Para Jorge González la vida es un paisaje con más desniveles que llanuras. Es lo que pasa cuando ejerces de guarda en el refugio más inaccesible de España, en un paraje sumergido en pleno Macizo Central de los Picos de Europa conocido como el Jou de los Cabrones y al que se accede tras varias horas de caminata.
Reparte los doce meses del año entre el refugio y su casa en Asiego, un pequeño pueblo del concejo de Cabrales. Aquí, en el municipio más accidentado de Asturias, los niños se levantan y se acuestan con la vista en las montañas. Tal vez por eso, y porque le viene de familia, Jorge tiró para el monte y se hizo cargo del refugio José Ramón Lueje. “Allí, cada mañana, cuando abro la ventana lo primero que veo es el Urriellu”, explica el joven guarda, que este año ha batido su propio récord de permanencia tras pasar cinco meses a 2.034 metros de altura.
-Con tu ADN cabraliego parece que estabas destinado a ser parte de los Picos de Europa. ¿Cómo ha sido tu iniciación en el montañismo?
-La iniciación fue desde bien pequeño. Mi tío Sergio se hizo cargo del refugio de Cabrones en 2003, yo tenía entonces seis años, y ahí fue cuando empezó a meterme el gusanillo en el cuerpo y empecé a moverme por Picos. Ese primer año me subió en helicóptero al refugio, en un viaje de porteo de mercancía. Fue espectacular, porque una vez allí veías llegar quince o veinte viajes en helicóptero y te ibas haciendo la idea de lo que se estaba tramando allí con diez toneladas de mercancía. Estuve unos días allí con él, me estuvo explicando cómo funcionaba el refugio, y así fue cómo comenzamos.
Con seis años, Jorge fue el vecino de Cabrales más joven que subió al Urriellu.
-Tu tío Sergio sin duda fue fundamental en tu aprendizaje y en tu orientación, pero ¿qué pensaban tus padres de aquel chiquillo destinado a ser una cabritilla de montaña? ¿Tienes hermanos que sigan tus pasos?
-Mi tío tenía una manera distinta de funcionar a la mía. Él me llevaba a hacer actividades y cuando las terminábamos es cuando contaba a mis padres lo que habíamos hecho; sabía que si preguntaba antes, seguramente no íbamos a llegar a ningún lado. Yo siempre le digo, ‘al final no lo hiciste tan mal, porque después de dieciocho años todavía sigo con lo mismo’. A mis dos hermanos pequeños, de tres y de ocho años, también estamos enseñándoles el mundo de la montaña. El mayor va siguiendo mis pasos: con solo tres años subió en helicóptero al refugio y luego bajó caminando, con ocho ya subió y bajó andando, vamos poco a poco.
-Tienes el récord de ser el vecino de Cabrales más joven que subió al Naranjo, con solo ocho años, ¿qué recuerdas de aquella experiencia?
-Casi nada, recuerdo haber dormido en el refugio del Urriellu y estar lloviendo a cántaros por la noche, con unas trombas de agua de tres cojones. De la ascensión solo me acuerdo que estaba en la mitad de la pared con una bota atascada y luego la llegada al refugio donde unos argentinos que estaban trabajando allí me habían hecho una tarta para celebrarlo, es lo que recuerdo.
-Con veinticuatro años llevas ya ocho cuidando del refugio más inaccesible de toda España. ¿Cómo valoras esta experiencia?
-Me fueron enseñando, aunque muchas veces fue la propia necesidad la que me enseñó, porque tú allí no tienes nada, estás en un refugio tan inaccesible que si te falta o te olvidas de cualquier cosa no puedes llamar o ir a una tienda, a una ferretería. La experiencia es idílica, tiene un 95% de cosas buenas y un 5% de cosas malas, ese 5% es por la presión y los nervios de tener que preparar todo lo que viene siendo la gestión de las mercancías, que para mí es lo más difícil, y también el tratar con la gente.
