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viernes 29, marzo 2024

Jaime Izquierdo Vallina. Las oportunidades de la agrocultura

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Este escritor asturiano ha recibido ya varios premios y reconocimientos por sus trabajos en medio ambiente y desarrollo territorial. Ahora sorprende con ‘Asturias, una región agropolitana’, un nuevo libro donde analiza en profundidad las relaciones entre el campo y la ciudad en Asturias.

Jaime Izquierdo es un claro defensor de la actividad agraria en el desarrollo regional. En la actualidad es asesor del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino.
-Una de las ideas que defiende en este trabajo es que el gran potencial de futuros agricultores de la región no está ya en el campo sino en la urbe. ¿Cómo se fundamenta esa idea?
-Desde su origen, si consideramos a la polis griega como tal, las ciudades siempre han producido alimentos. Tan sólo en estos últimos 50 años esa función ha quedado relegada hasta el punto de que los planes de ordenación urbana actuales no la contemplan. Sin embargo, muchas ciudades del mundo empiezan a ser conscientes de las enormes ventajas de todo tipo que tiene la agricultura urbana. Para ello es necesario hacer extensión agraria en la ciudad -difundir los conocimientos de horticultura y fruticultura entre los habitantes de villas y ciudades asturianos- y ordenar la disponibilidad de suelo para cultivar alimentos. Los agricultores urbanos de los países más desarrollados no abandonan sus profesiones vinculadas a la ciudad, sino que aprovechan el tiempo libre para practicar huerta, de la misma manera que juegan al golf o van a un gimnasio. Es una oferta más de actividad física y cultura que pueden ofrecer las ciudades a los ciudadanos. Tiene la ventaja de que mientras que en otras actividades físicas y deportivas la energía utilizada se disipa, en ésta se aprovecha como trabajo para producir alimentos sanos, abaratar el gasto de la cesta de la compra en las familias y recuperar variedades y cultivos en riesgo de extinción. Tres datos: la ONU calcula que hay más de 800 millones de agricultores urbanos en el mundo, Berlín tiene más de 80.000 huertos urbanos y en Vancouver un 44 % de los habitantes son agricultores urbanos en su tiempo de ocio.
-La mayor parte de los asturianos somos de aldea, o de al lado de una aldea. ¿Hasta dónde alcanza el compromiso con el medio rural y hasta dónde debería alcanzar? ¿Se va a poder realmente cultivar desde las ciudades?
-Si queremos los asturianos, y nuestros gobiernos locales y regional lo estimulan y ordenan, por supuesto que podemos cultivar desde las ciudades. La relación entre el campo y la ciudad en Asturias es muy estrecha por orígenes -tal como tú mismo reconoces sobre el origen mayoritariamente rural de nuestras familias-, por historia y por estructura territorial. En más de una ocasión me he referido a Asturias como una región que tiene media docena de pequeñas ciudades en medio de los praos. Por eso creo que la modernidad asturiana pasa por alentar un proceso de construcción política, social y cultural en clave agropolitana. Y para ello tenemos que volver a vincularnos al campo con una nueva perspectiva que supere la penosidad y aproveche las nuevas oportunidades. Con respecto a las aldeas la idea es que en el siglo XXI pueden jugar un doble papel en la gestión del territorio: son los núcleos protourbanos desde los que se organiza localmente el agroecosistema y son las unidades de producción de algunos de nuestros productos alimentarios más identitarios. La aldea, si la organizamos en relación con el consumo urbano, puede ser la despensa del piso en la ciudad.
-«Yo, que soy profesor de universidad, necesito de la colaboración de los pensamientos aldeanos mucho más que ellos de los míos», una cita de José Ortega y Gasset que aparece en su libro. ¿Se ha llegado a tal punto que hoy los asturianos, en gran medida, somos analfabetos de la cultura del campo?
-Absolutamente. Por eso soy crítico con la idea de la sociedad del conocimiento. Se ha entendido como tal el conocimiento tecnológico de futuro y se ha olvidado el conocimiento local histórico. Lo diré de forma sintética: el porcentaje de asturianos que maneja Internet crece y el de los que saben hacer sidra, queso, manejar un rebaño o podar un manzano disminuye alarmantemente. Mientras lo primero es una excelente noticia lo segundo es un problema emergente.

