¿Qué ocurre cuando suman fuerzas un geógrafo apasionado del patrimonio industrial como Toño Huerta y el fotógrafo Juanjo Arrojo, que conoce al dedillo cada rincón de la región? Pues que nace una publicación como Asturias Industrial, una forma de conocer el territorio a través de su legado histórico.
Solo se conserva aquello que se conoce y comprende, de ahí el interés de Toño Huerta por conducirnos a través del pasado reciente de Asturias. El asturiano de Trubia lo lleva en los genes, es lo que pasa cuando creces en un lugar con un papel clave en la industrialización asturiana y rodeado de un ingente legado patrimonial. Su obsesión por divulgar un conocimiento adquirido a lo largo de años de estudio se ha visto recompensado en esta obra, y en ella dibuja un paisaje integrador en el que también conviven máquinas, castilletes, vías de ferrocarril y fábricas, entre otras muchas cosas.
La obra, que sale bajo el sello de Delallama Editorial y con las fotografías de Juanjo Arrojo, podría calificarse como una guía del patrimonio industrial asturiano ya que además de recoger la historia de un centenar de elementos de interés refleja cómo acceder a ellos. Pero el término de guía no sería proporcionado, porque el libro es también una herramienta de conservación, un homenaje a la sociedad trabajadora y una llamada de atención a no olvidar los cimientos sobre los que se sustenta el presente.
-Cuéntanos Toño, ¿cuál fue el origen y posterior proceso de este libro?
-Yo llevo muchos años con una faceta profesional como geógrafo, y una de las vertientes que trabajo es el tema patrimonio. Desde hace bastante tiempo y poco a poco, fui metiéndome en el patrimonio industrial, digamos que también lo llevo en sangre porque soy de Trubia, provengo de cinco generaciones de trabajadores en la fábrica de armas. Incluso hice mi tesina sobre la fábrica. También soy fundador de la Asociación por el Patrimonio Histórico Industrial de Trubia, y en el aspecto activista,a menudo estoy protestando en batallas relacionadas sobre todo con el patrimonio industrial.
Siempre tuve en mente hacer algo divulgativo y empecé a darle vueltas a lo de crear esta guía y ahí es cuando entra en juego Juanjo Arrojo. Nos conocemos desde hace años, se lo comenté, le gustó la idea y él me puso en contacto con Ana Roza de la editorial Delallama. A ella también le pareció muy bien y seguimos para adelante. La obra se gestó en el confinamiento, fue una obra pandémica.
-¿Qué finalidad tiene Asturias Industrial?
-Siempre digo que es una guía, pero que también es mucho más que una guía. Lo es en el sentido de que invita a conocer distintos espacios por toda Asturias de muy distintos sectores; trata de invitar a la gente a que vaya a visitar esos espacios y conozca el territorio. Al final, conocer el patrimonio industrial es la excusa para conocer Asturias. Si, por ejemplo, vas a ver el pozo minero que hay en Cabranes, en Biñón, qué menos que ir a probar el arroz con leche de esa zona.
Por otro lado, cada elemento patrimonial se contextualiza históricamente, se habla de su historia, de sus funciones, siempre intentando utilizar un lenguaje muy divulgativo para dar a conocer nuestra historia, nuestra memoria industrial. Y luego hay una parte reivindicativa, que aparece con alguna pequeña pincelada que siempre se deja caer, y todo esto con las imágenes de Juanjo Arrojo; las fotografías son el alma del libro y reflejan cómo están actualmente los elementos. Algunos se ven muy bien conservados y en otros solo se ven ruinas, nosotros no adornamos nada.
“Siempre tuve en mente hacer algo divulgativo y empecé a darle vueltas a lo de crear esta guía y ahí es cuando entra en juego Juanjo Arrojo (…). La obra se gestó en el confinamiento, fue una obra pandémica”
-Cuando hablamos de patrimonio industrial, enseguida se nos viene a la mente la minería en Asturias o incluso la industria ferroviaria, pero en el libro dais a conocer muchos otros aspectos.
-Sí, queríamos dar la visión general del patrimonio industrial asturiano y este abarca muchísimo. Una vez hecha la selección de los elementos que queríamos sacar, el peso principal lo tienen la minería, la industria y el ferrocarril, pero hay otras cosas que también forman parte de este patrimonio, como la alfarería, las conserveras, las carpinterías de ribera, incluso minerías no de carbón, sino de otros minerales, como el hierro.
