El experimentado viajero poleso Alberto Campa nos lleva en esta ocasión a adentrarnos en un viaje por tierras y mares de la lejana Oceanía y varios países de Sudamérica, una vuelta al planeta durante setenta y cuatro días que ha recogido en el libro Una vuelta al mundo por las Islas del Pacífico.
Lleva ya más de doscientos países y territorios visitados como a él le gusta hacer: disfrutando del contacto con la gente y con lo mínimo necesario para seguir adelante en el viaje. Las temperaturas y condiciones del Pacífico le permitieron desarrollar al máximo una austeridad viajera que, sin embargo, es generosa en anécdotas y experiencias. Su libro, un diario de viajes con una clara vocación de guía para aventureros, nos permite colgarnos en su mochila y descubrir lugares y gentes increíbles.
-¿Tus anotaciones diarias se han convertido en una guía para viajar por el Pacífico?
-Sí, así es, al pasar por tantos lugares diferentes, y sobre todo por islas muy pequeñas que apenas se conocen, cualquier información que vas dando se convierte además de en un diario en una guía de viajes. Hay muy poca bibliografía de toda esa zona de Oceanía y del Pacífico y, para la gente que quiera viajar allí, este libro sintetiza lo mejor que se puede ver que muchas veces no es como en Europa donde hay muchos monumentos, sino más bien paisaje, gastronomía, la gente, sus costumbres y sobre todo muchas curiosidades.
“Hay muy poca bibliografía de toda esa zona de Oceanía y del Pacífico y, para la gente que quiera viajar allí, este libro sintetiza lo mejor que se puede ver que muchas veces no es como en Europa donde hay muchos monumentos, sino más bien paisaje, gastronomía, la gente, sus costumbres y sobre todo muchas curiosidades”
-Tu libro está repleto de anécdotas, como la referente a tu primera dormida en las Islas Salomón.
-Allí fue muy curioso porque normalmente cuando llego de madrugada al aeropuerto duermo unas horas en la terminal y esto me permite ahorrar un poquitín. También lo hago en España cuando el vuelo sale a primera hora, pero el problema es que los aeropuertos en estas islas son pequeñitos, hay pocos vuelos y aunque sean internacionales, -como en este caso el de Honiara, la capital de Islas Salomón- cierran por la noche. Así que cuando llegas a la 1 de la madrugada te ves en tierra de nadie, pero en este caso unos pasajeros que eran de Kiribati pero vivían en Las Salomón, al verme allí, enseguida me invitan a su casa en Honiara. Y así acabo durmiendo en un colchón en su salón con una vista preciosa a la Bahía de Guadalcanal y tras tener una conversación sobre Rafa Nadal, pues eran aficionados al tenis.
En esta bahía, que tiene un nombre muy español, hubo una batalla muy importante en la II Guerra Mundial entre japoneses y americanos. Esa parte de la historia del Pacífico nos queda muy lejana, pero todo ese territorio fue español.
-A lo largo de este viaje has encontrado escenarios bélicos que los occidentales europeos, o no conocíamos o directamente los veíamos desde otra mirada. ¿Qué aporta conocer la historia desde diferentes perspectivas?
-Sobre todo te permite conocer a nivel global, porque el mayor problema en España y, en Asturias si hablamos a nivel de región, es que nos centramos mucho en lo que tenemos más cerca, en lo local, lo regional y lo nacional, pero no miramos más allá. Dejamos un poco de lado lo internacional, y saber lo que pasa, conocer la vida en prácticamente todo el mundo -aunque sea a través de la prensa- te abre horizontes. Y viajando por ahí mucho más. Todos conocemos la Segunda Guerra Mundial en Europa, el conflicto con los nazis, el desembarco de Normandía… y no nos damos cuenta que en el mismo tiempo en el Pacífico se estaba disputando otra guerra bestial.
