeres fantásticas, deseables, atractivas, triunfadoras y absolutas que veía en la televisión y en la publicidad. Te quieres parecer a ellas y ahí no hay imperfecciones, las ves en sujetador y sus pechos son redondos, estupendos y magníficos; no son asimétricos, caídos, con manchas o estrías. En ese momento no te paras a pensar en el maquillaje, el Photoshop o los retoques fotográficos que seguramente tendrán detrás.
Crecemos aprendiendo a odiar nuestros cuerpos, pensando que lo que te ha tocado está mal. Soy muy partidaria de que las personas que se quieren operar para tener el físico más parecido a lo que quieren, lo hagan; soy una firme defensora de que se sea libre y de tener el derecho de buscar la felicidad, el bienestar y la auto aceptación donde cada uno crea que la puede encontrar. La cosa es, ¿qué nos han metido en la cabeza para hacernos creer que no estamos bien cómo estamos? No deja de parecerme triste que hayamos creado una cultura y una sociedad que sea capaz de hacernos creer que ser lo que somos no es suficiente.
“Es difícil encontrar a alguien que te diga: me gusto entera (…). Crecemos aprendiendo a odiar nuestros cuerpos, pensando que lo que te ha tocado está mal”
-¿Te da la sensación de que dentro de cada mujer hay una parte salvaje que, aunque se quiera, no se puede domar?
-A lo mejor la hay, pero creo que hay personas que viven acomplejadas toda la vida. En Asturias en general y en las cuencas en particular, durante mucho tiempo, tanto a mujeres como a hombres, no se les permitió ser, con lo cual podías tener una parte muy salvaje e indomable dentro, pero vivías dormido toda tu vida. Tengo amigas de mi edad que han crecido creyendo que tenían que tener un físico espectacular, que debían encontrar una pareja que cubriese unas expectativas determinadas y lo han pasado mal buscándolo y, además, todo esto les ha llevado a vivir una cadena de malas decisiones con consecuencias importantes. Lo que interiorizamos de todo lo que nos llega del exterior, cala mucho y te condiciona. Te puedo decir que en mi casa somos todos ateos, los niños van a un colegio público en el que no dan religión y hubo una época la que mi hija mediana empezó a decir que creía en Dios. Estuvo así unos dos años. A mí me parecía bien, son sus creencias y yo no voy a intervenir, pero solo fue por lo que veía a su alrededor.
-En las historias del libro narras lo que cada vecina vive y después explicas el motivo por el que ha llegado ahí. ¿Cuánto cambiaría todo si conociésemos lo que hay detrás de cada actitud?
-Sería tremendo. Creo que como no podemos aspirar a saberlo nos dedicamos a criticarlo, pero la realidad es que lo que nunca sabrás es el peso que tiene esa pequeña cosa para una determinada persona. Lo mejor que podemos hacer es asumir que no sabemos qué es importante para el otro y actuar desde el respeto. Es tan fácil como no meterse en la vida de la gente y no juzgar. Al final del libro digo que yo me creía que sabía mucho pero que, el verdadero aprendizaje, fue entender que no tiene por qué haber una razón que justifique todas y cada una de las pequeñas cosas que se hacen. Basta con respetar a los demás, sostener y acompañar en lugar de intervenir, juzgar, criticar o ponerte a dar consejos. Ayudarnos es tan fácil y lo complicamos tanto… Muchas veces, con que no digas nada, ya es suficiente.
“La responsabilidad es criar a gente que sea gentil, amable, comprensiva y que aporte cosas buenas al mundo. Tener un hijo y lanzarlo al planeta para que sea lo que dios quiera no debería suceder jamás”
-En “La ropita de bebé de Lidia” abordas el tema de la maternidad. El concepto madre ¿no debería cambiar y alejarse de esquemas de otro tiempo?
