Un grupo de investigadores, liderados por la Universidad de California y el Instituto de Investigaciones Arqueológicas de Perú, han encontrado en el yacimiento Wilamaya Patjxa (Tierras Altas de Perú) los restos de una joven de nueve mil años de antigüedad, enterrada con herramientas de caza mayor al lado de otros varones, un hecho que contradice la hipótesis de que la caza prehistórica era dominio exclusivo de los hombres y que las mujeres se dedicaban a la recolección. Los investigadores empezaron a contrastar este hallazgo con otros donde hubiesen aparecido individuos asociados a herramientas de caza, para ver si lo encontrado era una anomalía o podía haber más mujeres cazadoras en otros lugares.
Su conclusión, y gracias a esta nueva mirada ‘neutra’ de la realidad, es que entre el 30% y 50% de los cuerpos asociados a herramientas de caza mayor, podían ser mujeres cazadoras habituales. En concreto, encontraron dieciséis restos de hombres y once de mujeres con sus respectivas armas.
Ser ganadero es una profesión dura, sacrificada, que normalmente se hereda a través de un negocio familiar que pasa de generación en generación. Tradicionalmente las ganaderías eran regentadas por hombres y la mujer asumía el papel de colaboradora, compaginándolo con el hogar, los hijos y la huerta. Pero en los últimos veinte años el campo asturiano ha vivido una evolución. El peso de la actividad femenina al frente de las explotaciones no ha parado de crecer, hasta el punto de que casi superan en número a las regentadas por los hombres.
Cuando la canaria Sonsoles Alonso, auxiliar administrativa, se traslada con su marido a vivir a El Cantu La Vara, en el concejo de Riosa, y decide montar su propia ganadería, le llovieron las críticas de todos los sitios. No tenía tradición ganadera en la familia, empezaba desde cero en una actividad que desconocía y, además, era un trabajo muy duro para una mujer. Vamos, que lo tenía todo en contra.
Pero la apuesta la tenía clara. Aquel entorno rural a los pies de la sierra del Aramo y sus posteriores estudios de auxiliar de veterinaria activaron su gen ganadero. Con esta pasión, y a pesar de las advertencias, solicita la ayuda para la primera instalación y compra las primeras reses de Asturiana de los Valles. Dos años después de aquella decisión, cuenta con veinte ejemplares y no piensa quedarse ahí. Ella, como otras mujeres de su generación que han dado este paso, apuesta por la formación constante para sacar lo mejor de sí y dárselo a los animales, con quien mantiene un estrecho vínculo. Apuesta por la ganadería tradicional y de calidad y es también una de las caras visibles de la campaña IGP Ternera Asturiana, así como Albina Pedraza que estudió administración y finanzas para dirigir la ganadería familiar en Llaneces (Tineo). El hecho de quedarse en el campo no fue excusa para no continuar su formación, porque “una ganadería es en el fondo una empresa y el objetivo es maximizar los beneficios”. En 2014 y con solo 16 años se convierte en la primera jueza clasificadora de ganado, en concreto de la raza Asturiana de los Valles, aunque tiene que esperar dos años para alcanzar la mayoría de edad y poder ejercer. Hoy codirige junto a su madre la ganadería familiar con 130 reses y trabaja fuera de casa varios días al mes para uno de los cebaderos de terneros más grandes del norte de España.
Recientes estudios muestran que las mujeres intervenían desde el origen de los tiempos en actividades adjudicadas a los hombres, pero también hacían otras específicas. La división del trabajo por género vino tiempo después, y dicen que pertenece más a normas sociales que reales. Es normal que, durante la gestación y crianza de los hijos, -señalan estos estudios- ellas buscasen actividades acordes a su situación como recolección o procesamiento de alimentos, pero también es cierto que cuando esa etapa se completaba, se sumaban a la caza que era el principal sustento alimenticio de toda la tribu y algo que se hacía en grupo, utilizando estrategias o señuelos… No era solo cuestión de músculo, sino también de cerebro. No existían tareas por sexos. Fue seis mil años antes de Cristo cuando se produjo un cambio en la organización social que remodeló todas las relaciones, hizo surgir las élites y las castas y dio como resultado la división de tareas marcadas por el género.
Los pasos hacia delante que están dando las mujeres en campos hasta ahora destinados a los hombres están desarrollándose de manera natural; rompen estereotipos, pero integrando, sin competir contra nadie. Es como si ese gen presente en aquellas primeras mujeres se estuviese activando para reescribir la historia.