Japoneses y americanos se disputaron todo ese gran océano y para finalizar esa guerra mundial fue muy importante, primero el ataque en Pearl Harbour y, finalmente, las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Cuando llegas al Pacífico empiezas a ver que eso fue muy real, hubo un desembarco americano en muchísimas islas, y hubo batallas muy cruentas, como la de Guadalcanal, una de las más importantes y que duró desde agosto del 1942 hasta febrero de 1943.
“Kiribati es un país es muy importante comercialmente, con muchas reservas de pescado, y paseando por la capital, Tarawa, veías en sus playas las baterías y bunkers que usaban los japoneses para defenderse de los americanos”
-En ese contexto bélico, ¿qué lugar te impresionó más?
-Quizá Kiribati, un país al que fui antes de ir a Las Salomón. Tiene muy poco terreno, muy poca parte terrestre, pero aún así ocupa una parte enorme en el Pacífico, tiene incluso tres husos horarios entre varios archipiélagos. Es un país muy importante comercialmente, con muchas reservas de pescado, y paseando por la capital, Tarawa, veías en sus playas las baterías y bunkers que usaban los japoneses para defenderse de los americanos. Te imaginas cómo los japoneses con esas baterías todavía bastante modernas lanzaban bombas contra las barcazas que querían llegar. Lo que más me impresionó es que allí no hay las mareas que hay en Europa y por un error de bulto del alto mando estadounidense, que pensó que las mareas eran mucho mayores, las barcazas prácticamente quedaban varadas muchísimo antes de llegar a tierra. Los americanos fueron presa fácil, murieron miles de soldados en la batalla de Tarawa. Y esto aquí en Europa lo desconocemos.
-Eres de los viajas dejándote llevar, fluyendo en el día a día atento a tus sensaciones y estando en Guadalcanal te bajaste de un coche que te daba mala espina. ¿Se desarrolla un sexto sentido para alejarte de los peligros?
-Generalmente sí. Siempre me preguntan por los momentos malos, y por supuesto que los tuve después de recorrer 250 países y territorios por todo el mundo, porque a veces pasas por un país en guerra o por lugares peligrosos en zonas donde no hay mucha luz, pero aquí, en el Pacífico, es prácticamente todo lo contrario. Aquí no suele pasar nada, no suele haber peligro, pero es verdad que si es de noche y te topas con alguna persona que te da mal fario, intentas evadirte por si acaso. No significa que vaya a pasar nada ni que sea algo netamente peligroso pero, por si acaso, lo intentas evitar. Es un sexto sentido que te lleva a no ir hacia los problemas sino a salir de ellos, aunque lógicamente confías en muchísima gente cuando subes a un coche, entras en una casa, incluso cuando estás en un suburbio de una ciudad. En el Pacífico es casi insignificante ese porcentaje de peligro, quizá es el continente del mundo más seguro para viajar, para vivir, y donde la gente es más tranquila y se goza de una cierta “felicidad”.
“En el Pacífico es casi insignificante el porcentaje de peligro, quizá es el continente del mundo más seguro para viajar, para vivir, y donde la gente es más tranquila y se goza de una cierta ‘felicidad’”
-¿Dentro de ese pequeño porcentaje se encontraba Papúa Nueva Guinea?
-Papúa Nueva Guinea (PNG) es quizá el más diferente de los catorce países que componen Oceanía y de los territorios que, aunque son importantes, no tienen el estatus oficial de país de Naciones Unidas. Es un lugar un poco extraño, su capital durante mucho tiempo se consideró la más peligrosa del mundo y lógicamente aquí sí que había que tener cuidado por las noches. Los bancos tenían guardia de seguridad con escopeta cuando ibas a sacar dinero, era una sensación que no era del todo palpable pero sí la podías sentir.
-¿A qué crees que se debe esta ‘extrañeza’?