-Yo creo que el concepto maternidad ha estado mal desde siempre. En algún momento asumimos que, para ser una mujer completa tienes que ser madre, como si fuese algo por lo que todas tenemos que pasar y ser. En el momento en el que se hace por imposición, inercia o tradición, ya vamos mal. Se debería pasar antes por un proceso de reflexión, información y decisión. Después te encuentras personas que no quieren ser madres, pero lo han sido porque era lo que tocaba. Tienes que estar preparada para comprometerte con esas personitas que van a depender de ti durante mucho tiempo y que te van a necesitar toda su vida si lo haces bien. La responsabilidad es criar a gente que sea gentil, amable, comprensiva y que aporte cosas buenas al mundo; tener un hijo y lanzarlo al planeta para que sea lo que dios quiera no debería suceder jamás. Tener la capacidad de ser algo no quiere decir que lo tengas que ser. Y lo mismo a la hora de casarse, bautizar a los niños o cosas similares. Toda la gente a mi alrededor, incluidos los ateos, bautizan criaturas. ¿Qué sentido tiene? Es una cuestión de coherencia. Si yo no soy cristiana, ¿por qué inicio a mis hijos en ese rito? Tendría el mismo sentido que si le hiciese una circuncisión o que lo introdujese en el islam.
-“Somos mucho más que hacer que la responsabilidad de que todo esté bien”. ¿Crees que es posible conseguir que las cosas estén bien?
-¡Qué va! Nos creemos que podemos hacer que funcionen cosas que no están en nuestra mano. Nos cargamos con todo y yo ya he descubierto que, cuando no estoy bien, es porque me estoy cargando con más de lo que puedo gestionar. Me cuesta delegar, porque considero que las cosas están bien si se hacen de una determinada manera, que es la mía. La cuestión es parar y pensar ¿qué pasa si las cosas no están como yo las haría? Pues absolutamente nada, es lo normal de la convivencia con otras personas.
“Tener la capacidad de ser algo no quiere decir que lo tengas que ser”
-“Mientras su padre trabajaba ocho horas fuera de casa, su madre trabajaba 24 horas dentro”. ¿Hay algún baremo que dictamine qué es más importante?
-La protagonista de “El costurero de Tina”, pertenece al grupo de mujeres de tu entorno que se resignaron a ser la mujer pequeñita dentro del hogar. Es la que te da de comer, la que te cose los calcetines cuando se rompen, la que plancha la ropa, la que limpia la casa y la que te cuida. Pero eso no se ve y, sin embargo, al hombre sí ves que lee, se instruye, es culto y también trabaja. La realidad es que él está haciendo todo eso porque todas las tareas de cuidado las está haciendo ella. El cuidar y sostener un hogar y una familia es algo totalmente femenino así que es invisible y, como consecuencia, no importante. Cuidar de verdad a una persona para que sea feliz y se enriquezca, es un trabajo a tiempo completo. No te deja lugar al descanso ni a vacaciones.
-Todo va bien mientras te conviertas en la persona que se espera que seas. ¿Qué pasa cuando te sales del camino?
-Es terrible porque a la mínima que cometas un error te van a juzgar con muchísima más dureza. Yo creo que es mucho más fácil vivir directamente fuera del camino, ir por otro lado y así nadie te puede decir nada. Pienso en mi madre y mi hermana mayor. Ella siempre ha sido la hija perfecta y es una bellísima persona, una mujer maravillosa, pero siempre ha sido así. Cuida su aspecto, va a la peluquería, y mi madre está encantada. Yo no. Siempre dice que ha tenido cinco hijos y que ninguna le dio tanta guerra como yo. El día que me ve peinada o maquillada, te juro que hace una fiesta. Creo que la mejor de las filosofías es que vayas por dónde te dé la gana.
“Es cierto que compartimos el planeta con más personas y que hay unas normas básicas de convivencia y civismo que tendremos que cumplir, pero si tú no haces daño a otras personas ni al entorno, ¿por qué no te vas a permitir ser lo que quieres ser?”
