Cuando tenía 17 años, lo que algunos llaman mala suerte se cruzó en la vida de Darío Rodríguez en forma de cáncer. Tenía dos opciones: lamentarse y mirar hacia otro lado o plantarle cara y sonreír. Decidió mirarse al espejo, decir ‘yo puedo’ y sonreír. Ahí comenzó a forjarse el guión de su libro Prueba con una sonrisa.
Hasta ese momento la vida de Darío había sido la normal en un chico de su edad: instituto, amigos, fútbol, sueños de futuro. Sus días comenzaron a cambiar cuando llegaron unos dolores de cabeza intensos que no le permitían descansar, ni estudiar ni tan siquiera jugar al fútbol. Tras diferentes pruebas le detectaron un tumor cerebral que era el causante de todos los males que estaban revolucionando su vida. Paralelamente a la lucha de ese cáncer que intentaba ganar su particular batalla, comenzó otra mucho más decidida por salir adelante, por vencer, por volver a disfrutar de tener que estudiar para aprobar los exámenes, de volver a dormir la siesta abrazado a su hermano, de volver a caminar por el pueblo o bañarse en el río en verano. Hoy, a los 22 años y con el cáncer superado, Darío dice que no se cree todo lo que le está pasando. En marzo de 2017 publicó el libro Prueba con una sonrisa (Ediciones Camelot) y ya va por la tercera edición. Acabó la carrera de magisterio y ahora da charlas en institutos y colegios, radios; colabora con Cruz Roja como animador hospitalario o en proyectos como Corre la Voz llevado a cabo por profesionales del ámbito sanitario y la Asociación de Adolescentes y Adultos con Cáncer (AAA).
-La verdad es que después de leer el libro y lo que escribes en tu blog, no sabría decir si tuviste buena suerte o mala suerte…
-Buena, muy buena. No solo por cómo salió el proceso porque me recuperé perfectamente, no hubo complicaciones de ningún tipo, las operaciones salieron bien, las revisiones que estoy haciendo ahora salen genial o porque en la quimio tienes muchos riesgos de contraer enfermedades y yo no cogí nada sino porque el cáncer me ha dado cosas que sin él no tendría. Me ha permitido publicar un libro, conocer a mucha gente o descubrir personas que no hubiese descubierto. Me ha ayudado a ser mejor persona, a valorar las cosas y a poder participar en proyectos nuevos.
-¿Quién era Darío antes de esta experiencia y quién es ahora?
-Antes era un Darío tímido, una persona introvertida y a raíz de esto saqué lo que tenía dentro, descubrí a personas increíbles, gente que me ayudó mucho. Aprendí a valorar la vida, a ser feliz y darle importancia a lo que realmente lo tiene en la vida que son la salud y las pequeñas cosas, estar con tus amigos y no preocuparte por cosas materiales que es por lo que nos preocupamos siempre. Cuando vives algo así cambian tus prioridades. Yo ahora estoy bien y por ejemplo, deseo sacarme la oposición pero en el momento en el que te dicen «tienes cáncer» se borra todo lo demás y solo te preocupas porque todo vaya bien, no existe otra cosa y a tu familia le pasa lo mismo. Me acuerdo que esto me pasó en el año 2012 cuando la crisis y el oncólogo me dijo: «nada del Ibex y cosas de esas, la auténtica crisis está en la planta de oncología pediátrica, no ahí fuera». De esa verdad te das cuenta en esos momentos.
«Antes era un Darío tímido, una persona introvertida y a raíz de esto saqué lo que tenía dentro, descubrí a personas increíbles, gente que me ayudó mucho. Aprendí a valorar la vida, a ser feliz y darle importancia a lo que realmente lo tiene»
-¿Qué poder tiene una sonrisa para cambiarlo todo?