-Es un país geográficamente muy diferente al resto, tanto que hay muchas especies nuevas de animales que están apareciendo ahora porque no se conocen del todo sus selvas. Junto con las islas de Borneo, tal vez sea de los sitios más inexplorados debido a su gran vegetación. Sólo puedes atravesarlo bien por los ríos o volando, resulta difícil llegar a las tierras altas. Aquí la gente permanece como muy virgen, anclada en siglos anteriores, y salvo por la prensa y la televisión, o por Internet que llega las ciudades, el resto de la zona rural sigue viviendo como muchos años atrás, incluso más que en África.
“En Papúa Nueva Guinea la gente permanece como muy virgen, anclada en siglos anteriores, y salvo por la prensa y la televisión, o por Internet que llega las ciudades, el resto de la zona rural sigue viviendo como muchos años atrás, incluso más que en África”
-¿Otra vez nos topamos con lo que condiciona la geografía?
-Claro, si quieres buscar la respuesta a cualquier pregunta, la vas a encontrar siempre en la geografía: ahí está la respuesta a todo. La historia sin embargo es más maleable, porque depende de quien la escriba y de la época en que se haga, pero la geografía es la que es. Según como sea un terreno la gente se adapta y es de una determinada forma. Si es una zona cerrada, con mayor dificultad de acceso a otros países o lugares, la población lógicamente permanecerá más anclada, como ocurre en lugares como PNG, África o en Siberia. En sitios remotos, la gente lo único que hizo fue adaptarse.
-¿Encontrar un lugar donde haya tan poca diferencia física entre hombres y mujeres recuerda a uno la importancia de viajar sin esquemas?
-Sí, en las tierras altas, en las Highlands de Nueva Guinea, uno de los ángeles que me acogió fue Lucy, una azafata de una de las compañías de vuelo. Era de una familia muy humilde que vivía cerca de Mount Hagen, me cobijó en su casa y se portó fenomenal. Estuve con sus hijos, su marido, el abuelo… pero yo supe que era una mujer porque estaba embarazada, porque allí incluso las mujeres llegan a tener barba, y las facciones de la cara recuerdan más a una raza animal que a una humana. Es una cuestión genética.
Siempre que se viaja tienes que ir muy abierto. Cuando recorres Europa puedes ir comparando cosas como la comida con respecto a lo que hay en España. Si, por ejemplo vas a un país árabe, ya entra en juego la religión, los olores, la forma de vida, pero cuando estás viajando a nivel global, si quieres entender por qué en cada lugar se vive de una manera, tienes que dejar un poco de lado todo eso: las religiones, las costumbres, la gastronomía, etc. Y ser tan abierto hasta el punto de respetarlo todo. Quizá el tema más puntilloso es la religión, entender el Islam; tú puedes compartir o no que se lleve el velo, pero es algo que tú no puedes cambiar en un día, igual que la forma de vida.
“En las Highlands de Nueva Guinea me encontré que las mujeres tienen muchos rasgos masculinos, incluso llegan a tener barba, y las facciones de la cara recuerdan más a una raza animal que a una humana. Es una cuestión genética”
-Sé que Australia te conquistó. ¿Qué podemos aprender del país más grande de Oceanía? ¿Qué has encontrado allí?
-Se juntan dos cosas, por un lado la geografía de la que hablaba y en este sentido se ve que hay como un reflejo de los países del Norte de Europa, y por otro que quizá son un poco más avanzados a nivel social. Nos superan ya no solo en lo cultural, también en lo político, porque normalmente allí se gestionan mejor las cosas. Y al ser las antípodas de Asturias y tener tanto ganado hace que el territorio se parezca a nuestra región, pero allí está todo cuidado. Siempre digo que el Principado es una de las diez regiones más bonitas del mundo pero no está tan bien cuidada como otros lugares y aquí incluyo también Suiza, donde recientemente he estado presentando el libro.
En la isla sur de Australia tienen alta montaña, nieve, bahías y muchísima ganadería que hace que se parezca a Asturias. En la isla norte hay ciudades muy cosmopolitas como Oakland y capitales muy tranquilas como Wellington que es la más meridional del mundo.