-¿Es difícil sustraerse al peso de la industria del carbón?
-Es que la minería tiene mucho peso. Fíjate que inicialmente no queríamos poner un castillete en la portada del libro y al final va en el centro de la fotografía, aunque pasa bastante desapercibido por el bosque que tiene alrededor. Es un guiño al paisaje cultural. En el paisaje hay evolución: primero fue el bosque, luego llegó la minería y ahora el bosque vuelve a recolonizar su espacio pero con un nuevo elemento que es el castillete. Es una simbiosis en la que se integran perfectamente. Al final, la portada refleja muy bien la idea del libro.
-¿Es posible entender lo que hoy es Asturias sin conocer su memoria industrial?
-No, es imposible. Desde finales del siglo XVIII hasta hoy hubo un desarrollo industrial brutal. En 1794 es cuando se empiezan a explotar las Reales Minas de Langreo, cuando se pone en marcha la fábrica de Trubia, y a partir de ahí hubo un fenómeno imparable basado en el carbón, en el acero y en el ferrocarril. ¿Entendemos hoy Asturias sin ferrocarril, que es fruto de la industrialización? ¿Entenderíamos todos los avances sociales, el movimiento obrero de Asturias y de España, sin la mina o sin la siderurgia? Los espacios que se crearon, las cuencas, los espacios portuarios, todo este paisaje cultural al final lo llevamos en la sangre, incluso aunque no vivamos con una vinculación directa con la industria. En la mente, Asturias siempre se asocia al mar, la montaña y la mina. Es el territorio, el paisaje y la sociedad, son doscientos años de historia que es lo que fuimos y lo que seguimos siendo.
“A pesar de la labor que hacen entidades como el Archivo Histórico, el Museo del Ferrocarril o el Museo del Pueblu de Asturias, se están perdiendo archivos increíbles de empresas que al final son parte de la historia”
-En toda conservación histórica hay una parte material pero también otra inmaterial, la que encontramos en forma de archivos, documentos… ¿daría esta para otro libro?
-Sí, porque hay muchísimo. Cómo geógrafo me fijo en el paisaje, que es el que se gestó en el proceso de estos doscientos años, con los castilletes, las instalaciones…, luego está la maquinaria que también suele pasar desapercibida y es fundamental como muestra de los avances tecnológicos, y luego los archivos, porque si el edificio es el cuerpo, el archivo es el alma de esa industria.
A pesar de la labor que hacen entidades como el Archivo Histórico, el Museo del Ferrocarril o el Museo del Pueblu de Asturias, se están perdiendo archivos increíbles de empresas que al final son parte de la historia y la estamos perdiendo. Y hay una parte de la memoria que hace referencia a la sociedad a, por ejemplo, el trabajo de las mujeres. Cuando hablo de la industria conservera hago un pequeño guiño a ese trabajo femenino que pasó muy desapercibido, pero fue fundamental como también lo fue en la mina. Ahí tenemos la obra de Aitana Castaño con Los niños de humo y con Carboneras.
El propio lenguaje lo refleja: la palabra guaje que es tan asturiana proviene del galés; y en los coros mineros que se crearon había apellidos con origen vasco, hay muchísimos en Asturias que vienen de esa tradición de finales del siglo XVIII cuando los armeros vascos se trasladaron a Oviedo, a Trubia, a Grado, a las fábricas de armas que se abrieron aquí. Todavía se conservan esos apellidos y otros de origen belga como los Pol, Beltrán, y todo ligado a la historia industrial.
-Nombras la Fábrica de Loza de San Claudio como ejemplo de una de las injusticias que ha sufrido nuestro patrimonio industrial. ¿Debería ser la ciudadanía la que valore estos elementos?
-El proceso es complicado. La ley de patrimonio en Asturias está muy bien, tiene un capítulo específico de patrimonio industrial e incluso la ley estatal va a tener un capítulo específico. Sin duda, son herramientas fundamentales, pero considero mucho más importante la percepción social. Que la gente vea estos elementos de los que hablamos como algo propio, eso sería la mejor defensa.
De hecho, en el libro vemos que algunos elementos que tienen protección, incluso de los niveles más altos que otorga la ley, son ruinas, y a lo mejor otros que no tienen ningún tipo de protección, como por ejemplo el Pozo Espinos en Turón, están en perfecto estado y se están utilizando como recurso cultural.