-¿Sigue estando mal visto no ser lo que se espera que seas?
-Cada uno es lo que es y ¿por qué tenemos que ser otra cosa? No tiene sentido. Es cierto que compartimos el planeta con más personas y que hay unas normas básicas de convivencia y civismo que tendremos que cumplir, pero si tú no haces daño a otras personas ni al entorno, ¿por qué no te vas a permitir ser lo que quieres ser? Yo creo que no lo hacemos porque no nos creemos lo fácil que es. A mi hijo mayor nunca le han gustado las expresiones de afecto físicas: no le gustan los besos ni los abrazos y mis allegados me decían que yo no podía consentir que el niño fuese así. Siempre defendí que le dejasen en paz, que él tenía otras formas de demostrar amor. Por ejemplo, él se quiere sentar contigo a comer en la mesa, pide estar a tu lado y esa es su forma de demostrar que te quiere. A principios de este año, le diagnosticaron TEA (Trastorno del Espectro del Autismo) de grado 1. A raíz de esto nos han venido explicadas muchas cosas de sus comportamientos. Imagínate lo mal que lo podía haber pasado si yo le hubiese obligado a hacer algo que, sencillamente, le supera. No hay más secretos que saber respetar esa individualidad. ¿Por qué tenemos que ser todos iguales? ¿Quién estipuló que la manera de decir te quiero es dar un beso y no que quiera compartir mi chocolate contigo?
-¿Crees que sabemos escuchar y callar cuando toca?
-¡Qué va! La inmensa mayoría de la gente, cuando está en silencio solo está esperando a que te calles tú para hablar ellas. No nos han enseñado a escuchar. Nos han enseñado a obedecer y eso es más triste. Yo hay una cosa que hago con mis hijos y me parece muy poderoso y es que, cuando uno de ellos me habla o me quiere decir algo, me agacho a su altura y le digo: “dime, te escucho”. De pronto el mundo desaparece y solo te ven y te hablan a ti. Se sienten escuchados y con ese acto todo cambia. Hay gestos pequeñísimos que tienen un poder enorme.
“La cuestión es ¿me quieres como soy o me quieres como tú quieres que sea? (…) Cuántas mujeres habrán vivido una vida de mierda esperando que la persona que tienen a su lado cambie y se convierta en quien ellas quisieran, pero esto no sucede nunca”
-¿Existe una soledad que tiene género femenino?
-Sí que lo creo. Y es la que viene dada por la incomprensión a ojos de la otra mitad de los habitantes del planeta de lo que supone ser mujer. Esto tan típico de: “eres una exagerada, una histérica, eso no tiene importancia, eso es normal…”. Precisamente son invisibles por ser femeninas, porque se viven desde la soledad y la incomprensión de la parte dominante del mundo en cuanto a poder, no a número. Son ellos los que deciden lo que está bien o mal, mira lo que está pasando en Irán. Mientras las dificultades derivadas de pertenecer al género femenino sigan siendo ninguneadas e invisibilizadas, vamos a seguir viviendo en esa soledad.
-Todas deberíamos querernos mucho y que nos quieran bien, pero ¿sobre todo libres?
-Primero se nos enseñó que la buena mujer es la que estaba callada, la que vivía todo en silencio y aguantaba estoica lo que la vida le deparara porque tenía marido, hijos y un hogar que cuidar. En los 90 llegó el otro estereotipo que era: si no quieres ser la mujer callada y perfecta, tienes que ser la dulce loca que necesita un hombre que la salve de sí misma. Vas a poder seguir siendo loca y estupenda, pero con un hombre a tu lado que te controle para que no te desmadres. Podíamos haber tenido una vía de escape para construirnos diferentes, pero se nos dijo de qué otra manera teníamos que hacerlo. La cuestión es ¿me quieres como soy o me quieres como tú quieres que sea? Esto pasa en muchas parejas, pero de manera unidireccional. Cuántas mujeres habrán vivido una vida de mierda esperando que la persona que tienen a su lado cambie y se convierta en quien ellas quisieran, pero esto no sucede nunca. Mientras tanto viven resignadas y algunas acaban así sus días. Tendríamos que aprender, ya desde pequeñas, a que tenemos derecho a que se nos quiera como somos y también a querer a los demás como son.