Además, en la parte sur, por ejemplo en Dames, hay muchos emigrantes escoceses, en Quistru ingleses, en la isla norte muchos asiáticos, y todo esto crea un popurri de cosas buenas que hace que todo el país se vea como positivo. En general, la gente, su forma de vida, el paisaje, son casi perfectos.
-Encontraste transporte gratis para la gente local y para los turistas.
-Sí, tienen cosas que aquí podrían ser muy novedosas, como esto que comentas o los alquileres de coche con precios bastante económicos. Si, por ejemplo, alguien coge uno en Oakland, lo utiliza una semana y coincide que ese coche lo deja en la capital de la isla sur te dan la posibilidad de acceder a este coche totalmente gratis solo con la condición de que se lo lleves de vuelta a Oakland. Te dejan el coche tres días y te pagan la gasolina porque aún encima les estás ayudando, si no tendrían que enviar una persona a recogerlo y pagarle las dietas. Es una forma de ayudarse mutuamente y yo aproveché para incluso dormir alguna noche en el coche.
-¿Son este tipo de cosas las que sólo se conocen viajando?
-Por eso el libro es como una guía de viajes de estos países oceánicos, porque muchas de estas cosas te van a ayudar, cosas que no salen en las guías de viaje y que pueden favorecer a quien quiera gastar poco y poder viajar más o para ampliar el viaje. Y en este caso, en el que tienes que coger muchos aviones, yo abarataba con el transporte, en comida, en dormir, y este es uno de esos truquillos.
-Has estado también en Nueva Zelanda, ¿qué se siente pisando las tierras de Sauron?
-Pues te metes totalmente en la película. Es como si estuvieses en ese Señor de los Anillos y, por ejemplo, Hobbit Town es algo que merece mucho la pena visitar te guste o no el cine o la ciencia ficción. La zona es preciosa, idílica y yo me imaginaba a Peter Jackson, director de la peli, sobrevolando todo esto y escogiendo el campo donde iba a hacerlo. Durante 50 años el dueño de estas fincas tiene los derechos de explotación, así que imagínate la mina de oro que posee con la cantidad de gente que viene aquí a ver el pueblo Hobbit y todo el montaje que tienen. Puedes entrar en la Taberna del dragón, y luego visitar la casina de Frodo. Las puertas de las casas están hechas de tal manera que en algunas te tienes que agachar para entrar y en otras entras de pie, todo eso para que el personaje de Gandalf, que era como un gigante, pudiese parecer muy alto cuando filmaban.
Las dos islas fueron escenario de la película y tuve también la oportunidad de caminar por el parque nacional del Tongariro, una zona de montaña en la isla sur, escenario de las Tierras de Mordor.
“En las islas de Samoa prácticamente se vive un día a día bastante rutinario pero bastante feliz, entendiendo la felicidad como exenta de problemas o de problemas graves”
-¿Qué es lo más sorprendente de Nueva Zelanda?
-Es un país que tiene el tamaño suficiente para que no resulte claustrofóbico, algo que no ocurre en otros lugares como Samoa o Tuvalu, islas muy pequeñas que son un paraíso para estar de vacaciones o una temporada, pero en las que a nosotros para viajar nos faltaría hueco. Sin embargo Nueva Zelanda es un sitio idóneo para viajar, vivir y para lo que quieras.
-¿Es verdad que en la Polinesia tuviste una familia local velando tus sueños?