“Muchas veces fue la propia necesidad la que me enseñó porque tú no tienes nada, estás en un refugio tan inaccesible que si te falta o te olvidas de cualquier cosa no puedes llamar o ir a una tienda”
-Para intentar comprender lo que implica vivir en ese lugar hay que entender las dificultades que entraña su ubicación. Si yo quiero ir al refugio, cojo la mochila y ¿cómo voy a llegar, cuánto tiempo puede llevarme?
-Tienes dos opciones más coherentes que son las que hacen la mayoría de los montañeros. Una es salir de Poncebos y llegar a Cabrones, lo que viene siendo un desnivel positivo de 1.800 metros, uno de los mayores desniveles que hay en Picos. En esta te vas a encontrar zonas de todo tipo, pero el ochenta por ciento es piedra, lo que dificulta la ascensión porque la gente está acostumbrada al sendero, al barro, al bosque, pero no tanto a la piedra. Esta subida puede llevar alrededor de seis horas, según indican los carteles.
La otra opción en tiempo es prácticamente lo mismo, entre cinco y seis horas, pero el desnivel es de 1.200 metros. Sales desde Pandébano, llegas al refugio del Urriellu y desde allí tiras en dirección al de Cabrones. El resto de las rutas al refugio presentan más desniveles, aquí todo tira para arriba, no hay opciones.
-He visto que en algún foro se quejaban de los precios de algunos productos, me gustaría que contases el trayecto que tiene que hacer una hogaza de pan hasta llegar a vuestro refugio.
-Yo a la gente se lo explico, nosotros no ponemos los precios a bulto, como cualquier negocio tienes que tener un porcentaje de ganancia. Nosotros llamamos al panadero la noche anterior para encargarle el pan y lo envía desde el pueblo de Ortiguero a Arenas de Cabrales, que hay 14 kilómetros. De allí, va hasta Pandébano, allí Juan, un chaval que trabaja en el refugio del Urriellu, hace los preparativos necesarios para llevar el pan junto con otras cargas en los mulos, que también comen. Cuando llega al Urriellu nosotros salimos desde Cabrones a buscarlo, nos lleva una hora y media a pie llegar, y luego hay que volver con una mochila cargada, de 15 o 20 kilos. En la carta o en los servicios del refugio no pone que demos pan, pero a nosotros nos gusta tenerlo. Salimos a por él cada día de lunes a viernes, el problema es que en la semana hay muchos cambios bruscos de temperatura, y los días que está orbayando y estás a -4ºC también tienes que ir.
“Estos últimos años subimos en helicóptero entre siete u ocho toneladas de mercancía y el resto, alrededor de tonelada y media, en mochila”
-Llevar un refugio de montaña en Picos en solitario es tarea casi imposible… ¿quién forma el equipo del Jou de los Cabrones?
-Estoy yo como la cara visible, luego está mi tío Sergio, que es mi sombra y quien me está ayudando en todo lo que es la parte estratégica, la parte más complicada. Él prefiere no dar la cara, estuvo aquí muchos años y ahora tiene bastante con el refugio del Urriellu. Luego está Naiara, mi novia, que tiene mucho mérito porque es de Nueva de Llanes, y como le digo ‘ha pasado de la marina a lo más alto’. Nos repartimos el trabajo y ella es un cincuenta por ciento de lo que viene siendo el refugio. También tengo la suerte de tener a toda mi familia. Este año que estuve 150 días sin bajar de Cabrones y ellos me ayudaron con las cosas que hay que hacer abajo; eso también es un porcentaje alto en lo que supone llevar el refugio.
-Vuestra temporada fuerte empieza en mayo y termina en octubre. ¿Cómo se organizan los porteos para afrontarla?
-Subimos en mayo para empezar a preparar el refugio, ver qué desperfectos puede haber y demás, en junio es cuando hacemos el primer porteo de la temporada y hacemos otro al final para terminarla. Estos últimos años subimos en helicóptero entre siete u ocho toneladas de mercancía y el resto en mochila. Nunca nos hemos puesto a calcularlo, pero son cerca de cien días y si cada día porteamos quince kilos, al final subimos tonelada o tonelada y media a la espalda.