De todas formas, la situación de hace 30 o 40 años, cuando en Oviedo se derribaba la estación del Vasco, una joya arquitectónica, no tiene nada que ver con la actual. Hoy sería muy difícil que esto ocurriera. La sociedad, normalmente, va cuatro pasos por delante de la administración y al final a esta no le queda más remedio que subirse al carro. Por suerte, la administración está cambiando, pero todavía queda mucho por hacer.
-¿La reutilización del patrimonio es la salida ideal?
-Yo soy de los que piensan que no tiene que ser siempre así. Si se le puede dar otro uso, bienvenido sea, pero que sea un uso meditado, acorde a la tipología del edificio, a la instalación, porque si no es así luego nos encontramos con auténticas barbaridades y se acaban haciendo parques temáticos sin ningún sentido.
Ahora bien, hay elementos que por sus características va a ser complicado darles ese uso. Por ejemplo, ¿qué uso le damos a un castillete? ¿Lo utilizamos como mirador? En esos elementos se trata solo de hacer una conservación preventiva, mantenerlos y que permanezcan como una parte del paisaje, no dejan de ser una evolución del mismo. Interviniendo lo mínimo y que sea una evolución natural. Mira por ejemplo Santa María del Naranco, que tiene un uso exclusivamente turístico.
-El Pozo de San Vicente fue la primera mina gestionada por trabajadores en España. ¿El patrimonio cuenta la historia política y económica de España?
-Totalmente, cuando visitas los archivos, cuando te cuentan los relatos que enlazan la vida de la instalación con el presente te enteras de cosas como esta, un pozo que durante un tiempo estuvo autogestionado por el SOMA.
O por ejemplo, la historia de las conserveras y las canciones de bodega. Las mujeres cantaban mientras trabajaban no solo porque estaban contentas sino porque era la manera de evitar que comieran, era también una forma de control. O por qué casi siempre en los pasos a nivel del ferrocarril en los que se bajaban las barreras a mano trabajaban allí mujeres, las guardesas del ferrocarril. No las contrataban sin más, la mayoría eran viudas de ferroviarios y les daban ese trabajo.
“En las conserveras, las mujeres cantaban mientras trabajaban no solo porque estaban contentas sino porque era la manera de evitar que comieran, era también una forma de control”
-En el libro cuentas cosas como que, por ejemplo, el origen de Avilés se remonta al comercio de la sal en el siglo XII. ¿Queda mucho por conocer en Asturias?
-Muchísimo, y yo estoy encantado de que así sea porque esto nos da pie a seguir descubriéndolo. Avilés ahora tiene uno de los cascos históricos más guapos de Asturias, pero la visión que se tenía anteriormente era el de una ciudad industrial, era Ensidesa. El origen del puerto actual viene del alfoz de la sal, historias de estas hay muchísimas.
En Cabrales está el caso de la Mina Delfina, un castillete metálico que se llama así porque era el nombre castellanizado de la hija del ingeniero belga que la construyó. Aquí en Trubia está Industrias Dory que se fundó en la década de los 40. Como propietario aparece Manuel Morate que era un conocido ginecólogo de Oviedo, aunque realmente la familia empresaria era la de la mujer pero, como en esa época ella no podía figurar, su marido quiso hacerle un guiño y le puso de nombre Industrias Dory que es como la llamaban en casa. A veces encuentras de casualidad historias como estas y esas pequeñas historias son las que al final hacen la gran historia.
-Das también a conocer que en Asturias teníamos secadores de tabaco en Laneo.
-Sí, cuando pasas por Laneo ves que hay unas naves grandes de ladrillo, pero no sabes lo que son. Luego te enteras que allí se cultivaba tabaco y ves cómo están construidas las naves, que tienen trampillas en la planta a ras de suelo y también en el techo para secar las hojas de tabaco. Con ellas se hacían luego los puros en la fábrica de Gijón, donde aparece otra vez el trabajo de las mujeres.
Muy cerca de Laneo, hubo un proyecto de construcción de ferrocarril que quedó paralizado en los años 40, pero todavía se conservan túneles y cajas de ferrocarril que pasan desapercibidos y algunos están cerca de los secaderos. Iba desde Cornellana hasta la zona de Bárcena en Salas, pero no hay ni un simple panel que te le explique.
Algo parecido ocurre en la Senda del Oso. Yo soy crítico porque el nombre es un producto puramente turístico. En todo el recorrido, excepto cuando sales de Quirós, no hay un solo panel que explique que esta senda tiene su origen en un ferrocarril minero antiguo que funcionó durante cien años. A veces solo se trata de acciones pequeñas.