-Sí, en las islas de Samoa prácticamente se vive un día a día bastante rutinario pero bastante feliz, entendiendo la felicidad como exenta de problemas o de problemas graves. Hubo un escritor que se llamaba Paul Theroux que escribió sobre estas islas y las llamó Las islas felices, y aquí, aparte de su pequeña casa o choza al lado del mar, las familias suelen tener una especie de cabaña abierta por los laterales que llaman fale. A veces echaba el saco en una de ellas y me ponía a dormir, y en una ocasión cuando estaba medio durmiendo noté que alguien me pica, me sobresalté y el samoano también. Le expliqué que solo quería pasar allí la noche y más tarde, el abuelo del grupo familiar mandó a los nietos para que me cuidaran por la noche por si acaso me pasaba algo. Después departí con ellos el resto del día, viendo cómo cocinaban las mujeres y se bañaban los niños, hicieron su pequeño picnic.
-¿Samoa te permitió esta zona hacer también un viaje en el tiempo?
-Es otra curiosidad sobre Samoa ya que en el archipiélago hay tres islas principales que en realidad son dos países independientes: el Estado Independiente de Samoa y un territorio que pertenece a los EEUU y que tiene como capital a Pago. Y lo llamativo es que por ahí pasa la línea internacional del tiempo, la que marca el cambio de día, así que tú puedes estar viviendo un día de domingo en una isla de Samoa y luego -después de un trayecto de dos horas en barco- viajar a otra isla y allí resulta que es sábado y que tiene casi 24 horas de diferencia horaria, pero a la inversa. Es decir, pasas del hoy al ayer.
“Hace mucho que dejé de usar reloj, porque el mejor reloj es el vital y el de la naturaleza. La mayoría de la gente aprovecha el horario solar, de esta manera no gastan luz ni tampoco otras cosas que aquí en Europa nos empeñamos en ir casi al contrario”
-¿Qué se siente al vivir un día repe?
-Como di tres vueltas al mundo, todas en el mismo sentido, desde nuestro occidente a Oriente, me ocurrió tres veces y es una cosa muy curiosa porque vas perdiendo horas según te acercas a Oriente, pero luego llega un punto en el cual las ganas todas de repente en 24 horas.
-Para un viajero como tú, al que le gusta ir sin reloj, ¿situaciones como esta recuerdan la arbitrariedad del concepto tiempo?
-Sí, yo llevo el horario en el móvil para poder coger los vuelos u otras cosas preestablecidas, pero en el día a día viajo libremente. Hace mucho que dejé de usar reloj, porque el mejor reloj es el vital y el de la naturaleza. La mayoría de la gente aprovecha el horario solar, de esta manera no gastan luz ni tampoco otras cosas que aquí en Europa nos empeñamos en ir casi al contrario. Ellos se levantan muy temprano cuando amanece, viven su día, y al oscurecer charlan un poquito y se van para la cama.
-Cuentas que en Tonga los niños empleaban tiempo en la limpieza de las aulas y el patio, ¿algo impensable en España?
-Es otra de las cosas que enseño cuando hago proyecciones y presento el libro. En Asturias teníamos algo parecido, se llamaba la sextaferia, que se hacía mucho en los pueblos. Se juntaban todos los vecinos y entre todos se ponían a limpiar cunetas, calles o caleyas, pero todo eso se perdió. Los Ayuntamientos, por ejemplo, quieren acaparar su territorio, sus tres metros y medio desde el centro de la carretera, y eso hace que mucha gente que antes cuidaba este entorno ahora diga: ‘pues límpialo tú, que es tuyo’.
Sin embargo, en estos países hay una noción público-privada mucho más amplia de la que tenemos aquí. Cualquier cosa pública es privada y lo privado también es público, todo el mundo cuida su casa y como ocurre también en Suiza, nadie tiene una casa peor que la de al lado. Allí sería impensable que una sebe tapase una señal de la carretera, es decir, antes lo arreglaría la parte pública o la privada. Eso no ocurre en Asturias y luego los incendios tienen consecuencias más graves.
-Estuviste en Fiyi, cuna mundial del tatuaje, algo que podríamos creer más asociado a grandes ciudades.
