En el Parque Pavía de Aranjuez, refugiándose del sol que aún castiga pese a que la tarde está avanzada, al pequeño Nel le resultan familiares esos cuadrados y el semicírculo dibujados en el suelo, con los números pintados en su interior. Los ha visto otras veces en Oviedo y en otras ciudades –países, según su divertido código lingüístico- y sabe que representan un juego, pero ignora sus reglas y ya ha aprendido que es más divertido conocer la técnica para superar el reto.
Parece mentira que llevemos arrastrando desde 2004 el problema de las limitaciones legales para que grupos musicales puedan actuar en directo en locales de hostelería con licencia para música amplificada.
En este mundo de contrastes en el que vivimos, en ocasiones las dos facetas de un mismo fenómeno son negativas. Las tensiones globales asociadas (entre otros muchos motivos) a la superpoblación, no nos resultan ajenas, porque la incidencia de los conflictos asociados a la competencia por los recursos o los efectos medioambientales, consecuencia del éxito de nuestra especie, tienen impacto global y de ello no se libra una región, por alejada de los centros neurálgicos que nos parezca, como podría ser el caso de Asturias.
Durante las dos décadas que siguieron a la caída del Muro de Berlín, la superioridad militar y económica de la superpotencia norteamericana planteó riesgos importantes para la estabilidad internacional y no pocas situaciones injustas.
En 2011 el psicólogo y lingüística Steven Pinker, uno de los intelectuales globales más influyentes y rompedores, publicó el ensayo "Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones", que tuvo un importante impacto no sólo en medios académicos.
No es cosa de ahora que exista cierta incredulidad ante los avances científicos y sus efectos sobre nuestra vida. Salvo a las personas que viven en un ambiente profesional o creativo de alta innovación y relacionado con las disciplinas más dinámicas, a casi todos nos cuesta figurarnos cómo serán las cosas cuando determinados avances, hoy apenas esbozados, se hagan realidad.
A medida que los esquemas de producción y funcionamiento de la actividad económica sufren una alteración que promete ser radical, la organización social y la estructura del poder político experimentan también cambios sustanciales; con la anomalía que representan, no obstante, las enormes dificultades de adaptación de nuestros sistemas institucionales y regulatorios, ante la incapacidad de dar respuesta a los nuevos retos que plantea la metamorfosis socioeconómica.
Ha transcurrido la Navidad y, que yo sepa (puede que me equivoque y algún canal temático haya lavado el honor de la TV), no han programado en esta ocasión '¡Qué bello es vivir!', de título original 'It's a wonderful life', dirigida en 1946 por Frank Capra.
Las utopías han existido a lo largo de los tiempos, con mayor o menor huella, conocimiento público y pretensiones reales por sus creadores de llevar a cabo los proyectos o de, al menos, dejar en el debate de ideas constancia del sueño de alcanzar un mundo mejor.
Desde que la crisis económica impactó duramente sobre las cuentas de las Administraciones y se generó una desconfianza severa sobre la capacidad de respuesta de los poderes públicos, se produjo como réplica de este terremoto –una de tantas que ha habido, la mayoría altamente destructivas- un castigo adicional a las Comunidades Autónomas, una nueva tendencia a la recentralización competencial (con el Gobierno estatal marcando la pauta de los recortes y las medidas legislativas de urgencia) y la pérdida del impuso autonómico que en la década precedente había deparado una nueva generación de Estatutos en varias Comunidades (y trabajos preparatorios en muchas otras, luego en vía muerta).