A finales o mediados de junio es cuando empieza de verdad la temporada y cuando empieza a llegar más gente. Luego estamos julio, agosto y veinte días de septiembre apretados, con el refugio al cien por cien.
-He oído decir que si algo tenéis en abundancia es cerveza.
-Sí, es el producto local. Siempre les digo a los grupos que suben, “si las bebéis todas, las pago yo”, y ellos lo intentan, pero no hay manera.
-¿Cómo es un día en temporada alta en el refugio?
-A las 5:30 o 6 suena el despertador, según el día. A las 6:30 o 7 estás preparando desayunos, que pueden ser de entre treinta o sesenta dependiendo cómo sean las reservas. Estás hasta las 8:30 con los desayunos, a esa hora la gente se marcha y ya tienes que empezar a hacer la limpieza con todo lo que conlleva. Cuando te quieres dar cuenta ya tienes que ir a portear, una labor en la que nos vamos turnando Naiara y yo. Uno se marcha al refugio del Urriellu a coger el material y el otro se queda. En ese momento es cuando puedes tener un rato libre para poder hacer algún arreglo en el refugio, que como son instalaciones viejas, de cuarenta años, siempre hay algo que hacer.
Cuando miras atrás ya tienes a gente nueva llegando, algunos vienen de paso pero ya empiezas a dar tapas, comidas y bebidas entre las 13:30 y las 14:00 horas. Cuando ya se van es cuando empieza a llegar la gente que tiene reserva, les tomas registros, les enseñas el comedor y las habitaciones, y a las 20:00 ya es momento de la cena. La cena termina a las 22:00 o 22:30, según los turnos. A las 23:00 es hora de silencio y a las 00:00 o 00:30 ya te echas en la cama. Al final, son cerca de 16 o 18 horas en las que no estás picando piedra pero tienes que estar ahí. Si además coincide que haya algún accidente, la cosa se complica.
“Esos días de soledad en los que no ves a nadie un día, otro día y otro día es cuando te pones a pensar en qué bien estaría haciendo hormigón o cualquier otra cosa”
-Vuestra forma de vida alterna momentos de atender a bastante gente, pero también hay días en los que reina la soledad y el silencio. ¿Cómo llevas ese aspecto?
-Para mí es bastante peor, prefiero tener gente a mogollón que la soledad. No todas las personas somos iguales, yo le doy quinientas mil vueltas a la cabeza, a cualquier tema, a veces se me mete algo en la cabeza y es complicado. Si el tiempo está bueno, estoy por fuera y lo llevo muy bien, porque te sientes en libertad, pero si tengo que estar entre las cuatro paredes me siento como un preso. Estas paredes, aunque son las que más alegrías me han dado en la vida, también son en las que más lágrimas derramé.
-¿Hay algún momento en el que te arrepientes de tu compromiso con el refugio?
-Esos días de soledad en los que no ves a nadie un día, otro día y otro día; entonces te pones a pensar en qué bien estaría haciendo hormigón o cualquier otra cosa. También los días de rescates, en los que no suelen ocurrir cosas buenas y luego los recuerdas toda la vida, te dejan marcado. No los olvidas nunca.
-¿Cómo ha ido este año en este sentido?
-Afortunadamente este año hubo pocos rescates en esta zona, solo cuatro, pero hubo uno en el que falleció una persona, fue el que más asistí y el más complicado.
-¿Qué requiere de vosotros una situación de rescate como esta?
-Naiara y yo nos dividimos el trabajo a un cincuenta por ciento, porque si no esto se va a pique. Los rescates suelen ser en sitios complicados, por eso suelo ir yo. Ese día yo marché a las cinco de la tarde y regresé a las tres de la mañana, y había cincuenta personas en el refugio. Yo estuve al cien por cien pero Naiara, para sacarlo adelante, tuvo que estar al doscientos por cien.