-La palabra tatoo en realidad es algo bastante ancestral, lo que pasa es que nosotros aquí lo vemos como moderno por el momento en que nosotros lo conocemos y cómo lo empezamos a ampliar. También el surf, que tanto hay en Tapia de Casariego, en realidad vino del Pacífico. En la polinesia francesa, en la que estuve hace tiempo, se hacían los tatuajes de una manera muy rudimentaria, con un martillo y un cincel, como si estuviesen tallando en piedra, pero lo hacían en la piel. Hoy en día también se hace de manera mucho más moderna con agujas eléctricas que hay y tienes la opción de hacerte el tatuaje de una manera u otra. Yo me hice uno en Fiyi, pero no de la manera tradicional porque lleva mucho tiempo.
“Celia De la Serna, la madre del Che, era una mujer tan rompedora que en Argentina nadie se atrevería a ser como era ella. Eso también marcó a Ernesto, fue para él un modelo, porque ella en sí misma ya era una revolucionaria”
-¿Qué resaltarías de tu paso por Argentina?
-En argentina estuve cinco veces y en esta que fue la última estuve en Córdoba, la segunda ciudad más importante del país, y en la visita al centro de la ciudad conocí la Manzana Jesuítica declarada en el 2000 Patrimonio de la Humanidad, por los asentamientos de los Jesuitas. Allí encontré la huella del Papa Francisco que pasó allí dos años de su vida.
De Córdoba me fui a la cercana Altagracia, donde acabó viviendo un joven “Ernestito”, como llamaban allí al joven Che Guevara, su madre lo llevó a esta ciudad a pasar su juventud para que se recuperase del asma que tenía. Lo que más me llamó la atención fue la famosa moto Norton, con la que Ernesto recorrió Sudamérica junto con su amigo Alberto Granado, y la que dio lugar al libro Diarios de motocicleta. Pude conocer el aspecto viajero del Che que es el que más me interesa.
Muy cerquita de allí estaba también un museo dedicado a Manuel de Falla, un personaje español que estaba medio exiliado y que compuso muchas cosas con su piano.
-¿Heredó el Che una línea revolucionaria por su parte materna?
-Sí, Celia De la Serna marcaría su carácter. Esta mujer se podría comparar con un personaje de la cuenca que también era un adelantado a su tiempo, Tino Casal, y lo demostraba con el ropaje. En Argentina, era una mujer tan rompedora que nadie se atrevería a ser como era ella, y eso también marcó a Ernesto. Fue para él un modelo, ella en sí misma ya era una revolucionaria.
Diario de un viajero
El asturiano Alberto Campa rescata en este libro la experiencia de su tercera vuelta al mundo realizada a principios de 2018 y durante setenta y cuatro intensos días. Tras recorrer los 14 países que conforman el disperso continente de Oceanía y otros territorios, el trotamundos emprendió rumbo hacia Sudamérica.
Desde Viena, la capital austriaca, pone rumbo hacia Taipei (Taiwán), que pronto dejará para encaminarse a los atolones micronesios. En su tránsito por diferentes islas (Maldivas, Carolinas, Gilbert, Marshall) empieza a familiarizarse con una parte de la historia de la Segunda Guerra Mundial poco conocida para los europeos. Viajando por Las Salomón topa con la hospitalidad melanesia, mientras que en Papúa Nueva Guinea descubre la cara más peligrosa del viaje, la excepción en un Pacífico que hace honor a su nombre. Australia y Nueva Zelanda conquistan al viajero con su manera de cuidar su entorno y población, también con escenarios cinematográficos legendarios. Se despide de las islas viajando por Polinesia y Fiyi, para emprender la última parte de su recorrido por tierras sudamericanas. El paisaje abrumador de las cataratas del Iguazú, la inmensidad de una megalópolis como Sao Paulo y el encuentro con figuras históricas como el Che Guevara, Manuel de Falla o Carlos Gardel son algunos de los recuerdos que este mochilero recoge antes de poner rumbo a la Península Ibérica tras haber pasado por los 24 husos horarios de este maravilloso planeta.