-Yo creo que va en la esencia de cada uno. Tal vez otro tipo de paciente se hubiese recluido en sí mismo y no habría sacado la sonrisa en esos momentos. Tanto yo como mi familia decidimos afrontarlo de una manera positiva y creo que ha sido la mejor opción, la mejor manera de afrontarlo porque si al problema inicial que es el cáncer le sumas que empiezas a llorar, te encierras en tu habitación y no quieres saber nada del mundo, tienes un doble problema. Sin embargo, si lo afrontas con una actitud positiva y con una sonrisa, el problema se hace más llevadero y es mucho mejor. La gente que me rodeó también fue clave en todo esto, ellos entraban por la puerta de la habitación del hospital y todo eran sonrisas. Me acuerdo que, algunas veces, los tenían que echar de la habitación porque nos juntábamos allí ocho o diez personas y me hacían olvidarme de lo que estaba pasando. Nadie, en aquella habitación, tenía cáncer. En ese momento también descubrí a mis padres, ellos demostraron ser una parte fundamental al igual que mi hermano, mi abuelo, mis primos, amigos… Sin ellos no estaría consiguiendo lo que estoy consiguiendo ahora.
-Leyendo el libro sorprende la madurez con la que un chaval de 17 años afronta la situación y decide plantarle cara.
-El neurocirujano, justo antes de operarme, me dijo: «Tienes 17 años y creemos que eres lo suficientemente adulto para saberlo todo. Esa masa que tienes en el cerebro es un tipo de cáncer y hay dos caminos: uno es dejarlo de lado, lo cual es pan para hoy y hambre para mañana, y otra enfrentarte a él, aceptarlo, asumirlo y seguir adelante. Tú decides». Elegí la segunda y gracias a ello estoy aquí. Yo sabía que tenía algo en el cerebro pero no escuché la palabra cáncer hasta ese momento y mi madre tampoco. Recuerdo que se puso pálida, fue a firmar el consentimiento y tuvieron que sentarla y tomarle la tensión porque fue un impacto. Esa claridad nos llamó la atención a todos, pero la verdad es que agradezco que me lo dijera así porque eso me dio tranquilidad en el sentido de que sabía que no me escondían nada, era un niño pero sabía lo que tenía y lo que sucedía. Los médicos pasaban por la habitación y me decían lo que había y luego, hablaban con mis padres, y les decían exactamente lo mismo. Saber que todo iba como me decían me daba cierto grado de tranquilidad.
«Me da mucha rabia escuchar quejas sobre el sistema sanitario. Habrá de todo, pero yo estoy muy agradecido por el trato clínico y humano que recibí, desde la primera enfermera hasta el último oncólogo»
-Has estudiado magisterio y colaboras con el equipo de animación hospitalaria de Cruz Roja. ¿Es una forma de devolver todo lo que has recibido?
-Sí, sobre todo en lo que es la animación hospitalaria. Vi cómo en la planta de oncología pediátrica aquellos voluntarios sacaban sonrisas a niños de forma totalmente desinteresada y los hacían muy felices. Yo estaba en esa edad en la que no quieres jugar porque parece que eres mayor y te da un poco de vergüenza pero entendí la importancia del proyecto y me prometí algún día ser voluntario. También vi en el aula hospitalaria a aquellos profes que impartían clase a los niños y a raíz de eso se me acrecentó esa vocación de ser maestro. El mundo de los niños me encanta y gracias al cáncer ahora soy voluntario y quizá también maestro.
-Después de vivir lo que has vivido, ¿qué piensas cuando escuchas quejas sobre la sanidad pública?
-Me da mucha rabia escuchar quejas sobre el sistema sanitario. Habrá de todo y cada caso es un mundo pero no es un motivo de queja ir con una gripe a urgencias y que tarden media hora en atenderte. Yo estoy muy agradecido y no solo por el trato clínico, que ha sido un proceso muy costoso y dificultoso, sino por el trato humano de todos ellos. Desde la primera enfermera que vi en el hospital de Cangas del Narcea hasta el último oncólogo que me atendió en una revisión. El trato humano es imprescindible y a mí me tocaron los mejores.
-Colaboras con el proyecto Corre la Voz. ¿En qué consiste?
-Es una acción de la Asociación de Adolescentes y Adultos con Cáncer. Su proyecto es 5.5.1: 5 maratones, 5 ciudades y 1 objetivo que es dar voz a jóvenes con esta problemática. La cuestión no es solo correr el maratón sino, tres días antes, dar charlas en institutos y colegios concienciando a la gente y dando voz a estos jóvenes. También reivindicamos el hecho de que hay planta de oncología pediátrica y unidad de adultos, pero no hay una planta especializada para adolescentes. No hay personal sanitario especializado en este colectivo de gente y sí es cierto que, a veces, tenemos unas necesidades distintas a los niños y a los adultos. Queremos dar voz, concienciar y que todos ayudemos, que corramos la voz.