A las ocho de la tarde me dijeron que tenía que subir hasta la parte alta, así que subí de noche hasta una cumbre que ya tiene su dificultad durante el día. Subes con los nervios que da el saber que arriba hay una familia, es complicado.
-¿Se aprende de estas situaciones?
-Sí que se aprende. Del rescate que hubo en pico Cabrones, la fortaleza que pueden llegar a tener una cría y su madre, a mí me dieron una lección de vida. Tuvieron una pasta muy fuerte y una mentalidad abierta, fue muy raro e impresionante a la vez. Impresionante para mí, para ellas una desgracia de primera.
“Del rescate que hubo en pico Cabrones aprendí la fortaleza que pueden llegar a tener una cría y su madre, a mí me dieron una lección de vida”
-¿Qué te dicen las montañas cuando las subes y, sobre todo, cuando ya en la cima puedes parar a disfrutar del momento?
-Mucha gente no lo entiende, pero cuando estoy subiendo voy refrigerando la mente, voy pensando en cosas en las que en un día normal no sueles pensar. Yo creo que todo el mundo siente cosas diferentes cuando sube un pico, para mí es libertad, es verte minoritario en una zona gigante. Subes porque ves que puedes, pero en realidad no eres nadie; entre montañas eres como una hormiga, de un plumazo te llevarían. A mí eso me fascina.
-¿Las alturas te ayudan a tener perspectiva?
-Sí porque es una zona que no tenemos explotada. Cuando bajas, vives en un mundo globalizado, con las nuevas tecnologías, pero en la montaña estás en un lugar casi sin cobertura. Está claro que tienes una perspectiva de la vida muy diferente a la que hay abajo, con todo el ajetreo del día a día, y con las prisas.
-¿En alguna ocasión has sentido en peligro tu vida?
-Pues no mucho, mi tío Sergio me enseñó a hacer montaña segura. Siempre voy con seguridad extra y, por ahora, no viví ninguna situación delicada.
“Todo el mundo siente cosas diferentes cuando sube un pico, para mí es libertad, es verte minoritario en una zona gigante. (…) Entre montañas eres como una hormiga, de un plumazo te llevarían. A mí eso me fascina”
-A pesar de tu juventud, eres Guía de Media Montaña y tu mochila ya está llena de experiencias montañeras. ¿Cuál ha sido la más difícil?
-Una que hice con un chaval que es guía de escalada aquí en Arenas. Yo a veces funciono por rachas, y en una de esas en las que me había pasado casi un año sin tocar una pared me fui a subir el Uriellu por la vía murciana, una vía de nivel alto con 600 metros. Fue el día que más sufrí en montaña. Estábamos a setenta y cinco metros del suelo y ya me quería dar la vuelta. No sentía los brazos y me caían las lágrimas, pensaba “vámonos que nos vamos a matar”, pero al final sigues, vas tirando, y después de dieciséis horas estábamos arriba. Fue la cumbre que más vivo me hizo sentir porque pensé que no iba a llegar. Se nos hizo de noche en la cima, cuando nos dimos cuenta el frontal estaba sin batería y los móviles estaban tan helados que no se encendían, así que después de casi perder la pelleja en la pared tuvimos que bajar a oscuras al refugio del Urriellu. Cuando llegamos al refugio yo quise irme para casa, no quería seguir más tiempo ahí arriba.
-¿Qué momentos recuerdas como especiales de esos casi cinco meses sin bajar de Cabrones?
-Lo más especial fue cuando llegó mi hermano en helicóptero el quinto día de estar arriba. Yo no sabía que subía, y cuando lo vi aparecer me dio un subidón que me ayudó a arrancar la temporada.
-¿Qué rutas o ascensiones recomiendas a los montañeros que llegan al refugio?
-Desde aquí puedes hacer mil historias, la mayor parte son ascensiones aunque también hay rutas que pasan por aquí. Siempre recomiendo la ascensión al Torrecerredo, el pico más alto de Asturias, lo tienes ahí al lado y súper bonita. A mí es la que más me gusta, la he subido más de cincuenta veces, y al final, tengo una unión con ella. Tiene unos pasos delicados, así que a no ser que tengas vértigo siempre la recomiendo.