«El porcentaje de asturianos que maneja Internet crece y el de los que saben hacer sidra, queso, manejar un rebaño o podar un manzano disminuye alarmantemente»

-¿Es por eso que aboga por recuperar el fino ingenio de la lógica aldeana?
-Más exactamente abogo por conocer, reconocer y activar los sistemas agroalimentarios locales para darles estabilidad y presencia en la sociedad postindustrial y para garantizar así la viabilidad ecológica y cultural de nuestros paisajes culturales y de nuestros recursos naturales. No propongo nada en lo que no esté ahora pensando la FAO, el Instituto Nacional de Investigación Agronómica de Francia (INRA) o el Worldwatch Institute. Hace años que estoy con esa cantinela. Y hace años también que planteo revisar las teorías de conservación de la naturaleza -con poco éxito hasta el momento- en términos ecosociales que alguna vez he definido de «ambiente entero». Si pudiésemos recuperar, por ejemplo, la lógica de manejo genuino y vernáculo del pastoreo multiespecífico y quesero en los Picos de Europa no sólo crearíamos empleo, y disminuiríamos de paso el gasto público en política de conservación, sino que los recursos naturales y el paisaje estarían mucho mejor gestionados. Seríamos más «ecoeficaces». El problema no es tanto que no conozcamos esos principios agroecológicos de gestión de la naturaleza, prácticamente asumidos como válidos por la mayoría de la comunidad científica, sino que no hemos encontrado la manera de llevarlos a la práctica.
-A pesar de todo, ¿crees que la agricultura y la forma de vida campesina tienen futuro o definitivamente hemos desertado del campo?
-El campo tendrá futuro en la medida que los asturianos y las instituciones seamos capaces de vislumbrarlo. La crisis actual no es otra cosa que la punta del iceberg de una crisis de mayor calado que nos afecta a todos. Es una crisis global, de modelo económico y de valores sin precedentes en la Historia. Pero esta crisis es también reveladora de la emergencia de nuevos valores. Entre ellos el del medio ambiente, el de ser plenamente conscientes, por primera vez en la historia de la humanidad, de vivir en un planeta finito que uno puede contemplar desde su casa -con el ordenador a través de Google Earth sin ir más lejos- viajando en unos segundos desde el espacio exterior a la casa de sus abuelos en la aldea, o a la playa del Caribe a la que fuimos de vacaciones. Esa visión del mundo ha calado ya definitivamente en todos los estamentos sociales y nos lleva a una reflexión cada vez más extendida: hay que cambiar los modelos productivos y de consumo. No creas que me he ido por las ramas. Quería hacer esta reflexión previa para responder a tu pregunta. Para hacer frente a los nuevos desafíos necesitamos nuevas profesiones vinculadas al campo y renovar la función de la agricultura como productora de alimentos y de seguridad ambiental. En ese contexto tenemos que revisar los aciertos del pasado para incorporarlos, una vez actualizados, al futuro. Creo que volveremos a la aldea, pero no lo haremos con penuria y porque no había otra cosa, como les pasó a nuestros abuelos, sino que volveremos como ecocultores organizados en la escala adecuada que producen alimentos de calidad ecológica para unos consumidores urbanos que quieren tanto disfrutar de una gastronomía sana y sabrosa, de saber que en la forma de producción de esos alimentos no sólo no se producen efectos negativos para la biosfera, sino que ayudan a que las cosas vayan bien para los que vienen detrás. Creo sinceramente que no es una utopía. Sólo necesitamos ordenarnos de otra manera. Nada más, y nada menos tampoco. §

Jaime Izquierdo Vallina. «Asturias, región agropolitana»
es un análisis sobre las relaciones campo-ciudad en la sociedad postindustrial.
«Con este ensayo pretendo hacer una llamada de atención a la sociedad regional en su conjunto, y no sólo a la que vive en las zonas rurales, sobre la necesidad de buscar una forma de relación más respetuosa y saludable entre el campo y la ciudad. En la edición del ensayo participaron treinta organizaciones e instituciones de diferente ámbito y finalidad -desde Ayuntamientos como Gijón y Avilés hasta asociaciones culturales como Llacín de la parroquia de Porrúa- como exponente de que en la búsqueda de esa nueva forma de relación, que supere algunos prejuicios industriales y rehabilite algunas estrategias inteligentes preindustriales, necesitamos el compromiso y la participación plural de la ciudadanía. El ensayo es básicamente una ponencia dirigida a los ciudadanos para trabajar en la definición de procesos, y en las oportunidades que el campo ofrece en la construcción de una sociedad y una región postindustrial».

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