Hace algunos años tuve oportunidad de leer La sabiduría de los lobos (Urano) de Elli Radinger. Un libro sorprendente que recoge las investigaciones y vivencias que tuvo esta experta en lobos de Alemania a lo largo de varios años conviviendo estrechamente con estos animales.
Los lobos siempre han estado rodeados de un aura de belleza y libertad, inspiran respeto y fascinación a pesar de que la mayoría de lo que se ha escrito sobre ellos sea presentándolos como animales feroces. Pero quienes han conseguido conectar con estas nobles criaturas, como consiguió hacerlo Radinger, descubren a unos animales que valoran por encima de todo a su clan, buscan siempre lo mejor para la manada y en estas tareas se sacrifican hasta el máximo perdiendo a veces la vida en el intento. Nunca matan por placer, lo hacen por instinto y supervivencia.
Por eso no veo correcto que llamen “manadas” a esos grupos de salvajes que violan en grupo, dan palizas y matan a la gente. A Samuel le arrebató la vida una pandilla de jóvenes de entre 17 y 25 años en A Coruña después de someterle a seis minutos de violencia extrema. Alexander se encuentra en estado de coma después de la brutal paliza que recibió a manos de un grupo de violentos, cinco de ellos menores de edad en Amorebieta (Vizcaya). El pasado fin de semana, dos jóvenes en un parque de Gijón fueron agredidos violentamente por una banda juvenil tras robarles el dinero que llevaban y tuvieron que ir al hospital por las lesiones que presentaban en sus cuerpos. El fin de semana anterior dos amigas, una gijonesa y otra joven de Bergara (Guipúzcoa), denunciaron haber sido violadas por cuatro individuos en un hotel de la ciudad. Las jóvenes tuvieron que ser hospitalizadas para ser atendidas de las lesiones.
La mayor parte de esas “hazañas” fueron grabadas con el móvil y luego publicadas en la red para multiplicar el dolor de las víctimas. Fuentes policiales aseguran que no es que ahora haya más casos que en otros momentos, pero sí hay una mayor brutalidad que desemboca en palizas mortales o víctimas heridas de gravedad, a lo que se suma el hecho de que ahora se graban y se difunden. Imágenes que curiosamente son las que luego permiten identificarles y detenerles.
Móviles, violencia, grupos, cobardía… tirar la piedra y esconder la mano. Lo hacen entre todos y la culpa luego no es de nadie. Dan palizas, se ríen, pero lo hacen escondidos en grupos idiotizados donde todos son uno. Nadie da la cara, no existen nombres propios. Posiblemente alguno de los participantes, ante la brutalidad más extrema, hubiera retrocedido pero el animarse entre ellos hace que se puedan llevar a cabo las burradas más impensables. El grupo diluye cualquier sentido crítico, la violencia se ve como algo positivo y se potencia: si tú das una patada… yo doy dos.
Llamar a esta gentuza “manada” es ponerle a la altura de los animales, no de la racionalidad humana que lleva a planificar las cosas, a actuar a sabiendas utilizando todos los mecanismos conocidos para evitar las posibles consecuencias negativas. A diferencia de los animales, estos individuos gozan haciendo daño y esa satisfacción encubre su cobardía. Son cobardes, no manada.
Pero ¿por qué se repiten las agresiones? ¿Existe efecto contagio? ¿Se creen impunes? Tenemos a salvajes que matan y a salvajes de violan que han hecho de ello una diversión más, lo han convertido en una especie de juego. Y esa frialdad, esa indiferencia hacia la vida humana recuerda mucho al nazismo: cuando mataban y torturaban y aquello les parecía algo normal y no había ni un ápice de arrepentimiento en sus caras. El huevo de la serpiente, la amenaza, sigue ahí, latente, transparente y no hay que tomárselo a broma.
Solo dos cosas pueden terminar con esta peligrosa espiral. Una justicia rotunda y una educación que dedique tiempo y energía a formar a buenas personas, empáticas, respetuosas con los derechos humanos, formadas desde la igualdad y sin prejuicios ni violencia que dificulte el desarrollo de su identidad. Estos son los cimientos, algo que nos implica a todos, pero nos va a llevar más tiempo. Nos comentaba en una entrevista la asturiana Marián Moreno, especialista en coeducación y Premio Educación de la Unesco por el proyecto Skolae, que “la adolescencia es un momento clave en la vida porque te estás colocando en el mundo y ahí los adultos podemos dejar huella. La mía, continuaba, querría que fuera el haber contribuido a formar mejores hombres y mujeres, más democráticos, igualitarios y respetuosos”. Con el suyo serán necesarios muchos más granos de arena porque como dice el proverbio africano, “Para educar a un niño es necesaria la tribu entera”.