Otra de las más bonitas es la Párdida, de 2.582 metros. Está ubicada en un punto céntrico que te permite ver todo, para mí es la cumbre con mejores vistas de toda la zona central. Después está el pico Cabrones, y la arista integral que viene de Cabrones a Torrecerredo, es una actividad muy muy potente y muy bonita, pero esta está hecha para menos gente que otras cumbres.
-En tu relación con los montañeros ¿qué es lo que más destacas, en positivo y en negativo?
-En positivo, las hazañas, las historias que te cuentan. Todos los montañeros te cuentan su día, sus aventuras y cumbres y es lo que más me gusta; estás allí, hablas con uno y con otro, tú les cuentas y ellos te cuentan a ti. Es muy entretenido, y vas conociendo algunas zonas sin llegar a pisarlas.
En el sentido malo, por cosas que ocurren debido al desconocimiento que hay y el no saber dónde se está.
“Siempre recomiendo la ascensión al Torrecerredo, el pico más alto de Asturias, lo tienes ahí al lado y es UNA CUMBRE súper bonita. A mí es la que más me gusta, la he subido más de cincuenta veces, y al final, tengo una unión con ella”
-Acabas de regresar de estar 142 días sin bajar de Picos de Europa, una cifra enorme. ¿Qué hay detrás de tantas jornadas entre riscos?
-Tenía la piquilla con mi tío Sergio que había estado dos meses, pero yo quería aguantar toda la temporada, era un reto personal. Hacerlo cuando empecé en el refugio, con diecisiete años, sería totalmente imposible, porque a esa edad tienes ganas de salir con los amigos, y esto te limita los veranos, pero te lo puedes tomar de muchas formas. Al final, la vida no es una fiesta, ni son los amigos, no te puedes comprometer con nada.
-Con veinticuatro años, inmerso en la montaña, ¿qué piensas cuando ves los botellones en las noticias? Imagino que tu cabeza está estructurada de forma muy diferente.
-Sí, muy diferente, aunque es verdad que todos tuvimos unos años, unas locuras. Si el Covid me pilla con dieciocho años seguramente sería de otra forma, pero ahora para mí la vida no es una diversión, siempre pienso en mi familia, en lo que me toca a mí en casa. Cuando tú no trabajas y quieres salir te tienen que dar dinero, porque de alguien tiene que salir el dinero. Yo siempre pienso que ellos han estado aportando dieciocho años a mi vida y en algún momento me toca aportar a mí. Y al final es lo que haces, trabajar y trabajar, para en algunos momentos disfrutar. A mí me gusta lo que hago, aunque no es un trabajo fácil; mucha gente no sería capaz de estar allí, porque el funcionamiento del día a día es complejo.
Un refugio con historia
El refugio lleva el nombre de José Ramón Lueje en honor a este montañero y fotógrafo aficionado que publicó centenares de artículos, libros, rutas, etc. para dar a conocer Picos de Europa, un territorio al que siempre tuvo en su corazón. Está enclavado en un jou (como se conoce a los hoyos en territorio montañoso) que lleva el nombre de Jou de los Cabrones, en alusión a los grandes machos cabríos que, en tiempos pasados, era posible encontrar en estas montañas. La historia de este refugio dice mucho de las condiciones que marca la montaña en este enclave, ya que la primera construcción del mismo tuvo lugar en el año 1968. El proyecto requirió de un gran esfuerzo para subir los materiales necesarios desde lugares como Poncebos, pero la ubicación errónea del refugio y los temporales dieron al traste con este proyecto en poco tiempo. El segundo refugio que se construyó en el año 1972 corrió la misma suerte y no ha sido hasta 1982 que se planteó un tercer proyecto atendiendo a las indicaciones de los lugareños: el refugio José Ramón Lueje, del cual se han hecho varias ampliaciones para poder acoger a más montañeros y que sigue funcionando en la actualidad.