A veces pensamos que los humanos, así como tales, estamos en el mundo desde que Homero escribió La Ilíada o los sumerios se pasaban el día pinchando barro en sus tablillas. Pues no.
Unos centenares de siglos antes, en migración más o menos bien organizada y voluntaria, se fueron desplazando de la zona del Rift (alrededores de la actual Kenia), Nilo arriba, hasta Europa, Asia y lo que actualmente es Sudáfrica, para más tarde colonizar Oceanía y América por Bering; miles y miles y miles de años – unos ciento ochenta mil – antes de que se pusieran a escribir y, de esa manera, nosotros tuviéramos noticia de sus actividades. Y durante esos miles de años la civilización, o mejor la evolución, no paró ni un instante. Fuimos descubriendo que había que huir de los leones y las hienas e incluso – posiblemente les costase solo unos días – había que huir de otros humanos o, como alternativa, pelearse por un trozo de fruta, de carne o de una mujer entera.
Aquellos Homo Sapiens que salieron del Valle del Rift para dirigirse al norte, siguieron el curso del gran río de África, el Nilo, alma y cuerpo de “nuestra civilización” y del oasis que suponía tener buenas tierras de cultivo, agua y un clima templado siempre que se alejaran de los rigores y la aspereza del circundante desierto. Un vergel definido por Heródoto como “regalo del Nilo” y que daría sentido y forma de ver el mundo a sus habitantes, pero que tuvieron que adaptarse a él desde un principio.
El caso es que, Nilo arriba, se fueron instalando en sus orillas, siempre corriendo y trabajando para ganarse el pan con el sudor de su frente. De allí pasaron a Mesopotamia y al Cáucaso (por simplificar) siempre a la carrera. Luego, seguro que hubo un trasiego de gentes que de Sumeria volvían a Egipto y vuelta a empezar, compartiendo sus conocimientos y adelantos técnicos, los jeroglíficos, la rueda o la siembra de centeno y fabricación de cerveza, el culto a los dioses o el torno de alfarero. No debían existir aún los derechos de autor.
Posiblemente los egipcios tuvieran más tiempo libre – entre crecida y crecida – para adorar a su rey, para observar cómo cazaba en carro o a pie, cómo peleaba contra las tribus vecinas y no tanto, cómo tenían ellos mismos que deslomarse moviendo piedras inmensas para mayor gloria del dios faraón y concluyeron que habían de ejercitar su cuerpo, que los ejercicios físicos mantenidos hacían la vida más soportable.
Fueron los egipcios los primeros en dar sentido al término deporte tal y como lo entendemos en la actualidad o con diferencias no muy relevantes. En un principio se trataba de ejercitarse para la supervivencia, más tarde para la defensa de otros agentes que pudieran agredirles, luego para la injerencia en asuntos externos y por fin el placer y consumo de las endorfinas almacenadas en épocas de bonanza.
De la tosca y corta lanza con pica de sílex al venablo que se arrojaba contra los animales en carrera, de aquella que servía para agredir al enemigo, hasta la jabalina actual, posiblemente transcurrieran tantos siglos como entre las flechas del cazador ancestral a los modernos arcos fabricados con resinas sintéticas. Pero todo sirve, primero para mantenerse vivo en la región conquistada y luego de atravesar las históricas fases mencionadas para vivir con calidad.
Como pequeña muestra histórica, podemos afirmar sin equivocarnos mucho, que todo aquel espacio estaba dividido en dos: Alto Egipto desde Menfis hasta la primera catarata y que se dio en llamar “tierra de la cebada” en época faraónica, y Bajo Egipto, entre Menfis y el mar Mediterráneo: el Delta; dos reinos independientes unificados por Menes allá por el año 3050 antes de nuestra era, siendo el origen y punto de partida de las posteriores Dinastías.
Fueron los egipcios los primeros en dar sentido al término deporte tal y como lo entendemos en la actualidad o con diferencias no muy relevantes. En un principio se trataba de ejercitarse para la supervivencia, más tarde para la defensa de otros agentes que pudieran agredirles.
Deporte y religión eran uno hasta el momento fatídico en que Teodosio I el Grande (Coca – Segovia, 347 – Milán, 395; personaje que mencionaremos muchas más veces), emperador romano de Oriente y de Occidente y último gobernante que dirigió un Imperio Romano unido.
“Teo” tuvo un momento de lucidez fatídico para la humanidad, ya que le dio por abolir y prohibir la celebración de los Juegos Olímpicos, allá por el año 394 de nuestra era. El deporte estuvo ligado a la religión como una manifestación más del culto a los dioses y, dado que quiero hacer abstracción de Shulgi por motivos infundados y demasiado mitológicos, creo que fueron los egipcios los verdaderos inventores del deporte como tal, transmitiéndolo a Creta y alrededores y a lo que ahora damos en llamar Grecia, pero que hace siglos no era más que un lugar geográfico repleto de ciudades estado peleándose entre sí. Hay una tesis, de D. Pedro Olalla (Palabras del Egeo. Ed. Acantilado) que sostiene la tesis contraria a la aquí expuesta.
Concretando muchísimo y sin desarrollar todos sus cultos y dioses y faraones y demás realeza, el faraón de turno celebraba todos los años el festival de regeneración de poderes en uno de los patios interiores del complejo de Saqqara (una mastaba), el Heb-Sed; recinto repleto de simbolismos y donde el rey realizaba su anual (al menos) “Carrera del Jubileo”. Constatada y no mítica como la del sumerio. Aquí recordamos la festividad hitita de KI.LAM o del Mercado.
Empero había una ceremonia especial, al cumplirse el trigésimo aniversario de su reinado, a modo y manera de regeneración, donde el rey se la jugaba teniendo que enfrentarse corriendo en solitario una distancia determinada para que sus fuerzas renacieran y de paso demostrar a los súbditos que aún le acompañaban y de esta manera renovar su confianza, que ya sabemos cómo se las gastan los jóvenes leones con aquellos a los que las fuerzas les van abandonando con el paso de los años. Había que entrenarse y mucho: había nacido el atletismo.
Si estos fastos entre lo divino y lo humano no se pueden considerar puramente deportivos, sí lo sería el adiestramiento cotidiano para llegar en las mejores condiciones físicas posibles con el fin de superar esta “carrera ritual” y prueba de vida y renovación de inmortalidad.
Entonces llegamos a una definición del deporte que se considera como: los ejercicios físicos que acrecientan la soltura, agilidad y destreza de la persona y que es practicado con la finalidad de resistir la fatiga y a la postre competir.
Todas las monarquías primitivas se caracterizaron por un acto similar, una carrera de velocidad a rey desnudo y con un flagelo en la mano. También se dice que al rey lo acompañaba su perro y el sacerdote de las almas de los reyes prehistóricos. De esta carrera dependía la fertilidad de los campos, que para eso eran divinos.