“Todos a diario tomamos malas decisiones, no pasa nada. A veces tienen peores o mejores consecuencias, pero es la vida”
-¿Cuál crees que es el camino más importante que hay que desandar? ¿La lección más aprendida que hay que olvidar?
-¡Qué pregunta más difícil! Creo que voy a hacer una distinción entre desandar y desprender, porque no sé hasta qué punto es bueno desandar un camino equivocado en tanto que futuras generaciones podrán volver a meterse por él. Me parece más práctico saber que hemos recorrido un camino erróneo, reconocer la equivocación e incorporar algo nuevo. Lo más importante que tendríamos que aprender es a desterrar esa idea errónea de que tenemos que vivir intentando ser alguien apropiado para los demás. Tenemos que permitirnos ser quienes somos y lo que somos, no necesitas tener trabajo, marido, hijos, ingresos o vestirte de una determinada manera para ser feliz. Tenemos que aprender que ser como somos está bien, permitirte ser tú mismo. Yo espero que, en un futuro, la sociedad haya cambiado tanto que esta situación sea como una novela distópica.
-Y, ¿qué pasa con las decisiones equivocadas o con las decepciones?
-Hace muchísimos años, una buena amiga, estaba pasando por un mal momento y me dijo: “me da mucho miedo decepcionarte”. Yo me quedé pensando en el significado de lo que estaba diciendo y le dije “no me puedes decepcionar porque no espero nada de ti. Yo no quiero que seas algo en concreto o que actúes de determinada manera. Eres mi amiga, te quiero como eres y lo que hagas va a estar bien”. Para mí era una verdad obvia y absoluta a la que no daba ninguna importancia. Pues me estuvo recordando esa frase mogollón de tiempo porque para ella fue lo más liberador que le habían dicho en la vida. Yo creo que si recibiésemos más feedback del entorno en esta línea, nos ayudaría mucho a vivir mejor y a ver a los demás con más amabilidad. Todos tomamos malas decisiones a diario, no pasa nada. A veces tienen peores o mejores consecuencias, pero es la vida.
“Aceptarme a mí como mujer es mucho más fácil desde el momento en el que acepto que todas las demás están en la misma situación que yo y que todas tenemos derecho a ser amadas, aceptadas y respetadas”
-¿Qué significa que estás convencida de que no podemos ser una sin ser todas a la vez?
-Lo que quería decir es que entiendo quién soy, me acepto, me quiero y me lo permito ser, pero, llegar ahí, es un acto de reciprocidad porque vivimos en sociedad. Para hacer esto, también tengo que entender que todas y cada una de las personas con las que comparto planeta, tienen derecho a serlo, siempre que no se haga daño a nadie. Aceptarme a mí como mujer es mucho más fácil desde el momento en el que acepto que todas las demás están en la misma situación que yo y que todas tenemos derecho a ser amadas, aceptadas y respetadas.
-¿Alguna cosa más que quieras añadir?
-Quiero dar las gracias a todas las mujeres que salen en el libro y también a mi editorial, Harper Collins, por publicarlo. Cuando les presenté los primeros relatos, pensé que me iban a decir que no porque un libro así tiene muy mala venta. Son historias muy dispares y es más propio de editoriales pequeñitas. Es un equipo muy femenino y cuando hicimos una reunión todas juntas, me dijeron que les encantaban todas las historias y se veían reflejadas en lo que leían. Han tratado todo con muchísimo cariño y se lo tengo que agradecer.