“La industrialización en Asturias empezó en Trubia; aquí tenemos la barriada obrera más antigua de Asturias, la primera escuela profesional de España y posiblemente de Europa. La mayoría de empresas asturianas se nutrieron de gente formada aquí”
-¿Qué construcciones tienen cuentas pendientes en Asturias de una forma sangrante?
-En este caso, voy a barrer para casa, voy a hablar de Trubia. La industrialización en Asturias empezó en Trubia; aquí tenemos la barriada obrera más antigua de Asturias, la primera escuela profesional de España y posiblemente de Europa. La mayoría de empresas asturianas se nutrieron de gente formada aquí. Se dieron todo tipo de avances tecnológicos con la fábrica de armas como protagonista, la fábrica hizo mucha producción civil como un puente de hierro y también locomotoras, etc. El paisaje cultural que se gestó aquí está fosilizado desde hace 50 años y, sin embargo, no hay un solo panel que explique su historia. Cuando hacemos visitas guiadas de todo el patrimonio la gente se queda maravillada de todo lo que hay aquí. Desde la Asociación por el Patrimonio Histórico Industrial de Trubia queremos hacer algo modesto que explique la historia como paso previo a algo más. Estamos dando vueltas para hacer unos paneles y luego intentar crear un museo o centro de interpretación vinculado al territorio.
Vinculado a Trubia, nos gustaría recuperar un ferrocarril histórico del Vasco Asturiano que va desde Collanzo hasta Trubia, un proyecto que está impulsado por la Asociación Santa Bárbara de Mieres y al que nosotros nos hemos sumado. Se recuperaría para el transporte público, porque ahora una parte está en activo, pero no está abierto a pasajeros y se utiliza solo para transporte de material. Sería algo barato y que pondría nuestro patrimonio al alcance de todo el mundo.
Juanjo Arrojo
“Asturias ye un museo en sí”
Juanjo Arrojo sabe bien lo que es recorrer montes y caleyas de Asturias y entablar conversación con la gente del lugar. Lleva cuarenta años haciéndolo cámara en mano; por eso la aventura de participar en Asturias Industrial le resultó de lo más atractiva. “Le dije a Toño que sí con los ojos cerrados. Yo ya tenía bastante material, pero queríamos que las fotos fuesen lo más actuales posibles para que se reflejara el estado real en que se encontraba cada elemento. Así que hice un repaso a todos y la experiencia fue muy enriquecedora”.
No todo resultó sencillo, algunas localizaciones eran difíciles de encontrar, “la mayoría de las cosas las conocía pero para llegar a algunos sitios tuve que tirar del boceto, sobre todo para algún caleiro o pozo escondido. Y hubo una especialmente complicada, unos aserraderos en Tineo. Iba con un amigo, había que meterse por una vereda de un río y yo acabé de escayos hasta el alma. Intentámoslo por activa y por pasiva pero finalmente resultó imposible”.
La obra presenta información histórica de cien elementos y datos prácticos para facilitar su localización (ubicación, tipo de acceso, coordenadas, punto de partida de la ruta, etc.)
La mezcla de ambos autores fue fundamental para el resultado final. Juanjo explica con toda naturalidad, “Toño y yo nos complementamos bien. Tomándonos el café tuvimos discusiones fuertes, pero en plan bien, porque él lo veía todo con ojos de técnico y yo más desde el punto artístico. Así que llegamos a combinar ambas cosas y creo que esto enriqueció los contenidos. Al final salió una obra muy chula”.
“A mí estos temas me interesan y disfruté muchísimo haciendo las fotos pero al mismo tiempo, me iba angustiado al ver el poco valor que se da a todo esto”
La experiencia resultó muy enriquecedora pero también asomaron los claroscuros, “a mí estos temas me interesan y disfruté muchísimo haciendo las fotos pero al mismo tiempo, me iba angustiado al ver el poco valor que se da a todo esto. En algún pozo, además de las pintadas, todavía veías los mostradores, los archivadores, la casa de baños… pero en las fotos se ve todo desecho porque hay vándalos que van a romper y deshacer todo lo que encuentran. Ya no se trata de hacer grandes inversiones económicas sino de que haya voluntad de querer conservar esto. Asturias ye un museo en sí, y lo seguiría siendo aun cuando quitásemos todos los museos”.