El terremoto del 25 abril sorprendió a María Climent y al asturiano Jorge Egocheaga -médico y ochomilista, colaborador habitual de SOS Himalaya-, en el aeropuerto de Katmandú. Estaban allí para montar un campamento médico en aldeas próximas al monte Makalu, pero hubo un cambio de planes: la nueva emergencia hizo que se quedaran en la capital nepalí, donde había mucho que hacer.
La Fundación SOS Himalaya trabaja para hacer realidad la ilusión del montañero Iñaki Ochoa de Olza (fallecido en 2008 en el Annapurna): llevar a la infancia de Nepal un nuevo futuro. Para él suponía una forma de devolver a la gente de las aldeas más remotas del Himalaya parte de lo recibido en los veinte años que estuvo de expedición por aquellas tierras.
María Climent, amiga de Iñaki y también montañera, es la coordinadora de la organización. Al haber vivido el terremoto en primera persona, conoce la situación actual del país y sus necesidades más apremiantes.
-En vuestro último viaje el terremoto os sorprende en el aeropuerto de Katmandú. ¿Cómo os cambiaron los planes?
-Íbamos a unas aldeas remotas de la zona del Makalu, donde no llegan los circuitos turísticos, y donde no han visto un médico en su vida, son lugares a varios días de camino del centro de salud más cercano. Como Mingma Dorgee (sherpa que colabora con la Fundación) nos había comentado esta situación, a Jorge se le ocurrió instalar allí el campamento médico. Ése era nuestro destino, pero el terremoto nos sorprende en Katmandú, cuando íbamos a coger el avión rumbo al Makalu. El país se quedó paralizado y se cancelaron todos los vuelos. Después de día y medio de confusión, en medio de tanta tragedia y viendo que Katmandú era una de las zonas más castigadas, decidimos actuar. Nos fuimos al Ministerio de Sanidad y ofrecimos nuestros servicios médicos, nuestras medicinas y el material quirúrgico que llevábamos. Nos asignaron una zona a las afueras y allí, en plan muy rudimentario, con una mesa y unas sillas, atendíamos diariamente a una larga cola de gente herida, o ya curada, pero con infecciones debido a la falta de higiene o de medicinas. Empezábamos a las nueve de la mañana hasta que oscurecía, sobre las ocho. Como no había luz, recogíamos todo y volvíamos a empezar el día siguiente.
«La gente duerme en las calles con lonas de plástico. Pero dentro de quince días viene el monzón y como estas personas no tengan un techo puede haber epidemias muy serias»
-En una catástrofe de estas dimensiones y con tantas necesidades alrededor, debe ser difícil centrar la ayuda.
-Pues sí, pero en esos momentos me dejo guiar por mis sentidos. Afortunadamente iba a mi lado Jorge, que ya ha pasado por muchísimas situaciones de riesgo, y sabe cómo actuar. Eso aporta mucha seguridad y permite actuar fríamente. Veías cosas impresionantes que me impactaban -todos somos seres humanos-, pero no hasta el punto de que me anulasen. Sabíamos a lo que íbamos y la idea era sacar partido a todo lo que podíamos ofrecer y ayudar. Empezamos un equipo reducido -Jorge, Mingma y yo- y luego se nos unieron como voluntarias dos jóvenes nepalís que estaban terminando la carrera de medicina. Nos fueron de gran ayuda porque mucha gente no sabía hablar inglés y nos hicieron de traductoras. Atendíamos diariamente a cerca de doscientos pacientes. Acabábamos cada jornada agotados.
-El país sigue viviendo una situación de caos. ¿Cuáles son las necesidades más apremiantes?
-Allí la gente se ha quedado sin casa y las pocas que han quedado en pie están vacías por una especie de histeria colectiva, por el temor a nuevos movimientos sísmicos. Se asustan unos a otros y la gente duerme en las calles con lonas de plástico. Pero dentro de quince días viene el monzón y como estas personas no tengan un techo puede haber epidemias muy serias. Además, las carreteras están destruidas y la ayuda no ha podido llegar a muchos otros lugares afectados. Hace falta de todo: medicinas, alimentos, agua…
-En unos días regresáis a Nepal. ¿Con qué objetivo?
-Ayudar a construir viviendas. Al principio se valoró la posibilidad de montar tiendas de campaña, pero me costaba visualizar allí a familias viviendo ocho o diez meses. Y, por esas cosas de la vida -dicen que cuando buscas una cosa el universo te la trae- me encontré con una persona que tiene una idea sobre un determinado tipo de construcción y que buscaba un lugar donde ponerla en práctica. Se trata de unas casas construidas con cañas de bambú y adobe con tejado de hojalata: son antisísmicas, duran años, son fáciles de construir y económicamente asequibles. En una de esas casitas cabe una familia entera de quince miembros. Nuestra idea es llegar a las aldeas y allí con traductores, enseñar a la gente cómo se construyen, dejarles los materiales -comprados previamente en el país-, y al día siguiente marcharnos a otra aldea. Queremos construir entre doscientas y trescientas casas, teniendo en cuenta que allí nunca puedes ir con objetivos cerrados porque las cosas cambian mucho, y más en la situación que se encuentra el país.
«Tardamos día y medio en montar un hospital muy rudimentario, en el que atendíamos diariamente a cerca de doscientos pacientes. Acabábamos cada jornada agotados»
-¿Qué es lo que más destacarías de la actitud de los nepalís?
-Es gente que, desgraciadamente, no tiene cultura, ni conocimientos, y son fáciles de manejar y utilizar. Son personas muy inocentes que tienen la bondad e inocencia a flor de piel. También son muy duros de naturaleza y están acostumbrados al sufrimiento. Aún así, lo están pasando muy mal. Es un pueblo muy querido, tiene algo especial y yo creo que por eso también todo el mundo se ha volcado con esta situación.
-A nivel personal ¿qué te ha impactado más de todo lo vivido?
-El terremoto, nunca había vivido uno. No olvidaré nunca la sensación de intentar levantarte y caerte de nuevo porque la tierra tiembla a tus pies. Y después, estar allí justo en ese momento y poder ayudar en medio de aquella catástrofe, nos hizo sentirnos útiles como organización. Somos una fundación conocida en España, que mueve un dinero y eso lo hemos podido traducir en ayuda. También me enseñó mucho trabajar al lado de Jorge, que es un profesional y sabe moverse en situaciones límite. Y por último, la respuesta del pueblo nepalí. En medio de tanta dureza siempre nos regalaban una sonrisa -se ve en las fotos que hicimos-. Trabajar así te sube la moral.
-¿Qué otros proyectos tenéis en la zona?
-Tenemos pensado construir un comedor en nuestra escuela de Paty Banjyang. Allí acuden niños que han de caminar 3 o 4 horas desde sus casas para poder asistir a la escuela, mientras que otros ni siquiera pueden ir porque tienen que trabajar. Allí la comida es difícil de conseguir, y por eso la idea es ofrecerles un plato al día, así vendrían al cole. También tenemos en proyecto la construcción de un albergue con literas para los niños de aldeas más lejanas, para que puedan quedarse en la escuela de lunes a viernes y no tengan que caminar tantas horas. Pero claro, ahora tenemos todo esto parado. Las necesidades más apremiantes son otras y toda la ayuda que venga es bien recibida. Estoy sorprendida de la respuesta de la gente en España. No paramos de recibir apoyos.